jueves, 31 de marzo de 2011

Catequesis: "Padre nuestro" (V)



    1. "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
    Para nosotros esta petición es exigente (lo dejamos todo en manos de Dios, nos ponemos a disposición de Dios). ¿Qué es, entonces, lo que le decimos a Dios en el Padrenuestro? Diariamente reconocemos a Dios volcado en su amor sobre cada uno de nosotros, reconocemos su providencia y por tanto oramos sabiendo que su voluntad siempre es buena y es lo mejor para nosotros, aunque no lo entendamos de momento y estemos ciegos. Pero “sólo Dios basta” (Sta. Teresa de Jesús), “Él sabe lo que nos hace falta” (Mt 6,7). Decir “hágase tu voluntad” es un acto radical de fe que deposita nuestra vida en manos de Dios, sin murmurar de sus planes, sin murmurar de nuestra vida o de nuestra historia, sino poniéndolo todo, aunque no lo entendamos, en sus manos y a su disposición. Ésta es la actitud de los hijos con su padre, de los hijos de Dios con su Padre, Dios, porque de Dios sólo podemos esperar lo que es bueno y bello y auténtico para nuestras vidas.


    2. Cuando San Pablo tuvo la experiencia y el encuentro con Cristo Resucitado, camino de Damasco, su primera pregunta fue: “Señor, ¿qué quieres que haga?” (Hch 22,10). La actitud del verda-dero discípulo es ponerse a disposición del Señor como instrumento suyo, ofrecerse al Señor: “¿qué quieres que haga?”, ¿cuál es tu voluntad sobre mí? Ahí está el modelo perfecto de discípula cristiana que es la Virgen. ¿Qué pide Ella? ¿Qué condiciones le pone a Dios? ¿Cuál es su petición? Muy al contrario, su oración es entrega y disponibilidad: “hágase en mí según tu palabra”, “hágase lo que Tú quieras”. Señor, ¿qué quieres que haga?


    Nuestro catolicismo ha trastocado muchas veces el orden de las cosas, y nos hemos quedado muy en la superficie al vivirlo. Hemos entendido nuestra relación con Dios bastante mal. Como vivimos a Dios como muy lejano y muy severo, no como Padre, acudimos a la Virgen María y a los santos estableciendo negocios o intercambios: les pedimos cosas, necesidades, y a cambio hacemos “promesas” y temiendo extrañas consecuencias si no cumplimos aquella promesa, aquel negocio, con la Virgen o algún santo. Este tipo de religiosidad nada tiene que ver con la frescura evangélica y la novedad de la experiencia pascual de la Iglesia, ni de Pentecostés, y mucho menos, con la disponibilidad de la Virgen a la voluntad de Dios, Ella, que es para nosotros, maestra de vida espiritual.

miércoles, 30 de marzo de 2011

De lo universal al egoísmo (Oración de los fieles - VIII)

Para que sea oración universal y los fieles oren por el mundo entero, repitámoslo, hay una serie de intenciones que deben enunciarse siempre y en un determinado orden ya que si no será algo piadoso, o sentimental, o demasiado local, pero no universal.

“Las intenciones, una vez hecha la monición introductoria, deben comprender siempre los siguientes temas o capítulos, y por este orden:

1) La Iglesia universal y local, por ejemplo, el Papa, los obispos y pastores, la actividad misionera de la Iglesia, la unidad de los cristianos, las vocaciones sacerdotales y religiosas, las necesidades de la comunidad local, etc.

2) Las naciones y los asuntos públicos, por ejemplo, la paz, los gobernantes, el tiempo favorable para las cosechas, las elecciones, los problemas sociales y económicos, etc.

3) Los que sufren cualquier dificultad, como los pobres, los perseguidos, los parados, los enfermos y agonizantes, los presos, los exiliados, etc.

4) Determinados grupos de personas, de la misma asamblea o de la comunidad local; por ejemplo, los que se van a bautizar o los recién confirmados, y las necesidades o intenciones particulares.

De cada una de estas series se profiere al menos una intención. En alguna celebración particular, como en la Confirmación, Matrimonio o Exequias, el orden y el contenido de las intenciones pueden acomodarse mejor a la ocasión” (Orientaciones generales..., n. 10).

Sin embargo, se oyen y se proponen intenciones de oración que no salen del ámbito local, de la propia parroquia o del “nosotros” de quienes están participando en la santa Misa; la oración deja de ser universal, y pasa a ser localista y, tal vez, con un tinte de egoísmo que olvida las grandes necesidades del mundo y de los hombres para interceder exclusivamente por cosas muy concretas, muy de “casa”. Ejemplos:
  •  “1. Por nuestra Iglesia de N., , para que abunde en ella la alegría y la ilusión de vivir la Buena Noticia del Reino que nos anunció Jesucristo. Roguemos al Señor...
  • 2. Por las familias cristianas: para que comprendan que un hijo o una hija que se entrega por completo al Evangelio, es un regalo de Dios. Roguemos al Señor...
  •  3. Por todos los jóvenes: que la propuesta del Evangelio les ayude a encontrar la felicidad verdadera. Roguemos al Señor...
  •  4. Por nuestros seminaristas: que vivan muy unidos a Jesús, para ser así buenos servidores de la comunidad. Roguemos al Señor...
  •  5. Por las vocaciones sacerdotales y religiosas: para que cada día haya más jóvenes dispuestos a seguir al Señor en este camino de servicio al Evangelio y la comunidad. Roguemos al Señor...”

¿Qué le falta a este formulario? Simplemente, ser universal y no “localista”, reducido a la propia diócesis. Por ejemplo, no hay una indicación para orar por toda la Iglesia sino solamente por la diócesis; se omite la oración por las autoridades y gobernantes; ninguna intención por los que sufren de mil maneras y tampoco una petición por los fieles que están allí celebrando la Santa Misa: sólo una serie de intenciones locales por las vocaciones y lo relacionado con ellas (familias, jóvenes, seminaristas). Pues no, no es esto una oración de los fieles u oración universal para la Eucaristía y sí pueden ser unas preces para una Hora santa o un encuentro de oración.

martes, 29 de marzo de 2011

Meditación sobre la cruz en cada cristiano

"Por ser descendencia de Adán, pertenecimos un tiempo a Satanás. En el bautismo, la sangre de Cristo cayó sobre nosotros y arrancó nuestra alma del poder de Satanás. Mas en nuestra carne ha quedado la concupiscencia; la inclinación al mal no ha sido borrada completamente. Dios quiere que seamos vencedores netos por nuestra propia colaboración. Él lucha en nosotros; su Ágape nos sostiene en la lucha. Pero ese Ágape debe convertirse en Ágape nuestro, porque Dios quiere séquito voluntario, y no forzado, amor desinteresado y libre. Por eso tenemos que tomar la Cruz con sus dos caras. Mientras sigamos bajo el pecado y mientras nuestra voluntad no esté totalmente sometida al Ágape, tenemos que llevar la pasión de la cruz, su vergüenza, debemos mortificarnos: "Mortificationem Domini Iesu in corpore nostro circumferentes - Llevando siempre en nuestros cuerpos la muerte de Jesús" (2Co 4, 10).

El Señor ha triunfado; su Cruz es Cruz de gloria y este glorioso estandarte va delante de nosotros arrastrándonos y dándonos fuerza y valor. Por el momento, nuestra cruz sigue siendo instrumento de muerte: "Mortificamur tota die" - Somos muertos todo el día" (Rm 8,36). Pero con cada avance en la lucha contra la carne y contra el pecado, hacemos que avance nuestro estandarte y nosotros mismos nos acercamos a la Cruz de gloria.

Cada vez que sufrimos una afrenta, una humillación o una enfermedad; cada vez que ejercitamos la obediencia, o mortificamos nuestro cuerpo, o renunciamos a nuestra voluntad, avanza el estandarte de la Cruz. Vistos con los ojos del mundo, cada vez somos más pequeños e insignificantes; pero a los ojos de Dios, la Cruz aparece cada vez más adornada y más gloriosa. A cada acto de amor de la Cruz, se debilita el dominio de Satanás y del mundo, y se acerca el Reino de Dios"

(Odo Casel, El Misterio de la cruz, p. 103s).

¡Ya tenemos más pistas para nuestro trabajo cuaresmal interior!

