viernes, 31 de julio de 2009

San Ignacio, apóstol del Corazón de Cristo (Ejercicios y pedagogía)


La devoción al Corazón de Jesús no consiste en un conjunto de prácticas devocionales o sentimentales; ni es el culto a una imagen, a veces demasiado melosa. Es una devoción que se podría definir como un proceso: cristificación, es decir, vivir en un proceso constante de identificación con Cristo, permitir que Cristo viva en mí, que seamos uno. Es una comunión tal con Cristo que me hago semejante a Él porque Él quiere vivir en mí y que yo le transparente. Este proceso constante es la clave de la devoción al Corazón de Cristo.

S. Ignacio de Loyola fue un apóstol del Corazón de Jesús. Incluso –permítase el atrevimiento- nos legó un manual muy práctico de esa devoción: el libro de los Ejercicios. ¿Un manual? ¿Vienen oraciones y devociones varias? ¡No! ¿Es un libro con ideas, alta teología, erudición... para proporcionar material para la meditación y la reflexión? ¡Menos aún, que no el mucho saber intelectual llena el alma, sino el gustar internamente! ¿Entonces, qué?

Es la guía de un proceso que cambia a la persona, ordena su mundo interior, y logra que Cristo lo vaya siendo todo. Los Ejercicios espirituales de S. Ignacio poseen una dinámica que toca en la persona su memoria, su inteligencia y su mundo afectivo; lo sitúa en el principio de realidad –lo que yo soy, tal como soy, con mi pecado, en las circunstancias en las que vivo-; ordena todo sin inclinarse sin guiarse por afectos desordenados... para avanzar en el seguimiento de Cristo, “buscando y hallando la voluntad de Dios” para mí [EE 1]. ¡Para ser como Cristo!

Ignacio nos sitúa. Hay que ver qué soy, para qué he sido creado, cuál es el fin de mi vida: la orientación que llena la vida es Dios (“sed de Dios... hasta que descanse en Ti”), y en función de eso hay que retornar al camino, convertirse, reordenar. La situación concreta es la del pecado: soy pecador, pecador realmente, con pecados concretos. El proceso pide llegar a aborrecer el propio pecado y romper con los lazos que me retienen.
Entonces S. Ignacio nos pone a caminar con Cristo: meditar con la imaginación, los sentidos, la inteligencia y el corazón la vida de Cristo, su pasión y su Resurrección. ¿Objetivo? “Conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre para que más le ame y le siga” [EE 104]. Esto es, que lo que medito y contemplo se grabe de tal forma en mí, que me transforme, y yo llegue a vivir, actuar, pensar, sentir, amar, obedecer como Cristo. El proceso termina -¡si es que alguna vez acaba!- en una entrega de amor a Jesucristo y la inserción apostólica y filial en la Iglesia. La “contemplación para alcanzar amor” (la quintaesencia de los Ejercicios) induce a reconocer en todo el amor de Dios y responderle con la entrega de todo mi amor para que en adelante mi vida sea en todo amar y servir. Pero esto no es individualista: quien es de Cristo, quien se une a Cristo, desemboca en la Iglesia, siente la Iglesia, ama la Iglesia, no se aparta un ápice de la enseñanza de la Iglesia y en la Iglesia halla su lugar, su vocación y su compromiso apostólico.

Características entonces del proceso de cristificación:

-Ordenar la vida viéndome como Dios me ve en mi situación concreta

-Conocer mis pecados y aborrecerlos (proceso constante de conversión)

-Conocimiento interno de Cristo: una oración que me transforma en Él
-Amor y seguimiento a Cristo
-Ofrenda de la propia vida al servicio de la voluntad de Dios

-Sentir con la Iglesia, ser un alma eclesial


S. Ignacio de Loyola es un gran maestro y pedagogo. Brilla con luz propia, es evidente. De él recibimos hoy una enseñanza profunda sobre la verdadera devoción al Corazón de Cristo.

Pequeña esperanza-Péguy (2) (Cosas de la esperanza cristiana III)


Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es la que vela por los siglos de los siglos.

La Caridad es la que vela por los siglos de los siglos.

Pero mi pequeña esperanza es
la que se acuesta todas las noches
y se levanta todas las mañanas
y duerme realmente tranquila.


Yo soy, dice Dios, el Señor de esa Virtud.


Mi pequeña esperanza
es
la que se duerme todas las noches,
en su cama de niña,
después de rezar sus oraciones,
y la que todas las mañanas se despierta
y se levanta
y reza sus oraciones con una mirada nueva.

Yo soy, dice Dios, Señor de las Tres Virtudes.


La Fe es un gran árbol, un roble arraigado en el corazón de Francia.
Y bajo las alas de ese árbol, la Caridad,
mi hija la Caridad
ampara todos los infortunios del mundo.
Y mi pequeña esperanza no es nada más
que esa pequeña promesa de brote
que se anuncia justo al principio de abril.


(Charles Péguy, El misterio de los Santos inocentes)

jueves, 30 de julio de 2009

Plegaria a Cristo (Tipología - II)



¡Déjanos, Señor, penetrar en tu Misterio!

Cristo, como verdadero Abraham,

eres cabeza de un pueblo innumerable

como las estrellas del cielo y la arena de las playas;

eres el verdadero intercesor ante el Padre

para que los hombres sean preservados
del castigo de sus pecados, como en Sodoma,
y justificas cuando apenas hay diez justos.


Cristo, verdadero Isaac,

Tú eres la Sonrisa de Dios a la humanidad,
inmolado en el Calvario, aquel monte
que fue prefigurado en el Moria,
y al que subiste cargando la leña en forma de cruz.


