jueves, 30 de agosto de 2018

La vida eucarística - IX



            La mayor participación posible en el sacrificio del altar se produce cuando la persona se une en comunión con el Señor, es decir, el fiel cristiano recibe a su Señor en comunión eucarística, debidamente dispuesto, sin pecado. La Iglesia siempre ha privilegiado este momento altamente espiritual de participación, mediante los ritos y oraciones, que expresaban así la fe en la presencia real eucarística.



            La catequesis primitiva de la Iglesia explicaba despacio cómo acercarse a comulgar.


            “Oíste después la voz del salmista que os invitaba, por medio de cierta divina melodía, a la comunión de los santos misterios y decía: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”. Pero no juzguéis ni apreciéis esto como una comida humana: quiero decir, no así, sino desde la fe y libres de toda duda. Pues a los que los saborean no se les manda degustar pan y vino, sino lo que éstos representan en imagen, pero de modo real: el cuerpo y la sangre del Señor”[1]

 

domingo, 26 de agosto de 2018

Decisiones en torno a Jesús

La crisis final que provoca el discurso del Pan de Vida (Jn 6), conduce a tomar decisiones claras, una toma de postura radical frente a la Persona del Señor: o con Él o contra Él, pero no las medias tintas, ni la mediocridad, ni el disfraz que oculta otras aspiraciones.


Cristo provoca, su Palabra no deja indiferente. Además, ante su Palabra y su Persona, hay que decidirse. El seguimiento del Señor requiere hombres fuertes, arrojados y decididos, porque el camino es estrecho y la cruz hay que tomarla sobre sí. 

Por una parte encontramos aquellos discípulos escandalizados, incapaces de querer comprender lo que Jesús ha anunciado, que lo reinterpretan a su modo y, encima, lo contarán a los demás peor, desfigurado, como una caricatura. Critican a Jesús: ya nada les parece bien de lo que dicen, acaban cobrando odio a su Persona. Jesús es bueno y manso, pero también es claro y decidido y no elude poner a cada cual ante la Verdad. Tiene paciencia, infinita incluso, pero sabe lo que hay en el corazón de cada hombre y sabe que muchos están con Él pero no creen. Éstos lo abandonarán. Mejor, así no incordiarán ni vivirán en una mentira entorpeciendo cuanto haga el Señor.

Por otra parte, encontramos al grupo de sus apóstoles, confusos, y que no acaban de entenderle, pero que han descubierto en Cristo algo que corresponde a su corazón, al deseo más sincero y hermoso de su corazón. Nadie jamás les habló así, nadie captó mejor su propia persona y la respuesta a sus búsquedas. Pedro se convierte en portavoz: "¿A quién vamos a acudir...?" Le seguirán, no se apartarán de Él. Han optado por el seguimiento de Cristo sin que Cristo les haya forzado a nada, sino poniéndolos ante su propia libertad para que decidan: "¿También vosotros queréis marcharos...?"

Y finalmente, Judas, el que lo iba a entregar. Camuflado, callado, incapaz de desmarcarse del grupo apostólico pero cada vez más lejos de Cristo en su corazón.

¡Hay que tomar decisiones, posturas claras!

sábado, 25 de agosto de 2018

Iglesia, belleza, artistas (y VII)

Benedicto XVI continuaba su discurso... Había planteado la necesidad que tiene el hombre sobre la belleza verdadera, y cómo ésta suscita la esperanza.

Citó a filósofos y a literatos después del testimonio del arte mismo: la Capilla sixtina, el impresionante Juicio Final de Miguel Ángel.

Es la sed de belleza, la nostalgia por la belleza, connatural al hombre, y que se no puede conformar con algo menos, o con un sucedáneo.


Después de esa genial y razonable argumentación -¡qué necesaria es la razón y recto uso de la razón!-, el Papa avanzaba, daba un paso más, hacia la teología misma.

Cita a von Balthasar, genial teólogo, con el que Ratzinger siempre tuvo especial sintonía; ambos fueron grandes teólogos compenetrados por una visión muy honda de la teología, y a los que les unía, por ejemplo, la pasión por la belleza. Ésta fue formulada teológicamente con la "via pulchritudinis" o "camino de la belleza".

Son párrafos de Benedicto XVI, e ideas, grandiosas, elevadas, sublimes. Vale la pena leerlas varias veces y disfrutar con ellas, porque amplían tremendamente el horizonte teológico, espiritual y artístico.


