Quienes se unen en el Señor, y reciben la gracia del sacramento del Matrimonio, pueden vivir en santidad, están llamados a la santidad, y la vivirán con un modo concreto: la esponsalidad. El matrimonio se convierte también en camino de santidad y no en obstáculo. Reciben una misión como matrimonio y, si son fieles a la gracia, se santifican en ella:
"Los esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino, mediante la
fidelidad en el amor, deben sostenerse mutuamente en la gracia a lo largo de
toda la vida e inculcar la doctrina cristiana y las virtudes evangélicas a los
hijos amorosamente recibidos de Dios. De esta manera ofrecen a todos el ejemplo
de un incansable y generoso amor, contribuyen al establecimiento de la
fraternidad en la caridad y se constituyen en testigos y colaboradores de la
fecundidad de la madre Iglesia, como símbolo y participación de aquel amor con
que Cristo amó a su Esposa y se entregó a Sí mismo
por ella" (LG 41).
Están llamados a la santidad y se santifican en el estado matrimonial, como enseña la Constitución Gaudium et Spes:
"Los esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de estado, están
fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al
cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, que
satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia
perfección y a su mutua santificación, y , por tanto, conjuntamente, a la
glorificación de Dios" (GS 48).
La gracia matrimonial actúa eficazmente y es comunicada por Cristo mediante la Iglesia. La Iglesia acompaña a todos sus hijos en el camino de la santidad:
"La Iglesia reconoce y
ahora, asiste y santifica a todos los grupos de personas, a todas las almas, a
todas las particulares condiciones y todas las buenas almas, a todas las
particulares condiciones y todas las buenas actividades humanas" (Pablo VI,
Alocución general, 16-octubre-1963).
El Matrimonio, celebrado en el Señor, es un sacramento, por tanto, algo más que una ceremonia pública y social donde los novios sellen un contrato. Es una comunicación de la gracia del Espíritu Santo para vivir esponsalmente reflejando la esponsalidad de Cristo con su Iglesia. Al ser comunicación de gracia, no es de extrañar que la Iglesia ore, en la solemne plegaria de bendición nupcial, diciendo:
"Envía sobre ellos la gracia del Espíritu Santo,
para que tu amor, derramado en sus corazones,
los haga permanecer fieles en la alianza conyugal" (Ritual del Matrimonio, n. 82).