martes, 30 de abril de 2013

El santo Crisma (Óleos - III)

Consagrar el santo Crisma es un rito del todo especial, venerable, único, solemne en nuestro rito romano. Un oficio propio en la mañana del Jueves Santo -la feria V de la Semana Santa- se originó para consagrarlo y se le llamó Missa chrismatis o "Misa del Crisma". 


Sí, el santo Crisma es el centro de la Misa crismal y a la vez su fruto más precioso: por eso se consagra después de la comunión (al menos, ese es su sitio tradicional y las rúbricas lo ponen hoy como su momento propio, aunque consientan, desgraciadamente, bendecir los óleos juntos después de la liturgia de la Palabra). La historia de la Misa crismal nos muestra la solemnidad que había en traer al altar el frasco de bálsamo y la vasija del Crisma, con paños de seda, incienso, cirios y cruz; el complicado ritual de su consagración; los ritos de veneración besando la ampolla del Crisma, saludándolo: "Salve, santo Crisma", y haciendo genuflexión incluso. Hoy nada de esto se conserva. Tiempo tendremos de explicarlo y verlo muchas veces.

Pero dediquémonos a ver su mistagogia, su sentido. ¿Cuál es su valor? ¿Qué significa? ¿Qué comunica el santo Crisma?

domingo, 28 de abril de 2013

Cristo plenitud de la nueva creación

La resurrección del Señor, su Misterio pascual, acarrea multitud de consecuencias. No se limita a su cuerpo carnal, a su realidad humana únicamente, sino que desencadena todo un proceso nuevo, una transformación absoluta de todas las cosas.

Cristo mismo, el Señor resucitado, es la plenitud de la nueva creación. Cuanto fue creado por medio de Él, halla ahora su fin, su felicidad, su más alto desarrollo, en el Señor glorificado. Lo que se comenzó antes de los tiempos, la creación, empieza en el Señor resucitado a llegar a su plenitud absoluta y definitiva.

La creación, y el hombre con su devenir histórico, reciban su verdad y su liberación en Cristo, el Señor resucitado. La repercusión de la Pascua alcanza a todo.

"El proceso histórico en el que estamos comprometidos culminará con un acontecimiento salvador que afectará a la totalidad de lo real; a la humanidad, pero también al mundo humanizado. En ese punto-omega de la historia, Cristo el Señor vendrá a consumar lo que se había iniciado en el punto-alfa al que se refiere el primer artículo del credo ("Creo en Dios..., creador del cielo y de la tierra"). Será entonces cuando la realidad creada cobre su cabal estatura; cuando Cristo, en la majestad de su gloria, lleve el reino de Dios a su plenitud con el juicio escatológico, la resurrección de los muertos y los cielos y tierra neuvos, de modo que toda la creación conozca su pascua, su paso de la forma de existencia transitoria a la forma de existencia definitiva" (RUIZ DE LA PEÑA, J.L., La pascua de la creación. Escatología, BAC Sapientia fidei 16, Madrid 1998, 2ª ed., p. 123).

sábado, 27 de abril de 2013

El evangelio de Jn en Cuaresma y Pascua (VIII)



11. El don del Espíritu a los suyos (Jn 14 y 16)

            Jn 14 y 16 presentan, entre otros elementos, una pneumatología muy completa, es decir, la revelación del Espíritu Santo, su acción eficaz, su impulso, su santificación, en el alma de los discípulos así como la relación intratrinitaria que mantiene el Espíritu con el Padre y con el Hijo. El Espíritu Santo viene a consolar y defender, lleva a la verdad completa, toma de lo que es de Cristo y nos lo actualiza, desvelando aspectos nuevos ya contenidos, convence al mundo del pecado y de la salvación de Cristo y glorifica a Cristo en los corazones de los fieles.


            El Espíritu es nuestro Consuelo, nuestro Abogado, es el Espíritu de la Verdad, el Espíritu del Padre y del Hijo, prolongando a todos por siempre la obra redentora de Cristo. En tiempo pascual, se muestra así la acción del Espíritu Santo en la vida y misión de la Iglesia, ya que el Don pascual del Señor resucitado es el Espíritu Santo que se derrama sin medida. La cincuentena pascual es profundamente pneumatológica, es decir, está marcada por el Espíritu Santo como el gran regalo del Señor. El Espíritu Santo es un gran protagonista de los cincuenta días pascuales, y los sacramentos pascuales mismos –bautismo, Confirmación, Eucaristía- son tesoros del Espíritu que se entregan.

