jueves, 31 de mayo de 2018

La santidad de todo un pueblo (Palabras sobre la santidad - LIV)

Fascinante y provocador es el reto: ¡todos llamados a la santidad, todos santos! Ya en el libro del Levítico, Dios se dirige a su pueblo Israel diciendo: "Seréis santos porque yo, el Señor, soy santo" (Lv 11,5). Esta misma cita la recoge el apóstol san Pedro para decirle a los bautizados, al nuevo y verdadero Israel, el pueblo de Dios: "está escrito: Sed santos..." (1P 1,16).


Realmente fascinante y provocador es el reto, ya que, por una parte, hay que ser consciente de la pertenencia gratuita, sacramental, por pura elección y gracia, a un pueblo santo porque le pertenece a Dios, porque es de Dios, porque Él lo diseña, lo convoca, lo dirige, lo santifica; por otra parte, reconociendo la belleza de la santidad, es un reto dejarse conducir personalmente por la mano del Señor y vivir santamente.

Sería un error considerar entonces la santidad no como la cualidad y la vocación de todos los miembros del pueblo cristiano, sino como una especial y exclusiva llamada a unos pocos, sacerdotes y consagrados, permitiéndose los demás miembros, la inmensa mayoría por otra parte, una vida cristiana bajo mínimos, formalmente correcta, pero sin tensión espiritual, ni elevación.

No, no puede ser así, ni sería sano ni espiritual ni pastoralmente olvidar que todos están llamados a la santidad, y que ésta no es una vocación para privilegiados, sino para todo bautizado:

                "Puesto que hablamos de santidad, es oportuno tocar brevemente aquí y corregir la opinión de quienes creen que la verdadera santidad, cual la propone la Iglesia Católica, no se refiere ni obliga a todos los cristianos, sino sólo a algunos, bien sea individualmente, o unidos a otros por votos religiosos.
           Este antiguo error reaparece en las abstrusas y descaradas expresiones de algunos que, desconcertados y desconcertadores, falsamente distinguen la perfección cristiana de la perfección evangélica, y hacen mediar absurdas distancias entre los actos de la caridad de los monjes y sacerdotes, y de los seglares; o bien distorsionan con falsas interpretaciones los decretos del reciente Concilio Ecuménico, en donde claramente se sanciona y desea de todos los fieles y toda clase de seglares deben tender con corazón pleno a la santidad de vida (LG 40; AA 4; GS 48), pues la gracia divina les da posibilidad" (Pablo VI, Carta apostólica Sabaudie gemma, 29-enero-1967).

martes, 29 de mayo de 2018

Iglesia, belleza, artistas (III)

Las relaciones entre la Iglesia y el arte, o entre la Iglesia y los artistas, no siempre han sido fáciles, ni cercanas, ni afectuosas. Y sin embargo, ambos se reclaman, se necesitan, se apoyan.

Ambas partes han cometido sus errores como para distanciarse pero sin enemistarse.


Llegamos aquí al núcleo y corazón de este discurso, elegantemente escrito -dicho sea de paso- y de vigencia hoy, con actualidad constante.

Cuando se refiere a la parte de error cometida por la Iglesia, no podremos menos que asentir al ver cómo hemos preferido obras vulgares, baratas, renunciando al arte verdadero. Se podría decir que en muchas facetas, hemos preferido lo populista, lleno de feísmo, antes que el arte. Ha faltado sensibilidad. Ha faltado cuidado.


"Por tanto, hemos sido siempre amigos. Pero, como sucede entre parientes, como pasa entre amigos, la relación se ha deteriorado un poco. No hemos roto, pero hemos contrariado nuestra amistad. ¿Me permitís una palabra sincera? Vosotros nos habéis abandonado un poco, os habéis alejado, para ir a beber a otras fuentes, si bien con el legítimo deseo de expresar otras cosas; pero ciertamente no las nuestras.

