miércoles, 31 de mayo de 2017

Veni Creator Spiritus! - ¡Espíritu Creador!



Al inicio, el Padre lo creó todo de la nada con sus dos manos: el Verbo y el Espíritu, escribe san Ireneo: Dios Padre, como fuente y origen de todo, quien actúa por sus manos, que son su Hijo y el Espíritu Santo, su Verbo y su Sabiduría: “El hombre está compuesto de alma y carne, la cual fue formada a semejanza de Dios y plasmada por sus manos, eso es, por el Hijo y el Espíritu” (Adv. Haer. IV, Prol. 4; IV,20,1-4; V, 1,3; 15,4).



El Espíritu es Creador porque infunde vida; lo que era materia inerte, recibe el aliento del Señor soplando sobre ella (Gn 2,7): el soplo del Padre es el Espíritu Santo que anima. El Espíritu Creador da vida a lo que tocaba; “aleteaba sobre la faz de las aguas” (Gn 1,2) y sabemos y confesamos que “les retiras el aliento y expiran, y vuelven a ser polvo; envías tu aliento y los creas, y renovarás la faz de la tierra” (Sal 103).

Creador y vivificador, Señor y dador de Vida: es capaz de encarnar en el seno virginal de Santa María al Verbo eterno, el cuerpo y el alma humana de Jesús, sin concurso de varón. Y este mismo cuerpo, exánime, sepultado, es glorificado y resucitado por el Espíritu desencadenando una nueva creación, una transformación gloriosa –llena, traspasada por el mismo Espíritu- de toda la creación, que recibe como primicia la Resurrección de Cristo pero que aún gime con dolores de parto (Rm 8,22).

lunes, 29 de mayo de 2017

El mundo de la santidad (Palabras sobre la santidad - XXXIX)

Los santos son aquellos que han generado un nuevo mundo, lleno de Dios y, a la vez, de finísima humanidad, porque ellos no eran de este mundo, carnales, con mentalidad mundana, sino de aquel mundo luminoso que es la Gloria de Dios.

En los santos ha brillado la luz de Dios, aquel reflejo que anuncia el cielo nuevo y la tierra nueva, la obra plena de Dios, la renovación de todas las cosas en Cristo.

Vivieron entre nosotros, son de nuestra raza, de nuestra naturaleza, viatores, caminantes al igual que nosotros, pero ahora están en la meta, en el mundo verdadero por el que soñaron y lucharon y fueron fieles: el mundo de la Santidad divina, de la Belleza que los envuelve. 

¿Y ahora se desentenderán de nosotros, pobres mortales?
¿Se olvidarán de este mundo y esta tierra, de sus hermanos que peregrinamos?

Ahora es el momento de una conversación con ellos, de un diálogo ininterrumpido y eficaz: lo divino y lo humano comunicándose, el cielo y la tierra en diálogo, los hermanos santos con sus hermanos llamados a serlo:

sábado, 27 de mayo de 2017

Alabanza a Cristo (Plegaria)

"Ahora te bendecimos,
Cristo mío, Verbo de Dios,
luz de una luz sin principio,
y dador del Espíritu:
triple luz que se unifica
en una única gloria.


Tú has hecho desaparecer las tinieblas
y has establecido la luz,
para crear en la luz todas las cosas
y establecer la materia inestable
en una dignidad de forma
y en el buen orden actual.

Tú has iluminado la mente del hombre
con la razón y la sabiduría,
colocándolo como imagen
del esplendor celeste aquí abajo,
para que en la luz vea la luz
y llegue a ser luz totalmente.

jueves, 25 de mayo de 2017

Ofrecer, orar y santificarse - fundamento de la participación (II)


            El sacerdocio común de los fieles es llamado también sacerdocio bautismal porque es en los sacramentos de la Iniciación cristiana donde se recibe, originando una participación nueva, óntica, de todo nuestro ser, en la Persona y misión del Salvador. En las aguas bautismales nace un pueblo nuevo, ya consagrado al Señor, pueblo sacerdotal.


            El sacerdocio bautismal nace de nuestra regeneración en Cristo y de la unción con el Espíritu Santo:

            “La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos deben saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón?” (S. León Magno, Serm. 4,1).

