1. "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
Para nosotros esta petición es exigente (lo dejamos todo en manos de Dios, nos ponemos a disposición de Dios). ¿Qué es, entonces, lo que le decimos a Dios en el Padrenuestro? Diariamente reconocemos a Dios volcado en su amor sobre cada uno de nosotros, reconocemos su providencia y por tanto oramos sabiendo que su voluntad siempre es buena y es lo mejor para nosotros, aunque no lo entendamos de momento y estemos ciegos. Pero “sólo Dios basta” (Sta. Teresa de Jesús), “Él sabe lo que nos hace falta” (Mt 6,7). Decir “hágase tu voluntad” es un acto radical de fe que deposita nuestra vida en manos de Dios, sin murmurar de sus planes, sin murmurar de nuestra vida o de nuestra historia, sino poniéndolo todo, aunque no lo entendamos, en sus manos y a su disposición. Ésta es la actitud de los hijos con su padre, de los hijos de Dios con su Padre, Dios, porque de Dios sólo podemos esperar lo que es bueno y bello y auténtico para nuestras vidas.
2. Cuando San Pablo tuvo la experiencia y el encuentro con Cristo Resucitado, camino de Damasco, su primera pregunta fue: “Señor, ¿qué quieres que haga?” (Hch 22,10). La actitud del verda-dero discípulo es ponerse a disposición del Señor como instrumento suyo, ofrecerse al Señor: “¿qué quieres que haga?”, ¿cuál es tu voluntad sobre mí? Ahí está el modelo perfecto de discípula cristiana que es la Virgen. ¿Qué pide Ella? ¿Qué condiciones le pone a Dios? ¿Cuál es su petición? Muy al contrario, su oración es entrega y disponibilidad: “hágase en mí según tu palabra”, “hágase lo que Tú quieras”. Señor, ¿qué quieres que haga?
Para nosotros esta petición es exigente (lo dejamos todo en manos de Dios, nos ponemos a disposición de Dios). ¿Qué es, entonces, lo que le decimos a Dios en el Padrenuestro? Diariamente reconocemos a Dios volcado en su amor sobre cada uno de nosotros, reconocemos su providencia y por tanto oramos sabiendo que su voluntad siempre es buena y es lo mejor para nosotros, aunque no lo entendamos de momento y estemos ciegos. Pero “sólo Dios basta” (Sta. Teresa de Jesús), “Él sabe lo que nos hace falta” (Mt 6,7). Decir “hágase tu voluntad” es un acto radical de fe que deposita nuestra vida en manos de Dios, sin murmurar de sus planes, sin murmurar de nuestra vida o de nuestra historia, sino poniéndolo todo, aunque no lo entendamos, en sus manos y a su disposición. Ésta es la actitud de los hijos con su padre, de los hijos de Dios con su Padre, Dios, porque de Dios sólo podemos esperar lo que es bueno y bello y auténtico para nuestras vidas.
2. Cuando San Pablo tuvo la experiencia y el encuentro con Cristo Resucitado, camino de Damasco, su primera pregunta fue: “Señor, ¿qué quieres que haga?” (Hch 22,10). La actitud del verda-dero discípulo es ponerse a disposición del Señor como instrumento suyo, ofrecerse al Señor: “¿qué quieres que haga?”, ¿cuál es tu voluntad sobre mí? Ahí está el modelo perfecto de discípula cristiana que es la Virgen. ¿Qué pide Ella? ¿Qué condiciones le pone a Dios? ¿Cuál es su petición? Muy al contrario, su oración es entrega y disponibilidad: “hágase en mí según tu palabra”, “hágase lo que Tú quieras”. Señor, ¿qué quieres que haga?
Nuestro catolicismo ha trastocado muchas veces el orden de las cosas, y nos hemos quedado muy en la superficie al vivirlo. Hemos entendido nuestra relación con Dios bastante mal. Como vivimos a Dios como muy lejano y muy severo, no como Padre, acudimos a la Virgen María y a los santos estableciendo negocios o intercambios: les pedimos cosas, necesidades, y a cambio hacemos “promesas” y temiendo extrañas consecuencias si no cumplimos aquella promesa, aquel negocio, con la Virgen o algún santo. Este tipo de religiosidad nada tiene que ver con la frescura evangélica y la novedad de la experiencia pascual de la Iglesia, ni de Pentecostés, y mucho menos, con la disponibilidad de la Virgen a la voluntad de Dios, Ella, que es para nosotros, maestra de vida espiritual.