Cristo, a quien prefiguró José vendido por sus hermanos,

fuiste tasado en treinta monedas de plata,

y entregado al sacrificio de los esclavos, ¡la cruz!,
siendo ahora Señor y administrador de todo,

cuando la Palabra resucitadora del Padre te acreditó.


Cristo, fuiste salvado de las aguas en Moisés,

y como guía del nuevo Israel salvas al pueblo a través de las aguas del bautismo,
y Tú mismo pasas las aguas de la muerte llegando a la Vida en la Pascua gloriosa, ¡memorial por todas las generaciones!;
Tú, el nuevo Moisés que aquél prefiguraba,
con los brazos en la cruz,
impides que el pecado –significado en los amalecitas-
gane la batalla
contra los hijos de la Iglesia;
Tú, el auténtico y mejor Moisés, en un nuevo monte,
no entregas unas tablas de piedra,
sino que pronuncias la ley del Espíritu,
que se graba en los corazones,
con el Sermón de la Montaña;
el mismo Moisés que no pudo ver el rostro de Dios,

sino sólo su espalda al pasar su Gloria,

conversa contigo admirado en la Transfiguración
y reconoce tu majestad.
Tú, oh Cristo,
derrotaste al Faraón con los prodigios de tu Pasión y Resurrección
y nos hiciste pasar de la esclavitud a la libertad,
de la tiranía al reino eterno.


Cristo, Tú eres el verdadero Josué,

que nos introduces en la tierra prometida,
a través de las aguas del Jordán, entregándonos una nueva patria y convirtiéndonos en ciudadanos del cielo.

¡Oh Cristo, Tú lo eres Todo!
¡Glorificado seas por siempre, Señor!

miércoles, 29 de julio de 2009

Naturaleza (espiritual) de la liturgia


Necesitamos comprender bien la naturaleza y la teología de la liturgia para vivirla y celebrarla como un hecho de orden espiritual, incluso propiamente místico, lleno de amor a Jesucristo. La liturgia es la voz unísona del Espíritu Santo y la Iglesia Esposa, por tanto, no es un aparato externo, unas ceremonias o un conjunto de símbolos dados o inventados por una asamblea -¡ay, la falsa creatividad!-, sino que es el Misterio de Dios en Cristo Jesús, renovándose, actualizándose, entragándose. Es la mística profunda de la liturgia en sus celebraciones: el Espíritu Santo se une a la Esposa Iglesia para clamar: “Ven, Señor Jesús”.

Las aguas, siempre signo de vida, abundancia, bendición, Espíritu Santo, esas aguas, brotan de la misma liturgia: La liturgia es la fuente pura y perenne de agua viva. El que tenga sed de Dios, sed de vida, necesidad de saciar su alma, encuentra en la liturgia su fuente, manantial de aguas vivas (tal como señala Jeremías). ¡Qué bien resuenan los cantos de Isaías: “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación” (Is 12)! El agua que mana del costado del templo (Ez 47), el agua del Espíritu que nos rociará (Ez 36), el agua que mana del costado dormido de Cristo en la cruz (Jn 19). Esa agua -¡tan deseada!- se halla en la divina liturgia: “El que tenga sed que venga a mí y que beba” (Jn 7).

Quien desee a Jesucristo, llenar su espíritu, que acuda a la liturgia, porque de ella manan ríos de agua viva. Sólo comprendiendo espiritualmente la liturgia hallaremos su sentido pleno y verdadero, y cuanto hagamos, oremos, cantemos o realicemos (inclinaciones o signaciones, ofrendas o manos extendidas al orar) será espiritual y verdadero.

Pequeña esperanza-Péguy (1) (Cosas de la esperanza cristiana II)



“Yo soy, dice Dios, Maestro de las Tres Virtudes.

La Fe es una esposa fiel.
La Caridad es una madre ardiente.
Pero la esperanza es una niña muy pequeña.

Yo soy, dice Dios, el Maestro de las Virtudes.

La Fe es la que se mantiene firme por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se da por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que se levanta todas las mañanas.

Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.

La Fe es la que se estira por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se extiende por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que todas las mañanas nos da los buenos días.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.

La Fe es un soldado, es un capitán que defiende una fortaleza.
Una ciudad del rey,
En las fronteras de Gascuña, en las fronteras de Lorena.
La Caridad es un médico, una hermanita de los pobres,
Que cuida a los enfermos, que cuida a los heridos,
A los pobres del rey,
En las fronteras de Gascuña, en las fronteras de Lorena.
Pero mi pequeña esperanza es
la que saluda al pobre y al huérfano.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.

La Fe es una iglesia, una catedral enraizada en el suelo de Francia.
La Caridad es un hospital, un sanatorio que recoge todas las desgracias del mundo.
Pero sin esperanza, todo eso no sería más que un cementerio.

Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.

(Péguy, El misterio de los Santos Inocentes)

Marta: la Amistad de Jesús (Pedagogía de Cristo - III)


Cristo valoró la amistad, ¡es algo tan humano, tan necesario, tan limpio, tan gozoso! Gozaba de la amistad, descansaba en la experiencia del afecto mutuo de sus amigos. Santificaba así la amistad. La hacía un camino humano gratuito. Él suscitaba la amistad, despertaba el afecto.