            Las lecturas de los siguientes textos evangélicos-joánicos se prestan a la contemplación de la acción del Espíritu y a predicar sobre la acción del Espíritu Santo en los sacramentos, y de manera destacada, en el sacramento de la Confirmación –por muchas razones, desconocido, pensando que es el sujeto quien confirma su propia fe adulta.


Viernes IV: Jn 14, 1-6, “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”.

Sábado IV: Jn 14, 7-14, “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”.

Lunes V: Jn 14, 21-26, “El Defensor que enviará el Padre os lo enseñará todo”.

Martes V: Jn 14, 27-31a, “Mi paz os doy”.

Martes VI: Jn 16, 5-11, “Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito”.

Miércoles VI: Jn 16, 12-15, “El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena”.

Jueves VI: Jn 16, 16-20, “Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría”.

Viernes VI: Jn 16, 20-23a, “Nadie os quitará vuestra alegría”.

Sábado VI: Jn 16, 23b-28, “El Padre os quiere, porque vosotros me queréis y creéis”.

Lunes VII: Jn 16, 29-33, “Tened valor: yo he vencido al mundo”.

jueves, 25 de abril de 2013

En Pascua se canta el Regina Coeli

A la Virgen María la Iglesia la celebra de modo particular, especial, en el tiempo de Pascua. Ella, que gozó con la Resurrección de su Hijo; Ella, que aguardó la Resurrección; Ella, que recapituló la fe de la Iglesia en su persona en el Sábado Santo, es celebrada e invocada en la Pascua para participar de su gozo interior, profundo y serenísimo.


La piadosa costumbre de rezar el Ángelus a mediodía (o tres veces al día) cambia durante la cincuentena pascual. Entonces, a las doce, se entona el Regina Coeli, así como al final de la jornada, la antífona mariana de Completas es, cotidianamente, el Regina Coeli.

“Durante el tiempo pascual, por disposición del Papa Benedicto XIV (20 de abril de 1742), en lugar del Ángelus Domini se recita la célebre antífona Regina caeli. Esta antífona, que se remonta probablemente al siglo X-XI, asocia de una manera feliz el misterio de la encarnación del Verbo (el Señor, a quien has merecido llevar) con el acontecimiento pascual (resucitó, según su palabra), mientras que la “invitación a la alegría" (Alégrate) que la comunidad eclesial dirige a la Madre por la resurrección del Hijo, remite y depende de la “invitación a la alegría” (alégrate, llena de gracia) que Gabriel dirigió a la humilde Sierva del Señor, llamada a ser la madre del Mesías Salvador.

    Como se ha sugerido para el Ángelus, será conveniente a veces solemnizar el Regina caeli, además de con el canto de la antífona, mediante la proclamación del evangelio de la Resurrección” (Directorio Liturgia y piedad popular... n. 196).

miércoles, 24 de abril de 2013

El evangelio de Jn en Cuaresma y Pascua (VII)



10. Jn 13 – 17: Discursos de la última Cena

            Con el capítulo 13 comienza el “Libro de la exaltación”, con la Pasión y Resurrección: es la gloria del Hijo, su Hora que ha llegado y se cumple, la Revelación absoluta.


            Son los discursos de la última cena, los discursos de despedida de Jesús, en los que se muestra definitivamente, revelándose. “Juan omite prácticamente todos los acontecimientos narrados en los sinópticos y dedica toda su atención a un extenso discurso en el que la fe de los discípulos contrasta con la incredulidad mostrada por los judíos en el Libro de los Signos... De hecho, el discurso dirigido a los discípulos está totalmente dedicado a la vida divina, que es la explicación de todos los sacramentos”[1].

            En estos discursos, el tono de Jesús es singular: parece hablar como si ya estuviera glorificado, pues ya se han iniciado los acontecimientos relacionados con su glorificación (la cruz y la resurrección). Además, mientras que en el Libro de los Signos, leído en gran parte en Cuaresma, se dirige a los judíos en abierta confrontación, aquí ahora se dirige ya a sus discípulos, que son sus amigos y hermanos. El tono es distinto, más esponjado; de la incredulidad de los judíos, se pasa ahora a sus amigos, a sus hermanos y, por ende, a todos los que formamos parte de su Cuerpo ahora por la vida sacramental.

