Al
inicio, el Padre lo creó todo de la nada con sus dos manos: el Verbo y el
Espíritu, escribe san Ireneo: Dios
Padre, como fuente y origen de todo, quien actúa por sus manos, que son su Hijo
y el Espíritu Santo, su Verbo y su Sabiduría: “El hombre está compuesto
de alma y carne, la cual fue formada a semejanza de Dios y plasmada por sus
manos, eso es, por el Hijo y el Espíritu” (Adv. Haer. IV, Prol. 4; IV,20,1-4; V, 1,3; 15,4).
El
Espíritu es Creador porque infunde vida; lo que era materia inerte, recibe el
aliento del Señor soplando sobre ella (Gn 2,7): el soplo del Padre es el
Espíritu Santo que anima. El Espíritu Creador da vida a lo que tocaba;
“aleteaba sobre la faz de las aguas” (Gn 1,2) y sabemos y confesamos que “les
retiras el aliento y expiran, y vuelven a ser polvo; envías tu aliento y los
creas, y renovarás la faz de la tierra” (Sal 103).
Creador
y vivificador, Señor y dador de Vida: es capaz de encarnar en el seno virginal
de Santa María al Verbo eterno, el cuerpo y el alma humana de Jesús, sin
concurso de varón. Y este mismo cuerpo, exánime, sepultado, es glorificado y
resucitado por el Espíritu desencadenando una nueva creación, una
transformación gloriosa –llena, traspasada por el mismo Espíritu- de toda la creación,
que recibe como primicia la
Resurrección de Cristo pero que aún gime con dolores de parto
(Rm 8,22).
Ese
mismo Espíritu dará vida a los huesos secos que ve el profeta Ezequiel (Ez 37),
anuncio y profecía de la resurrección de los muertos que, al final de los
tiempos, con la venida gloriosa y definitiva del Señor, realizará el Espíritu
Santo.
"Veni, Creator Spiritus...", "Ven, Espíritu
Creador...". Este himno alude aquí a los primeros versículos de la Biblia, que presentan,
mediante imágenes, la creación del universo. Allí se dice, ante todo, que por
encima del caos, por encima de las aguas del abismo, aleteaba el Espíritu de
Dios. El mundo en que vivimos es obra del Espíritu Creador. Pentecostés no es
sólo el origen de la Iglesia
y, por eso, de modo especial, su fiesta; Pentecostés es también una fiesta de
la creación.
El mundo no existe por sí mismo; proviene del Espíritu Creador de Dios, de la Palabra Creadora de Dios.
Por eso refleja también la sabiduría de Dios. La creación, en su
amplitud y en la lógica omnicomprensiva de sus leyes, permite vislumbrar algo
del Espíritu Creador de Dios. Nos invita al temor reverencial. Precisamente
quien, como cristiano, cree en el Espíritu Creador es consciente de que no
podemos usar el mundo y abusar de él y de la materia como si se tratara
simplemente de un material para nuestro obrar y querer; es consciente de que
debemos considerar la creación como un don que nos ha sido encomendado, no para
destruirlo, sino para convertirlo en el jardín de Dios y así también en un
jardín del hombre. Frente a las múltiples formas de abuso de la tierra que
constatamos hoy, escuchamos casi el gemido de la creación, del que habla san
Pablo (cf. Rm 8, 22); comenzamos a comprender las palabras del Apóstol, es
decir, que la creación espera con impaciencia la revelación de los hijos de
Dios, para ser libre y alcanzar su esplendor” (Benedicto XVI, Hom. en la
vigilia de Pentecostés, 3-junio-2006).
Pedimos,
suplicamos: “Tú que al principio creaste el cielo y la tierra y, al llegar el
momento culminante recapitulaste en Cristo todas las cosas, por tu Espíritu
renueva la faz de la tierra y conduce a los hombres a la salvación” (Preces I
Visp. Pentecostés).
Y recordando el aliento vital sobre el primer hombre
creado, rogamos igualmente: “Tú que soplaste un aliento de vida en el rostro de
Adán, envía tu Espíritu a la
Iglesia, para que, vivificada y rejuvenecida, comunique tu
vida al mundo” (Preces I Visp. Pentecostés), “Tú que, glorificado por la
diestra de Dios, derramaste sobre tus discípulos el Espíritu, envía este mismo
Espíritu al mundo para que cree un mundo nuevo” (Preces Laudes Pentecostés).
El espíritu santo de Dios es su poder, o fuerza, en acción (Miqueas 3:8; Lucas 1:35). Cuando Dios envía su espíritu, proyecta, o dirige, su energía hacia un lugar en concreto para que se cumpla su voluntad (Salmo 104:30; 139:7).
ResponderEliminarDichosa tú, María, que has creído; porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Aleluya (de las antífonas de Laudes)