Dedicaba tiempo a sus amigos y compartía con ellos, pero –Él siempre es Pedagogo- no centraba la amistad en ningún interés, ni con miras humanas, sino en un afecto tan puro y libre que conducía hacia el Padre, y su conversación –embelesadora, fascinante, seductora- dirigía el corazón hacia un conocimiento nuevo, a una sabiduría escondida a los sabios de este mundo. Pero no era sólo su palabra, su discurso, era todo Él, su Presencia, su Mirada, su Corazón lo que se imponía como una evidencia. En casa de Marta, María y Lázaro pasaba algunos días cuando le era posible, descansando de la actividad misional, pero siendo Maestro en todo momento. María, la hermana de Marta, se queda a los pies del Señor escuchando; Marta, sin duda seguiría la conversación, ¡seguro!, ¡no perdería puntada!, pero ajetreada con preparar la comida y seguir las leyes de la hospitalidad con el amigo. La amistad requiere tiempo mutuo, nunca prisas; la amistad necesita espacio sosegado para la confidencia y la intimidad. La amistad se construye día a día, momento a momento, en fidelidad, en escucha y diálogo, y ese tiempo es el que dedica Cristo a los suyos, mostrando la Belleza de un Amor que es verdadero, de una Amistad fiel. Las veces que paraba en casa de estos tres hermanos, fueron ocasiones de amistad. Y, como siempre, de iniciarlos en los secretos del Reino.

Esos encuentros no fueron baldíos. Cuando Lázaro ha muerto, Jesús llora por la muerte de su amigo (y la gente comentaba “cómo lo quería”, porque no hay porqué sospechar de la amistad como si estrechase el corazón); de hecho “quería mucho”, “amaba mucho” a Marta, María y Lázaro (Jn 11,5). Marta reconoce con una certeza absoluta que Aquél que es Amigo, que es Maestro, Huésped en su casa tantísimas veces, es el Dueño de la Vida y la Salud: “si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano” (Jn 11,21). Pero la amistad con Cristo le había servido para descubrir, y ahora confesar, que Cristo, es la resurrección y la vida. ¡Cree, cree en Cristo! ¡Qué feliz es Marta!, ha descubierto en Jesús, progresivamente, al Señor.

Esa experiencia también puede ser nuestra. Basta con albergar a Cristo en el hogar de nuestra existencia, en el recinto del corazón, y emprender una relación de amistad, de trato asiduo, constante, fiel, con Jesucristo. Él nos conducirá, con mucho amor, al reconocimiento de su Misterio. Y, estando con Él, aprenderemos a servirle y atenderle, con delicadeza, al igual que Marta sirvió al Señor.

martes, 28 de julio de 2009

Plegaria a Cristo (Tipología - I)



¡Déjanos, Señor, penetrar en tu Misterio!

Tú eres insondable, Señor Jesús,
inabarcable tu Misterio
y admirable tu Persona.

Cristo, Tú eres el Logos, el Verbo, la Palabra creadora,
el Primogénito de la creación, Unigénito del Padre,
por quien todo fue hecho,
vistiéndolo todo de suavidad y hermosura.

Cristo, Tú eres el nuevo Adán,
que restauras en el hombre la imagen de Dios resquebrajada,
que rescatas al hombre caído
y lo introduces en el paraíso
cuyas puertas quedaron cerradas,
que has sido constituido Cabeza de todo,
espíritu que vivifica,
el Hombre celestial,
que genera una nueva humanidad que no sirve a la carne
ni está bajo la ley,
sino que sirve al Espíritu y por Él es conducida.

Cristo, Tú eres el verdadero Abel,
el hombre bueno y servidor fiel,
que con corazón puro se ofrece a Sí mismo
como las primicias agradables a Dios,
asesinado en la cruz por el odio de Caín.
Tu sangre derramada en la tierra,
más elocuente que la de Abel, ya no clama “venganza”,
sino que pronuncia “Misericordia”, “Perdón” y “Salvación”.

Cristo, tú eres el nuevo y verdadero Noé,
que salvas del pecaminoso mundo que se hunde
a los hombres en el arca de la Iglesia
a través del agua del bautismo.
La embriaguez de Noé sólo anticipaba
la embriaguez del cáliz de tu Pasión, que apuraste por completo.

¡Déjanos, Señor, penetrar en tu Misterio!



lunes, 27 de julio de 2009

El Espíritu realiza la Eucaristía ¡y la Iglesia!


Una de las dimensiones más olvidadas, o desconocidas, o que no se suelen poner de relieve ni al celebrar la liturgia ni al meditar el Misterio, es la relación entre la Eucaristía y el Espíritu Santo. La voz de la Tradición -siempre sugerente, fecunda en todo momento- puede abrirnos un camino para contemplar el Misterio, y también para orar con agradecimiento a Cristo Eucaristía:

Fuego y Espíritu en el seno de tu madre;
Fuego y Espíritu en el río en que fuiste bautizado.

Fuego y Espíritu en nuestro bautismo,

En el pan y en la copa, fuego y Espíritu Santo.
En tu pan está oculto el Espíritu que no comemos;
En tu vino habita el fuego que no podemos beber.

El Espíritu en tu pan, el fuego en tu vino,

Maravilla singular que nuestros labios han recibido.

(S. Efrén, Himno de Fide, VI, 17; X, 8).

domingo, 26 de julio de 2009

Poema eucarístico de san Juan de la Cruz


Uno de los poemas más eucarísticos de san Juan de la Cruz nos puede iluminar.
Comienza con lo que en teología algunos denominan la Trinidad inmanente (Dios en sí mismo) y prosigue con la Trinidad económica (Dios que se da). ¿Cómo, de qué forma Dios se entrega hoy? ¡En el pan eucarístico por darnos vida!
Es de noche: aún no vemos cara a cara, sino como entre velos. Sólo la fe nos alumbra para conocer algo, para entrever el Misterio.
El pan de la Eucaristía es alimento, refección, consuelo y ciencia divina.

Que bien sé yo la fonte que mana y corre,
aunque es de noche.

