Avanza el discurso de Benedicto XVI con una sugestiva interpretación: tomando pie del Juicio Final de Miguel Ángel, explica el sentido de la historia humana y su gran recapitulación.
Mientras tanto, el hombre vive herido y sediento por la belleza. Sin belleza no puede vivir, y la belleza de la que goza aquí, con el arte en sus variadas facetas y expresiones, es sólo un pálido reflejo que trasciende a sí mismo para elevar a Dios.
¡La belleza es necesaria!
¡La belleza nos humaniza!
¡La belleza nos eleva!
¡La belleza -artística- nos habla de la Belleza -que es Dios-!
¿Qué nos ofrece la teología, la misma Iglesia hoy? La "via pulchritudinis", o sea, el camino de la belleza.
"Queridos amigos, dejemos que estos frescos nos hablen hoy, atrayéndonos hacia la
meta última de la historia humana. El Juicio universal, que podéis ver
majestuoso a mis espaldas, recuerda que la historia de la humanidad es
movimiento y ascensión, es tensión inexhausta hacia la plenitud, hacia la
felicidad última, hacia un horizonte que siempre supera el presente mientras lo
cruza. Pero con su dramatismo, este fresco también nos pone a la vista el
peligro de la caída definitiva del hombre, una amenaza que se cierne sobre la
humanidad cuando se deja seducir por las fuerzas del mal. El fresco lanza un
fuerte grito profético contra el mal, contra toda forma de injusticia. Sin
embargo, para los creyentes Cristo resucitado es el camino, la verdad y la vida;
para quien lo sigue fielmente es la puerta que introduce en el "cara a cara", en
la visión de Dios de la que brota ya sin limitaciones la felicidad plena y
definitiva. Miguel Ángel ofrece así a nuestra vista el Alfa y la Omega, el
Principio y el Fin de la historia, y nos invita a recorrer con alegría, valentía
y esperanza el itinerario de la vida. Así pues, la dramática belleza de la
pintura de Miguel Ángel, con sus colores y sus formas, se hace anuncio de
esperanza, invitación apremiante a elevar la mirada hacia el horizonte último.
Lamentablemente, el momento actual no sólo está marcado por fenómenos negativos
a nivel social y económico, sino también por una esperanza cada vez más débil,
por cierta desconfianza en las relaciones humanas, de manera que aumentan los
signos de resignación, de agresividad y de desesperación. Además, el mundo en
que vivimos corre el riesgo de cambiar su rostro a causa de la acción no siempre
sensata del hombre, que, en lugar de cultivar su belleza, explota sin conciencia
los recursos del planeta en beneficio de pocos y a menudo daña sus maravillas
naturales.
¿Qué puede volver a dar entusiasmo y confianza, qué puede alentar al
espíritu humano a encontrar de nuevo el camino, a levantar la mirada hacia el
horizonte, a soñar con una vida digna de su vocación, sino la belleza?
Vosotros,
queridos artistas, sabéis bien que la experiencia de la belleza, de la belleza
auténtica, no efímera ni superficial, no es algo accesorio o secundario en la
búsqueda del sentido y de la felicidad, porque esa experiencia no aleja de la
realidad, sino, al contrario, lleva a una confrontación abierta con la vida
diaria, para liberarla de la oscuridad y trasfigurarla, a fin de hacerla
luminosa y bella.
Una función esencial de la verdadera belleza, que ya
puso de relieve Platón,
consiste en dar al hombre una saludable "sacudida", que lo hace salir de
sí
mismo, lo arranca de la resignación, del acomodamiento del día a día e
incluso
lo hace sufrir, como un dardo que lo hiere, pero precisamente de este
modo lo
"despierta" y le vuelve a abrir los ojos del corazón y de la mente,
dándole alas
e impulsándolo hacia lo alto. La expresión de Dostoievski que voy a
citar es sin
duda atrevida y paradójica, pero invita a reflexionar: "La humanidad
puede
vivir —dice— sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero nunca podría
vivir sin la
belleza, porque ya no habría motivo para estar en el mundo. Todo el
secreto está
aquí, toda la historia está aquí". En la misma línea dice el pintor
Georges Braque: "El arte está hecho para turbar, mientras que la ciencia
tranquiliza".