La cruz maniestada en una afrenta, o una humillación, o una enfermedad, o un acto de obediencia o... ¡¡tantas cosas!!

lunes, 28 de marzo de 2011

El recuerdo del pasado nos retiene (Ejercicios V)

Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras (Canc. 3).
“Ni cogeré las flores”

Por cuanto, para buscar a Dios se requiere un corazón desnudo y fuerte, libre de todos los males y bienes que puramente no son Dios, dice en el presente verso y lo siguientes el alma, la libertad y fortaleza que ha de tener para buscarle. Y en éste dice que no cogerá las flores que encontrare en este camino, por las cuales entiende todos los gustos y contentamientos y deleites que se le pueden ofrecer en esta vida, que le podrían impedir el camino si cogerlos y admitirlos quisiese, los cuales son en tres maneras: temporales, sensuales y espirituales. 
Y porque los unos y los otros ocupan el corazón y le son impedimento para la desnudez espiritual (cual se requiere para el derecho camino de Cristo) si reparase o hiciese asiento en ellos, dice que, para buscarle no cogerá todas estas dichas cosas. Y así es como si dijera: ni pondré mi corazón en las riquezas y bienes que ofrece el mundo, ni admitiré los contentamientos y deleites de mi carne, ni repararé en los gustos y consuelos de mi espíritu, de suerte que me detenga en buscar a mis amores por los montes y riberas de las virtudes y trabajos...

Donde es de notar que no sólo los bienes temporales y deleites corporales impiden y contradicen el camino de Dios, mas también los consuelos y deleites espirituales, si se tienen con propiedad o se buscan, impiden el camino de la cruz del Esposo Cristo (San Juan de la Cruz, CB 3,5).

    El seguimiento de Cristo o la búsqueda del Amado es todo un proceso, un camino cuya meta es el Amor, o cuya meta es Jesucristo el Amado. Sería estúpido quien olvidándose de la meta, atraído por un paisaje, se detuviese en mitad del camino y allí quedase. “Sería estúpido el viajero que durante el camino se detuviese en contemplar magníficos paisajes y se olvidara del término de su viaje” (S. Gregorio, Hom. Evang., I,14,15).


    Lo nuestro es caminar, avanzar, seguir.

    En el camino del amor a Cristo, “las flores” pueden ser una distracción peligrosa que nos retenga. Aquello que hemos recibido en la vida como un don (personas queridas, situaciones que fueron agradables, encargos o ministerio que fueron gratificantes o deleite y gusto en la oración o alabanzas y reconocimientos por algo bien hecho) no pueden detenernos. Nos paramos si no queremos salir de allí donde estamos. Con una gran libertad de espíritu, y trabajo interior, hay que estar por encima de todo lo bueno que en la vida hemos recibido. Estar por encima, volar alto, permitirán no asirnos a nada. Es verdad que las flores en el camino son deleite y por ello hay que estar agradecidos a Dios, pero si “cogemos las flores” podemos poner el corazón en ellas y ya no estará “todo entero con Él”; podemos perder un tiempo precioso en el coger las flores del camino en lugar de avanzar hacia la meta.

domingo, 27 de marzo de 2011

El pecado de envidia (II)

Seguimos con el artículo sobre la envidia:

"La envidia es considerada por Tomás de Aquino como una de las raíces del odio.


Envidia, etimológicamente, viene del verbo latino videre, que indica la acción de ver por los ojos, y de la partícula in; de modo que invidere significa mirar con malos ojos -no ver. De este modo se erige la envidia en raíz o madre del odio a la persona: invidia est mater odii, primo ad proximum, decía Santo Tomás.

Podría decirse, pues, que la pupila del envidioso descarga sobrelo que mira una sustancia invisible, semejante al veneno de la serpiente. Cuenta Plutarco que Eutélidas tenía tanto poder negativo en sus pupilas que podía dañarse a sí mismo con sólo mirarse al espejo. Ese poder fue llamado por los latinos fascinum (de ahí nuestra palabra fascinación), que en castellano también se llama mal de ojo. Cuando el "aojador" encuentra una cosa viva y hermosa, buena, elevada, lanza contra ella la luz envenenada de sus pupilas y la hace languidecer paulatinamente, o incluso la mata. El mal surgido del fascinador es provocado o inducido por las "cualidades" de otros hombres, estimadas como negativas: ¿pero qué cualidades son estimadas aquí como "negativas" y provocadoras de la reacción maléfica de la "fascinación"? ¿Las buenas o las malas? Aunque parezca mentira, normalmente son las buenas.

Lo negativo y provocador son las cualidades del otro

 Una persona inteligente, capacitada o con cualidades físicas, psíquicas y sociales, que tantas veces hacen de ella una persona simplemente normal, luchadora, trabajadora es el provocador, el inductor que atrae el rechazo del envidioso.

sábado, 26 de marzo de 2011

Aprendo de los católicos ucranianos

En la parroquia me he encontrado con dos mujeres ucranianas, que prestan un servicio parroquial importante en el coro de la parroquia. Me honro con su afecto y amistad.

Pero, a la vez, me aprovecho un tanto, preguntándoles sobre la Iglesia en Ucrania, la liturgia, el canto, costumbres y así aprender algo de nuestros hermanos católicos eslavos y de la liturgia. Ésta sólo la conozco de libros y artículos, pero sé menos o nada de la vivencia real de los fieles. Pregunto, me responden, me cuentan, y disfruto muchísimo. Además, una de ellas, antes era miembro de la Iglesia ortodoxa, con lo cual me cuenta y me enriquece con las costumbres de los cristianos ortodoxos de Ucrania, además de los católicos latinos.

De las cosas que me explican -me catequizan- voy a ponerlas aquí para mutuo enriquecimiento aunque no tengan un orden.

El ayuno cuaresmal es realmente ayuno. Nada de lo que aquí llamamos "ayuno" y "abstinencia" donde nos privamos de una parte de alimento y los viernes nos limitamos, cicateramente, a no comer carne, pero seguimos comiendo igual de todo, o saliendo a cenar, o comiendo deliciosas frituras. Para los católicos ucranianos, me decían, ayunar es estar comiendo solamente pan y agua los lunes, miércoles y viernes. ¡Ahí quedó!


Y los ortodoxos ucranianos, a este ayuno que practicamente así también, le añaden que durante toda la Cuaresma, ¡toda!, nada de carne (recuerdo pero no sé qué rito oriental era, que aparte de eliminar la carne en Cuaresma suprimían lácteos y derivados).

Siempre me hablan, con añoranza, de la liturgia de su parroquia en Ucrania. ¡Con razón!

viernes, 25 de marzo de 2011

Anunciación del Señor: ¡el asombro ante el Misterio!


"Él es en verdad el Santo,
en verdad es el Bendito
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Él enriqueció a la Virgen con la virtud de la pureza,
y no privó a la Madre del don de su virginidad.
Quiso nacer de sus entrañas por nosotros,
y por nosotros,

dispuesto a redimirnos se humilló hasta aceptar la muerte.
Cristo Señor y Redentor eterno"


(Post-Sanctus, Misa Sta. María, 18 diciembre,
Rito Hispano-Mozárabe).


"No callaremos, Señor, lo que creemos.
Proclamaremos firmemente nuestra fe.

Y así como has concedido a tu santa Madre
ser fecunda y ser virgen,
haz también que tu Iglesia
sea de pureza inmaculada en su doctrina
y fértil en la santidad,
que es fruto de tu gracia".

(Post Pridie, Misa 18 dic., Sta. María,
Rito Hispano-Mozárabe).

jueves, 24 de marzo de 2011

El mundo de mis deseos (Ejercicios IV)

En lo que dice luego: Y me dejaste con gemido, es de notar que la ausencia del Amado causa continuo gemir en el amante, porque, como fuera de él nada ama, en nada descansa ni recibe alivio. De donde, en esto se conocerá el que veras a Dios ama, si con ninguna cosa menos que él se contenta. Mas ¿qué digo se contenta? Pues, aunque todas juntas las posea, no estará contento, antes cuantas más tuviere estará menos satisfecho; porque la satisfacción del corazón no se halla en la posesión de las cosas, sino en la desnudez de todas ellas y pobreza de espíritu. Que, por consistir en ésta la perfección de amor en que se posee Dios con muy junta y particular gracia, vive el alma en esta vida, cuando ha llegado a ella, con alguna satisfacción, aunque no con hartura, pues que David (Sal 16,15), con toda su perfección, la esperaba en el cielo, diciendo: Cuando pareciere tu gloria, me hartaré.

Y así, no le basta la paz y tranquilidad y satisfacción de corazón a que puede llegar el alma en esta vida, para que deje de tener dentro de sí el gemido, aunque pacífico y no penoso, en la esperanza de lo que le falta. Porque el gemido es anejo a la esperanza; como el que decía el Apóstol (Rm 8,23) que tenía él y los demás, aunque perfectos, diciendo: Nosotros mismos, que tenemos las primicias del espíritu, dentro de nosotros mismos gemimos esperando la adopción de hijos de Dios. Este gemido, pues, tiene aquí el alma dentro de sí en el corazón enamorado; porque donde hiere el amor, allí está el gemido de la herida clamando siempre en el sentimiento de la ausencia, mayormente cuando habiendo ella gustado alguna dulce y sabrosa comunicación del Esposo, ausentándose, se quedó sola y seca de repente (San Juan de la Cruz, CB 1,14).