1. Aquella eterna fonte está ascondida
que bien sé yo do tiene su manida,
aunque es de noche.

2. En esta noche oscura de esta vida,
que bien sé yo por fe la fonte frida
aunque es de noche.

3. Su origen no lo sé, pues no le tiene,
mas sé que todo origen della viene,
aunque es de noche.

4. Sé que no puede ser cosa tan bella
y que cielos y tierra beben della,
aunque es de noche.

5. Bien sé que suelo en ella no se halla
y que ninguno puede vadealla,
aunque es de noche.

6. Su claridad nunca es escurecida,
y sé que toda luz de ella es venida,
aunque es de noche.

7. Sé ser tan caudalosos sus corrientes,
que infiernos, cielos riegan, y las gentes,
aunque es de noche.

8. El corriente que nace desta fuente
bien sé que es tan capaz y omnipotente,
aunque es de noche.

9. El corriente que de estas dos procede,
sé que ninguna de ellas le precede,
aunque es de noche.

10. Bien sé que tres en sola una agua viva
residen, y una de otra se deriva,
aunque es de noche.

11. Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche.

12. Aquí se está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a escuras,
porque es de noche.

13. Aquesta viva fuente que deseo,
en este pan de vida yo la veo,
aunque de noche.

¿Alcanzaremos semejante amor? ¿Viviremos, gozaremos, nos deleitaremos, con el Pan que nos comunica una vida así?
Entonces, sí, sólo entonces, podremos afirmar: ¡Para mí la vida es Cristo!

Santiago Apóstol o la pedagogía que usa Cristo (II)


Junto a su hermano Juan y a Pedro, Santiago era miembro del grupo más íntimo de Jesús. Esa cercanía le permitió entrar más en el Corazón insondable del Salvador, que lo iba cautivando. Los tres años de ministerio público de Jesús fueron la mejor escuela para educar a Santiago. Cristo desarrolló con él su pedagogía divina. Santiago ve resucitar a la hija de Jairo (Mc 5,37) como un privilegiado en el reducido recinto (¡su Maestro era capaz de devolver la vida! –qué orgulloso se sentiría-), Santiago, que con los demás se había escandalizado del anuncio de la Pasión, asiste lleno de estupor a la Transfiguración, la divinidad sin velos de Jesús, el anticipo de la resurrección. Descubre que en Jesús hay algo más que un ser excepcional: es la Presencia de Dios mismo. Cristo tenía que vencer, con amorosa pedagogía, las resistencias interiores de Santiago y reeducarlas en otra dirección. El ímpetu del fuego, el carácter fuerte que demuestra ante la aldea samaritana será encauzado por Cristo para tener el ímpetu del apóstol, conociendo de qué espíritu es: ¡llegará hasta Hispania, hasta el Finisterre, para anunciar al Resucitado! Entra en escena la madre, impulsiva, sin reparos humanos, sin mirar cuánta gente hay delante. ¡Ya vemos de dónde le viene el carácter a los hijos de tal madre! Pide el puesto a la derecha y a la izquierda en el Reino de Cristo. Probablemente, Santiago y Juan no se atrevieron a pedir por las claras los puestos de importancia, pero empujaron a la madre a realizarlo (o ésta se lanzó sola). Cristo se dirige no a la madre, sino a los hermanos. Palabras misteriosas. “¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?” La ambición de Santiago va a ser transformada. Cristo los estimula a su imitación, compartiendo con Él el cáliz de la pasión. “Podemos”. Lo bebió. Tras predicar en España y volver a Jerusalén, sufrirá –el primer apóstol- la Pasión. Cristo es modelo de educador. “El Pedagogo es educador práctico, no teórico; el fin que se propone es el mejoramiento del alma, no la instrucción; es guía de una vida virtuosa, no de una vida erudita” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo 1,1,4). Su Presencia, su Compañía, son determinantes, y nadie que trate con Cristo permanece indiferente. Con Él todo es nuevo, y así brota una nueva personalidad. El ejemplo, Santiago: finalmente su única ambición fue extender el Reino, y su impulso fue predicar... ¡hasta beber el cáliz, dando la vida por Cristo!


sábado, 25 de julio de 2009

Santiago Apóstol o la pedagogía que usa Cristo (I)


La Compañía y la Presencia de Cristo son transformadoras de la vida. Quien se une al Señor y le sigue, va siendo transformado poco a poco, casi sin que se dé cuenta. Es lo humano –la personalidad, la mentalidad, los afectos, la sensibilidad...- que queda educado por Cristo. La totalidad de la persona es afectada por la Presencia de Cristo. Ya no se es lo mismo: ¡surge algo nuevo!, una personalidad cristiana.

Santiago Apostól. Conocemos dos rasgos de él: era generoso, pero impulsivo y de carácter fuerte. Generoso, porque no dudó en seguir a Cristo a su invitación; impulsivo, porque Jesús -¡qué le gustaba poner apodos!, ¡qué fino humor!- lo llamaba cariñosamente “Hijo del Trueno” (con su hermano Juan) ya que en un arrebato quería que bajase fuego del cielo y devorase a la aldea samaritana que no quiso recibir a Jesús (Lc 9,54-55). Éste era el material humano... ¡y cómo lo transformó Cristo!

Santiago trabajaba con su hermano Juan en el “negocio” familiar de su padre Zebedeo junto a los jornaleros: pescar, volver a la orilla, clasificar el pescado, repasar las redes. Pasa Jesús, y a una palabra, lo dejan todo para lanzarse a lo desconocido: “Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres”. Cristo dejó impactado a Santiago. No dudó (Mt 4,21-22). En Cristo su mirada, su voz, su Presencia, denotaban algo singular y único excepcional. Se produjo la gracia del encuentro que Santiago guardará como un tesoro. ¡Éste sí que es Único!, ¡Éste sí que responde a mi corazón, a sus exigencias más profundas de Verdad!