            En ese sentido, destaca la interpretación patrística de la Unción post-bautismal con el santo Crisma:

            “Al salir de la piscina bautismal, fuiste al sacerdote. Considera lo que vino a continuación. Es lo que dice e salmista: Es ungüento precioso en la cabeza, que va bajando por la barba, que baja por la barba de Aarón. Es el ungüento del que dice el Cantar de los cantares: Tu nombre es como un bálsamo fragante, y de ti se enamorar las doncellas. ¡Cuántas son hoy las almas renovadas que llenas de amor a ti, Señor Jesús, te dicen: Arrástranos tras de ti; correremos tras el olor de tus vestidos, atraídas por el olor de tu resurrección!

            Esfuérzate en penetrar el significado de este rito, porque el sabio lleva los ojos en la cara. Este ungüento va bajando por la barba, esto es, por tu juventud renovada, y por la barba de Aarón, porque te convierte en raza elegida, sacerdotal, preciosa. Todos, en efecto, somos ungidos por la gracia del Espíritu para ser miembros del reino de Dios y formar parte de su sacerdocio” (S. Ambrosio, De Mist., 29-30).

martes, 23 de mayo de 2017

La oración es conocimiento (teología de la oración)

Más que una exposición sistemática, vamos a volver a lo mismo desde distintos enfoques o perspectivas, una consideración global, para captar algo nuclear de la oración: la oración es conocimiento.


Quien ora, va conociendo poco a poco a Dios, quién es Dios, cuál es la obra de Dios, el inmenso amor de Dios. Será una oración sabrosa, que avanza y profundiza muy poco a poco, que necesita tiempo, pero que va logrando conocer a Dios.

La oración, vivida con fidelidad cotidiana, nos permite adentrarnos en el conocimiento de Cristo, en este caso, por la vía de la amistad. El amor quiere conocer más y mejor. La vida de oración no es un lujo elitista, sino una dimensión normal de nuestro ser cristianos. Claro que habrá que iniciar en la vida de oración, acompañar, enseñar a orar y estar con Cristo. Pero sin la oración, difícilmente habrá la solera, la hondura, en la fe.

lunes, 22 de mayo de 2017

La paciencia (Tertuliano - IV)

Siervos humildes somos y sólo hacemos lo que tenemos que hacer. Pero el trabajo obediente a la voluntad de Dios, los trabajos del Padre, sólo se pueden realizar pacientemente, día tras día, momento tras momento.

Es necesaria la constancia, la fortaleza y la perseverancia, para que seamos servidores del Señor, hijos obedientes. Entonces iremos viviendo en una paciente sumisión a Dios, que nada interrumpe ni altera.


Dice Tertuliano en el capítulo IV:


"Capítulo 4: Paciente sumisión a Dios
Ahora bien, si observamos que son los mejores siervos, los que soportan con buena voluntad el humor de su amo y lo sirven para merecer un premio que es fruto de su dedicación y de su complaciente sumisión, ¿cuánto más no debemos nosotros estar solícitos en el servicio del Señor, siendo servidores de un Dios vivo, cuyo juicio no tiene por castigo grillos de esclavitud, ni como premio sombreros de libertad, sino penas o dichas eternas?

sábado, 20 de mayo de 2017

Revitalizar la parroquia (II)

Antes que unas técnicas pastorales, o incluso de marketing, antes que muchos planes pastorales diseñados en despachos y reuniones, hemos de ir a la fuente y al origen.

¿Cómo nace y qué es una comunidad cristiana? Únicamente reconociendo su origen sobrenatural y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en las almas, podremos acomodar nuestros instrumentos y nuestra colaboración a la verdad objetiva y a la naturaleza de una comunidad parroquial.

Después vendrá el segundo momento: discernir lo que conviene a su naturaleza espiritual y sobrenatural, lo que más se acomoda a esa naturaleza. ¡Y poner manos a la obra!