    Para calibrar hasta qué punto Dios es Amado de veras por el corazón, hay que ahondar y excavar en la tierra del mundo interior. En apariencia y en superficie creemos que Dios es lo que más amamos; rascando mediante el conocimiento interior, arando la tierra mediante el ejercicio espiritual, quitamos un manto que recubre la apariencia y llegamos a la desnudez. Hay que entrar en el mundo de los deseos y de las satisfacciones: éstos nos darán la medida del amor a Dios.

    Hay que preguntarse: ¿qué deseo? ¿Qué aspiro? ¿Qué estoy esperando? ¿Qué hay en mí que me arrastra con cierta ilusión que luego veo desvanecerse tantas veces?

    Cada uno de nosotros tiene distintos deseos; pueden ser nobles, honestos y legítimos: hay que reconocerlos, identificarlos. Ese mundo de deseos, lo que esperamos y luchamos por conseguir, muestra la verdad de nuestro ser y nos indican hacia dónde nos dirigimos y ponemos todo el empeño. Señalan dónde está en verdad nuestro corazón. ¿Y realmente lo que deseamos es tan necesario, tan importante? Muchos de nuestros deseos nos apartan del principio y fundamento, del orden interior de vida, y nos arrastran y nos vemos arrastrados para lograr conseguirlos. Pongámosle nombre.

    Pero la dinámica del deseo está siempre en movimiento; alcanzado lo que ya deseamos, necesitamos nuevos objetos de deseo, simplemente, porque no colman el corazón humano. Alborotan y cansan. Dejan fatigados. Es demasiado el esfuerzo y nunca hallamos una felicidad completa que colme esos deseos que nos impulsan... porque el corazón humano es demasiado grande para llenarlo con los pequeños deseos de la vida.


miércoles, 23 de marzo de 2011

Catequesis: "Padre nuestro" (IV)

1. La tercera petición es “Venga a nosotros tu reino”. Es una petición audaz y atrevida. La Iglesia mira al final de la historia, al tiempo último, y pide que Dios culmine ya la historia, que venga ya Cristo Jesús, Juez y Señor, que todo le sea ya sometido.

“Venga a nosotros tu reino”. Es la aclamación que en la Eucaristía hacemos normalmente tras la consagración: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”, rezando lo que profesamos cada domingo en el Credo: “y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin”. ¡Vendrá Cristo! ¡Se instaurará plenamente el reino de Dios! Suplicamos en el Padrenuestro que se abra ya, ahora mismo, el cielo, y venga Cristo en su segunda venida, estableciendo el reinado de Dios. Entonces Cristo aniquilará definitivamente la muerte poniéndola como estrado de sus pies (1Cor 15,25-26), y el pecado quede destrozado, y la creación se verá transformada y glorificada, y Cristo constituido plenamente como Señor y Cabeza de cielo y tierra. ¡¡Y todo será transformado!! Y cuando se manifieste, veremos la gloria de ser hijos de Dios, porque aún no sabemos lo que seremos, dice San Juan en su primera carta (3,2). “Venga a nosotros tu reino”. María, Virgen de la esperanza, alienta nuestro esperar el Reino; María, modelo de esperanza, nos enseña a colaborar activamente trabajando por la venida del Reino de su Hijo.

    2. Profesábamos al principio que Dios, “Padre nuestro”, está en los cielos: es Santo, nos trasciende, es el Absoluto; por eso, al que reconocemos que es Dios y que trasciende, pedimos que desde el cielo venga su reino, que el Señor entre en el mundo y en la historia con el poder de su gloria. Así, el “reino” que pedimos es presencia de Cristo en esta historia nuestra, en el tiempo y en el cosmos: es la meta escatológica, Dios será “todo en todos” (1Cor 15,28). Así es la escatología cristiana, los tiempos últimos, el fin de todo y su plenitud que Dios llevará a cabo. Será el Reino de la vida y la verdad, de justicia y de paz, de gracia, santidad y amor.

    Las realidades últimas ya han empezado con la Encarnación, la Muerte y Resurrección de Jesucristo. Cristo mismo es el Reino de Dios: “Si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, es que el Reino de Dios está entre vosotros” (Lc 11,20). Por eso anuncia Jesús: “Convertíos porque está cerca el Reino de Dios” (Mc 1,15); para el Reino de Dios, el Evangelio nos educa, cambia nuestro corazón, nos “descomplica” y nos hace pequeños: “si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos...” (Mt 18,3).


martes, 22 de marzo de 2011

El pecado de envidia (I)

Me limitaré a transcribir un artículo que me encantó al describir minuciosamente el pecado de envidia. ¡Cuánta maldad encierra! A veces vemos y valoramos puritanamente otros pecados más groseros, carnales... y nos olvidamos de pecados sutiles a veces en sus formas, como son la soberbia y la envidia. Ésta es realmente destructora, pérfida, y siempre muy bien disimulada.

"Cervantes llamó a la envidia carcoma de todas las virtudes y raíz de infinitos males. "Todos los vicios -añadía- tienen un no sé qué de deleite consigo, pero el de envidia no trae sino disgustos, rencores y rabia".

La envidia no es la admiración que sentimos hacia algunas personas, ni la codicia por los bienes ajenos, ni el desear tener las cualdiades de otro. Es otra cosa.

La envidia es entristecerse por el bien ajeno. Es quizá uno de los vicios más estériles y que más cuesta comprender y, al mismo tiempo, también probablemente de los más extendidos, aunque nadie presuma de ello. De otros vicios sí que a veces presumimos, incluso cambiándoles el nombre: el mal genio se convierte en temperamento fuerte; la insolencia, en sinceridad a ultranza; el orgullo y la prepotencia, en defensa de la verdad -¡la propia!...-.

La envidia va destruyendo -como una carcoma- al envidioso. No le deja ser feliz, no le deja disfrutar de casi nada, pensando en ese otro que quizá disfrute más. Y el pobre envidioso sufre mientras se ahoga en la tristeza más inútil y la más amarga: la provocada por la felicidad ajena.

lunes, 21 de marzo de 2011

El corazón entero en Dios: el mundo afectivo (Ejercicios III)

Llámale Amado para más moverle e inclinarle a su ruego, porque, cuando Dios es amado, con grande facilidad acude a las peticiones de su amante. Y así lo dice él por san Juan (15,17), diciendo: Si permaneciéredes en mí, todo lo que quisiéredes pediréis, y hacerse ha. De donde entonces le puede el alma de verdad llamar Amado, cuando ella está entera con él, no teniendo su corazón asido a alguna cosa fuera de él, y así, de ordinario trae su pensamiento en él. Que, por falta de esto, dijo Dalila a Sansón (Jue 16,15) que cómo podía él decir que la amaba, pues su ánimo no estaba con ella. En el cual ánimo se incluye el pensamiento y la afección. De donde algunos llaman al Esposo Amado, y no es Amado de veras, porque no tienen entero con él su corazón; y así, su petición no es en la presencia de Dios de tanto valor; por lo cual no alcanzan luego su petición, hasta que, continuando la oración, vengan a tener su ánimo más  continuo con Dios, y el corazón con él más entero con afección de amor; porque de Dios no se alcanza nada si no es por amor (S. Juan de la Cruz, CB 1,13).

El principio y fundamento del existir cristiano es vivir del Amor; hemos sido creados por Amor –por el Amor de Dios- y llamados a dar una respuesta de amor. Dios –en Cristo- ha de ser el Amado, el absoluto que se constituye en el centro del mundo interior, del mundo afectivo, de la existencia; un eje vertebrador en torno al cual se ordenan todas las cosas como a su centro y giran con soltura.

¿Dios, el amado? La relación con Dios es un flujo constante de amor. Ya de por sí esto es indicativo: no nos mueve el miedo o el temor; tampoco la ceguera de lo irracional porque el amor es inteligente, conoce con una visión distinta. Lo mejor –lo más santo- que nos puede pasar es que realmente amemos a Dios, que Él sea el Amado, el amor absoluto de nuestras vidas. Entonces, si Él es amado, “con grande facilidad acude a las peticiones de su amante”.

Sin embargo, nuestro mundo interior se desordena con demasiada facilidad amando desordenadamente: amamos más lo que se debe amar menos; amamos menos lo que se debe amar más; amamos por igual cosas que deben ser más o menos amadas. Hay un desorden afectivo, hay impulsos que no queremos dominar porque, en principio, nos resultan gratificantes; hay afectos desordenados que, a la larga, cansan, ensucian, enturbian. Hemos de identificarlos, aunque sea doloroso.