"A este propósito se habla de una via pulchritudinis, un camino de la belleza que constituye al mismo tiempo un recorrido artístico, estético, y un itinerario de fe, de búsqueda teológica. El teólogo Hans Urs von Balthasar abre su gran obra titulada "Gloria. Una estética teológica" con estas sugestivas expresiones: "Nuestra palabra inicial se llama belleza. La belleza es la última palabra a la que puede llegar el intelecto reflexivo, ya que es la aureola de resplandor imborrable que rodea a la estrella de la verdad y del bien, y su indisociable unión" (Gloria. Una estética teológica, Ediciones Encuentro, Madrid 1985, p. 22) . 

jueves, 23 de agosto de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, III)

Si los malvados, y nosotros mismos cuando dejamos a la voluntad que se guíe por sus apetitos, aguantamos lo que sea con tal de obtener tercamente lo que queríamos, cuánto más el alma, guiada por la gracia, ha de perseverar, aguantar, resistir, para alcanzar el bien.


Incluso, cuando por la paciencia aguardamos bienes temporales, legítimos, deberíamos recordar cuánta mayor paciencia necesitamos para alcanzar los bienes eternos y perseverar.

Pero sabremos si tenemos paciencia, cristiana, si conocemos su raíz y sus motivaciones.

Estas son las pautas que muestra san Agustín en el tratado sobre la paciencia:


"CAPÍTULO VI. LA CAUSA DISTINGUE LA VERDADERA PACIENCIA DE LA FALSA

            5. Así pues, cuando veas que alguien tolera algo pacientemente, no te apresures a alabar su paciencia mientras no aparezca el motivo de su padecer. Cuando éste es bueno, aquélla es verdadera; cuando éste no se mancha con la codicia, entonces aquélla se aparta de la falsedad; cuando aquél se hunde en el crimen, entonces se yerra en darle a ésta el nombre de paciencia. Pues, así como todos los que saben participan de la ciencia, no todos los que padecen participan de la paciencia, sino que los que viven rectamente su pasión, ésos son alabados como verdaderos pacientes, y son coronados con el galardón de la paciencia.


viernes, 17 de agosto de 2018

Ha llegado la salvación (El nombre de Jesús - IV)


“Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19,10).


            Ésta fue la explicación que Jesús mismo da al asistir al banquete que Zaqueo organiza anunciando su conversión, porque Jesús mismo antes lo llamó y le dirigió aquellas palabras “porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Hoy tenía que entrar Jesús en la casa, en la vida, de Zaqueo para cambiar el corazón de aquel hombre al que sólo lo movía el dinero. Y precisamente, en medio del banquete, cuando Zaqueo se da cuenta hasta qué punto estaba atado y comienza a decir cómo va a restituir a quienes se ha aprovechado por su oficio de publicano, Jesús exclama: “hoy ha llegado la salvación a esta casa”. Así Jesús mismo ha llegado a esa casa porque Él es la salvación. Donde Él entra todo se transforma, se hace posible la conversión y por tanto, una vida auténtica, bella, verdadera, llena de bien.

            Sí, en la casa de Zaqueo ha entrado Jesús, ha entrado la salvación, ha entrado Jesús Salvador. Su Nombre lo ejerce: ofrece salvación, ¡y qué feliz es Zaqueo! El hombre que es salvado por Jesús es un hombre nuevo, pleno, lleno. Por eso, explica san Agustín: 

““Hoy ha llegado la salvación”. Ciertamente, si el Salvador no hubiese entrado no hubiese llegado la salvación a aquella casa. ¿De qué te extrañas, enfermo? Llama también tú a Jesús, no te creas sano” (Serm. 174,6).

miércoles, 15 de agosto de 2018

La Asunción de Nuestra Señora



Entre todos los descendientes de David, escogiste una humilde doncella, hija de la tierra, y la introdujiste en el cielo, tú que del cielo vienes[1].




El centro de la solemnidad de la Asunción de la Virgen María no es otro que su participación plena en el Misterio Pascual de su Hijo Jesucristo. Ella, la "Hija de su Hijo", alcanza la meta de la glorificación prevista y preparada por Jesucristo en su Misterio Pascual (Pasión, Muerte, Resurrección), es decir, la Asunción es la glorificación del ser de María, cuerpo y alma que entra en los cielos, la primera de nuestra raza, nuestra hermana y madre, donde la Iglesia, significada y recapitulada en María espera llegar:


Porque te has complacido, Señor, en la humildad de tu sierva, la Virgen María, has querido elevarla a la dignidad de Madre de tu Hijo y la has coronado de gloria y esplendor; por su intercesión, te pedimos que a cuantos has salvado por el misterio de la redención nos concedas también el premio de tu gloria” (OC Misa vigiliar).
“Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que aspirando siempre a las realidades divinas lleguemos a participar con él de su misma gloria en el cielo” (OC Misa del día).