            A grosso modo podríamos dividir estos cuatro capítulos (13-17) en las siguientes partes:

martes, 23 de abril de 2013

Magisterio: sobre la evangelización (V)

Una gracia habremos de pedir: que el impulso del Espíritu Santo aliente a la Iglesia y que la presencia del Resucitado rompa el temor, la comodidad y la rutina. Entonces, y sólo entonces, con esa vida eclesial vigorosa, llena de Unción, la nueva evangelización será posible.

Y es que lo que nos jugamos no es poco: ¡la fidelidad al mandato de Cristo!


Es tiempo de nueva evangelización y de apóstoles que, evangelizados hasta las fibras más íntimas de su alma, evangelicen a tiempo y a destiempo, todos en la misma dirección para no provocar rupturas si se camina cada uno en una dirección distinta.

Por eso leemos los textos del Magisterio sobre la nueva evangelización, con la carga provocadora que tienen.

lunes, 22 de abril de 2013

El evangelio de Jn en Cuaresma y Pascua (VI)




9. Cristo Pastor y Luz (Jn 10. 12)

            Este nuevo capítulo sacramental de Juan ofrece la presentación de la persona de Jesús como salvador, Hijo de Dios, en esta ocasión con la imagen del buen pastor, que lejos de ser bucólica, casi romántica, enlaza con la imagen de la antigüedad de que el rey, el sacerdote, el juez, era el pastor del pueblo, así como con el lenguaje del AT que presenta a Dios como Pastor de Israel. Es una cristología completa, es la revelación del Señor Jesús como Dios, Señor, Salvador, Pastor, Rey. Además, se ha de entender como su culminación escatológica, es decir, el verdadero y definitivo pastor mesiánico. ¡No hay otro!

            Jesús mismo se presenta explícitamente como pastor “bueno” o “modelo”, lo que equivale a ser pastor verdadero, ya que arriesgó y llegó a entregar voluntariamente su vida por el rebaño. Así se contempla el misterio de la persona de Jesús en relación con los suyos, su rebaño.

            “El capítulo 10 es el último discurso de revelación y de polémica con “los judíos”. Su tema principal lo forman las afirmaciones “yo soy”: “yo soy la puerta” y “yo soy el buen pastor”. Ambas afirmaciones expresan algo definitivo, una cumbre real, a saber: la exclusividad de la revelación y de la mesianidad de Jesús”[1]. Se añade, finalmente, una perícopa del capítulo 12 de san Juan sobre Cristo “Luz del mundo”, omitido cuando se leyó este capítulo en Cuaresma.

         

sábado, 20 de abril de 2013

El evangelio de Jn en Cuaresma y Pascua (V)



7. Jn 3: el diálogo con Nicodemo.

            La primera lectura sacramental que se nos ofrece es el diálogo o más bien un auténtico discurso, de Jesús a Nicodemo, donde parece que el diálogo inicial es una excusa, un recurso, para exponer la doctrina sacramental del bautismo, del agua y del Espíritu, de la regeneración.

            Cristo ha reemplazado las instituciones del judaísmo; ya no tienen eficacia salvífica, sino que el Salvador es Él y la vida que Él comunica. No basta el mero nacimiento natural, agregado por la raza al pueblo de Israel, sino la fe y el bautismo, la regeneración, para participar del Reino de Dios y recibir la vida divina.

            El diálogo con Nicodemo se presenta en tres fases o momentos distintos:

1)      Necesidad de aceptar a Jesús como Enviado
2)      Describe el nuevo nacimiento
3)      Descripción del acontecimiento salvífico.

            Es una gran síntesis de la vida cristiana: un juicio que se realiza en la aceptación o rechazo de la luz, de la acogida de Jesús como Revelador, el Hijo.

            “Al final (Jn 3,35s) el evangelista hace una síntesis perfecta del diálogo entre Jesús y Nicodemo: el Padre ama al Hijo, como lo demuestra la autoridad que le ha conferido en orden a dar la vida eterna (Jn 17,2) a los que creen en él. Esta demostración del Padre al Hijo es, al mismo tiempo, la confirmación del amor que Dios tiene al hombre (Jn 3,16). Lo importante para el hombre es aceptarlo en la fe. Hacerlo así significa entrar en unas relaciones con Dios, que llevarán a la plena participación en su vida. No hacerlo así equivale a despreciar la oferta divina, auto-excluirse de la vida, auto-juzgarse como indigno de la misma (Jn 3,18). Es la decisión existencial la única respuesta que Dios exige al hombre”[1].