"3. ¿Pero cómo nace una comunidad? Lo sabéis: una comunidad no es una realidad que se pueda simplemente organizar. Comunidad significa comunión. Para que nazca la comunidad no basta el sacerdote, aunque, como representante del obispo, desempeña un papel esencial. Se requiere el empeño de todos los parroquianos, cuya contribución es vital. El Concilio Vaticano II lo ha subrayado con fuerza. Me alegra veros tan comprometidos, conscientes de la llamada que el Señor os dirige para haceros, junto con vuestros sacerdotes, constructores de auténticas comunidades. No es, ciertamente, una empresa fácil. No se trata de una comunidad solamente humana. La comunidad cristiana es una realidad humano-divina. Nuestra pregunta, cómo nace una comunidad, encuentra entonces una respuesta precisa y maravillosa: no nace desde luego por nuestros esfuerzos. Es Cristo mismo quien la suscita. Es el anuncio de su buena noticia la que reúne a los fieles. El origen y el principio de la comunidad eclesial es la palabra de Dios anunciada, escuchada, meditada y puesta luego en contacto con las mil situaciones de cada día, con el fin de “aplicar la perenne verdad a las circunstancias concretas de la vida” (LG 32-33. 26; AA, 2-3; PO, 2. 4).

No basta, en efecto, escuchar la Palabra, no basta anunciarla, hay que vivirla. Sé que os reunís en vuestras comunidades parroquiales en pequeños grupos en los que profundizáis en la palabra de Dios, también mediante el intercambio de las experiencias vividas. Esto es ya un modo de descubrir la dimensión comunitaria de la buena nueva. Sin embargo, poned esta experiencia al servicio de vuestros hermanos y de vuestras hermanas. Convertíos en constructores de comunidades en las que, con el ejemplo de la primera comunidad, se vive y actúa la Palabra (cf. Hch 6,7; 12,24).

4. La comunidad cristiana, así pues, nace de la Palabra, pero tiene por centro y culmen la celebración de la Eucaristía. Mediante la Eucaristía ahonda sus raíces en el misterio del Cristo pascual y, mediante él, en la comunión misma de las tres divinas Personas. ¡Ésta es la abismal profundidad de la vida de una comunidad cristiana! Éste es el significado de las celebraciones litúrgicas: ellas nos muestra el corazón de la vida de Dios; en ellas encontramos a Cristo que, muerto y resucitado, vive entre nosotros.

jueves, 18 de mayo de 2017

Jesucristo es Luz

Jesucristo es la Luz del mundo, la Luz que vence toda tiniebla y que nos hace ver, ya que "su luz nos hace ver la luz" (cf. Sal 35).

El hombre necesita la Luz para ver; sin ella no ve: y aunque los ojos tengan capacidad de visión, sin la luz no pueden distinguir su objeto, ni caminar, ni orientarse.


La búsqueda en la vida está muy bien expresada con el término Luz. A ella aspiramos, a ella nos encaminamos. Puede que en el mundo nos rodeen tinieblas de tipo y sentido muy distinto, pero Cristo es la Luz que nos lleva a descubrir la Verdad y desearla y abrazarla; otras veces el problema no es la luz, sino los ojos del corazón, ciegos por el pecado, que ni quieren ver ni quieren reconocer, e incluso se erigen en guías ciegos para otros ciegos. También en Jesucristo tenemos la solución: Él abre los ojos de los ciegos. "¿Qué quieres que haga por ti? -Señor, que vea".

Una reflexión sobre Jesucristo-Luz y la ceguera espiritual nos la ofrece la palabra del papa Pablo VI al VI Congreso Internacional de la "Cruzada de los ciegos"; son palabras siempre actuales para un mundo que endiosa la oscuridad, se siente cómodo con las tinieblas y ha renunciado a su capacidad de ver y llegar a la Verdad.

"A fuer de cristiano dais testimonio así, en medio de vuestros hermanos, de la fe que os anima y que inspira vuestra activa caridad. Sembradores de esperanza, contribuís a la edificación del Cuerpo de Cristo que, a través de las alegrías y de las pruebas de este mundo, camina hacia la Luz eterna. 

martes, 16 de mayo de 2017

Su Cuerpo resucitado

La catequesis pascual, centro del anuncio evangélico, el kerygma, incluye la resurrección del Señor y su carne glorificada, pero también es a la vez una catequesis escatológica, sobre las realidades últimas, la eternidad y el Reino, la vida eterna y la gloria, que han comenzado ya.


