La Eucaristía nos permite
disfrutar del mismo Señor, ¡dulzura inefable!, ¡delicadeza del Señor
Resucitado!
La Gran Iglesia, desde
su origen y a lo largo de los siglos, ha mirado como precioso tesoro el
prodigio eucarístico, el Amor entregado del Señor dándose en el Sacramento.
Toda palabra de admiración se queda pequeña para engrandecer y agradecer esta
Presencia eucarística.
¿Qué vemos al mirar el altar?
¿A quién dirigimos el corazón al
orar ante el Sagrario?
¿Qué recibimos al comulgar?
“En una ocasión, en Caná de Galilea, cambió el agua en vino, que es afín a la sangre. ¿Y ahora creeremos que no es digno de fe al cambiar el vino en sangre?... Por ello, tomémoslo, con convicción plena, como el cuerpo y la sangre de Cristo. Pues en la figura [en la apariencia, con la forma] del pan se te da el cuerpo, y en la figura [en la apariencia, con la forma] de vino se te da la sangre, para que, al tomar el cuerpo y la sangre de Cristo, te hagas partícipe de su mismo cuerpo y de su misma sangre. Así nos convertimos en portadores de Cristo, distribuyendo en nuestros miembros su cuerpo y su sangre. Así, según el bienaventurado Pedro, nos hacemos “partícipes de la naturaleza divina””[1].
Esta era la catequesis de
S. Cirilo de Jerusalén. Y ésta es la fe inamovible y cierta de todo fiel
católico.
La fe debe ser robustecida y
confirmada: el Señor viene al altar, está y permanece con nosotros en las
especies eucarísticas. Podría decirse que hay como un cierto sentido interior,
sentido espiritual, que discierne, siente y percibe la presencia real del
Señor. Es la fe con sus certezas interiores, es un sentido espiritual más
verdadero que los sentidos corporales. “Sólo la fe nos alumbra” (S. Juan de la Cruz), pero ¡es luz en noches
oscuras para las profundas cavernas de nuestros sentidos, oscuros y ciegos[2]!
Así pues,
“no debes considerar el pan y el vino (de la Eucaristía) como elementos sin mayor significación. Pues, según la afirmación del Señor, son el cuerpo y la sangre de Cristo. Aunque ya te lo sugieren los sentidos, la fe te otorga certidumbre y firmeza. No calibres las cosas por el placer, sino estáte seguro por la fe, más allá de toda duda, de que has sido agraciado con el don del cuerpo y de la sangre de Cristo”[3].
Con fe te adoramos, Dios oculto
aquí.
Con fe, sólo ella nos alumbra, para
reconocerte.
“¡Qué
bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche!
Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche.
Aquesta viva fuente que deseo, en este pan de vida yo lo veo, aunque
es de noche.
¡Qué
bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche!”
¡Magnífico! Gracias padre.
ResponderEliminarUn abrazo fraterno.