Junto
con sus discípulos y amigos, san Juan de Ávila se convierte en un misionero
popular, un itinerante por los caminos andaluces, para una población muy
ignorante en materia de fe. Su afán es Cristo y quiere renovar la vida
cristiana, inyectarle el fuego del Espíritu Santo.
Recorre
Andalucía, Extremadura y la zona sur de la Mancha predicando: Sevilla, Jerez de la Frontera, Zafra, Alcalá
de Guadaira, Utrera, Écija, Palma del Río, Córdoba, la sierra de Córdoba,
Priego, Úbeda, Baeza, Granada, Fregenal de la Sierra,… Montilla.
Promueve
la vida cristiana predicando mucho, al mejor estilo paulino, sobre Cristo
crucificado y el amor como respuesta a Cristo, ya que “todo nos convida” a
amarle. Llama a la conversión y a la reforma de las costumbres, entregándose al
amor de Dios, tema éste constante en san Juan de Ávila.
Como
una gran misión popular, junto a sus grandes sermones en la iglesia mayor y a
veces en la plaza (porque no cabían tantos en la iglesia), le dedica tiempo y
atención a la instrucción cristiana más básica, las oraciones y los mandamientos,
y ocupa sus horas en el confesionario donde Cristo regenera haciendo que brote
la vida de la gracia.
Es
el sacerdote que evangeliza conduciendo a todos a Cristo. No pretende que sean
simplemente “buenas personas”, al uso hoy en nuestro lenguaje secular teñido de
moralismo, sino creyentes, injertados en Cristo, que aspiran a la santidad de
vida. Es la experiencia de la conversión: la evangelización auténtica convierte
a Cristo.
Evangelizar,
no se puede olvidar, es proclamar a Cristo para que creyendo esperen y
esperando amen al Señor. Los esfuerzos pastorales en todos los sentidos no
deben ser un mero entretenimiento con buena voluntad en tantos casos, sino
evangelización; el activismo reinante suele ser en el fondo un obstáculo; los
medios deberán servir en tanto en cuanto evangelicen realmente y si no es así,
modificarlos.
¡Cristo
es la pasión del evangelizador! Atendamos a la naturaleza y verdad de la
evangelización para no identificarla, sin más, con acciones buenas, o
solidarias, o festivas, o de convivencia humana:
“La
evangelización también debe contener siempre —como base, centro y a la vez
culmen de su dinamismo— una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de
Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres,
como don de la gracia y de la misericordia de Dios. No una salvación puramente
inmanente, a medida de las necesidades materiales o incluso espirituales que se
agotan en el cuadro de la existencia temporal y se identifican totalmente con
los deseos, las esperanzas, los asuntos y las luchas temporales, sino una
salvación que desborda todos estos límites para realizarse en una comunión con
el único Absoluto Dios, salvación trascendente, escatológica, que comienza
ciertamente en esta vida, pero que tiene su cumplimiento en la eternidad”
(Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 27).
Cuanto
hagamos en nuestras parroquias y comunidades cristianas deben tener un objeto
último muy presente: provocar, favorecer, el encuentro con Cristo y la
conversión de vida… para desembocar en el seguimiento.
Nuestro encuentro con Cristo, esa es la finalidad de nuestra vida
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