            En Pascua, leemos así distribuido este capítulo 3, con los siguientes títulos en el leccionario:


viernes, 19 de abril de 2013

El cirio pascual: verdadero cirio que se consume

“El cirio pascual, que tiene su lugar propio junto al ambón o junto al altar, enciéndase al menos en todas las celebraciones litúrgicas de una cierta solemnidad de este tiempo, tanto en la misa como en Laudes y Vísperas, hasta el domingo de Pentecostés. Después ha de trasladarse al bautisterio y mantenerlo con todo honor, para encender en él el cirio de los nuevos bautizados. En las exequias, el cirio pascual se ha de colocar junto al féretro, para indicar que la muerte del cristiano es su propia Pascua.

    El cirio pascual, fuera del tiempo pascual, no ha de encenderse ni permanecer en el presbiterio”.
 

(Cong. Culto Divino, Carta sobre la preparación
y celebración de las fiestas pascuales, n. 99).


El cirio pascual es uno de los grandes signos de la Pascua.


La Tradición litúrgica poco a poco le fue dando cada vez mayor realce encendiéndolo de un fuego nuevo en la Vigilia pascual y anunciando la Pascua con la laus cerei o praeconium paschale. El cirio, hermoso, relativamente grande, era depositado en un hermoso candelabro, bien labrado, embellecido con buenos materiales.

En el cirio destacan la cruz, el Alfa y la Omega y el año en curso, junto a los cinco granos de incienso (éstos, opcionales): revela así cómo Cristo es el Señor de la historia, el Señor del tiempo (Cronócrator), que ha hecho de la historia un tiempo nuevo abierto a la escatología, llegando con Él la plenitud de los tiempos. Nada, ni pinturas, ni láminas, ni dibujos, deben ocultar o disminuir la importancia de la Cruz con el año que debe resaltar sobre todo.

jueves, 18 de abril de 2013

El evangelio de Jn en Cuaresma y Pascua (IV)




II. La lectura en la Pascua

            Llegados a la Pascua, el evangelista san Juan nos va a acompañar con los textos más sacramentales de su evangelio y con la revelación plena de Jesús en los discursos de la última Cena. Ya es otra perspectiva, otra clave, otra dinámica. Es un sentido diferente.


Éste es el tono del leccionario ferial de la Pascua: 


“El tono pascual de la palabra de Dios viene dado por la selección de las lecturas de los Hechos de los Apóstoles, del evangelio de Juan y de otros textos que se pueden considerar bautismales, con una referencia a la vida nueva o con una proyección a la vida escatológica (1 de Pedro, 1 de Juan, Apocalipsis)… Se leen los textos evangélicos de Juan porque se trata del evangelio espiritual y el evangelio de los signos y de los sacramentos, con lecturas sacramentales y simbólicas para las ferias y los domingos”[1].

           

6. Lectura sacramental del evangelio


            El cuarto evangelio posee una lectura sacramental muy marcada: el agua, nuevo nacimiento, el pan de vida, la luz… realidades que son ocasión de equívocos al oyente, pero que Jesús mismo va llevando a una comprensión nueva y renovada. Él va a dar la vida abundante y lo hará mediante los sacramentos de la Iglesia.

miércoles, 17 de abril de 2013

Dignidad de la materia... hasta resucitar

El cuerpo es para el Señor. Nuestro cuerpo es para el Señor porque es de Él. 

La materia creada -el propio cuerpo- está llamado a esa explosión de vida y júbilo que es la resurrección. Ésta es corporal, material, y así lo que somos, cuerpo y alma, pasan a un orden nuevo y sobrenatural en la vida eterna.


Hoy nuestro corporeidad se ve limitada por el espacio y el tiempo; nuestro cuerpo experimenta debilidad, cansancio, enfermedades; además, nuestro cuerpo también herido por el pecado original, se ve arrastrado a la sensualidad, al propio gusto, por la concupiscencia de la carne. No se trata de despreciarlo ni castigarlo, sino de ponerlo al servicio del Señor dominando lo que somos.

En la Pascua de Cristo vemos cómo la materia es elevada a su plenitud. Y por la resurrección del Señor -y para ser resurrección es corporal- nuestro cuerpo está ya destinado a la vida y a la gloria. Una nueva visión se adquiere al considerar la Pascua del Señor en relación a la materia, a la creación, al propio cuerpo. Son perspectivas teológicas de nuestra fe sumamente interesantes, aun cuando no sean muy exploradas ni predicadas.

