sábado, 14 de julio de 2018

Iglesia, belleza, artistas (V)

Rememorando el encuentro de Pablo VI con los artistas en la capilla Sixtina, y el precioso discurso pronunciado por aquel gran Papa, Benedicto XVI en 2009 volvió a convocar a los artistas en el mismo lugar y pronunció otro discurso, hondo, teológico, sobre la belleza, el arte, y la Iglesia misma.

Al releerlo, lo primero es la admiración ante unas palabras tan bellas, de tan largo alcance. Parecería un tema menor acostumbrados al activismo y a la salvaje creatividad pastoral, algo que no es urgente. Y sin embargo, hablar de la belleza es ir a la esencia de la vida humana y del Misterio mismo de Dios.


Sigamos los planteamientos de Benedicto XVI y entremos en la consideración de la Belleza misma.


"Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres artistas;
señoras y señores:

Con gran alegría os acojo en este lugar solemne y rico de arte y de recuerdos. A todos y cada uno dirijo mi cordial saludo, y os agradezco que hayáis aceptado mi invitación. Con este encuentro deseo expresar y renovar la amistad de la Iglesia con el mundo del arte, una amistad consolidada en el tiempo, puesto que el cristianismo, desde sus orígenes, ha comprendido bien el valor de las artes y ha utilizado sabiamente sus multiformes lenguajes para comunicar su mensaje inmutable de salvación. Es preciso promover y sostener continuamente esta amistad, para que sea auténtica y fecunda, adecuada a los tiempos y tenga en cuenta las situaciones y los cambios sociales y culturales. Este es el motivo de nuestra cita. 


Agradezco de corazón a monseñor Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo pontificio para la cultura y de la Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia, que lo haya promovido y preparado, junto con sus colaboradores, y le agradezco también las palabras que me acaba de dirigir. Saludo a los señores cardenales, a los obispos, a los sacerdotes y a las ilustres personalidades presentes. Doy las gracias también a la Capilla musical pontificia Sixtina que acompaña este significativo momento. Los protagonistas de este encuentro sois vosotros, queridos e ilustres artistas, pertenecientes a países, culturas y religiones distintas, quizá también alejados de las experiencias religiosas, pero deseosos de mantener viva una comunicación con la Iglesia católica y de no reducir los horizontes de la existencia a la mera materialidad, a una visión limitada y banal. Vosotros representáis al variado mundo de las artes y, precisamente por esto, a través de vosotros quiero hacer llegar a todos los artistas mi invitación a la amistad, al diálogo y a la colaboración.

Algunas circunstancias significativas enriquecen este momento. Recordamos el décimo aniversario de la Carta a los artistas de mi venerado predecesor, el siervo de Dios Juan Pablo II. Por primera vez, en la víspera del gran jubileo del año 2000, este Romano Pontífice, también él artista, escribió directamente a los artistas con la solemnidad de un documento papal y el tono amistoso de una conversación entre "los que —como reza el encabezamiento— con apasionada entrega buscan nuevas "epifanías" de la belleza". El mismo Papa, hace veinticinco años, había proclamado patrono de los artistas al beato Angélico, presentándolo como un modelo de perfecta sintonía entre fe y arte. 

Pienso también en el 7 de mayo de 1964, hace cuarenta y cinco años, cuando en este mismo lugar se realizaba un acontecimiento histórico, que el Papa Pablo VI deseó intensamente para reafirmar la amistad entre la Iglesia y las artes. Las palabras que pronunció en aquella circunstancia siguen resonando hoy bajo la bóveda de esta Capilla Sixtina, tocando el corazón y el intelecto. "Os necesitamos —dijo—. Nuestro ministerio necesita vuestra colaboración. Porque, como sabéis, nuestro ministerio es predicar y hacer accesible y comprensible, más aún, conmovedor, el mundo del espíritu, de lo invisible, de lo inefable, de Dios. Y en esta operación... vosotros sois maestros. Es vuestro oficio, vuestra misión; y vuestro arte consiste en descubrir los tesoros del cielo del espíritu y revestirlos de palabra, de colores, de formas, de accesibilidad" (Insegnamenti II, [1964], 313). La estima de Pablo VI por los artistas era tan grande que lo impulsó a formular expresiones realmente atrevidas: "Si nos faltara vuestra ayuda —proseguía—, el ministerio sería balbuciente e inseguro y necesitaría hacer un esfuerzo, diríamos, para ser él mismo artístico, es más, para ser profético. Para alcanzar la fuerza de expresión lírica de la belleza intuitiva, necesitaría hacer coincidir el sacerdocio con el arte" (ib., 314). En esa circunstancia, Pablo VI asumió el compromiso de "restablecer la amistad entre la Iglesia y los artistas", y les pidió que aceptaran y compartieran ese compromiso, analizando con seriedad y objetividad los motivos que habían turbado esa relación, y asumiendo cada uno, con valentía y pasión, la responsabilidad de un renovado itinerario de conocimiento y de diálogo, profundo, con vistas a un auténtico "renacimiento" del arte, en el contexto de un nuevo humanismo.

Ese histórico encuentro, como decía, tuvo lugar aquí, en este santuario de fe y de creatividad humana. Por lo tanto, no es una casualidad que nos encontremos precisamente en este lugar, precioso por su arquitectura y por sus dimensiones simbólicas, pero más aún por los frescos que lo hacen inconfundible, comenzando por las obras maestras de Perugino y Botticelli, Ghirlandaio y Cosimo Rosselli, Luca Signorelli y otros, hasta llegar a las Historias del Génesis y al Juicio universal, obras excelsas de Miguel Ángel Buonarroti, que dejó aquí una de las creaciones más extraordinarias de toda la historia del arte. También aquí ha resonado a menudo el lenguaje universal de la música, gracias al genio de grandes músicos, que pusieron su arte al servicio de la liturgia, ayudando al alma a elevarse a Dios. Al mismo tiempo, la Capilla Sixtina es un cofre singular de recuerdos, ya que constituye el escenario, solemne y austero, de acontecimientos que marcan la historia de la Iglesia y de la humanidad. Aquí como sabéis, el Colegio de los cardenales elige al Papa; aquí viví también yo, con trepidación y confianza absoluta en el Señor, el inolvidable momento de mi elección como Sucesor del Apóstol Pedro. 

Queridos amigos, dejemos que estos frescos nos hablen hoy, atrayéndonos hacia la meta última de la historia humana". 
 
(Benedicto XVI, Disc. en el encuentro con los artistas, 21-noviembre-2009).

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