Fascinante y provocador es el reto: ¡todos llamados a la santidad, todos santos! Ya en el libro del Levítico, Dios se dirige a su pueblo Israel diciendo: "Seréis santos porque yo, el Señor, soy santo" (Lv 11,5). Esta misma cita la recoge el apóstol san Pedro para decirle a los bautizados, al nuevo y verdadero Israel, el pueblo de Dios: "está escrito: Sed santos..." (1P 1,16).
Realmente fascinante y provocador es el reto, ya que, por una parte, hay que ser consciente de la pertenencia gratuita, sacramental, por pura elección y gracia, a un pueblo santo porque le pertenece a Dios, porque es de Dios, porque Él lo diseña, lo convoca, lo dirige, lo santifica; por otra parte, reconociendo la belleza de la santidad, es un reto dejarse conducir personalmente por la mano del Señor y vivir santamente.
Sería un error considerar entonces la santidad no como la cualidad y la vocación de todos los miembros del pueblo cristiano, sino como una especial y exclusiva llamada a unos pocos, sacerdotes y consagrados, permitiéndose los demás miembros, la inmensa mayoría por otra parte, una vida cristiana bajo mínimos, formalmente correcta, pero sin tensión espiritual, ni elevación.
No, no puede ser así, ni sería sano ni espiritual ni pastoralmente olvidar que todos están llamados a la santidad, y que ésta no es una vocación para privilegiados, sino para todo bautizado:
"Puesto que hablamos de santidad, es oportuno tocar brevemente aquí y corregir la opinión de quienes creen que la verdadera santidad, cual la propone la Iglesia Católica, no se refiere ni obliga a todos los cristianos, sino sólo a algunos, bien sea individualmente, o unidos a otros por votos religiosos.Este antiguo error reaparece en las abstrusas y descaradas expresiones de algunos que, desconcertados y desconcertadores, falsamente distinguen la perfección cristiana de la perfección evangélica, y hacen mediar absurdas distancias entre los actos de la caridad de los monjes y sacerdotes, y de los seglares; o bien distorsionan con falsas interpretaciones los decretos del reciente Concilio Ecuménico, en donde claramente se sanciona y desea de todos los fieles y toda clase de seglares deben tender con corazón pleno a la santidad de vida (LG 40; AA 4; GS 48), pues la gracia divina les da posibilidad" (Pablo VI, Carta apostólica Sabaudie gemma, 29-enero-1967).