martes, 14 de agosto de 2018

Camino de santificación, el matrimonio (Palabras sobre la santidad - LVIII)

Quienes se unen en el Señor, y reciben la gracia del sacramento del Matrimonio, pueden vivir en santidad, están llamados a la santidad, y la vivirán con un modo concreto: la esponsalidad. El matrimonio se convierte también en camino de santidad y no en obstáculo. Reciben una misión como matrimonio y, si son fieles a la gracia, se santifican en ella:

"Los esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino, mediante la fidelidad en el amor, deben sostenerse mutuamente en la gracia a lo largo de toda la vida e inculcar la doctrina cristiana y las virtudes evangélicas a los hijos amorosamente recibidos de Dios. De esta manera ofrecen a todos el ejemplo de un incansable y generoso amor, contribuyen al establecimiento de la fraternidad en la caridad y se constituyen en testigos y colaboradores de la fecundidad de la madre Iglesia, como símbolo y participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a Sí mismo por ella" (LG 41).

 Están llamados a la santidad y se santifican en el estado matrimonial, como enseña la Constitución Gaudium et Spes:

"Los esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación, y , por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios" (GS 48).

La gracia matrimonial actúa eficazmente y es comunicada por Cristo mediante la Iglesia. La Iglesia acompaña a todos sus hijos en el camino de la santidad:

"La Iglesia reconoce y ahora, asiste y santifica a todos los grupos de personas, a todas las almas, a todas las particulares condiciones y todas las buenas almas, a todas las particulares condiciones y todas las buenas actividades humanas" (Pablo VI, Alocución general, 16-octubre-1963).

El Matrimonio, celebrado en el Señor, es un sacramento, por tanto, algo más que una ceremonia pública y social donde los novios sellen un contrato. Es una comunicación de la gracia del Espíritu Santo para vivir esponsalmente reflejando la esponsalidad de Cristo con su Iglesia. Al ser comunicación de gracia, no es de extrañar que la Iglesia ore, en la solemne plegaria de bendición nupcial, diciendo:

"Envía sobre ellos la gracia del Espíritu Santo,
para que tu amor, derramado en sus corazones,
los haga permanecer fieles en la alianza conyugal" (Ritual del Matrimonio, n. 82).


domingo, 12 de agosto de 2018

Tratado de la paciencia (San Agustín, II)

La paciencia va vinculada al bien objetivo, y así es verdadera paciencia la que espera, resiste, aguanta, sufre, por el bien.

Los malvados, dirá san Agustín, pueden parecer que tienen paciencia hasta lograr el objeto de su maldad y sus deseos, pero eso es más que paciencia, contumacia, terquedad. La paciencia cristiana es bien distinta. ¿Cómo la discerniremos? Por sus motivos interiores, por su motivación.


Así, san Agustín comienza mostrando la supuesta paciencia del mal y de los malvados, para desenmascararla y orientar la naturaleza y el fin de la paciencia cristiana.


"CAPÍTULO III. La PACIENCIA DE LOS MALVADOS

            3. Veamos, pues, cristianos, qué duros trabajos y dolores soportan los hombres por las cosas que aman, viciosamente, y cómo se juzgan más felices con ellas cuanto más infelizmente las codician. ¡Qué de cosas peligrosísimas y muy molestas afrontan, con suma paciencia, por unas falsas riquezas, unos vanos honores o unas pueriles satisfacciones! Los vemos hambrientos de dinero, de gloria y de lascivia, y, para conseguir esas cosas, tan deseadas y una vez adquiridas no carecer de ellas, soportar, no por una necesidad inevitable sino por una voluntad culpable, el sol, la lluvia, los hielos, el mar y las tempestades más procelosas, las asperezas e incertidumbres de la guerra, golpes y heridas crueles, llagas horrendas. E, incluso, estas locuras les parecen, en cierto modo, muy lógicas.

viernes, 10 de agosto de 2018

Sentencias y pensamientos (II)

7. La santidad se convierte en sencillez incluso de los deseos; ya no se desea ser el mejor ni el más perfecto en el servicio de Dios (que es soberbia con máscara de celo) sino se desea tan sólo aquello que Dios desea para mí. Se da la talla poniendo en juego todos y cada uno de los talentos que Dios ha puesto en el alma, pero sin la obsesión de ser “el mejor”, que lleva a quitar a Dios como un estorbo.




8. Busca continuamente el rostro del Dios vivo. Que nunca seas un parásito en la Casa de Dios, en feliz expresión de Pablo VI.
  