¿Cuándo es Dios amado? Cuando “ella está entera con él”, cuando “tienen entero con él su corazón”. Se trata entonces de estar por entero amando a Dios, con todas las facultades de nuestro ser, con todas las potencias de nuestra alma, con toda la capacidad de afecto. 

domingo, 20 de marzo de 2011

La arrogancia desarmada

La humildad vence cuanto se le ponga por delante. Es atractiva, dulce y suave y lo es porque va asociada a la Verdad y al Bien. Es un modo ajustado y realista de percibirse a uno mismo, de ser, de pensar, de sentir, de situarse ante los demás. No exagera: no se estima en menos de lo que vale pero tampoco alardea de lo que es imponiéndose a los demás. Por eso la humildad engendra tantas virtudes.


La arrogancia, por el contrario, es terrible. Entra arrollando, avasallando, imponiendo y esperando la rendición incondicional de todos los demás, haciéndose paso a codazos y de manera altanera. Vive en una mentira, la de creerse la propia perfección y la de constituirse en norma de perfección (despreciando a los demás). Esa arrogancia o altanería, esa soberbia u orgullo, ciega, y uno se conduce pensando que todo le es debido, que los demás son deudores porque él es merecedor de todo.

La humidad, más realista, más humana y sobrenatural a un tiempo, ve con mucha más claridad, y al ver así, no se atribuye nada, ni avasalla. Espera, en todo caso, que lo descubran, que lo reconozcan y lo sitúen, avanzando con amabilidad y sencillez.

Una buena dosis de humildad nos hace falta a todos para ir por la vida.

La arrogancia queda desarmada y más puesta en evidencia aún cuando al lado hay una persona humilde que, aun sin hablar, está logrando que la arrogancia quede al descubierto.

En el Evangelio (Lc 14,1.7-14)... encontramos a Jesús como comensal en la casa de un jefe de los fariseos. Dándose cuenta de que los invitados elegían los primeros puestos en la mesa, Él contó una parábola, ambientada en un banquete nupcial. “Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: 'Déjale el sitio' ... Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio” (Lc 14,8-10). El Señor no pretende dar una lección sobre etiqueta, ni sobre la jerarquía entre las distintas autoridades. Él insiste más bien en un punto decisivo, que es el de la humildad: “el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (Lc 14,11). Esta parábola, en un significado más profundo, hace pensar también en la posición del hombre en relación con Dios. El “último lugar” puede representar de hecho la condición de la humanidad degradada por el pecado, condición por la cual sólo la encarnación del Hijo Unigénito puede ensalzarla. Por esto el propio Cristo “tomó el último lugar en el mundo – la cruz – y precisamente con esta humildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente” (Enc. Deus caritas est, 35).

sábado, 19 de marzo de 2011

Los trabajos de san José

Tal como están las cosas, nadie se arriesgaría a perder su puesto de trabajo por dejadez, por incumplimiento de contrato, por hacer las cosas mal o a medias, por llegar siempre tarde y salir antes de tiempo, por ausentarse sin causa justificada, etc. Nadie, absolutamente nadie lo haría, salvo un necio o un loco.

    San José es un trabajador, un artesano, un hombre de obras, arreglos y maderas; lo sabemos, y porque el evangelista lo llama “justo” en el sentido tan fuerte de este calificativo en las Escrituras, sabemos que incluye la honradez, la pulcritud, la eficacia, la perseverancia, en el trabajo bien hecho. Se convierte así en modelo y patrono, en un ejemplo para nuestra forma de vivir el trabajo, la profesionalidad, el ejercicio bien hecho de nuestro trabajo como medio habitual de santificación.

    Hasta ahora, nada especial en principio.

    Pero san José es un gran trabajador en otro sentido, tal vez el principal, probablemente el primer trabajo. ¿Cuál? Los trabajos de Dios, los trabajos a lo divino que a Él se le confían. El primer gran trabajo, el más importante, y el que exigió más esfuerzo y constancia sin vacaciones, fue custodiar al Verbo encarnado, a Jesucristo, como padre en la tierra. La oración colecta de la Misa propia de san José reza: “Dios todopoderoso que confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de san José”. Ahí se señala muy bien cuál es el trabajo de san José, un trabajo divino, al modo divino, vivido como creyente que abarca, no las ocho horas diarias de trabajo en días laborables, sino todo el tiempo, la existencia entera, dándole un sentido absoluto y una encomienda que le llena de plenitud.

    San José trabaja en las cosas de Dios, san José se emplea a fondo en el trabajo sobrenatural o trabajo directamente encomendado por Dios. Cristo mismo se identifica con un trabajo distinto, la tarea de Dios en el mundo, la salvación, la redención: “Mi Padre siempre trabaja y yo también trabajo” (Jn 5,17).

viernes, 18 de marzo de 2011

Pensar y orar (Ejercicios II)

En este segundo ejercicio del itinerario, junto al pensar bien vamos a sumarle el "orar bien", y para ambas cosas, el recogimiento.


Recordemos el texto del Cántico espiritual:

Y para que esta sedienta alma venga a hallar a su Esposo y unirse con él por unión de amor en esta vida, según puede, y entretenga su sed con esta gota que de él se puede gustar en esta vida, bueno será, pues lo pide a su Esposo, tomando la mano por él, le respondamos mostrándole el lugar más cierto donde está escondido, para que allí lo halle a lo cierto con la perfección y sabor que puede en esta vida y así no comience a vaguear en vano tras las pisadas de las compañías.
Para lo cual es de notar que el Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma; por tanto, el alma que le ha de hallar conviénele salir de todas las cosas según la afección y voluntad y entrarse en sumo recogimiento dentro de sí misma, siéndole todas las cosas como si no fuesen... Está, pues, Dios en el alma escondido, y ahí le ha de buscar con amor el buen contemplativo, diciendo: ¿Adónde te escondiste? (CB 1,6).
     ¿Pensar bien y rezar? Sí, porque corresponde a la razón y la fe, que son las dos alas para contemplar la Verdad, las dos necesarias.

    El recogimiento es la condición para el pensamiento y la oración. Es necesario el recogimiento, es decir, es necesario un orden de vida, un silencio sereno, una quietud pacífica, un dominio de uno mismo en la lengua (¡no hablar sin pensar!), el análisis sereno, la lectura reflexiva, la atención amorosa al Señor. Éste sería el tono vital siempre convirtiéndose en un modo de ser muy humano a la par que muy divino.

    Las condiciones de vida hoy, que hemos creado, generan dispersión, una excesiva prisa por todo y en todo, una confusión sin orden en hábitos, ritmos y horarios. Pero para hallar al Amado escondido en lo interior, hay que entrar en uno mismo cotidianamente, percibir la Presencia que todo lo llena, frenar impulsos, corregir pensamientos que se aparten de la Verdad. Entonces, en ese recogimiento como hábito de vida, se puede pensar bien y se puede orar.

    El pensar bien corresponde a la razón, el orar bien corresponde a la fe y así ésta libra a la razón de quedarse prisionera de sí misma, le señala sus límites y su grandeza, abriéndole horizontes.


jueves, 17 de marzo de 2011

Catequesis: "Padre nuestro" (III)

1. “Santificado sea tu nombre”

    La primera súplica dirigida al Padre celestial en la plegaria del Padrenuestro hace referencia a su nombre: se pide que sea santificado. El Nombre, en la Biblia, no es cómo se llama cada uno, su nombre y sus apellidos, sino que el Nombre en la Biblia es la Persona entera, lo que Ella es y su misión. Pidiendo al Padre que su Nombre sea santificado, le pedimos, en consecuencia, que Él mismo sea santificado. ¿Es que Dios no es Santo, el Tres Veces Santo? ¿A qué viene pedir que el que es Santo sea santificado? Significa más bien que Dios sea reconocido como Santo, que Dios sea reconocido y amado como Dios, que todos conozcan y reconozcan que Dios es Dios, el Dios Santo y Fiel, el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

    Recordemos lo que dice el profeta Ezequiel: “Mostraré la santidad de mi nombre grande, profanado entre los gentiles, que vosotros habéis profanado en medio de ellos; y conocerán los gentiles que yo soy el Señor” (Ez 36,26).

Sí, oh Dios, muestra tu santidad, que todos te reconozcan, que todos los hombres te conozcan, te amen y se salven. ¡Muestra, oh Dios, tu santidad!
    
 

miércoles, 16 de marzo de 2011

Cosas de la oración en Cuaresma

Junto al ayuno y a la limosna, la oración forma el trípode de las herramientas de trabajo cristiano en este tiempo.