Tendríamos otras observaciones que hacer, pero no queremos en esta mañana incomodaros y resultar descorteses. Sabéis que llevamos una cierta herida en el corazón, cuando os vemos volcados en ciertas expresiones artísticas que nos ofenden a nosotros, tutores de la entera humanidad, de la definición completa del hombre, de su salud integral, de su estabilidad. Vosotros separáis el arte de la vida, y entonces... 

domingo, 27 de mayo de 2018

¿Dónde está Jesús? (El Sagrario - y II)


            El Sagrario, que también se denomina tabernáculo o reserva eucarística, guarda tras su puerta las especies eucarísticas, el pan que consagrado en la Santa Misa se ha convertido en el Cuerpo real de Cristo, verdadera y sustancialmente. 
             Una vela normalmente roja arde siempre encendida cerca de él, como una ofrenda (nuestra vida debe consumirse siempre ante el Señor) y como una señal para que siempre se sepa dónde está el Santísimo. A veces el Sagrario se cubre también con un velo o cortina (el conopeo) que sirve igualmente para señalar dónde está el Señor. 

              Cuando se pasa delante del Sagrario, y sólo para el Señor sacramentado (no ante cualquier altar, retablo o imagen), se hace la genuflexión, es decir, se hace un signo que consiste en poner la rodilla derecha en tierra, pausadamente, para saludar al Señor en homenaje de amor y reverencia. Al entrar en una iglesia, y tras santiguarse con el agua bendita como memoria del bautismo, lo primero es buscar dónde está el Sagrario, hacer la genuflexión y luego orar de rodillas ante él.

Un buen católico sabe estas cosas, las practica y las ama. Un buen católico, que ama a Jesús, convierte el Sagrario en el centro de su vida cristiana, de su oración, de su amor. No se le ocurre a un buen católico omitir la genuflexión ante el Sagrario o pasar delante de una iglesia abierta y no pararse cinco minutos a hacer la visita a Jesús Sacramentado en el Sagrario. Son cosas fundamentales. Elementales. Son inherentes a cualquier católico porque forman parte de la tradición católica que tantos frutos ha dado en santidad, en testimonio, en martirio.

viernes, 25 de mayo de 2018

El bien de la paciencia (San Cipriano, VII)

La caridad es paciente. Sólo se puede amar con un amor sobrenatural si hay paciencia ya que la impaciencia es madre de pecados y destroza todo lo que toca.

La relación de la paciencia con la caridad es expuesta por san Cipriano.


"15. La caridad es el lazo que une a los hermanos, el cimiento de la paz, la trabazón que da firmeza a la unidad; la que es superior a la esperanza y a la fe, la que sobrepuja a la limosna y al martirio; la que quedará con nosotros para siempre en el cielo. Pero quítale la paciencia y queda devastada y no perdura, quítale el jugo del sufrimiento y resignación, y queda sin raíces ni vigor. 

En fin, cuando el Apóstol habla de la caridad, le junta el sufrimiento y la paciencia: “La caridad, dice, es magnánima, es benigna, no es envidiosa, no es hinchada, no se encoleriza, no piensa el mal, todo lo ama, todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre” (1Co 13, 4-5. 7). Con esto nos indica que la caridad puede permanecer, porque puede sufrir todo. Y en otro pasaje: “Aguantándoos, dice, con caridad, poniendo interés en conservar la unión del espíritu con el lazo de la paz” (Ef 4,2). Enseña que no puede conservarse ni la unidad ni la paz, si no se ayudan mutuamente los hermanos y mantienen el vínculo de la unidad con auxilio de la paciencia.

miércoles, 23 de mayo de 2018

¡Jesús! (El nombre de Jesús - I)


            Toda la historia de la humanidad, todas las esperanzas del pueblo de Israel sostenidas por las palabras de los profetas, todos los deseos, inquietudes, preguntas y búsquedas del corazón humano, encuentran una respuesta definitiva en un nombre bendito: “Jesús”. Jesús, el Señor, el Verbo encarnado, Hijo de Dios nacido de María Virgen por obra del Espíritu Santo. 


            Su nombre es fascinante: encierra Misterios grandes, y pronunciar su nombre, el nombre de Jesús, requiere amor y profunda humildad; respeto grande que se llama “temor de Dios”.

“Y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo” (Mt 1,21).