Escuchaba a Cristo predicar, cuando desgranaba los secretos del Reino, cuando los iniciaba con parábolas y a los apóstoles les enseñaba abiertamente en privado; palabras que seducían el corazón, aunque no se captasen de golpe su profundidad. Es la tarea de un maestro: volver sobre un tema una y otra vez, con suavidad, con distintos modos de acercamiento, despertando el interés y la curiosidad. Cristo corregía a sus apóstoles cuando era necesario, rompiendo sus seguridades humanas, enseñándoles a mirar la realidad con otra perspectiva. Asimismo, compartir la vida de Cristo: su oración, sus curaciones, sus encuentros personales... Todo era educador, todo era pedagogía divina.


viernes, 24 de julio de 2009

Elogio de la santidad

La santidad es nuestro único sueño, nuestro único deseo.
La santidad es lo más deseado, lo más alto, la mayor aspiración.
A ella nos llamó el Señor desde antes de la creación del mundo.
¡Ser santos, tender a la santidad!

¿Será acaso una meta imposible?
¿Algo inalcanzable? ¿Imposible quizás?

¡La santidad, nuestro sueño y nuestro deseo, nuestra santa ambición!
Cristo la quiere para nosotros... ¿por qué habremos de rechazarla, desecharla o posponerla para más tarde?
¡Santos! ¡Santos nosotros, con nuestro nombre y apellido, vocación, familia, circunstancias, edad, debilidades y pecados, en el propio barrio o pueblo! ¡Santos!
¡Santos, sí, hay que repetirlo, santos! Es posible porque Cristo se ha comprometido a ello, su Gracia no va a faltar.

¿Por qué reservar la santidad a unos pocos?
¿Por qué pensar que la santidad es para algunos consagrados?
¿Por qué pensar en la santidad como algo meloso, o excesivamente angelical, etéreo, y alejado de nuestro “humano concreto”?
¿Por qué una santidad de escayola y promesas, flores y velas, sin contacto con lo real, sin ser camino válido hoy?
¿Por qué pensar en lo inalcanzable y extraordinario y no en el acceso de una santidad real y cercana, hecha de entrega fiel en lo cotidiano, de amor apasionado aunque frágil?

¡Santos!
Llamados y elegidos antes de la creación del mundo, con un diseño personal y original para cada hijo suyo. Para ello Dios nos llama, ofrece muchas vocaciones, caminos y modos espirituales, complementarios y no excluyentes; ofrece el Señor la mediación de la Iglesia, el amor de su Providencia y su continua Gracia. Sí, es cuestión de Gracia y no de esfuerzos, pero es también respuesta y colaboración con la Gracia con un compromiso personal.

¡Santos, llamados y elegidos! Nuestra vocación es el amor.
Una santidad, manifestada fielmente en lo concreto y ordinario de cada día, viviendo en el alto grado de vida cristiana, a medida alta del Evangelio, sin concesión alguna a la mediocridad o a la dejadez.
Es el camino trazado por Juan Pablo II en la Novo Millennio ineunte, haciendo, ante todo, hincapié en la santidad, proponiéndola a todos. ¡Es momento de santidad, de entregarnos, ya -¿para qué más tarde?- a ser santos!

¡Santos! Ésa es nuestra plenitud cristiana.
¡Santos! Ése, nuestro deseo, nuestro sueño.
El alma humana es muy grande, creada por Dios para cosas grandes, el alma es capaz de Dios.
¡Podemos soñar la santidad, desearla apasionadamente, porque Dios ha soñado la santidad para nosotros!
¡Podemos volar hacia la santidad en el horizonte eterno de Dios!, pues para eso el Señor nos ha dotado, para volar bien alto y "a la caza dar alcance" (S. Juan de la Cruz). ¿Seremos felices si pudiendo volar como águilas hacia la santidad renunciamos a ello –por inconsciencia, miedo, comodidad- quedándonos a ras de tierra como pequeños gorriones?

El Evangelio es posible vivirlo con radicalidad y amor.
Los santos son el Evangelio vivido, reclamos para nosotros hoy; porque es posible vivir según el Evangelio, porque es posible regirse por el sermón de la Montaña, porque es posible hacer carne el Evangelio en nosotros, ¿nos lanzaremos entusiasmados a la santidad vendiendo todos nuestros proyectos y mediocridades por comprar la perla escondida del Evangelio?

Los santos son el Evangelio vivido.
El Evangelio impregnó las fibras más sensibles de sus almas, en sus razonamientos, actitudes, sentimientos y obras; ellos fueron, por su radicalidad evangélica, auténticos reformadores en la Iglesia, más con su santidad de vida que con sus iniciativas y discursos; reformadores en la Iglesia, núcleos de verdadera humanidad en cada época histórica. ¡Como ellos, también nosotros llamados a la santidad, a la vivencia renovada el Evangelio, a la adhesión amorosa y personal a Jesucristo, viviendo con fidelidad el misterio de la Iglesia, sirviendo y amando al hombre, a todo hombre!

¡Santos, llamados la santidad! ¡Ahora nos toca a nosotros!
En esta etapa histórica, ya iniciado el tercer milenio, ¡nos toca a nosotros ser los santos de este milenio!
Ahora, ya, no más tarde, ni mañana, ni dentro de unos años, ahora nos toca ser los santos que Dios espera para los hombres y el mundo de nuestra época.
¿Qué responderemos al Dueño de la Viña? Él sigue llamando, con paciencia y misericordia, para que acudamos a la viña de la santidad, a trabajar con Él y para Él. ¿Qué responderemos, qué haremos?