Y no es que durante el resto del año no debamos practicar fervientes ayunos, generosas limosnas, espirituales oraciones, sino que durante la Cuaresma han de ser más abundantes y espléndidas.

Alguien que no me conoce mucho dejó escrito en mi muro de Facebook una leve corrección a la catequesis de la semana pasada, sobre las sugerencias para la liturgia cuaresmal. Me recordaba que "más importante" era la oración, la penitencia y la limosna. Pero estas cosas no son excluyentes: la liturgia debe ser una liturgia cuidada, espiritual, aprovechando los elementos y recursos previstos por la normativa actual, para que se pueda vivir y sea un acontecimiento orante.
Pero a la liturgia vivida hay que sumarle, claro que sí, la limosna, el ayuno y la oración. Quienes aquí acudís lo sabéis bien, entre otras cosas, por las catequesis del año pasado. Algunas más vendrán ahora.

Quiero en el punto de "oración" en la Cuaresma sólo algunos puntos para intentar realizarlos:

1) La Santa Misa diaria. De verdad, amigos míos, es imprescindible, una fuente de Gracia. Quien comienza a asistir a la Misa diaria enriquece su vida espiritual y se une al Sacrificio de Cristo en su Cruz y Resurrección. En Cuaresma es una gran aportación para la vida espiritual... y después la Pascua. Descubriremos cuánto bien nos hace participar en la Santa Misa cada día. Es cuestión de adaptar o modificar los horarios y cambiar las costumbres y rutinas.

martes, 15 de marzo de 2011

Aprender a pensar (Ejercicios I)

La Cuaresma renueva a los hijos de la Iglesia para llegar a la Vigilia pascual cambiados, purificados, fortalecidos y renovar la gracia del Bautismo. Es la Cuaresma un gran ejercicio espiritual, un tiempo de entrenamiento del espíritu.

Aquí vamos a ofrecer a lo largo de la Cuaresma una serie de meditaciones, a modo de Ejercicios espirituales virtuales, tomando pie del Cántico Espiritual de san Juan de la Cruz. No se trata de leer pausadamente el artículo, sino de tomarlo como referencia para un trabajo interior durante varios días, hasta el siguiente Ejercicio. En este caso, lo importante no es aprender contenido formativo, sino una dinámica de trabajo personal constante.

******

Y para que esta sedienta alma venga a hallar a su Esposo y unirse con él por unión de amor en esta vida, según puede, y entretenga su sed con esta gota que de él se puede gustar en esta vida, bueno será, pues lo pide a su Esposo, tomando la mano por él, le respondamos mostrándole el lugar más cierto donde está escondido, para que allí lo halle a lo cierto con la perfección y sabor que puede en esta vida y así no comience a vaguear en vano tras las pisadas de las compañías.
Para lo cual es de notar que el Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma; por tanto, el alma que le ha de hallar conviénele salir de todas las cosas según la afección y voluntad y entrarse en sumo recogimiento dentro de sí misma, siéndole todas las cosas como si no fuesen... Está, pues, Dios en el alma escondido, y ahí le ha de buscar con amor el buen contemplativo, diciendo: ¿Adónde te escondiste? (S. Juan de la Cruz, CB 1,6).

“Le ha de buscar con amor”. En la vida cristiana hemos de hallar y buscar a Dios en todas las cosas, en lo cotidiano de lo que somos y vivimos. Dios nos rodea con amor, en Él “vivimos, nos movemos y existimos”, con lo que sólo hace falta una mirada de amor para buscarle y hallarle: “¿Adónde te escondiste, Amado...?” Dios es lo más concreto y real que puede existir en nuestra vida... y si no le vemos ni le hallamos es que no hemos buscado bien, o no hemos buscado en el sitio correcto, o no lo hemos hecho con suficiente amor.

    Se le busca con amor cuando se reconoce que nuestra vida es un Don y que Él es lo mejor que en nuestra vida hay, lo más precioso, lo más verdadero y lo más necesario. No es un añadido para unos ratos de piedad o para unas determinadas prácticas litúrgicas a la semana, sino el aire que respiramos, aquello precioso que nos envuelve. ¡Y sin embargo las realidades cotidianas nos distraen de su búsqueda! Vivimos volcados en lo exterior, las preocupaciones y afanes de la vida nos ocupan tanto que olvidamos lo único y necesario, provocando en nosotros dispersión, rompiendo la unidad interior, sintiéndonos excesivamente cansados y distraídos, solicitados por mil cosas que nos reclaman.

lunes, 14 de marzo de 2011

Catequesis: "Padre nuestro" (II)

“Padre nuestro, que estás en el cielo...”

    Jesús nos revela a Dios como Padre, Padre providente, Padre misericordioso, Padre atento a las súplicas de sus hijos, Padre que admite a sus hijos en la intimidad de su corazón, Padre que tiene entrañas maternas, entrañas de misericordia. ¡Dios es nuestro Padre! ¡Dios es tu Padre, está cercano a ti, te lleva en su corazón!

    El Espíritu Santo hace que nuestro corazón pueda decir “Padre nuestro”. En esta oración que nos entregó el Señor, Jesús nos pone la figura de Dios como la del padre de familia, el que organiza la vida familiar y provee a cada uno de cuanto necesita (cf. Mt 13,52) y nos lleva a la Mesa de los hijos, el altar, y nos da el Pan de los hijos, que es la Eucaristía. El cristiano, por tanto, llamando a Dios Padre, se siente unido a Él con el vínculo de la misma situación familiar y, además, se siente amado y comprendido hasta el fondo. Dios es verdaderamente tu “Padre que ve en lo escondido” (Mt 6,6), Dios, Padre cercano.

    “Padre nuestro que estás en el cielo”, así comienza la oración cristiana por excelencia. Es una invocación esta primera frase, la palabra más dulce que el cristiano puede pronunciar. Y al Padre le decimos “que estás en el cielo”, señalando su trascendencia; Dios, siendo nuestro Padre, nos trasciende, nos sobrepasa, no podemos abarcarlo, ni comprenderlo en su totalidad porque si así fuera ya no sería Dios. “Deus semper maior”, Dios siempre es mayor que lo que podamos pensar de Él, Dios es el pensamiento mayor que un hombre puede tener.

    Al señalar “que estás en el cielo” le reconocemos como el Padre omnipotente, misericordioso; lo adoramos, adoramos a nuestro Dios y Padre. Se evita así cualquier banalización, cualquier falsa imagen de Dios porque siempre corre el riesgo de poner en Dios las categorías de la experiencia limitada, de la paternidad terrena. Dios es un Padre celestial, omnipotente, infinitamente mejor que cualquier padre terreno.

  

domingo, 13 de marzo de 2011

Canto litúrgico durante la Cuaresma

El canto en la Cuaresma tiene sus modalidades propias, y no se puede nunca cantar cualquier cosa en la liturgia con tal de cantar. El Directorio Canto y música en la celebración ofrece una visión panorámica que cualquier coro litúrgico debe, simplemente, adoptar y realizar, sin falsas creatividades.

"Son tan ricos y característicos los textos de este tiempo preparatorio de la Pascua que difícilmente pueden sustituirse por otros. Lo importante es musicalizarlos debidamente o saber escoger los cantos más acertados.

Merecen especial atención como días clave los domingos, pero también los viernes de Cuaresma y el miércoles de ceniza con que se abre.


No se debe usar música instrumental durante las celebraciones litúrgicas –misa y oficio especialmente- si no es para sostener el canto. Se permiten el 4º domingo (“Laetare”), solemnidades y fiestas.


El canto de entrada ha de hacer captar desde el principio de la Misa que estamos en domingo cuaresmal.
El primer domingo de Cuaresma se podría empezar con las letanías de los Santos para entrar en el ejercicio cuaresmal y como signo del bautismo, pues la invocación de los santos nos evoca la que se hace en la renovación de las promesas en la Vigilia pascual.

En los domingos de Cuaresma no se sustituye el salmo responsorial por otros cantos penitenciales.

El aleluya no se canta ni se dice en Cuaresma, incluidas solemnidades y fiestas. Al ser sustituido por una breve aclamación, se hace ver que estamos en camino hacia la Pascua en que se volverá a entonar el Aleluya.


Para utilidad de los fieles, en lugar del símbolo niceno-constantinopolitano, la profesión de fe se puede hacer, especialmente en el tiempo de Cuaresma y en la Cincuentena pascual, con el símbolo llamado de los apóstoles. Es más breve proporcionalmente se centra más en el misterio pascual: pasión, muerte y resurrección.


La oración de los fieles se podría resaltar cantando la respuesta, que bien puede ser “Kyrie eleison”.