9. Toda tu vida, sellada por el momento de la profesión solemne, es un largo camino para abrazarte al Crucificado y ser semejante a Él, mediante los votos de pobreza, obediencia y castidad, uniéndote por amor al Amor, y esto es lo que te va haciendo semejante a Cristo Esposo.

 
10. Sólo aceptando las propias limitaciones se puede uno trabajar internamente. Sé dócil al Señor que te irá mostrando el camino de tu propio crecimiento y santidad.


11. Ser santos es dejarse amar por Dios y que su Gracia nos trabaje por dentro.

domingo, 5 de agosto de 2018

La vida eucarística - VIII



            ¿Qué celebramos? ¿Qué ocurre en la celebración de los misterios santos? Se obra la salvación de Dios, y los mismos ritos de la liturgia están llenos de un contenido espiritual y salvador, que interpelan y nos sitúan frente al Misterio con la reverencia y adoración necesarias.



            Un gran toque de atención –destacado por la Tradición de la Iglesia- es la llamada del sacerdote al inicio del Prefacio: “Levantemos el corazón”.


            “Después exclama el sacerdote: “Levantemos el corazón”. Pues verdaderamente, en este momento trascendental, conviene elevar los corazones hacia Dios y no dirigirlos hacia la tierra y los negocios terrenos. Es, por tanto, lo mismo que si el sacerdote mandara que todos dejasen en ese momento a un lado las preocupaciones de esta vida y los cuidados de este mundo, y que elevasen el corazón al cielo hacia el Dios misericordioso. Luego respondéis: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”, con lo que asentís a la indicación por la confesión que pronunciáis. Que ninguno que esté allí, cuando dice: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”, tenga en su interior su mente llena de las preocupaciones de esta vida. Pues debemos hacer memoria de Dios en todo tiempo. Pero si, por la debilidad humana, se hiciere imposible, al menos en aquel momento hay que esforzarse lo más que se pueda”[1].


viernes, 3 de agosto de 2018

Y la Comunión de los santos siempre viva (León Bloy)

Podemos aportar mucho a los demás miembros de la Iglesia, llegando a límites insospechados y alcanzando a hermanos nuestros que tal vez jamás conoceremos, cuando somos capaces de ofrecer y enriquecer ese tesoro de gracias de la Comunión de los santos.


Nos toca aportar como, a nuestra vez, somos receptores humildes y agradecidos de mil gracias distintas que nos vienen por el sacrificio de alguien, o por la plegaria escondida de otro, o por las obras santas de aquél de más allá.

Es educativo que nos paremos a pensar el volumen de gracia que adquiere la Comunión de los santos:

jueves, 2 de agosto de 2018

Iglesia, belleza, artistas (VI)

Avanza el discurso de Benedicto XVI con una sugestiva interpretación: tomando pie del Juicio Final de Miguel Ángel, explica el sentido de la historia humana y su gran recapitulación.

Mientras tanto, el hombre vive herido y sediento por la belleza. Sin belleza no puede vivir, y la belleza de la que goza aquí, con el arte en sus variadas facetas y expresiones, es sólo un pálido reflejo que trasciende a sí mismo para elevar a Dios.


¡La belleza es necesaria!

¡La belleza nos humaniza!

¡La belleza nos eleva!

¡La belleza -artística- nos habla de la Belleza -que es Dios-!

¿Qué nos ofrece la teología, la misma Iglesia hoy? La "via pulchritudinis", o sea, el camino de la belleza.

"Queridos amigos, dejemos que estos frescos nos hablen hoy, atrayéndonos hacia la meta última de la historia humana. El Juicio universal, que podéis ver majestuoso a mis espaldas, recuerda que la historia de la humanidad es movimiento y ascensión, es tensión inexhausta hacia la plenitud, hacia la felicidad última, hacia un horizonte que siempre supera el presente mientras lo cruza. Pero con su dramatismo, este fresco también nos pone a la vista el peligro de la caída definitiva del hombre, una amenaza que se cierne sobre la humanidad cuando se deja seducir por las fuerzas del mal. El fresco lanza un fuerte grito profético contra el mal, contra toda forma de injusticia. Sin embargo, para los creyentes Cristo resucitado es el camino, la verdad y la vida; para quien lo sigue fielmente es la puerta que introduce en el "cara a cara", en la visión de Dios de la que brota ya sin limitaciones la felicidad plena y definitiva. Miguel Ángel ofrece así a nuestra vista el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin de la historia, y nos invita a recorrer con alegría, valentía y esperanza el itinerario de la vida. Así pues, la dramática belleza de la pintura de Miguel Ángel, con sus colores y sus formas, se hace anuncio de esperanza, invitación apremiante a elevar la mirada hacia el horizonte último.