¡Santos, llamados a la santidad!
Todo bautizado, viviendo en santidad. Los fieles laicos –en los muchos modos y caminos espirituales- viviendo en santidad e impregnando las realidades temporales del espíritu evangélico. Los matrimonios santos, en el mutuo amor, entrega y sacrificio, engendrando hijos para Dios y entregándoles el depósito de la fe. Los religiosos, que sean santos, en la renovada vivencia de los votos y la fidelidad a su carisma y misión. Los contemplativos santos, abiertos al Misterio, entregados a la liturgia, la oración y el estudio. Los sacerdotes santos, configurados con Cristo Buen Pastor, santificando, enseñando y rigiendo... ¡Santos, llamados a la santidad! ¡Todos, todos con un mismo deseo y vocación, la santidad! ¡Santos o fracasados, no hay término medio!

Es bueno considerar despacio qué es la santidad para así desearla más fervientemente. Que sean las palabras del Papa las que guíen la consideración:

“Nos llama para que seamos “suyos”: quiere que todos sean santos... ¡Tened la santa ambición de ser santos como Él es santo! Me preguntaréis: ¿Acaso es posible ser santos hoy en día? Si tan sólo pudiéramos contar con los recursos humanos, semejante hazaña parecería justamente imposible. Bien conocéis, de hecho, vuestros éxitos y derrotas; sabéis que cargas oprimen al hombre, cuántos peligros lo amenazan y cuáles consecuencias provocan sus pecados. A veces puede verse invadido por el desaliento y llegar a pensar que no es posible cambiar nada, ni en el mundo ni en sí mismo. Si es verdad que es arduo el camino, también lo es que todo lo podemos en aquél que es nuestro Redentor. No os dirijáis, pues, a nadie, sino a Jesús. No busquéis en otro lugar lo que sólo Él puede daros... Con Cristo, la santidad –proyecto divino para todo bautizado- se hace posible. Contad con Él: creed en la fuerza invencible del Evangelio y poned la fe como cimiento de vuestra esperanza. Jesús camina con vosotros, renueva vuestro corazón y os refuerza con el vigor de su Espíritu... ¡No temáis ser los santos del nuevo milenio! Sed contemplativos, amantes de la oración; coherentes con vuestra fe y generoso en el servicio a los hermanos, miembros activos de la Iglesia y artífices de paz. Para realizar tan exigente programa de vida, seguid escuchando su Palabra, sacad fuerzas de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y de la Penitencia. El Señor quiere que seáis apóstoles intrépidos de su Evangelio y constructores de una Humanidad nueva” (JUAN PABLO II, Mensaje para la XV Jornada Mundial de la Juventud del año 2000, 29-junio-1999).

La santidad: ¿hay algo más hermoso?
La santidad: ¿algo más apetecible?
La santidad: ¿un proyecto más apetecible?
Lo mejor es la santidad.
Lo más alto y bello.
Lo más necesario, lo único imprescindible.
¿Cuándo lo veremos con claridad y lo amaremos con pasión?
¿Cuándo?
¡Y todo sin retrasos! El Señor tiene prisa por hacernos santos.
Tiene prisa por suscitar santos para esta generación.
¡Santos!, porque son la respuesta de Dios en cada momento, en cada etapa histórica, en cada necesidad y circunstancia. ¡Santos! ¿No arde nuestro corazón al sabernos llamados para esta alta vocación y misión? ¡Santos! Ésos son los verdaderos héroes de la historia, los grandes genios aun en su sencillez, los creadores de la verdadera cultura. ¡Santos!, porque el mundo se cambia con la santidad.

La vida cobra sabor, forma, luz y calor, cuando se vive en santidad. Esto no es inalcanzable, es posible y real; además, si es para todos, a todos habrá que impulsar y estimular, acompañar y orientar, ¡nada de mínimos!, todo a lo grande, a lo grande de la santidad. Las parroquias y monasterios serán los hogares eclesiales y cálidos donde se genera la santidad, se la cuida en su crecimiento y se le entregan los frutos al Señor de la Viña.

¡La santidad es lo único importante!, y todo debe estar enfocado a la santidad eliminando lo superfluo que ya hoy puede que no sirva para nada, tan sólo rutina y costumbre...

La santidad es el gran reto, la propuesta ilusionante, el verdadero y renovado trabajo pastoral, la opción primera, el impulso alentador para todo. Ha sonado la hora de la Gracia y es necesario desterrar la mediocridad y la tibieza, presentar con valentía las grandes líneas orientadoras de la santidad, alentar a todos e ilusionarlos con ese precioso proyecto de Dios. “El tiempo apremia”, “el amor de Cristo nos urge”, y la santidad es la mayor urgencia que Dios presenta... ¡para todos!

Es una urgencia para cada fiel bautizado, y brota poderosa cuando se ha llegado a vislumbrar el tremendo y fascinante Amor de Dios en la propia alma. Palpamos el Misterio, adoramos la grandeza de Dios y su santidad de la que nos hace partícipes. Al católico de hoy, con pedagogía amorosa, habrá que llevarlo de la mano para su encuentro personal y único con Cristo y su Amor (¿no parece que esto hace referencia a la adoración eucarística, la plegaria cordial ante Cristo en la custodia o el sagrario? Edith Stein lo llamaba “educación eucarística”). ¡Ahí se producirán maravillas!

¡La santidad!

“La vocación a ser “santos como Él es santo” (Lv 11,44) se realiza cuando se reconoce a Dios el lugar que le corresponde. En nuestro tiempo, secularizado y a la vez fascinado por la búsqueda de lo sagrado, hay especial necesidad de santos que, viviendo intensamente el primado de Dios en su vida, hagan visible su presencia amorosa y providente. La santidad, don que se debe pedir continuamente, constituye la respuesta más valiosa y eficaz al hambre de esperanza y de vida del mundo contemporáneo” (JUAN PABLO II, Mensaje para la XXXVI Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 1-octubre-1998).