Desde el principio del cristianismo, la resurrección de Cristo ha sido la piedra de toque. Ya le pasó a san Pablo en el areópago, porque en el mundo griego el cuerpo era la cárcel del alma, la materia no tenía dignidad alguna y por tanto la resurrección era imposible aceptarla porque consideraban que sólo el alma inmortal podía tener un destino feliz.

Prolongando este principio de la filosofía griega, las sectas gnósticas hablaran de un dualismo irreconciliable: un prinicipio bueno, el espiritual, el alma, y un principio malo, el cuerpo, la materia. Este gnosticismo en ámbitos cristianos llegará a reinterpretar que el cuerpo de Jesús era aparente, que su cuerpo era sólo una especie de disfraz para su alma divina (= es el docetismo) y por tanto su resurrección, igualmente, era aparente porque jamás tuvo un cuerpo. Eso sería desdecir la dignidad de Dios. Le negaron su humanidad real.

Y lo que explicado así parece lejano, sin embargo, sigue en el lenguaje común hoy, donde al hablar de resurrección pensamos en categorías gnósticas y hablamos de una "resurrección de su espíritu", "resurrección de su mensaje" o que "Jesús resucitó en el corazón de los que le siguen". En ningún momento estos conceptos se ajustan al contenido de la palabra "resurrección" y al acontecimiento histórico de Cristo.

lunes, 15 de mayo de 2017

Las dimensiones de un santo (Palabras sobre la santidad - XXXVIII)

En un santo convergen siempre la gracia y la libertad (ésta movida y preparada antes por la gracia misma); cooperan los santos con la acción de Dios, con absoluta docilidad y llenos de amor, para dejarse modelar y plasmar como barro en manos del Alfarero divino, como una obra de arte en manos del Divino Artista, el Espíritu Santo.

Ellos, los santos, se han entregado de tal modo a Dios, que se convierten en hombres nuevos, una humanidad nueva, que ve de modo distinto, que siente el mundo de manera diferente, nunca adormecidos, ni somnolientos, ni indiferentes al destino y a la vida de sus hermanos, los hombres.

                "Sería interesante examinar... lo que poseen los santos: una visión, que les resulta dolorosa y dramática en un principio; la visión del mal, de las necesidades, de las deficiencias, de la gran infidelidad a la misericordia y a la gracia de Dios. Muchos cristianos continúan pasivos, olvidadizos, por no decir desertores, algunas veces, de la gran llamada que Dios, con el cristianismo, ha lanzado al mundo. Él ha llamado a todos para ser hijos, para ser seguidores de Cristo, para que profesen su fe y ejerciten su caridad. Esta humanidad, que ha recogido la gran vocación cristiana, no pocas veces, por desgracia, se olvida de ella, cae en el sopor o retorna a sus hábitos temporales y se enfanga en los intereses inmediatos de la vida material. Los cree mejores, positivos y capaces de saciar los deseos humanos, superiores a la gran invitación que brota del cielo con la revelación evangélica. De esta forma la sociedad cristiana se convierte, con frecuencia, en inerte e insensible; los que son, por así decir, el manómetro revelador de las ondas divinas que agitan el mundo, son las almas grandes, los santos..." (Pablo VI, Disc. en Frascati, 1-9-1963).

domingo, 14 de mayo de 2017

Espiritualidad de la adoración (XX)

Cristo, con su glorificación y ascensión a los cielos, no ha desaparecido de la escena terrestre, ni nos ha dejado huérfanos; su presencia ha continuado ahora entre nosotros de modo sacramental. Ha cumplido así su promesa: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).


El Señor permanece con su Iglesia de un modo tangible, tremendamente cercano, en el sacramento de la Eucaristía, y la Iglesia, reconociéndole presente, vive el culto eucarístico como un tesoro de aliento y un impulso de vida y santidad. Cristo está con nosotros, permanece con nosotros.