Cántese el prefacio propio de cada domingo, cuando los hay, como en el ciclo A.
La tercera aclamación, “Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor”, podría cantarse todos los domingos de Cuaresma como algo característico, después de la consagración.

sábado, 12 de marzo de 2011

Catequesis: "Padre nuestro"

En la Cuaresma el Padrenuestro es entregado a los catecúmenos, iniciados en él, para que comprendiendo su significado, lo puedan rezar junto con la Iglesia en la noche de su Bautismo, la santa Vigilia pascual, término de todo, meta que ya hemos de anhelar.

Durante 8 artículos, vamos a desglosar el sentido de cada petición como catequesis cuaresmal. Probablemente habrá que volver a estos artículos muchas veces.

    1. “Cuando oréis decid...” y comenzó Jesucristo a recitar el Padrenuestro; lo hacía a petición de sus propios discípulos: “Señor, enséñanos a orar”. Desde ese momento, la Iglesia ha guardado como un tesoro precioso la oración del Padrenuestro y lo ha entregado a sus hijos para que sea la oración de los bautizados, de los que han recibido el espíritu de adopción que hace exclamar: “Abba, Padre”. No es, pues, una oración más dentro de un conjunto de oraciones, es la oración más querida por la Iglesia porque la recibimos de los labios del mismo Maestro. “Cuando oréis decid...”

    Nos ocurre, a veces, que la rutina nos pierde: lo tenemos tan sabido, que lo recitamos corriendo y no nos damos cuenta de cada palabra que pronunciamos, ¡y eso no es rezar! Rezar es saborear y saber lo que decimos, “que la mente concuerde con nuestra voz” (S. Benito). Otras veces nos ocurre que lo rezamos en voz tan baja, sin entusiasmo, que casi ni se oye, cuando es una oración para rezarla siempre fuerte, alto y claro, toda la asamblea unida en una plegaria común que es un grito de alegría de los hijos de Dios: “¡Dios es nuestro Padre!”.  ¡Ojalá el Espíritu Santo nos haga sentir amor por esta oración, veneración por su letra, y sea el Espíritu Santo el que nos la haga recitar saboreándola, despacio, con voz fuerte y clara! Pidámoslo, que Él nos escuchará.

    2. La oración del Padrenuestro es “la síntesis de todo el evangelio” (Tertuliano) porque toda la enseñanza de Cristo y la obra de la redención se compendian en las siete breves intenciones del Padrenuestro; y si vamos profundizando en cada petición, descubriremos toda la riqueza del evangelio. Rezamos a Dios con las palabras de Dios, y el Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones por el Bautismo y la Confirmación, pronuncia en nuestros labios el Padrenuestro. Recordad lo que dice San Pablo: “El Espíritu Santo gime en nosotros con gemidos inefables” (Rm 8). El Catecismo de la Iglesia Católica expresa este misterio tan hermoso de la oración cristiana, diciendo:

viernes, 11 de marzo de 2011

Cristo ayunando, modelo de los ayunan


Pero ¿por qué digo el ejemplo de un antiguo pueblo, cuando hace poco tiempo Jesús, fatigado en nuestros frágiles miembros, ayunó, aunque era de corazón puro; el que por boca del profeta había sido llamado antes “Emmanuel”, es decir, “Dios con nosotros”;

el que con la austera ley de la virtud hizo libre este cuerpo, muelle por naturaleza y cautivo bajo el flojo yugo de los placeres, el emancipador de la criatura esclava y debelador de la pasión que antes reinaba sobre ella?


Retirado, pues, un paraje inhospitalario, durante el espacio de cuarenta días no reclamó el favor de alimento alguno, fortaleciendo ciertamente con el ayuno el vaso del cuerpo, incapaz de recibir los verdaderos gozos.


Maravillado el enemigo (el demonio) de que el barro corrompido (el cuerpo) pudiera sostener y soportar tanta fatiga, explora preguntando con artera maña si en verdad Dios estaba encarnado en aquellos miembros terrenales; pero, descubierta su astucia reprendida, cae de espaldas derrotado.


Sigamos nosotros ahora, cada uno según sus propias fuerzas, el ejemplo que Tú, Cristo, maestro de esta doctrina sacra, diste a tus seguidores, para que, cuando el espíritu haya vencido la pasión voraz de la comida, celebre cual general su gran triunfo.


Esto es lo que con malos ojos mira el odio del negro enemigo y aprueba el Gobernador de tierra y cielo, lo que hace favorable la víctima del altar, lo que aviva la fe del corazón dormido, lo que, como una lima, limpia la enferma herrumbre de los pechos.


No se apaga tan fácilmente una llama con el agua rociada de un torrente ni las nieves se derriten al ardor del sol como se desvanece la erizada mies de los pecados tumultuosos machacada por el ayuno fortalecedor, si a éste se une sin cesar la dulce generosidad de la limosna.


Hay también, por cierto, aquel otro gran cortejo de virtudes: vestir a los desnudos, alimentar a los necesitados, prestar ayuda bondadosa a cuantos la suplican, pensar que entre ricos y pobres una única y pareja condición es la guía de su destino humano.


Asaz bienaventurado el que extiende su diestra ávida de alabanza, pródiga de dinero, y cuya mano izquierda ignore la dulce acción de los favores dados; a éste lo colman ya a lo lejos los eternos bienes y la ganancia centuplicada lo enriquece por el préstamo ofrecido.


Prudencio, Himno de los que ayunan, vv. 176-220.

************

N. B. Amigos: Hemos superado las 125.000 visitas, un número redondo, desde 23-julio-2009. Gracias. Encomendemos a Dios el blog y a cada uno de sus miembros, para crecer juntos en santidad y para que el blog crezca sembrando el bien (formación, liturgia, oración).

jueves, 10 de marzo de 2011

Sugerencias para la liturgia cuaresmal

Sería bueno tener en cuenta unas cuantas sugerencias para la liturgia durante el tiempo cuaresmal (que acaba a la hora de Nona del Jueves Santo), favoreciendo así un mismo tono, una tonalidad constante. Serían sugerencias para todos los días y así se da una unidad a todo el tiempo de la Santa Cuaresma.

El saludo sacerdotal al inicio de la santa liturgia:

"La gracia y el amor de Jesucristo,
que nos llama a la conversión,
estén con todos vosotros".


La fórmula para invitar al acto penitencial que más insiste en la conversión:

"Al comenzar esta celebración eucarística, pidamos a Dios que nos conceda la conversión de nuestros corazones; así obtendremos la reconciliación y se acrecentará nuestra comunión con Dios y con nuestros hermanos".

Y realizar la primera forma del Acto penitencial cada día: "Yo confieso...", cantando luego "Señor, ten piedad", o bien "Kyrie éleison". De esta forma se realza algo más el acto penitencial de la Misa en el tiempo santo de penitencia y conversión. Es preferible esta forma primera, y dejar la tercera para la Pascua: "Tú, que... Señor, ten piedad".

Siempre hay que hacerlo, pero vamos a recordarlo; el sacerdote dice "Oremos" y se hace una amplia pausa de silencio para que sea verdad que todos oran recogidos en su corazón. Tras esta amplia pausa de silencio el sacerdote extiende las manos (sin elevarlas demasiado, in modum crucis) y recita la oración colecta dándole sentido orante a lo que recita: "el sacerdote invita al pueblo a orar, y todos, juntamente con el sacerdote, guardan un momento de silencio para hacerse conscientes de que están en la presencia de Dios y puedan formular en su espíritu sus deseos. Entonces el sacerdote dice la oración que suele llamarse “colecta” y por la cual se expresa el carácter de la celebración" (IGMR 54).

En los domingos (durante la Cuaresma y la Pascua), tal como ofrece el Ordinario de la Misa, la proclamación del Símbolo de los apóstoles por su origen bautismal, desglosado en la catequesis cuaresmal de los catecúmenos.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Meditación inicial a partir de las Cenizas

 De la mano de Pablo VI, un miércoles de Ceniza, vamos a introducirnos nosotros en el ritmo espiritual de la Cuaresma que hoy inauguramos.

