Podemos aportar mucho a los demás miembros de la Iglesia, llegando a límites insospechados y alcanzando a hermanos nuestros que tal vez jamás conoceremos, cuando somos capaces de ofrecer y enriquecer ese tesoro de gracias de la Comunión de los santos.
Nos toca aportar como, a nuestra vez, somos receptores humildes y agradecidos de mil gracias distintas que nos vienen por el sacrificio de alguien, o por la plegaria escondida de otro, o por las obras santas de aquél de más allá.
Es educativo que nos paremos a pensar el volumen de gracia que adquiere la Comunión de los santos:
"Somos insolventes, porque Jesús es insolvente. Alios salvos fecit, seipsum non potest salvum facere [A otros salvó, y a sí mismo no puede salvarse (Mc 15,31)]. Podemos pagar por los otros, no para nosotros. Comunión de los santos. Sufro. Por más que tenga deseo de expiar, mi sufrimiento no se me ha dado para mí. No soy más que el depositario de este tesoro" (León Bloy, Diarios, 11-mayo-1907).
¡Depositarios!
En lugar de aplicarnos a nosotros mismos méritos y trabajos, somos depositarios que entregan para el beneficio de otros, con total desprendimiento.
Pero lo hacemos sabiendo que son muchos otros -que me pertenecen, que son míos, que son mis hermanos- los que entregan y pagan por mí.
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