Jesús nos pidió que permaneciéramos en su amor, como Él permanece en el amor del Padre, ofreciéndonos así una posibilidad de vida y amor que brota del seno de la Trinidad.

viernes, 12 de mayo de 2017

Oración, un camino hacia Dios

La vida de oración, al paso de los días y las horas, no es un ejercicio mental para adquirir ideas, peligro éste de la meditación con un libro. No, no vamos a la oración para aumentar el caudal de ideas ni para aprender teología, sino para estar ante una Presencia, gozarnos de su amor, adorar, llegar a Dios.

La oración es siempre un camino, a veces arduo, dificultoso, otras veces llano, fácilmente transitable. Debe pasar por etapas distintas para irnos purificando y, finalmente, no buscar más que a Dios mismo, no sus bienes, sus dones, o aquello que la oración pueda producir en nosotros (paz, sosiego o consuelo). 

La oración, con sus etapas, sus evoluciones, sus purificaciones, es un camino hacia Dios. Buscamos a Dios, estamos ante Dios, queremos que Dios lo sea todo en todos, comenzando por el propio orante.

En camino hacia Dios, debemos aprender a ser orantes, íntegros, auténticos, encaminados correctamente, con ardor y sobre todo con perseverancia:

"Sabemos bien que la oración no se debe dar por descontada: hace falta aprender a orar, casi adquiriendo siempre de nuevo este arte; incluso quienes van muy adelantados en la vida espiritual sienten siempre la necesidad de entrar en la escuela de Jesús para aprender a orar con autenticidad" (Benedicto XVI, Audiencia, 4-mayo-2011).

Todo el hombre, buscando a Dios, entra en la oración. Un deseo inscrito en su más íntima naturaleza necesita ser saciado: hallará el descanso sólo en Dios que lo creó y lo llama.

Antes que ver en la oración unas fórmulas, o unas prácticas para determinados momentos prefijados, dentro del plan de vida, la oración es una tensión de todo el ser del hombre hacia Dios mismo:

jueves, 11 de mayo de 2017

Sacerdocio bautismal, fundamento de la participación (I)


            Una buena teología orienta y determina que pueda darse una buena pastoral, así como una vida espiritual sólida, con solera; pero la ausencia de una buena teología, se presta a las veleidades de unos y otros, a las buenas intenciones y entusiasmos de unos y otros y, por tanto, a la creatividad salvaje, la improvisación y los cambios.


            Para alcanzar el meollo de la cuestión, la participación de los fieles en la liturgia (interior, consciente, activa, externa, plena, fructuosa, devota… adjetivos de la Constitución Sacrosanctum Concilium), se requiere una buena teología que vaya a lo central, en este caso, una teología que ahonde en el sacerdocio bautismal de todo el pueblo santo de Dios. Es este sacerdocio común, conferido por Cristo con su Espíritu Santo, el que determina el modo y la calidad de la participación en la liturgia. Todos deben participar en la santa liturgia en razón de que han sido constituidos sacerdotes para nuestro Dios.

            Este sacerdocio es llamado “sacerdocio bautismal” y “sacerdocio común”, diferente del “sacerdocio ministerial” en esencia y no solamente en grado: “El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo” (LG 10). Los sacerdotes reciben el ministerio, que es distinto en su esencia, para el servicio de los fieles, para la santificación del pueblo cristiano y como ayuda para que todos vivan santamente su sacerdocio bautismal: “El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que goza, forma y dirige el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo a Dios” (Ibíd.).

            Por el bautismo y la confirmación, Dios hace de sus hijos un pueblo santo, sacerdotal, para que vivan a Él consagrados en el mundo; así se entiende que podamos pedir en oración: “Rey todopoderoso, que por el bautismo has hecho de nosotros un sacerdocio real, haz que nuestra vida sea un continuo sacrificio de alabanza”[1].

miércoles, 10 de mayo de 2017

La "vivendi apostolica forma" de san Juan de Ávila



            En cada época de reforma en la Iglesia, surge siempre el mismo anhelo: la vivendi apostolica forma, es decir, adquirir un estilo de vida tan evangélico que imite la forma de vivir y predicar de los apóstoles. Aparece con los canónigos regulares en la Edad Media y vuelve a aparecer en la reforma de Trento. 



              San Juan de Ávila es uno de los santos reformadores que vive ese estilo apostólico: sin bolsa ni dinero, de dos en dos, anunciando, predicando, orando… y es ese estilo pobre, transparente, desprendido, el que avala y da fuerza a su palabra.