Es oportuno recoger un poco los pensamientos y expresar alguno de los sentimientos que invaden el espíritu en el lugar sagrado y en el momento propicio.
    Ante todo, el primer sentimiento que se experimenta es el de una serena alegría, que ciertamente no está en discordancia con la austeridad del rito y la severidad del período penitencial que se acaba de inaugurar. Esta nota de gozo –los sacerdotes la recordarán- la encontramos indicada en la primera lección de maitines del día de ceniza. La destaca así San Agustín: “Es evidente que según estos preceptos hemos de dirigir nuestra intención al gozo interior...”. Aun en medio de las más severas invitaciones a la penitencia, al arrepentimiento, habrá siempre limpio y luminoso un acento de alegría espiritual...
    Es sabido que con qué interés, con qué insistencia los sumos pontífices, y todos los que han tra-tado de interpretar su magisterio y ministerio, han alentado no solamente el recuerdo y la evocación arqueológica pura y simple de los ritos y de las memorias antiguas, sino la primavera, la reviviscencia de la vida espiritual romana que se encuentra en estas fuentes y raíces.
    Es un intenso consuelo y viva esperanza el poder destacar que éstas proporcionan ubérrimos frutos. Todos los presentes –es consolador suponerlo- tienen el propósito de vivir con profundidad y la participación efectiva todos los ritos de la grande y pedagógica de la Iglesia. Son propósitos para cada una de las almas fervorosas, son beneficios que puede derivarse de ello para los demás fieles.

Cuaresma, oración y penitencia

    Para conseguir este noble fin hay que insistir en el aspectos fundamentales de la reunión, visiblemente indicados por el mismo rito estacional: la oración y la penitencia.
    En esto consiste la cuaresma. En estos dos elementos fundamentales queda expresado como en síntesis todo el programa de la vida cristiana. En primer lugar la oración, que nos recuerda la necesidad de Dios, sus deseos, su longanimidad y asistencia; la necesidad que tenemos de estar unidos a Él, nuestra vida.
    Luego la penitencia, que es el ofrecimiento de nuestras pobres cosas, de nuestros errores, de nuestras mortificaciones para ser dignos del diálogo con Dios. San Agustín sintetiza en una sola palabra todos los esplendores y los beneficios de este binomio: la Misericordia. Puede afirmarse que ahí que está encerrado todo el cristianismo. Dios, que actúa en cada uno de nosotros y hace llover sobre el género humano, sobre nuestra historia, sobre nuestros designios su bondad y su ansia de ponerse en contacto con nosotros, quiere hacer de nuestras almas otros tantos espejos que reflejen su luz y su bondad. Es obligado, por tanto, concentrar sobre estos dos puntos la atención y el programa de nuestra mayor capacidad.
   

martes, 8 de marzo de 2011

Mañana, las cenizas en la cabeza

Rito penitencial antiguo, con el cual los pecadores se agregaban al Orden de los penitentes, quedaban excluidos de la Comunión eucarística y de la posibilidad de ofrecer, con ayunos y oraciones, durante un tiempo amplio, hoy las cenizas nos indican a todos los fieles el camino penitencial (¡y bautismal!) de la santa Cuaresma.

Impresionante y conmovedor rito, que bien vivido, con la suficiente densidad espiritual, sin duda marcará el inicio de la Cuaresma señalando un "algo" distinto que comienza, un "algo" que es un tiempo de gracia, de cambio, de acercamiento a Dios, de caducidad de todo lo perecedero en lo que ponemos, tantas veces, las raíces de nuestra existencia.

21. El miércoles que precede al primer domingo de Cuaresma, los fieles cristianos inician con la imposición de la ceniza el tiempo establecido para la purificación del espíritu. Con este signo penitencial, que viene de la tradición bíblica y se ha mantenido hasta hoy en la costumbre de la Iglesia, se quiere significar la condición del hombre pecador, que confiesa externamente su culpa ante el Señor y expresa su voluntad interior de conversión, confiando en que el Señor se muestre compasivo para con él. Con este mismo signo comienza el camino de su conversión que culminará con la celebración del sacramento de la Penitencia, en los días que preceden a la Pascua.
La bendición e imposición de la ceniza se puede hacer o durante la Misa o fuera de la misma. En este caso se inicia con la liturgia de la Palabra y se concluye en la oración de los fieles.
22. El miércoles de ceniza es un día penitencial obligatorio para toda la Iglesia y que comporta la abstinencia y el ayuno" (Cong. Culto divino, Carta sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales).

lunes, 7 de marzo de 2011

Dos caminos y dos lobos

La catequesis más antigua de la Iglesia explicaba la vida moral del cristiano como la opción ante dos caminos.

Sí.

Ante el hombre se le abren dos caminos, el de la vida y el de la muerte, el de la luz y el de las tinieblas.


Hay que escoger para llegar a la Vida. Cada acto de luz refuerza nuestro camino de luz, así como cada acto de pecado aumenta el camino de las tinieblas en nosotros.

¿Cuáles y cómo son estos caminos?

Uno de los más antiguos documentos que poseemos, la Didajé (del año 70-90) anunciaba así la catequesis:

Hay dos caminos, el de la vida y el de la muerte, y grande es la diferencia que hay entre estos dos caminos.
1:2 El camino de la vida es éste: Amarás en primer lugar a Dios que te ha creado, y en segundo lugar a tu prójimo como a ti mismo. Todo lo que no quieres que se haga contigo, no lo hagas tú a otro.1:3 Y de estos preceptos la enseñanza es ésta:
Bendecid a los que os maldicen y rogad por vuestros enemigos, y ayunad por los que os persiguen. Porque ¿qué gracia hay en que améis a los que os aman? ¿No hacen esto también los gentiles? Vosotros amad a los que os odian, y no tengáis enemigos.
1:4 Apártate de los deseos carnales. Si alguno te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele la izquierda, y serás perfecto. Si alguien te fuerza a ir con él durante una milla, acompáñale dos. Si alguien te quita el manto, dale también la túnica. Si alguien te quita lo tuyo, no se lo reclames.
1:5 A todo el que te pida, dale y no le reclames nada, pues el Padre quiere que se dé a todos de sus propios dones. Bienaventurado el que da conforme a este mandamiento, pues éste es inocente. ¡Ay del que recibe! Si recibe porque tiene necesidad, será inocente; pero si recibe sin tener necesidad, tendrá que dar cuenta de por qué recibió y para qué: puesto en prisión, se le examinará sobre lo que hizo, y no saldrá hasta que no devuelva el último cuadrante. 1:6 También está dicho acerca de esto: que tu limosna sude en tus manos hasta que sepas a quién das. (Capítulo 1).

Y éste el camino de las tinieblas:


domingo, 6 de marzo de 2011

No todo el que diga: "Señor, Señor..." (y 2ª catequesis de hoy)

Sí, una segunda catequesis hoy, brevísima, en este domingo.

Sabemos el Evangelio de hoy: "No todo el que dice: "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos sino el que cumple la voluntad de mi Padre..."

Pues fijaos en la oración de postcomunión y saboreadla, porque parece su glosa hecha oración (no me he parado a buscar su fuente litúrgica):

Guía, Señor, por medio de tu Espíritu,
a los que has alimentado con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo,
y haz que, confesando tu nombre no sólo de palabra y con los labios,
sino con las obras y el corazón,
merezcamos entrar en el reino de los cielos.

Por Jesucristo nuestro Señor.

"¡Qué media hora perdida más tontamente!"

Habría tantos documentos del Magisterio, tanto del Santo Padre, como de las distintas Congregaciones o de la Conferencia Episcopal, que no sabría hoy muy bien cuál traer, cuál seleccionar.

Pero, ante la situación real en la que nos movemos como católicos la formación es imprescindible para saber orientarse ante el mundo y los presupuestos laicistas. Esta formación debe mostrar la verdad cristiana, educar en la fe, ayudar a la comprensión del Misterio cristiano, iniciar en la liturgia y en la espiritualidad.

Los modos de formación son muchos; puede ser una catequesis sistemática de adultos, o círculos formativos, o retiros parroquiales, como también predicaciones especiales (un quinario, un triduo), unos ejercicios espirituales, la homilía diaria... Y también una formación más específica en los distintos servicios y ministerios de una parroquia.

Algunos ejemplos.

La formación de los catequistas -de niños, de jóvenes, de adultos, de catequesis pre-sacramentales- es imprescindible, una de las mejores inversiones en tiempo y energías que se pueden hacer, porque genera un laicado bien preparado, creciendo, responsable, que sabe dar razón de su fe y esperanza y la saben comunicar, transmitir.

"Debe considerar, como tarea prioritaria, la preparación y formación de catequistas dotados de una profunda fe" (Directorio General de Catequesis, 33).

"Cualquier actividad pastoral que no cuente para su realización con personas verdaderamente formadas y preparadas, pone en peligro su calidad. Los instrumentos de trabajo no pueden ser verdaderamente eficaces si no son utilizados por catequistas bien formados. Por tanto, la adecuada formación de los catequistas no puede ser descuidada en favor de la renovación de los textos y de una mejor organización de la catequesis" (DGC 234).

O, por ejemplo, un equipo de liturgia en una parroquia, lo primero que deberá cultivar será la propia formación para prestar un servicio y ser educadores luego en el Misterio litúrgico.