La belleza impresiona, pero precisamente así recuerda al hombre su
destino
último, lo pone de nuevo en marcha, lo llena de nueva esperanza, le da
la
valentía para vivir a fondo el don único de la existencia. La búsqueda
de la
belleza de la que hablo, evidentemente no consiste en una fuga hacia lo
irracional o en el mero estetismo.
Con demasiada frecuencia, sin embargo, la belleza que se promociona es ilusoria
y falaz, superficial y deslumbrante hasta el aturdimiento y, en lugar de hacer
que los hombres salgan de sí mismos y se abran a horizontes de verdadera
libertad atrayéndolos hacia lo alto, los encierra en sí mismos y los hace
todavía más esclavos, privados de esperanza y de alegría. Se trata de una
belleza seductora pero hipócrita, que vuelve a despertar el afán, la voluntad de
poder, de poseer, de dominar al otro, y que se trasforma, muy pronto, en lo
contrario, asumiendo los rostros de la obscenidad, de la trasgresión o de la
provocación fin en sí misma.
La belleza auténtica, en cambio, abre el corazón
humano a la nostalgia, al deseo profundo de conocer, de amar, de ir hacia el
Otro, hacia el más allá. Si aceptamos que la belleza nos toque íntimamente, nos
hiera, nos abra los ojos, redescubrimos la alegría de la visión, de la capacidad
de captar el sentido profundo de nuestra existencia, el Misterio del que
formamos parte y que nos puede dar la plenitud, la felicidad, la pasión del
compromiso diario. Juan Pablo II, en la
Carta a los artistas, cita al
respecto este verso de un poeta polaco, Cyprian Norwid: "La belleza sirve para
entusiasmar en el trabajo; el trabajo, para resurgir" (n. 3). Y más adelante
añade: "En cuanto búsqueda de la belleza, fruto de una imaginación que va más
allá de lo cotidiano, es por su naturaleza una especie de llamada al Misterio.
Incluso cuando escudriña las profundidades más oscuras del alma o los aspectos
más desconcertantes del mal, el artista se hace, de algún modo, voz de la
expectativa universal de redención" (n. 10). Y en la conclusión afirma: "La
belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente" (n. 16).
Estas últimas expresiones nos impulsan a dar un paso adelante en nuestra
reflexión. La belleza, desde la que se manifiesta en el cosmos y en la
naturaleza hasta la que se expresa mediante las creaciones artísticas,
precisamente por su característica de abrir y ensanchar los horizontes de la
conciencia humana, de remitirla más allá de sí misma, de hacer que se asome a la
inmensidad del Infinito, puede convertirse en un camino hacia lo trascendente,
hacia el Misterio último, hacia Dios. El arte, en todas sus expresiones, cuando
se confronta con los grandes interrogantes de la existencia, con los temas
fundamentales de los que deriva el sentido de la vida, puede asumir un valor
religioso y transformarse en un camino de profunda reflexión interior y de
espiritualidad. Una prueba de esta afinidad, de esta sintonía entre el camino de
fe y el itinerario artístico, es el número incalculable de obras de arte que
tienen como protagonistas a los personajes, las historias, los símbolos de esa
inmensa reserva de "figuras" —en sentido lato— que es la Biblia, la Sagrada
Escritura. Las grandes narraciones bíblicas, los temas, las imágenes, las
parábolas han inspirado innumerables obras maestras en todos los sectores de las
artes, y han hablado al corazón de todas las generaciones de creyentes mediante
las obras de la artesanía y del arte local, no menos elocuentes y cautivadoras".
(Benedicto XVI, Disc. en el encuentro con los artistas, 21-noviembre-2009).
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