jueves, 18 de julio de 2024

La insuflatio (Ritos y gestos - XI)



            Un gesto litúrgico, no muy frecuente, es la insuflatio, es decir, el hecho de soplar.

            Lo hallamos en la consagración del santo crisma, en la Misa crismal y en los ritos del catecumenado.



En la consagración del santo crisma

            Muy del gusto y estilo franco-germánico en la liturgia, se introdujo la insuflación sobre el óleo crismal en primer lugar, y tiempo después, una oración de exorcismo antes de proceder a la plegaria de consagración. Son uno de los pocos ritos litúrgicos que realiza el obispo en el momento de preparación del crisma.

            La primera mención de la insuflatio la hallamos en el OR XXIV, 18: “antes de bendecirlo, insufla y sopla tres veces en la ampolla”. También en el OR XXVIII, 21: “antes de que la bendiga, sopla tres veces en la ampolla”. El OR XXX B, 19, añade a la insuflatio un nuevo detalle ritual: “haciendo la cruz sobre ella [la ampolla crismal] diciendo: In nomine patris et filii…” El soplo, por tres veces como hasta ahora, se realiza en forma de cruz. El OR XXXI, 25, ignora sin embargo ese uso y sólo prescribe soplar tres veces sobre la ampolla del óleo crismal.

domingo, 30 de junio de 2024

Fecundidad del silencio - y II (Silencio - XLIII)



Más difícil y laborioso es ir logrando el silencio interior, comenzando por el silencio de la imaginación y de la memoria, ya que “el encuentro con Dios exige la exclusión de las disipaciones de la actividad interior, ejerciendo sobre la misma un control efectivo”[1]. Y silencio de la afectividad, simpatías naturales, placeres, preferencias, para centrar el afecto sólo en Dios con libertad.


            El silencio se da en la oración y en la liturgia para que sean verdaderos encuentros con el Señor y pueda el Señor comunicarse y donarse. “La vida de oración está ritmada por una alternancia de palabras (exteriores e interiores) e intervalos de silencio. La plegaria litúrgica conoce pausas de silenciosa adoración. La meditación calla para descansar en Dios. Sólo la oración contemplativa se distingue por un silencio más continuo”[2].

Para que haya una verdadera pastoral litúrgica hoy, un cuidado de la celebración, estos elementos del culto cristiano, tales como el silencio, deben ser privilegiados, eliminando el subjetivismo que tiende a poner en primer lugar al hombre y sus acciones, para dejar paso a la objetividad del Misterio, Dios, ante el cual se adora, se escucha, se reza, se le da gracias.

El silencio en la liturgia es un silencio que adora porque está ante el Misterio; "este misterio continuamente se vela, se cubre de silencio, para evitar que, en lugar de Dios, construyamos un ídolo. Sólo en una purificación progresiva del conocimiento de comunión, el hombre y Dios se encontrarán y reconocerán en el abrazo eterno su connaturalidad de amor, nunca destruida..." (Juan Pablo II, Carta apostólica Orientale lumen, 16). En la liturgia, no lo olvidemos, estamos ante Dios y le glorificamos; estamos ante su Presencia que todo lo llena. Así el silencio es la respuesta del corazón ante el Misterio; "a esta presencia nos acercamos sobre todo dejándonos educar en un silencio adorante, porque en el culmen del conocimiento y de la experiencia de Dios está su absoluta trascendencia. A ello se llega, más que a través de una meditación sistemática, mediante la asimilación orante de la Escritura y de la Liturgia" (ibíd.).

viernes, 28 de junio de 2024

La conmixtio (Ritos y gestos - X)



            Surge en la Iglesia romana, con el uso del fermentum: una partícula que el Papa separaba en los días festivos y enviaba a los obispos suburbicarios y sacerdotes titulares de la Urbe, que la depositaban en el cáliz como signo de unión, según declara el papa Inocencio I. San Ireneo cita este uso en una carta dirigida al papa Víctor; recuerda cómo en tiempos anteriores varios Papas, desde san Aniceto hasta san Sixto, mantenían relaciones de comunión con otras Iglesias con praxis distintas. Y conmemora el uso de la Iglesia de Roma de enviar la sagrada Eucaristía a otras comunidades cristianas como señal de caridad y unión.



           Esta costumbre la imitaron los obispos con sus sacerdotes en el uso latino. Duró mucho en la Iglesia de Occidente. Pero cuando el fermentum ya no se enviaba, se pasó al uso de la conmixtio: el sacerdote separaba un trozo de la hostia y la depositaba en el cáliz con una oración.

            Con la conmixtio se quiso significar la unidad de las especies consagradas, no como cosas muertas o separables, sino formando una sola cosa, el cuerpo vivo y glorioso de Cristo, preludiando el misterio de la resurrección. Esta conmixtio de origen teológico nació en Oriente y la comenta Teodoro de Mopsuestia sobre el año 400.

            Esta conmixtio tuvo auge en las liturgias orientales y occidentales, y la realizó también la liturgia papal, de modo que se suplió al antiguo fermentum (aunque se realizaba en el mismo momento y consistía en lo mismo, dejar caer un trozo del Pan consagrado dentro del cáliz).

viernes, 14 de junio de 2024

Fecundidad del silencio - I (Silencio - XLII)



A modo de resumen de todo lo expuesto sobre los diversos valores y naturaleza del silencio, hagamos un recorrido que sirva de síntesis.



            El silencio no es exclusión de palabras, un vacío; no es sinónimo de olvido o de vacío o de nada; al contrario, tiene un sentido positivo: “silencio es el comportamiento indispensable para escuchar a Dios y para acoger su comunicación, es la atmósfera vital de la oración y el culto divino”[1].

            En Dios reina el silencio que envuelve su Ser, su Misterio, y es en el silencio donde Dios se pronuncia a sí mismo en la Encarnación, como profetizaba el libro de la Sabiduría y canta la liturgia de Navidad: “Un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos” (Sb 18,14-15).

miércoles, 12 de junio de 2024

El discernimiento, virtud (y IV)



7. De modo muy somero, existen unas reglas de discernimiento señaladas por aquel gran maestro de espíritu que es S. Ignacio de Loyola. Es conveniente conocerlas y empezar a ejercitarlas en cosas pequeñas hasta habituarnos. Pero siempre será bueno, en las grandes cosas, realizar este ejercicio y confrontarlo luego con algún maestro espiritual sabio y santo, o al menos, sabio.



El primer modo de discernimiento se hace invocando al Espíritu y pidiendo al Señor que mueva nuestra voluntad hacia lo que sea mejor en su servicio.

Luego se mira lo que se tiene que decidir, reflexionando sosegadamente sobre sus ventajas y utilidad en el seguimiento de Cristo; después sobre las desventajas que tendría tomar esa decisión. Mejor ponerlo todo por escrito. Lo mismo, en un segundo momento: si no se toma esta decisión, ver las ventajas de no tomarla y las desventajas, siempre para la propia santidad y seguimiento de Jesucristo. 

Visto todo y puesto por escrito, ante al Señor se mira hacia dónde tiende con mayor fuerza nuestra razón y se elige; una vez elegido, se suplica al Señor que acepte y confirme la elección, por si nosotros nos hemos equivocado.