"La Iglesia, sus hijos fieles, lo saben: la resurrección del Señor, que repercute en nosotros por la celebración del misterio pascual, nos ofrece y nos enseña, más aún, nos exige una nueva concepción, una nueva elevación, una nueva santificación de nuestra corporeidad. En otros términos, es decir, en términos comunes, una nueva pureza. Sí, la Pascua debe darnos un nuevo sentido de la dignidad de nuestra carne, tan sensible y tan frágil. Es obra de Dios. Es templo del Espíritu Santo.

martes, 16 de abril de 2013

El evangelio de Jn en Cuaresma y Pascua (III)



4. Jn 7-8: La revelación de Jesús rechazada


            En estos dos capítulos, Jesús se manifiesta como luz y vida, y por ello, continúa el tono polémico con los jefes de los judíos. La tensión se palpa: más de 14 veces se habla de la muerte de Jesús.




            La gran objeción a Jesús, que se va desvelando cada vez más claramente, es el origen humano de Jesús, pero eso es juzgar por apariencias. Él procede de Dios, declara abiertamente; incluso pronuncia esas palabras “Yo soy”, majestuosas, que revelan su divinidad. Los judíos creen saberlo todo sobre Jesús y en realidad no saben nada y desconocen que es el Logos eterno hecho carne –como ya presentó el evangelista en el prólogo tan bellamente. “El conocimiento superficial que los jerosolimitanos tienen acerca de la persona de Jesús no es un conocimiento suficiente y verdadero: sólo pueden conocerle los que ven en ál al enviado de Dios”[1]. Están ciegos. Las discusiones se suceden una tras otra mientras que Jesús alude al testimonio incluso de Abrahán que vio su día y se alegró. “Prosigue Jesús. Ellos pertenecen al mundo que no puede dar la vida, mientras que él ha venido del cielo precisamente para dar esta vida. Su obcecación es la garantía segura de que morirán en pecado, puesto que rechazan la vida que sólo Jesús les puede dar. Esta vida sólo se puede alcanzar mediante la fe en él”[2].

            ¡Creen tener vida en ellos!, pero la vida viene del poder salvador de Jesús al que no quieren reconocer. Se apartan de la fuente de la vida. “La desgracia con que Jesús amenaza aquí a la incredulidad consiste simple y llanamente en no tener parte alguna en Jesús, en no tener comunión alguna con él: es la ausencia total de Jesús. En eso consiste precisamente la incredulidad: en la plena ausencia de Jesús y, a una con ello, en la falta de comunión con Dios”[3].

lunes, 15 de abril de 2013

Fe: acogida de la revelación


               "Debemos comprender, o mejor reconocer, el arte misterioso con que Dios se ha revelado al mundo, y con el que el Hijo de Dios hecho hombre se dio a conocer a los hombres. Todo el Evangelio nos dice que el rostro de Cristo no fue nunca oscuro ni insignificante; pero no fue reconocido por todos como lo que era. “Los suyos –dice el prólogo del evangelio de San Juan- no le recibieron” (Jn 1,11).



                Es un tema frecuente en el Nuevo Testamento; la revelación cristiana no se presenta con aspectos perfectamente cognoscibles y directamente proporcionados a nuestros sentidos y a nuestra razón; se presenta, en un grado superior, en la persona de Cristo, en su palabra, y hay que aceptarla por fe, hay que creerla; no sólo hay que conocerla, sino aceptarla con un acto vital y total de la mente y del corazón, porque es Él, Cristo, quien la anuncia, porque sólo Él, como exclamó San Pedro tras el incomprensible discurso de Cafarnaún, en donde se anunció la Eucaristía, sólo Él tiene “palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Lo cual significa que la fe, para el que se pone en plan de razonamiento lógico, de ciencia demostrada, resulta oscura. 

                   Nosotros los modernos debemos darnos cuenta de este aspecto de la fe, del que nacen tantos problemas. Se comprende porqué la fe tiene que presentar al hombre razonador la objeción de la oscuridad; a la fe le falta evidencia; presenta verdades veladas y ocultas, como las imágenes sagradas en este tiempo litúrgico.