"Por esto la Iglesia da preferencia a la celebración comunitaria, cuando lo requiere la naturaleza de los ritos; alienta la formación de ministros, lectores, cantores y comentadores, que desempeñan un auténtico ministerio litúrgico" (Juan Pablo II, Vicesimus quintus annus, n. 10).

sábado, 5 de marzo de 2011

Protocolos y estética civil

El 28 de febrero es el día de Andalucía. Todo políticamente correcto.

En el Acto civil de ese día se entregan Medallas de Oro, títulos de Hijos adoptivos o de Hijos predilectos, se enaltece la grandeza de Andalucía... en fin, lo propio de esos fastos.

Tuve que asistir. A un miembro de la parroquia, activo colaborador, lo nombraban Hijo adoptivo, y un servidor, con su chaqueta y alzacuellos lo acompañó también. ¡Felicidades desde aquí!

Estando allí, vi, oí, miré y pensé.

Salvando lo que haya de salvar, y sin juzgar lo interior, el análisis de los discursos daba qué pensar.


1) El lenguaje cristiano ha desaparecido por completo. Ha triunfado el lenguaje laicista que los mismos cristianos emplean a veces en sus comentarios, catequesis, discursos: es el lenguaje con conceptos hinchados: "libertad", "democracia", "valores", "talante". ¿Hace falta analizarlas? La libertad vacía de contenido (la Verdad),  la simple libertad del capricho de cada cual constituido como instancia moral última y definitiva. Súmese la "democracia" elevada a ser el único modo de organizar la política, pero, pásmense, "democracia" es ya un sistema moral que lo va determinando todo, hasta lo moral o lo inmoral, por el relativismo que decide la "mayoría" o más bien la "minoría" que se impone por todos los medios. "Valores" no son virtudes: son opciones de la mayoría que muy bien pueden cambiar según las circunstancias o las modas, mientras que las virtudes son hábitos arraigados en los hombres de bien.

Triste el lenguaje laicista: cuando se hablaba en los diferentes discursos del recuerdo a familiares que ojalá estuvieran presentes en el acto institucional, se hacía "memoria" y se decía algo tan genérico como "allá donde estén". Nada, ni hablar un momento, de vida eterna.

2) El lenguaje laicista ha proscrito la palabra "Dios" como maldita. Sólo una persona de 8 ó 9 intervenciones, nombraron a Dios. A Dios no se le deja lugar en esta sociedad y en esta cultura. ¡Sólo una persona nombró a Dios! Las alusiones a la fe se difuminaron en dos intervenciones que hablaron, exaltando justamente a uno de los homenajeados, de los "valores espirituales, valores religiosos".  En el contexto de esas palabras, era una alusión muy pobre a una trascendencia etérea, irreal, pero eso sí, vinculada a las expresiones de la religiosidad popular, Hermandades y Cofradías, que el mundo laicista (y algunos laicistas-secularizados dentro de la Iglesia) relegan al campo del folclore y la cultura (vamos, del turismo y de las tradiciones arraigadas).

3) Una constante fue el desprecio a la razón para exaltar la emotividad, el impulso, el falso vitalismo. Se coincidía, como un lugar común en los discursos (por cierto, farragosos, largos, de 20 minutos cada uno: ¡como para quejarse de las homilías parroquiales de 10 minutos pensadas durante una semana!) que nadie "iba a hablar con la cabeza, con la inteligencia", sino "desde aquí dentro", "desde el corazón".

viernes, 4 de marzo de 2011

Brilla el misterio de la Cruz

"Cuando se predica a Cristo,
es preciso predicarlo como Crucificado.

No tiene sentido predicarlo a Él
y pasar en silencio su Cruz.
El que afirma que Jesús es Cristo
pero al mismo tiempo pasa por alto su nacimiento de la Virgen,
o la estrella que señaló su nacimiento,
o los ángeles que se regocijaron y cantaron en su nacimiento
"Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad",
o los demás peligros y signos que Él hizo,
ese tal no está tan lejos de la verdad
como aquel que oculta su Cruz".

(Orígenes, In Mt. XII, 19).

jueves, 3 de marzo de 2011

El sacerdote, servidor de la Eucaristía

En la Eucaristía se concentran la cruz y la resurrección de Jesucristo, el misterio de su dolor y la comunicación de su Vida. Esto tiene, indudablemente, implicaciones para la vida del sacerdote.

"Prosiguiendo la lectura, encontramos una frase difícil de interpretar. El autor de la carta a los Hebreos dice que Jesús oró intensamente, con gritos y lágrimas, a Dios que podía salvarlo de la muerte, y por su completo abandono fue escuchado (cf. 5, 7). Aquí quisiéramos decir: "No, no es verdad, no fue escuchado, murió". Jesús pidió ser liberado de la muerte, pero no fue liberado, murió de modo extremadamente cruel. Por eso, el gran teólogo liberal Harnack dijo: "Aquí falta un no", hay que escribir: "No fue escuchado" y Bultmann aceptó esta interpretación. Pero se trata de una solución que no es exégesis, sino forzar el texto. En ninguno de los manuscritos aparece "no", sino sólo "fue escuchado"; por tanto, debemos aprender a comprender qué significa este "ser escuchado", a pesar de la cruz. 

Yo veo tres niveles para entender esta expresión. En un primer nivel el texto griego se puede traducir así: "Fue redimido de su angustia" y, en este sentido, Jesús fue escuchado. Sería, por consiguiente, una alusión a lo que nos narra san Lucas, que "un ángel confortó a Jesús" (cf. Lc 22, 43), de modo que, después del momento de la angustia, pudiera ir directamente y sin temor hacia su hora, como nos describen los Evangelios, sobre todo el de san Juan. Sería escuchado en el sentido de que Dios le da la fuerza para llevar todo este peso; así es escuchado. Pero a mí me parece que esta respuesta no es del todo suficiente. Escuchado, en sentido más profundo —ha subrayado el padre Vanhoye— significa decir: "fue redimido de la muerte", pero no en el momento, no en ese momento, sino para siempre, en la Resurrección: la verdadera respuesta de Dios al ruego de ser redimido de la muerte es la Resurrección y la humanidad es redimida de la muerte precisamente en la Resurrección, que es la verdadera curación de nuestros sufrimientos, del misterio terrible de la muerte. 

Aquí ya está presente un tercer nivel de comprensión: la Resurrección de Jesús no es sólo un acontecimiento personal. Me parece que puede ayudar tener presente el breve texto en el cual san Juan, en el capítulo 12 de su Evangelio, presenta y narra, de modo muy resumido, el hecho del Monte de los Olivos. Jesús dice: "Mi alma está turbada" (Jn 12, 27), y, en toda la angustia del Monte de los Olivos, ¿qué voy a decir?: "Sálvame de esta hora, o glorifica tu nombre" (cf. Jn 12, 27-28). Es la misma oración que encontramos en los Sinópticos: "Si es posible sálvame, pero hágase tu voluntad" (cf. Mt 26, 42; Mc 14, 36; Lc 22, 42), que en el lenguaje de san Juan es justamente: "O sálvame, o glorifica". Y Dios responde: "Te he glorificado y te glorificaré de nuevo" (cf. Jn 12, 28). Esta es la respuesta, la confirmación de que Dios lo escucha: glorificaré la cruz; es la presencia de la gloria divina, porque es el acto supremo del amor. En la cruz, Jesús es elevado sobre toda la tierra y atrae la tierra a sí; en la cruz aparece ahora el "Kabod", la verdadera gloria divina del Dios que ama hasta llegar a la cruz y así transforma la muerte y crea la Resurrección. 

La oración de Jesús fue escuchada, en el sentido de que realmente su muerte se convierte en vida, se convierte en el lugar desde donde redime al hombre, desde donde atrae al hombre a sí. Si la respuesta divina en san Juan dice: "te glorificaré", significa que esta gloria trasciende y atraviesa toda la historia siempre y de nuevo: desde tu cruz, presente en la Eucaristía, transforma la muerte en gloria. Esta es la gran promesa que se realiza en la santa Eucaristía, que abre siempre de nuevo el cielo. Ser servidor de la Eucaristía es, por tanto, profundidad del misterio sacerdotal".

(BENEDICTO XVI, Lectio en el encuentro con el clero de Roma,
18-febrero-2010)

¿Suficiente, no?

¡Qué gran Misterio ser servidor de la Eucaristía, ser ordenado al servicio de la Eucaristía!
¡Qué unción, qué piedad, qué recogimiento, qué hondura, qué reverencia ha de tener el sacerdote al presidir los divinos misterios!
¡Dios mío, que nunca nos acostumbremos a ofrecer la Santa Misa!