            ¿Qué significa la palabra “Jesús”? Lo encontramos en el sueño en que el ángel revela a san José el misterio de la Encarnación y su papel como custodio del Redentor. Ya san Jerónimo, gran biblista, comenta: “Jesús en hebreo significa salvador. El evangelista ha querido explicitar la etimología de su nombre al decir: “le pondrás por nombre”: Salvador, porque “es él quien salvará a su pueblo” (Com. in Mat, I,1,21). En efecto, explicando en su obra sobre la etimología de los nombres hebreos, afirmará el mismo san Jerónimo: “Jesús (1,1), salvador o que va a salvar”[1], y son palabras sinónimas “Jesús” y “Josué” –el que hizo al pueblo de Israel cruzar el Jordán y entrar en la tierra prometida-: ambos son salvadores del pueblo, y Josué mismo es anuncio, tipo y figura del mismo Jesús Redentor. Por eso ambos nombres, en hebreo, significan “salvador”[2].

            En el Antiguo Testamento aparecen en distintas ocasiones personajes con el nombre de “Jesús” o su equivalente “Josué”, que reciben una misión de Dios para salvar a su pueblo en circunstancias concretas, por eso su nombre siempre significa “salvador”, como en Ex 17,9[3], en Nm 13,16[4], también en Eclo 51,30 o especialmente en Mt 1,21 aplicándose a Cristo. Hay que recordar que, para la mentalidad bíblica, el nombre no es algo accidental, simplemente para identificar a una persona, sino que revela una misión, un encargo de Dios: por ejemplo, Cristo mismo cambiará a Simón su nombre por el de “Pedro”, “Piedra” sobre la que va a edificar su Iglesia (Mt 16,18), y podrían enumerarse muchos más ejemplos.

martes, 22 de mayo de 2018

El rito de la paz en la Misa (y III)

Para una digna realización del rito de la paz en la Misa, que refleje la verdad de lo que se hace -la paz de Cristo- y se evite lo que lo desfigura (meros saludos y abrazos sin más, intentando saludar a todos), la Congregación para el Culto divino, con carta de 8 de junio de 2014, ha recordado lo que ya estaba marcado.



Recoge citas del Misal romano y, explicando el sentido de este rito, recuerda cómo hay que realizarlo y cuáles son las maneras defectuosas que se han introducido.




6. El tema tratado es importante. Si los fieles no comprenden y no demuestran vivir, en sus gestos rituales, el significado correcto del rito de la paz, se debilita el concepto cristiano de la paz y se ve afectada negativamente su misma fructuosa participación en la Eucaristía. Por tanto, junto a las precedentes reflexiones, que pueden constituir el núcleo de una oportuna catequesis al respecto, para la cual se ofrecerán algunas líneas orientativas, se somete a la prudente consideración de las Conferencias de los Obispos algunas sugerencias prácticas:

a) Se aclara definitivamente que el rito de la paz alcanza ya su profundo significado con la oración y el ofrecimiento de la paz en el contexto de la Eucaristía. El darse la paz correctamente entre los participantes en la Misa enriquece su significado y confiere expresividad al rito mismo. Por tanto, es totalmente legítimo afirmar que no es necesario invitar “mecánicamente” a darse la paz. Si se prevé que tal intercambio no se llevará adecuadamente por circunstancias concretas, o se retiene pedagógicamente conveniente no realizarlo en determinadas ocasiones, se puede omitir, e incluso, debe ser omitido. Se recuerda que la rúbrica del Misal dice: “Deinde, pro opportunitate, diaconus, vel sacerdos, subiungit: Offerte vobis pacem” [8].

b) En base a las presentes reflexiones, puede ser aconsejable que, con ocasión de la publicación de la tercera edición típica del Misal Romano en el propio País, o cuando se hagan nuevas ediciones del mismo, las Conferencias consideren si es oportuno cambiar el modo de darse la paz establecido en su momento. Por ejemplo, en aquellos lugares en los que optó por gestos familiares y profanos de saludo, tras la experiencia de estos años, se podrían sustituir por otros gestos más apropiados.


domingo, 20 de mayo de 2018

El sufrimiento en cristiano (León Bloy)

Es una piedra de toque y un crisol para purificarnos y vernos; el sufrimiento en la vida cristiana está presente con dimensiones redentoras.

No resulta fácil vivirlo, sobre todo, buscando las razones para ese sufrimiento que muchas veces permanecen ocultas en el Misterio de Dios, pero que se nos da por mil causas distintas y buenas, bebiendo el cáliz del Señor.


Son esos tiempos de sufrimiento la mayor cercanía a Cristo, incluso cuando se muestra Ausente, o lo percibimos Ausente.