            Es un evangelizador al estilo de los apóstoles, que recorre los pueblos a modo de misiones populares por los distintos obispados, para predicar. La fuerza de su testimonio de vida resulta tan importante como sus propias palabras. Y así el estilo sacerdotal-pastoral se convierte en el refuerzo necesario de toda palabra, predicación o enseñanza. 

             Es un estilo sacerdotal para hoy: sin acumular nada, sin buscar el propio beneficio o interés, viviendo al modo de las familias sencillas de nuestras parroquias y no permitiéndonos caprichos o modos de vivir que destaquen o estén por encima de la media de nuestros fieles[1].

martes, 9 de mayo de 2017

Lo nuestro es ser santos

Conocemos de León Bloy una frase lapidaria, que golpea fuerte a la conciencia cristiana: "la única tristeza del mundo es la de no ser santos".


Nuestra vocación es la santidad -¿no lo habremos olvidado?- vivida en el propio estado de vida, como matrimonios, célibes, sacerdotes, religiosos, trabajadores, estudiantes, etc. etc. Nuestra vocación es la santidad.

¿Y nuestra plegaria al Señor? ¿Qué pedirle como un soniquete incansable, como una melodía que modula nuestras súplicas? ¡La santidad! ¡Dame la santidad, Señor!

Así oraba este católico francés, literato, León Bloy, con su esposa y sus hijos, con los amigos a los que acompañó en el camino de la conversión al catolicismo.

"Sólo soy capaz de una oración, de un deseo para los que amo y para mí: ¡Hacednos santos!" (Carta a los Maritain, 16 de enero de 1908).

domingo, 7 de mayo de 2017

Revitalizar la parroquia (I)

Un discurso de Juan Pablo II, hace ya años, dirigido al "Movimiento parroquial", vinculado a los Focolares, puede servirnos de orientación y pauta.

Hemos de descubrir -y valorar después- la riqueza de la parroquia en cuanto comunidad cristiana grande y diversa, en un territorio, y sus posibilidades.


También algunos principios fundamentales para revitalizarla constantemente y que no se fosilice; la clave desde luego será siempre la santidad personal de cada miembro y la sed de santidad; la experiencia honda de Cristo, la vida cristiana que se testimonia transparente para todos, y la caridad real -con menos discursos ideologizados- con los enfermos y los pobres.

Las palabras del Papa darán pie para la reflexión común y ser catequizados sobre esta comunidad nuestra, tan querida, que es la parroquia.



Discurso de Juan Pablo II
a los participantes en el Congreso Internacional
del “Movimiento parroquial”[1]
Sábato, 3-mayo-1986

"Queridísimos hermanos y hermanas.

1. A todos vosotros, mi cordial saludo. Os habéis reunidos de todas partes del mundo para dar vida al I Congreso Internacional del “Movimiento parroquial”. ¡Sed bienvenidos! Me alegra encontrarme con vosotros. En vosotros saludo a todo el Movimiento de los Focolares, del cual es vuestro es una ramificación, expresando mi aprecio por el compromiso que lo anima en el esfuerzo de ser cada vez más fermento evangélico en la sociedad hoy. Un particular pensamiento deseo dirigir a la señorita Chiara Lubich, fundadora y presidente de este multiforme Movimiento, llamado Obra de María, como también a todos cuantos colaboran con él por la difusión en el mundo del amor de Cristo.

viernes, 5 de mayo de 2017

La Pascua es bautismal (textos)

La Cuaresma nació principalmente con un sello catecumenal-bautismal, es decir, como el tiempo de intensa preparación de los catecúmenos que recibirían el Bautismo y la Confirmación en la Eucaristía de la vigilia pascual.

Al principio de la Cuaresma se inscribía el nombre de los catecúmenos que iban a ser bautizados, llamados ya "elegidos"; entonces se intensificaban las catequesis, los ayunos y las oraciones. Los elegidos pasaban por diversos escrutinos en los domingos III, IV y V, para purificar el corazón y recibían los documentos de la fe: el Credo y el Padrenuestro en ritos litúrgicos, así como diversos exorcismos y la unción con el óleo de catecúmenos.

