Interrumpiendo la lectura semi-continua del evangelio de san Marcos, más breve, se completan los domingos del Tiempo Ordinario insertando el discurso del Pan de vida del evangelio de san Juan (cap. 6).
De este modo, cada tres años, al seguirse el ciclo B de lecturas, todos los fieles tenemos ocasión de escuchar en el domingo la doctrina eucarística del Evangelio.
Al considerar el misterio eucarístico, podremos profundizar en él, vivirlo mejor, celebrar con mayor unción y devoción, ser consciente de su grandeza, extender su acción hacia toda nuestra vida de manera que sea un culto en espíritu y verdad: forma una vida eucarística.
Se superan entonces la rutina, la tibieza, el apagamiento o la distancia que a veces podamos tomar de la Eucaristía; caen las excusas fáciles para ausentarse; se llega a comprender incluso que ante tal grandeza, el desarrollo de la Misa requiere su tiempo y jamás la prisa o la precipitación podrán tener cabida.
El discurso del pan de vida es el desarrollo y explicación que hace el Señor de un gran signo: la multiplicación de los panes y de los peces. La Eucaristía es el mayor don del Señor, su mayor donación hasta el extremo.
"Este domingo hemos iniciado la lectura del capítulo 6 del Evangelio de Juan. El capítulo se abre con la escena de la multiplicación de los panes, que después Jesús comenta en la sinagoga de Cafarnaúm, indicando a sí mismo como el "pan" que da la vida. Las acciones de Jesús son paralelas a las de la Última Cena: "Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados", como lo dice el Evangelio (Jn. 6,11). La insistencia en el tema del "pan", que es compartido, y sobre el dar gracias (v.11 eucharistesas en griego), recuerdan la Eucaristía, el sacrificio de Cristo para la salvación del mundo.El evangelista señala que la Pascua, la fiesta, estaba cerca (cf. v. 4). La mirada se dirige hacia la Cruz, el don del amor y hacia la Eucaristía, la perpetuación de este don: Cristo se hace pan de vida para los hombres. San Agustín lo comenta así: "¿Quién, sino Cristo es el pan del cielo? Pero para que el hombre pueda comer el pan de los ángeles, el Señor de los ángeles se hizo hombre. Si esto no se hubiera realizado, no tendríamos su cuerpo; al no tener su propio cuerpo, no comeríamos el pan del altar" (Sermón 130,2). La Eucaristía es el mayor y más permanente encuentro del hombre con Dios, en el cual el Señor se hace nuestro alimento, se da a sí mismo para transformarnos en él mismo.En la escena de la multiplicación, se describe también la presencia de un niño que, ante la dificultad de alimentar a tantas personas, ofrece compartir lo poco que tenía: cinco panes y dos peces (cf. Jn. 6,8). El milagro no se produce de la nada, sino de un modesto compartir inicial de lo que un muchacho sencillo tenía con él. Jesús no nos pide lo que no tenemos, sino nos hace ver que si cada uno ofrece lo poco que tiene, puede lograrse una y otra vez el milagro: Dios es capaz de multiplicar nuestro pequeño gesto de amor y hacernos partícipes de su don. La multitud fue sorprendida por el prodigio: ve en Jesús al nuevo Moisés, digno de poder, y en el nuevo maná, el futuro asegurado; pero se detienen en el elemento material, en lo que habían comido, y el Señor, "a sabiendas de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo" (Jn. 6,15). Jesús no es un rey terrenal, que ejerce su dominio, sino un rey que sirve, que se acerca hasta el hombre para satisfacer no solo el hambre material, sino sobre todo un hambre más profundo, el hambre de orientación, de sentido, de verdad, el hambre de Dios.Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que nos ayude a redescubrir la importancia de alimentarnos no solo de pan, sino de verdad, de amor, de Cristo, del cuerpo de Cristo, participando fielmente y con gran conciencia de la Eucaristía, para estar cada vez más íntimamente unidos a Él. En efecto, no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; «nos atrae hacia sí» (Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis, 70). Al mismo tiempo, oremos para que nunca le falte a nadie el pan necesario para una vida digna, y que se terminen las desigualdades no con las armas de la violencia, sino con el compartir y el amor".
(Benedicto XVI, Ángelus, 29-julio-2012).
Amén, así sea.
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