Es una paradoja en la vida cristiana, ya que el siervo y amigo no es menos que su Señor y ha de ser bautizado en el mismo bautismo de cruz con el que Cristo fue bautizado-crucificado.

"¡Señor Jesús, rogáis por los que os crucifician, y crucificáis a los que os aman!" (Bloy, Diarios, 14-junio-1895).

sábado, 19 de mayo de 2018

Plegaria: Jesucristo, Médico y medicina...

¡Jesucristo!

¡Jesucristo fue el amor de los santos!

¡Jesucristo fue la delicia de los santos!

Ellos ahondaron en su Persona, porque Jesucristo lo era todo para ellos. Fueron amados por Cristo y ellos respondieron a su amor con la totalidad de su ser.


Imitaron su vida, sus virtudes, los sentimientos de su Corazón, llegaron a pensar como Cristo, sentir como Cristo, trabajar como Cristo.

Naturalmente, oraron a Cristo y profundizaron en su Persona con la meditación, con la reflexión teológica, sin abarcar el Misterio de su Persona, que es inefable, siempre mayor.

Cristo es el Pastor y el alimento del rebaño a un tiempo; es el Médico y la medicina para las llagas del alma. Y sigue actuando y cuidando a los suyos con amor tierno y fiel.


            "¡Bendita sea tu misericordia, Señor, que tan a tu cargo están los enfermos, que para remedio de ellos “enviaste del cielo un gran Médico, porque –como dice san Agustín- había en el mundo un gran enfermo”!

            Este Señor, por ser Dios, es dueño de las ovejas, pues las crió con el Padre y con el Espíritu Santo. Y se llamó siervo del Padre en cuanto hombre, porque le sirvió y obedeció en la obra de la Redención de los hombres, según está escrito: Él libertará mi cautividad (Is 45,13). Y en otra parte: La voluntad del Señor en la mano de Él será prosperada (cf. Is 53,10). Este Señor fue del que está escrito que halló el camino de la doctrina y la dio a Jacob, su siervo, y a Israel, su amado…


jueves, 17 de mayo de 2018

La vida eucarística - V



            La Eucaristía nos permite disfrutar del mismo Señor, ¡dulzura inefable!, ¡delicadeza del Señor Resucitado!

            La Gran Iglesia, desde su origen y a lo largo de los siglos, ha mirado como precioso tesoro el prodigio eucarístico, el Amor entregado del Señor dándose en el Sacramento. Toda palabra de admiración se queda pequeña para engrandecer y agradecer esta Presencia eucarística.

            ¿Qué vemos al mirar el altar?
            ¿A quién dirigimos el corazón al orar ante el Sagrario?
            ¿Qué recibimos al comulgar?



            “En una ocasión, en Caná de Galilea, cambió el agua en vino, que es afín a  la sangre. ¿Y ahora creeremos que no es digno de fe al cambiar el vino en sangre?... Por ello, tomémoslo, con convicción plena, como el cuerpo y la sangre de Cristo. Pues en la figura [en la apariencia, con la forma] del pan se te da el cuerpo, y en la figura [en la apariencia, con la forma] de vino se te da la sangre, para que, al tomar el cuerpo y la sangre de Cristo, te hagas partícipe de su mismo cuerpo y de su misma sangre. Así nos convertimos en portadores de Cristo, distribuyendo en nuestros miembros su cuerpo y su sangre. Así, según el bienaventurado Pedro, nos hacemos “partícipes de la naturaleza divina””[1]


Esta era la catequesis de S. Cirilo de Jerusalén. Y ésta es la fe inamovible y cierta de todo fiel católico.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Mentes tuorum visita - Veni Creator




Mentes tuorum visita
imple superna gratia
quae tu creasti pectora.

Visita las almas de tus fieles.
Llena de la divina gracia los corazones que Tú mismo has creado.



            ¡Ven!

Ven y visita las almas de los tuyos; tuyos son porque Tú los marcaste y sellaste con un sello indeleble en el Bautismo y la santa Crismación. Ven, visita las almas de los tuyos, renueva en los tuyos la gracia de Pentecostés. En sus corazones, que son templo tuyo, ven, Espíritu Santo, y cólmalos de tu gracia superior y celestial. ¡Tuyos son!, santifícalos, únelos a Cristo, con toda gracia espiritual.