No se está solo en el camino, pues no falta la compañía de los santos, “los mejores hijos de la Iglesia”, los frutos maduros de la Redención, la cosecha de toda evangelización. "Quien cree, nunca está solo; no lo está en la vida ni tampoco en la muerte" (Benedicto XVI, Hom. Misa inicio ministerio petrino, 24-abril-2005).

Se mira a los santos –muchedumbre inmensa- y se encuentra en ellos estímulo y su intercesión; de ellos se recibe luz con sus escritos, enseñanza con sus vidas, ya que son obra de la Gracia, obras artísticas del Espíritu.

¡Los santos! Hermanos y amigos, compañeros de Jesús y nuestros... modelos e intercesores.
¡Nuestra familia! ¡Familia de Dios!, y nosotros conciudadanos de los santos.
¡Cuánto bien hacen al alma el influencia de la santidad y el contacto con ellos!

Es, además, delicioso, el cariño y la familiaridad con los santos más allegados, por una especial afinidad y común sensibilidad espiritual; entonces esos santos tan familiares nos enseñan y educan con su vida, su respuesta a la Gracia y sus escritos.

¡La santidad! ¡Santos, llamados a la santidad! Es horizonte de vida, deseo eterno de Dios, plenitud de lo humano en Cristo.

Edith Stein, una experiencia. ¡Algo distinto hay en nuestras iglesias!


Nuestras iglesias tienen un algo distinto. No son una sala de reuniones, un salón de catequesis. No están vacías cuando entramos. No son una sinagoga, no son una iglesia luterana o evangélica, lugares concebidos sólo para la asamblea, para recibir a los creyentes, pensando exclusivamente en el culto comunitario.

Nuestras iglesias están habitadas: Cristo vivo está allí, en el Sagrario. En cualquier momento se puede entrar a conversar con Cristo. ¡Hay Alguien! Alguien -Jesucristo en el Sagrario, vivo, glorioso- que me espera, me ama, me escucha, me recibe, me consuela, me ilumina, me asiste, me lleva a conocer y saborear la Verdad, me habla, se revela y se me da constantemente.

Edith Stein percibió esta experiencia que la impactó. Estamos en 1916, ella entregada a la filosofía y a sus estudios en la Universidad. La religiosidad judía la abandonó hace tiempo; se sumergió en el vacío de un ateísmo existencial, que la dejaba frustrada por dentro y sin respuestas, ¡sin respuestas a ella, sumamente inteligente y escudriñadora! Tendría que pasar tiempo. Mientras, el Señor mismo la buscaba a ella (y Edith tendrá que reconocer unos años después, en su conversión y bautismo, hasta qué punto ella no encontraría a Cristo si Cristo antes no la hubiese buscado a ella).

1916, camino de Friburgo, hace parada turística en Frankfurt. Se le ocurre entrar en la catedral: "Teníamos mucho que contarnos mientras recorríamos lentamente la ciudad antigua, que me era tan familiar por los "Pensamientos y recuerdos" de Goethe. Pero me impresionaron más otras cosas que el Monte de Roma y la Tumba del ciervo. Entramos unos minutos en la catedral y, mientras estábamos allí en respetuoso silencio, entró una señora con su cesto del mercado y se arrodilló en un banco, para hacer una breve oración. Esto fue para mí totalmente algo nuevo. En las sinagogas y en las iglesias protestantes, a las que había ido, se iba solamente para los oficios religiosos. Pero aquí llegaba cualquiera en medio de los trabajos diarios a la iglesia vacía como para un diálogo confidencial. Esto no lo he podido olvidar" (Escr. Autobiogr., 9,2).

¡Esa Presencia tocaba su corazón!
Igualmente, hoy, esa Presencia puede tocar nuestro corazón.

Lo primero, agradecimiento a Cristo por habitar entre nosotros.
Lo segundo, recuperar la sanísima costumbre de la "visita al Sagrario", entrando unos minutos para un diálogo confidencial con el Señor.
Lo tercero, una mirada sorprendida y siempre nueva al entrar en nuestras iglesias: ¡Señor, qué maravilla, estás aquí, por puro amor y misericordia!

jueves, 23 de julio de 2009

"Pastoral" y adoración eucarística


Hoy el cristiano necesita de la soledad y del silencio como condición sine qua non para encontrarse con Jesucristo, para hablar con Él, para sentirse amado por Aquél que se entregó por todos y cada uno. La noche del diálogo entre Nicodemo y Jesús, ruidos y voces apagados, se prolonga también hoy en la oración silenciosa y contemplativa.

La adoración eucarística es el desierto en medio de la gran urbe, el manantial deseado en el peregrinar -desértico- de la existencia. La adoración eucarística es encuentro amoroso con el Señor Jesucristo, que real y sustancialmente presente, entra en diálogo con el hombre, le muestra su amor, y, como brisa suave, alivia el calor y el cansancio de su rostro de tantos trabajos, tantas ilusiones frustradas, tantos engaños, tanta vaciedad del mundo. Sin desierto no se forja el pueblo del Señor, sin desierto no se forja el cristiano. No es exageración: hoy más que nunca hace falta la posibilidad de una soledad rica y gratuita, de un silencio interior para escuchar, de una intimidad personal, de amistad, con Jesucristo.

La exposición del Santísimo (o la oración silenciosa y personal ante el Sagrario) será espacio de desierto si se rodea de serenidad, silencio contemplativo, paz. Nunca ritmo acelerado, sí ofreciendo espacios grandes para la oración personal. Esta adoración eucarística será el desierto, sí, pero germinará: sin oración, sin hablar con Jesucristo, tratando de amistad, sin sacar amor, sin hablar de corazón a Corazón, ¿es posible el cristianismo?, ¿es posible la vida cristiana?, ¿es posible el crecimiento personal? ¿Es posible trabajar por la plantatio Ecclesiae y construir el Reino?

