Rememorando el encuentro de Pablo VI con los artistas en la capilla Sixtina, y el precioso discurso pronunciado por aquel gran Papa, Benedicto XVI en 2009 volvió a convocar a los artistas en el mismo lugar y pronunció otro discurso, hondo, teológico, sobre la belleza, el arte, y la Iglesia misma.
Al releerlo, lo primero es la admiración ante unas palabras tan bellas, de tan largo alcance. Parecería un tema menor acostumbrados al activismo y a la salvaje creatividad pastoral, algo que no es urgente. Y sin embargo, hablar de la belleza es ir a la esencia de la vida humana y del Misterio mismo de Dios.
Sigamos los planteamientos de Benedicto XVI y entremos en la consideración de la Belleza misma.
"Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres artistas;
señoras y señores:
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres artistas;
señoras y señores:
Con gran alegría os acojo en este lugar solemne y rico de arte y de recuerdos. A
todos y cada uno dirijo mi cordial saludo, y os agradezco que hayáis aceptado mi
invitación. Con este encuentro deseo expresar y renovar la amistad de la Iglesia
con el mundo del arte, una amistad consolidada en el tiempo, puesto que el
cristianismo, desde sus orígenes, ha comprendido bien el valor de las artes y ha
utilizado sabiamente sus multiformes lenguajes para comunicar su mensaje
inmutable de salvación. Es preciso promover y sostener continuamente esta
amistad, para que sea auténtica y fecunda, adecuada a los tiempos y tenga en
cuenta las situaciones y los cambios sociales y culturales. Este es el motivo de
nuestra cita.
Agradezco de corazón a monseñor Gianfranco Ravasi, presidente del
Consejo pontificio para la cultura y de la Comisión pontificia para los bienes
culturales de la Iglesia, que lo haya promovido y preparado, junto con sus
colaboradores, y le agradezco también las palabras que me acaba de dirigir.
Saludo a los señores cardenales, a los obispos, a los sacerdotes y a las
ilustres personalidades presentes. Doy las gracias también a la Capilla musical
pontificia Sixtina que acompaña este significativo momento. Los protagonistas de
este encuentro sois vosotros, queridos e ilustres artistas, pertenecientes a
países, culturas y religiones distintas, quizá también alejados de las
experiencias religiosas, pero deseosos de mantener viva una comunicación con la
Iglesia católica y de no reducir los horizontes de la existencia a la mera
materialidad, a una visión limitada y banal. Vosotros representáis al variado
mundo de las artes y, precisamente por esto, a través de vosotros quiero hacer
llegar a todos los artistas mi invitación a la amistad, al diálogo y a la
colaboración.
Algunas circunstancias significativas enriquecen este momento. Recordamos el
décimo aniversario de la
Carta a los artistas de mi venerado predecesor,
el siervo de Dios Juan Pablo II. Por primera vez, en la víspera del gran jubileo
del año 2000, este Romano Pontífice, también él artista, escribió directamente a
los artistas con la solemnidad de un documento papal y el tono amistoso de una
conversación entre "los que —como reza el encabezamiento— con apasionada entrega
buscan nuevas "epifanías" de la belleza". El mismo Papa, hace veinticinco años,
había proclamado patrono de los artistas al beato Angélico, presentándolo como
un modelo de perfecta sintonía entre fe y arte.
Pienso también en el 7 de mayo
de 1964, hace cuarenta y cinco años, cuando en este mismo lugar se realizaba un
acontecimiento histórico, que el Papa Pablo VI deseó intensamente para reafirmar
la amistad entre la Iglesia y las artes. Las palabras que pronunció en aquella
circunstancia siguen resonando hoy bajo la bóveda de esta Capilla Sixtina,
tocando el corazón y el intelecto. "Os necesitamos —dijo—. Nuestro ministerio
necesita vuestra colaboración. Porque, como sabéis, nuestro ministerio es
predicar y hacer accesible y comprensible, más aún, conmovedor, el mundo del
espíritu, de lo invisible, de lo inefable, de Dios. Y en esta operación...
vosotros sois maestros. Es vuestro oficio, vuestra misión; y vuestro arte
consiste en descubrir los tesoros del cielo del espíritu y revestirlos de
palabra, de colores, de formas, de accesibilidad" (Insegnamenti II,
[1964], 313). La estima de Pablo VI por los artistas era tan grande que lo
impulsó a formular expresiones realmente atrevidas: "Si nos faltara vuestra
ayuda —proseguía—, el ministerio sería balbuciente e inseguro y necesitaría
hacer un esfuerzo, diríamos, para ser él mismo artístico, es más, para ser
profético. Para alcanzar la fuerza de expresión lírica de la belleza intuitiva,
necesitaría hacer coincidir el sacerdocio con el arte" (ib., 314). En esa
circunstancia, Pablo VI asumió el compromiso de "restablecer la amistad entre la
Iglesia y los artistas", y les pidió que aceptaran y compartieran ese
compromiso, analizando con seriedad y objetividad los motivos que habían turbado
esa relación, y asumiendo cada uno, con valentía y pasión, la responsabilidad de
un renovado itinerario de conocimiento y de diálogo, profundo, con vistas a un
auténtico "renacimiento" del arte, en el contexto de un nuevo humanismo.
Ese histórico encuentro, como decía, tuvo lugar aquí, en este santuario de fe y
de creatividad humana. Por lo tanto, no es una casualidad que nos encontremos
precisamente en este lugar, precioso por su arquitectura y por sus dimensiones
simbólicas, pero más aún por los frescos que lo hacen inconfundible, comenzando
por las obras maestras de Perugino y Botticelli, Ghirlandaio y Cosimo Rosselli,
Luca Signorelli y otros, hasta llegar a las Historias del Génesis y al
Juicio universal, obras excelsas de Miguel Ángel Buonarroti, que dejó aquí
una de las creaciones más extraordinarias de toda la historia del arte. También
aquí ha resonado a menudo el lenguaje universal de la música, gracias al genio
de grandes músicos, que pusieron su arte al servicio de la liturgia, ayudando al
alma a elevarse a Dios. Al mismo tiempo, la Capilla Sixtina es un cofre singular
de recuerdos, ya que constituye el escenario, solemne y austero, de
acontecimientos que marcan la historia de la Iglesia y de la humanidad. Aquí
como sabéis, el Colegio de los cardenales elige al Papa; aquí viví también yo,
con trepidación y confianza absoluta en el Señor, el inolvidable momento de mi
elección como Sucesor del Apóstol Pedro.
Queridos amigos, dejemos que estos frescos nos hablen hoy, atrayéndonos hacia la
meta última de la historia humana".
(Benedicto XVI, Disc. en el encuentro con los artistas, 21-noviembre-2009).
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