Llenos de esta gracia, podremos discernir, reconocer, dejarnos seducir, por lo “verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable…” (Flp 4,8) y su gracia nos iluminará interiormente para reconocer la verdadera Belleza e inspirarnos a nosotros mismos:

lunes, 14 de mayo de 2018

El rito de la paz en la Misa (II)

La Carta de la Congregación, con fecha 8 de junio de 2014, tras recordar lo significativo de este rito en el contexto eucarístico, continúa citando la exhortación Sacramentum caritatis de Benedicto XVI:


3. En la Exhortación Apostólica post-sinodal Sacramentum caritatis el Papa Benedicto XVI había confiado a esta Congregación la tarea de considerar la problemática referente al signo de la paz [6], con el fin de salvaguardar el valor sagrado de la celebración eucarística y el sentido del misterio en el momento de la Comunión sacramental: «La Eucaristía es por su naturaleza sacramento de paz. Esta dimensión del Misterio eucarístico se expresa en la celebración litúrgica de manera específica con el rito de la paz. Se trata indudablemente de un signo de gran valor (cf. Jn 14,27). En nuestro tiempo, tan lleno de conflictos, este gesto adquiere, también desde el punto de vista de la sensibilidad común, un relieve especial, ya que la Iglesia siente cada vez más como tarea propia pedir a Dios el don de la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana. [...] Por ello se comprende la intensidad con que se vive frecuentemente el rito de la paz en la celebración litúrgica. A este propósito, sin embargo, durante el Sínodo de los Obispos se ha visto la conveniencia de moderar este gesto, que puede adquirir expresiones exageradas, provocando cierta confusión en la asamblea precisamente antes de la Comunión. Sería bueno recordar que el alto valor del gesto no queda mermado por la sobriedad necesaria para mantener un clima adecuado a la celebración, limitando por ejemplo el intercambio de la paz a los más cercanos» [7].



sábado, 12 de mayo de 2018

¿Dónde está Jesús? (El sagrario - I)


            Invocamos a Jesús, le tenemos devoción a Jesús. Perfecto. Es necesario. ¿Pero quién se contenta con ver la foto de alguien a quien quiere en vez de estar con él, salir juntos, comer, dar un paseo? Cuando se quiere a alguien, lo que se quiere es estar con él, convivir, compartir... y una foto es sólo un recordatorio y una suplencia. Nada puede sustituir la presencia de la persona querida.


            Con Jesús, claro está, ocurre lo mismo. Tenemos la gran ventaja de su presencia real. Está muy cerca porque el Sacramento de la Eucaristía es su presencia real y en cada Sagrario está Él: basta acercarse, rezar de rodillas, mirar la puerta del Sagrario y la vela roja encendida cerca de él para estar en su presencia, disfrutar de su amor, gozar de su compañía, hablarle, interceder, conversar con Cristo. Ahí está: en cada Sagrario, ¡Jesús vivo!

            Deberíamos abrir los ojos del corazón con sencillez, dilatar y ensanchar nuestra alma, encender nuestros afectos y devoción y asombrarnos de tan gran maravilla; será ocasión de ver la Belleza del Misterio de la Eucaristía, para contemplar y gozar de la potencia y Vida de Cristo Resucitado. Entonces, y sólo entonces, quedaremos fascinados por Cristo. ¿Cómo es posible, Señor, que te hayas quedado con nosotros? ¿Cómo es que te has dignado cambiar la sustancia del pan en tu cuerpo? ¿Cómo puede ser, Señor, que tu delicia sea estar con los hijos de los hombres; cómo que Tú nos des pan vivo, alimento de inmortalidad? Señor de infinita misericordia, Resucitado, ¿tanto amor nos tienes que te entregas a nosotros en el Sacramento de la Eucaristía?

            Es menester que brote en nosotros, en cada alma, asombro, admiración, amor, gratitud, ante el portento del amor que es la Eucaristía. Sólo así habrá en nuestra alma verdadero amor por la Eucaristía y la consideraremos como lo que es, un gran regalo, el más grande y verdadero regalo del Resucitado.

jueves, 10 de mayo de 2018

Evangelizador, san Juan de Ávila



            Junto con sus discípulos y amigos, san Juan de Ávila se convierte en un misionero popular, un itinerante por los caminos andaluces, para una población muy ignorante en materia de fe. Su afán es Cristo y quiere renovar la vida cristiana, inyectarle el fuego del Espíritu Santo.


