Entre todos los descendientes de David, escogiste una humilde doncella, hija de la tierra, y la introdujiste en el cielo, tú que del cielo vienes[1].
El
centro de la solemnidad de la
Asunción de la Virgen María no es otro que su participación
plena en el Misterio Pascual de su Hijo Jesucristo. Ella, la "Hija de su
Hijo", alcanza la meta de la glorificación prevista y preparada por
Jesucristo en su Misterio Pascual (Pasión, Muerte, Resurrección), es decir, la Asunción es la
glorificación del ser de María, cuerpo y alma que entra en los cielos, la
primera de nuestra raza, nuestra hermana y madre, donde la Iglesia, significada y
recapitulada en María espera llegar:
Porque te has complacido, Señor, en la humildad de tu sierva, la Virgen María, has querido elevarla a la dignidad de Madre de tu Hijo y la has coronado de gloria y esplendor; por su intercesión, te pedimos que a cuantos has salvado por el misterio de la redención nos concedas también el premio de tu gloria” (OC Misa vigiliar).
“Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que aspirando siempre a las realidades divinas lleguemos a participar con él de su misma gloria en el cielo” (OC Misa del día).
Esta
asunción a los cielos en cuerpo y alma de la Stma. Virgen es una
plena participación en la gloria de su Hijo, en paralelismo a la Ascensión del Señor[2]:
La Virgen María asciende
hoy al cielo y triunfa con Cristo para siempre (Responsorio breve Laudes).
No
se dice en ningún texto eucológico del rito romano que María resucitase, puesto
que la fiesta omite cualquier interpretación sobre una cuestión clásica
"¿murió o no la Virgen?",
pero sí sugiere que la participación en la gloria de María es la resurrección: "por intercesión de la Virgen María, que ha
subido a los cielos, lleguemos a la gloria de la resurrección" (OP
Misa del día), y el prefacio cantará que María no conoció la corrupción del
sepulcro. Su glorificación abarca también, según la fe en la resurrección, la
glorificación de su cuerpo, de su carne ya ahora resucitada.
En
esta glorificación, María está sentada como reina, siguiendo la imagen del
Salmo 44 cantado insistentemente en la liturgia de este día: "De pie a tu derecha está la reina
enjoyada con oro..."[3]; en
el cielo María tiene un trono preparado por su Hijo:
Cristo
ascendió a los cielos y preparó un trono eterno a su Madre inmaculada. Aleluya[4].
Esta
realeza de María, muy arraigada en la devoción popular, la hace convertirse en
abogada de gracia; p.e. la Misa
"La Virgen María,
reina del Universo" en MBVM:
y a la Virgen... la exaltaste
sobre los coros de los ángeles, para que reine gloriosamente con él,
intercediendo por todos los hombres como abogada de la gracia y reina del
universo.
Es
culminación de la esperanza de María, coronación de su fe, plenitud de su
caridad; aquí fueron colmadas todas las expectativas de la Virgen. Con este
pensamiento se abre la liturgia del día 15 de agosto, con el himno de Vísperas:
"Albricias, Señora, reina soberana,
que ha llegado el logro de vuestra esperanza".
La Asunción de María es la
consecuencia lógica de su participación en los misterios de nuestra Redención
("María tiene un lugar en el culto a Cristo, correspondiente al lugar que
ella ocupa en el misterio de Cristo y en la comunión de los santos"[5]) y
por el hecho, clave y fundamental, de haber sido el arca de la Alianza[6] que
llevó en su seno al Esperado de las Naciones; esta incorrupción no permitía
conocer la corrupción de la muerte a la Todasanta:
Con razón no
quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por
obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo, Hijo
tuyo y Señor nuestro (Pf).[7]
[1] S. EFRÉN, Ed. Assem. syr. 2, 415.
[2] Cfr. LÓPEZ MARTÍN, J., La liturgia...,
pág. 281 s.
[3] Y también, p.e., Ant.E. de "La Virgen María, reina
del universo": "María, nuestra Reina, está de pie, a la derecha de
Cristo, enjoyada con oro, vestida de perlas y brocado".
[4] 1ª Antífona de las I Vísperas.
[5] SEMMELROTH, Otto, La Iglesia como
sacramento de salvación en Mysterium Salutis IV/1, pág. 323.
[7] También otros textos eucológicos recogen esta
idea: "Ella, concebida sin pecado, no fue contaminada por la corrupción
del sepulcro; pues, siendo intacta en su virginidad, fue constituida tálamo
precioso del cual salió Cristo, luz de las gentes y esposo de la Iglesia" P La Virgen María, amparo
de la fe, en MBVM.
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