viernes, 25 de mayo de 2018

El bien de la paciencia (San Cipriano, VII)

La caridad es paciente. Sólo se puede amar con un amor sobrenatural si hay paciencia ya que la impaciencia es madre de pecados y destroza todo lo que toca.

La relación de la paciencia con la caridad es expuesta por san Cipriano.


"15. La caridad es el lazo que une a los hermanos, el cimiento de la paz, la trabazón que da firmeza a la unidad; la que es superior a la esperanza y a la fe, la que sobrepuja a la limosna y al martirio; la que quedará con nosotros para siempre en el cielo. Pero quítale la paciencia y queda devastada y no perdura, quítale el jugo del sufrimiento y resignación, y queda sin raíces ni vigor. 

En fin, cuando el Apóstol habla de la caridad, le junta el sufrimiento y la paciencia: “La caridad, dice, es magnánima, es benigna, no es envidiosa, no es hinchada, no se encoleriza, no piensa el mal, todo lo ama, todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre” (1Co 13, 4-5. 7). Con esto nos indica que la caridad puede permanecer, porque puede sufrir todo. Y en otro pasaje: “Aguantándoos, dice, con caridad, poniendo interés en conservar la unión del espíritu con el lazo de la paz” (Ef 4,2). Enseña que no puede conservarse ni la unidad ni la paz, si no se ayudan mutuamente los hermanos y mantienen el vínculo de la unidad con auxilio de la paciencia.

16. Y ¿qué decir de que no debes jurar, ni hablar mal, ni exigir lo que te han quitado, lo de ofrecer la otra mejilla después de recibir la bofetada; que debes perdonar a tu hermano que te ha ofendido no sólo setenta y siete veces, sino todas las ofensas; que debes amar a tus enemigos, que debes rogar por los adversarios y perseguidores? ¿Podrías acaso sobrellevar todos estos preceptos si no fuera por la fortaleza de la paciencia? Esto lo cumplió, según sabemos, Esteban, el cual siendo asesinado a pedradas por los judíos, no pedía venganza para sus asesinos, sino perdón con estas palabras: “Señor, no les computes esto como pecado” (Hch 7,60). Tal convenía que fuese el primer mártir de Cristo, para que, por ser el modelo con su gloriosa muerte de los mártires venideros, no sólo se hiciese el pregonero de la Pasión del Señor, sino su imitador en la inmensa mansedumbre y paciencia.

¿Qué diré de la ira, de la discordia, de las enemistades, que no deben tener cabida en el cristiano? Haya paciencia en el corazón y estas pasiones no entrarán en él, o, si intentaren forzar la entrada, presto son rechazadas y se retiran, de modo que continúa el asiento de la paz en el corazón donde tiene Dios sus delicias en habitar. En fin, nos advierte el Apóstol con estas palabras: “No contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis marcados para el día de la redención. Echad de vosotros toda amargura, cólera, indignación, griterío y maldición” (Ef 4,30-31). Si, pues, el cristiano se ha librado de la furia y lucha carnal como de un mar borrascoso, y ha entrado ya sosegado en el puerto seguro de Cristo, no debe admitir en su corazón la ira y la discordia, pues no le es lícito odiar ni volver mal por mal.

17. No es menos necesaria la paciencia para sobrellevar tantas molestias de la carne y las penosas y duras enfermedades del cuerpo, que a cada paso atormentan y atacan a los hombres. En efecto, habiendo desaparecido por el primer pecado la robustez del cuerpo y la inmortalidad, tras la muerte vino la debilidad, y no puede recobrarse la robustez, sino cuando recobremos la inmortalidad; por eso es preciso luchar siempre y con denuedo contra esta fragilidad y debilidad el cuerpo, y no es posible sostener esta lucha sino con las fuerzas de la paciencia. 

Para probarnos y tentarnos caen sobre nosotros tantos dolores y toda clase de contratiempos: pérdidas de bienes, ardientes fiebres, dolores de las llagas, muerte de las personas queridas. No hay otra diferencia entre malos y buenos que las quejas y murmuraciones que brotan de la impaciencia del malo, mientras el bueno hace méritos con su paciencia, como está escrito: “En la tribulación, sosténte y ten paciencia en la humillación, porque en el fuego se prueban el oro y la plata” (Eclo 2,4-5).


18. De ese modo fue cribado y probado Job, llegando por la virtud de la paciencia a la cumbre del mérito. Qué tiros no disparó contra él el diablo, qué máquinas de guerra no puso en juego: le inflinge quebranto del patrimonio familiar, queda privado de sus numerosos hijos; el que, por ser rico en bienes, era señor y padre muy feliz de tantos hijos, queda en un instante sin hacienda y sin hijos. Lo ataca una invasión de llagas, y sus miembros se ven consumidos por la mugre y los gusanos. 
 
Y para que no faltare nada por experimentar a Job en sus pruebas, arma el diablo a su propia mujer, echando mano de su antigua astucia y maldad, como si lo que logró en el principio pudiera hacerlo ahora, engañando y sorprendiendo a todos por medio de la mujer. Y, sin embargo, Job no se deja mellar por tan penosos y terribles golpes para dejar de pregonar, entre tan angustiosos dolores, con el triunfo de su paciencia, la mano bienhechora de Dios. Asimismo Tobías, probado con la pérdida de la vista, tras haber practicado magníficas obras de bondad y de misericordia, en la medida y paciencia con que sobrellevó la ceguera, en la misma mereció de Dios la aprobación y elogio".

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