             Recorre Andalucía, Extremadura y la zona sur de la Mancha predicando: Sevilla, Jerez de la Frontera, Zafra, Alcalá de Guadaira, Utrera, Écija, Palma del Río, Córdoba, la sierra de Córdoba, Priego, Úbeda, Baeza, Granada, Fregenal de la Sierra,… Montilla.

            Promueve la vida cristiana predicando mucho, al mejor estilo paulino, sobre Cristo crucificado y el amor como respuesta a Cristo, ya que “todo nos convida” a amarle. Llama a la conversión y a la reforma de las costumbres, entregándose al amor de Dios, tema éste constante en san Juan de Ávila.

            Como una gran misión popular, junto a sus grandes sermones en la iglesia mayor y a veces en la plaza (porque no cabían tantos en la iglesia), le dedica tiempo y atención a la instrucción cristiana más básica, las oraciones y los mandamientos, y ocupa sus horas en el confesionario donde Cristo regenera haciendo que brote la vida de la gracia.

miércoles, 9 de mayo de 2018

Iglesia, belleza, artistas (II)

Continúa el discurso de Pablo VI a los artistas, reconociendo cómo la Iglesia los necesita, necesita el arte y la belleza, y para ello hay razones poderosas.

¿Cuáles?

¿Por qué?




"¿Hemos de decir la gran palabra que por otra parte ya conocéis? Tenemos necesidad de vosotros.

Nuestro ministerio tiene necesidad de vuestra colaboración. Porque, como sabéis, nuestro ministerio consiste en predicar y hacer accesible y comprensible, es más, conmovedor, el mundo del espíritu, de lo invisible, de lo inefable, de Dios. ¡Y en esta operación, que trasvasa el mundo invisible en fórmulas accesibles, inteligibles, vosotros sois maestros! 

Es vuestro trabajo, vuestra misión; y vuestro arte consiste precisamente en arrebatar del cielo del espíritu sus tesoros y revestirlos de palabra, de colores, de formas y accesibilidad. Y no sólo una accesibilidad como la del maestro de lógica o matemática, que hace, sí, comprensibles los tesoros del mundo inaccesible a las facultades cognoscitivas de los sentidos y a nuestra inmediata percepción de las cosas. 

Vosotros tenéis también la prerrogativa de, en el acto mismo en que hacéis accesible y comprensible el mundo del espíritu, conservar su inefabilidad, el sentido de su trascendencia, su halo de misterio, esta necesidad de alcanzarlo en la facilidad y en el esfuerzo al mismo tiempo.

lunes, 7 de mayo de 2018

Toda parroquia, escuela de santidad, laboratorio de la fe

La parroquia -retengamos este concepto- es la gran comunidad cristiana, integradora, asentada en un territorio. Es la Iglesia entre las casas de sus hijos y de sus hijas, y la pertenencia se da según el domicilio.

En ella convergen personas, hijos de Dios y de la Iglesia, sin selección alguna: de todas las edades, condiciones sociales, diferente compromiso cristiano, vivencias distintas.


La parroquia realiza la unidad de todos en la diversidad, congrega en la unidad, dando un testimonio visible de Jesucristo en el lugar (barrio, ciudad, pueblo, aldea) donde está enclavada.

Se equivocaría terriblemente quien viera en ella el lugar para cumplir unos ritos, acudir con espíritu individualista a vivir unas ciertas ceremonias y sacramentos y por tanto la considerase inútil, estancada o muerta. 

La parroquia, toda parroquia, posee su propio dinamismo, su misión, su papel específico evangelizador y santificador. No está pasada de moda, sino que por su peculiar naturaleza está viva y crece.

sábado, 5 de mayo de 2018

La carne para la resurrección

La santa Pascua del Señor ilumina las realidades últimas, la escatología, en la que el hombre redimido por el sacrificio pascual de Jesucristo, llega a su destino último y feliz.

Resucita Cristo, resucita la carne de Cristo, transida por el Espíritu Santo. 

Es el Espíritu quien irrumpió con fuerza vivificadora en el sepulcro y tomando la carne muerta del Verbo encarnado, la resucita y la llena de gloria.

La carne de Cristo ha sido vivificada, y es que la carne, la corporalidad, la materialidad, forma parte del hombre creado, de la naturaleza humana.