Esta adoración eucarística es medio privilegiado y exclusivo de oración con el Señor, y es alma de una comunidad, fuente de renovación e impulso de santidad. La santidad de una parroquia encuentra estímulo y fortaleza renovada en esta oración.

Las iniciativas podrían ser muchas, algunas que ya se practican dan resultados excelentes:

-Semanalmente en parroquias o iglesias de monasterios, la exposición del Santísimo durante una hora u hora y media;

-Un viernes al mes, adoración eucarística, con una meditación dirigida o retiro, la oración personal y la posibilidad de celebrar el sacramento de la Penitencia;

-Un tiempo mensual más amplio de adoración: una mañana entera o un día completo, con turnos de adoración y una pequeña guía de oración;

-Las capillas de Adoración perpetua que en muchas ciudades existen, o crear esa posibilidad en nuestras parroquias durante varias horas.

Sin duda, el espacio de desierto y oración, donde el Señor comunica su amor y su Palabra, es una necesidad de lo que hoy se suele llamar "la pastoral". ¡Católicos forjados en el Sagrario serán católicos con proyección apostólica, con deseos de santidad, con sentido eclesial!

Plegaria a Cristo

Cristo, Tú eres Presencia y Compañía.
Tú eres Luz y Sabor,
el Señor y Salvador,
el Pan y la Palabra,
la Mano tendida,
la Misericordia entrañable.

Cristo, Tú eres el Bendito,
el Mesías y Salvador,
el Redentor y el Maestro,
el Hijo de Dios y el Hijo de María,
el que tenía que venir al mundo.


Cristo, Tú eres el Pan de Vida,
el Buen Pastor,
la Resurrección y la Vida,
la Luz del mundo,
la Palabra eterna pronunciada por el Padre;
el Cordero que quita el pecado del mundo.

Cristo, Tú eres excepcional,
el único excepcional, fascinante,
eres nuestra Felicidad,
nuestra esperanza, nuestra paz y nuestra vida.

¿Adónde iremos sin Ti?
¿En dónde hallaremos lo razonable, lo justo, lo verdadero,
que responde a las exigencias profundas de nuestro corazón?
¿En dónde la Belleza que nos fascine y seduzca?

Y oímos tu voz: "Venid a mí los que estáis cansados y agobiados..."

Recé hoy por el blog

En el Sagrario hoy, hablaba y trataba con el Señor. Había rezado las Vísperas -¡qué preciosidad las antífonas del día de hoy, santa María Magdalena!-. Prolongaba mi oración. A Cristo le exponía este blog: lo he abierto por Ti pensé que en tu nombre algún fruto podría dar, alguien podría avanzar en su vida cristiana...


Me vino a la mente lo que aconseja San Benito en su Regla: "Ante todo pídele con una oración muy constante que lleve a su término toda obra buena que comiences, para que Aquel que se dignó contarnos en el número de sus hijos, no tenga nunca que entristecerse por nuestras malas acciones" (Pról., 4-5).

Y la lectura breve de Laudes (Jueves, II sem.), de Tobías, que dice: "Bendice al Señor Dios en todo momento, y pídele que allane tus caminos y que te dé éxito en tus empresas y proyectos" (Tb 4,20).

San Gregorio Magno algo parecido señala: "Cuando realicemos una obra recta, debemos apoyarnos en la oración, para que todo lo que vivimos justamente se funde en la humildad" (Moralia in Job, lib. IX, 18, 28).

Puse en las manos de Cristo-Eucaristía este blog.
Pedí que se leyera y no fuera un trabajo en balde, intercedí por el fruto espiritual que pudiera dar, supliqué luz para esta pequeña empresa, oré por quienes lo leyeran y comentasen...

¿Hará bien este blog?
¿Contribuirá a la santidad de los hijos de la Iglesia?
¿Será cauce para amar más y mejor a Cristo, seguirle más de cerca, en todo amarle y servirle sin anteponer nada a Él?

Tú tienes en parte la respuesta.

Termino. Reza conmigo:


Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras,
para que nuestro trabajo comience en ti como en su fuente,
y tienda siempre a ti como a su fin.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

miércoles, 22 de julio de 2009

Iniciar y terminar la oración


Que nuestra oración sea siempre agradable al Señor y una ofrenda de amor a Él. Sólo el amor da contenido y verdad a la existencia cristiana y a la plegaria.

¿Por qué no comenzar o terminar nuestra oración personal con un ofrecimiento?


Jesús, manso y humilde de corazón.
R/ Haz nuestro corazón semejante al tuyo.

Oh Dios, que en el Corazón de tu Hijo,
herido por nuestros pecados,
has depositado infinitos tesoros de caridad,
te pedimos que al rendirle el homenaje de nuestro amor
le ofrezcamos una cumplida reparación.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Comenzamos.


En el Sagrario lo tenemos todo.
Allí Cristo nos recibe y acoge en la totalidad de lo que somos, entregándonos su luz, gracia y presencia.
El abandono de la piedad eucarística es un empobrecimiento en la vida eclesial.
Cristo está allí.
Ofrezcámosle nuestro amor y reparación.

¿Podríamos empezar a dedicar más tiempo a la oración en el Sagrario?
¿Podríamos empezar a hacer diariamente una visita al Sagrario, al menos cinco minutos, y poner ante Él nuestra vida orar, interceder, reparar?

Este Blog, ¿podría ser de formación, oración, reparación, uniendo dos realidades fundamentales: el Corazón de Jesús y el Sagrario para nuestra vida?


Comenzamos con este deseo. Inexperto en estas lides, pero creyendo poder aportar algo y ofrecer un servicio.

Bienvenido.