La Cuaresma se presentaba, claramente, como un tiempo bautismal, atendía y esperaba al bautismo, y así se ve en muchos textos aún, oraciones y lecturas. Porque igualmente, hoy, la Cuaresma sigue siendo tiempo bautismal: para los catecúmenos en orden a prepararse bien a su Iniciación cristiana, y para los fieles todos a fin de renovar la gracia sacramental con la renuncia a Satanás y al pecado y la profesión de la fe.

Llegada la noche santa de la Pascua, se abrían las fuentes bautismales que habían estado cerradas, incluso selladas por el obispo, porque la Pascua del Señor se comunicaba mediante la gracia de los sacramentos y así, en el Bautismo, se moría y resucitaba con Cristo. Nunca mejor que en el tiempo de Pascua para vivir la Iniciación cristiana.

La Vida nueva y glorificada del Señor por su Pascua hace que todo se renueve y une a él al hombre viejo para renazca como hombre nuevo. Comienza el tiempo bautismal, comienza la cincuentena pascual, comienza el tiempo sacramental por excelencia. La Iglesia lo vivió profundamente: sólo bautizaba, durante siglos, en el tiempo pascual.

"El día más adecuado para celebrar el bautismo es precisamente el día de Pascua, porque ese día fue consumada la pasión del Señor en la cual somos bautizados" (Tertuliano, De baptismo, 19).

miércoles, 3 de mayo de 2017

La paciencia (Tertuliano - III)

En el tercer capítulo de "La paciencia", de Tertuliano, se nos enseña la infinita paciencia de Cristo. Ésta marca y configura al cristiano que ha de vivir reproduciendo en él la paciencia de su Señor.


Recordemos, como durante toda la Cuaresma cantamos, que Cristo padeció por nosotros "dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas" (1P 5), y al fin y al cabo, su ejemplo de paciencia es también la gracia de la paciencia para nosotros, la reproducción de su paciencia en nosotros, que hemos de irnos configurando con Cristo.

¿De qué modo fue paciente Cristo?

¿Cómo brilló en Cristo la paciencia?

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"Capítulo 3: Paciencia de Cristo
Estas manifestaciones de la sabiduría divina podrían parecer como cosa tal vez demasiado alta y muy de arriba. Pero, ¿qué decir de aquella paciencia que tan claramente se manifestó entre los hombres, en la tierra, como para ser tocada con la mano? Pues siendo Dios sufrió el encarnarse en el seno de una mujer y allí esperó; nacido, no se apuró en crecer; y adulto, no buscó ser conocido; más bien vivió en condición despreciable. Por su siervo fue bautizado, y rechaza los ataques del tentador con sólo palabras. 

lunes, 1 de mayo de 2017

¿Cómo se comulga en la mano?

La educación litúrgica requiere que, a veces, se recuerden cosas que se dan por sabidas.

La comunión en la mano está permitida para todo aquel que lo desee, a tenor de nuestra Conferencia episcopal, que lo solicitó a la Santa Sede.


¿Cómo se comulga en la mano? ¡Hemos de conocer las disposiciones de la Iglesia para quien desee comulgar así!, porque en muchísimas ocasiones se hace mal, de forma completamente irrespetuosa.

Debe cuidarse la dignidad de este gesto, sin que desdiga de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía como si fuese un mero trozo de pan que se recibe de cualquier forma: al aire, agarrando la Forma de cualquier manera,  o con una sola mano... Actitudes que desdicen de la adoración debida.


Debe cuidarse la dignidad de este gesto, sin que desdiga de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía como si fuese un mero trozo de pan que se recibe de cualquier forma:

“Sobre todo en esta forma de recibir la sagrada Comunión, se han de tener bien presentes algunas cosas que la misma experiencia aconseja. Cuando la Sagrada Especie se deposita en las manos del comulgante, tanto el ministro como el fiel pongan sumo cuidado y atención a las partículas que pueden desprenderse de las manos de los fieles, debe ir acompañada, necesariamente, de la oportuna instrucción o catequesis sobre la doctrina católica acerca de la presencia real y permanente de Jesucristo bajo las especies eucarísticas y del respeto debido al Sacramento”[1].