Enseña el Catecismo:

364 El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la "imagen de Dios": es cuerpo humano precisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu (cf. 1 Co 6,19-20; 15,44-45):
«Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día» (GS 14,1).
365 La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la "forma" del cuerpo (cf. Concilio de Vienne, año 1312, DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza.

jueves, 3 de mayo de 2018

El bien de la paciencia (San Cipriano, VI)

Hacer el bien en un momento puntual y concreto puede ser hasta fácil: una ayuda ocasional, un servicio concreto a alguien, una obra de misericordia corporal o espiritual.

Lo que ya es difícil, y requiere virtud, es continuar haciendo el bien, de forma constante, permanente, cuando nada externo nos ayuda, cuando no se ven resultados ni palabras de ánimo, o las circunstancias exteriores son adversas, o continuar haciendo el bien nos supone algún tipo de incomodidad, peligro o persecución.


La perseverancia en el bien sólo la alcanzan quienes son pacientes, aquellos que ya han adquirido la virtud de la paciencia. Entonces hacen siempre el bien a pesar de las resistencias o ataques exteriores o dificultades que se encuentran por el camino.

La consideración sobre el bien que es la paciencia adquiere aquí ese argumento más en favor de su necesidad. San Cipriano lo pondera.


"13. Es saludable el siguiente aviso del Señor, maestro nuestro: “El que se sostuviese hasta el fin, éste se salvará” (Mt 10,22). Y en otro lugar: “Si guardareis mi palabra, seréis verdaderos discípulos míos” (Jn 8,31). Hemos de soportar y perseverar, hermanos amadísimos, para que, con la esperanza de la verdad y libertad, podamos alcanzar la misma verdad y libertad; porque se es cristiano por la fe y la esperanza, pero para que logremos el fruto de ellas nos es precisa la paciencia. Pues no vamos tras la gloria de acá, sino tras la futura, conforme a lo que nos avisa el apóstol Pablo cuando dice. “Hemos sido salvados por la esperanza. La esperanza que se ve, ya no es esperanza; si uno ya lo ve, ¿cómo va a esperar lo que está viendo? Mas, si esperamos lo que no vemos, nos sostenemos por la espera de ello” (Rm 8,24-25).

martes, 1 de mayo de 2018

Lo que corresponde a una Iglesia santa (Palabras sobre la santidad - LIII)

Amorosísima para su Esposo, y fiel a Él, la Iglesia es santa para corresponder a la dignidad de su Señor, Jesucristo. Él la ha hecho santa para desposarla consigo. La ha enriquecido de dones, gracias, virtudes, carismas, ministerios; la ha embellecido y rejuvenecido constantemente con su Espíritu Santo. ¡Ella es santa por la santidad que le confiere Cristo!

Todo en la Iglesia debe estar al servicio de la santidad y todo está en función de la santidad: una santidad que es esponsal, una santidad que le viene dada por la plenitud del Espíritu Santo. Es santa en sí misma por obra del Señor.

Así lo confesamos, alegres, llenos de gozo, en el Credo: "Creo en la Iglesia que es santa..."

"Durante nuestra vida esta revelación es todavía incompleta; tiene lugar “per speculum, in aenigmate”, como por reflejo, bajo un velo arcano (1Co 13,12); el aspecto divino en la santidad es sólo y escasamente patente, aunque no sea del todo escondido para nosotros, y para un ojo limpio se manifiesta ya de tal manera que llena a toda la Iglesia de su espléndido adorno y constituye una de sus “notas” distintivas y características, precisamente la de la santidad de la Iglesia; nota, que frecuentemente no descubre la observación profana y que niega el juicio fenoménico sobre la humanidad de la Iglesia a causa de los defectos y pecados, que, por culpa del elemento humano de que ella está compuesta, la esconden y la deforman. Pero no hasta el punto de que tal nota de santidad pase inadvertida para la honesta observación de los hombres de este mundo" (Pablo VI, Homilía en la beatificación de 24 mártires de Corea, 6-octubre-1968).

A la vez, y como contraste, sabemos y vemos los pecados, los fallos y las debilidades de la Iglesia: es éste su rostro humano, el que formamos cada uno de nosotros, pecadores, y por tanto, nosotros los que ensuciamos su limpia hermosura, los que ajamos su rostro con el surco y arrugas de pecados, ambiciones, apatía, mediocridad, tibieza.