                “Nosotros ahora vemos –dice San Pablo- como reflejamente en un espejo, en forma enigmática” (1Co 13,12); y san Agustín no duda en afirmar que la fe consiste en “creer lo que no ves” (In Io. Ev., 40,9; PL 35, 1690). Y esto se explica bien por los límites de la mente humana (cf. S. Th., I, II, 47,3), bien por el modo con que las verdades de fe se nos presentan, no directamente ni bajo la luz de la evidencia, o también por la profundidad inaccesible de las realidades divinas a que nos permite llegar la fe. Y tenemos que recordar que entre la venida de Cristo a la escena evangélica y la última al fin del mundo nuestra vida religiosa se realiza por vía sacramental, no por vía de experiencia directa.

domingo, 14 de abril de 2013

Irse al sagrario a rezar


http://www.bac-editorial.com/catalogo/foto_14734_PO0188_-_Foto.JPG

Comienzo aconsejando un libro que me ha gustado especialmente y que he leido en estos días: Presente y futuro del Concilio Vaticano II, del cardenal Marc Ouellet, en la BAC popular Madrid 2013, 250 pp. Es un libro-entrevista con intuiciones muy buenas y una explicación de claves teológicas del Concilio Vaticano II muy asequibles para todos, a la vez que hondas, claras, certeras. Puede aportar mucho a quien lo tome serenamente entre sus manos.

En dicho libro, el cardenal Ouellet habla de la Presencia del Señor en la Eucaristía como una expresión máxima de amor y humildad en donde Cristo se "reduce" para hacerse cercano. Sigue en la Eucaristía el Misterio de Kénosis, humillación, anonadamiento, que comenzó haciéndose pequeño en su Encarnación.

La cercanía de Cristo en el Sagrario de cada parroquia, de cada iglesia, permite al fiel cristiano arrodillarse y orar tranquilamente. Mucho depende del tiempo y calidad de nuestra adoración eucarística. Mucho en nuestra existencia dependerá del tiempo real que saquemos para estar con el Señor en el Sagrario (o en la exposición del Santísimo en la custodia) y dejarnos amar por Él mientras le vamos abriendo los entresijos de nuestra alma, nuestros miedos y desconfianzas, nuestras luchas y las debilidades que nos superan.

Es así: la adoración eucarística es vital para nuestro ser cristiano; el tiempo de Sagrario es una inversión en calidad de vida, en forma cristiana para nuestra alma.

Aquí, en este blog, sabemos la importancia que le hemos de dar siempre. Hoy, en tiempo pascual, y con las palabras del cardenal Ouellet, volvemos a recordar lo evidente: necesitamos el Sagrario, necesitamos tiempo de adoración eucarística, de estar ante el Santísimo.

sábado, 13 de abril de 2013

Datos sobre la Vigilia pascual (documento del s. III)

Que la vigilia pascual fue adquiriendo una importancia creciente y del mayor relieve a lo largo del año litúrgico, es indiscutible. Se iba enriqueciendo en su forma litúrgica y en la disposición espiritual de los fieles a medida que pasaba el tiempo.

Desde el mismo día de la Resurrección del Señor, el domingo fue la fiesta primordial de los cristianos, pero no se tardó mucho en solemnizar y vivir con mayor intensidad la Pascua anual con una vigilia, nocturna, larga, con lecturas y oraciones que desembocaba en la celebración eucarística. En medio de la noche, venía el Señor sacramentalmente.

Será de utilidad conocer lo que prescribe la "Didascalía apostolorum", un documento siríaco del siglo III, que se pone en boca de los mismos apóstoles como enseñanza para resaltar su autoridad. Referente a la vigilia pascual, explica:

"Es necesario, hermanos, que celebréis con todo interés los días de Pascua y mantengáis vuestro ayuno con toda diligencia...

Por eso, ayunad los días de Pascua a partir del décimo día [de la luna], que es el segundo día de la semana, tomando sólo pan, sal y agua a la hora nona; y esto hasta el día quinto de la semana. El día de la parasceve y el sábado pasadlo totalmente en ayuno, sin tomar nada en absoluto.

Durante toda la noche permaneced reunidos en comunidad. No durmáis. Pasad toda la noche en vela, rezando y orando, leyendo los profetas, el evangelio y los salmos con temor y temblor, en un clima de súplica incesante, hasta la tercera vigilia de la noche después del sábado. Entonces romped vuestro ayuno.

También nosotros, durante la pasión de nuestro Señor, ayunamos de la misma forma durante los tres días para testimonio, y pasamos la noche en vela rogando y orando por la destrucción del pueblo, pues habiéndose equivocado no reconocían a nuestro Salvador. Orad también vosotros de la misma manera para que el Señor no se acuerde ya jamás de sus culpas por la traición que cometieron contra nuestro Señor, sino que les conceda la oportunidad de hacer penitencia y de convertirse para remisión de la impiedad...

viernes, 12 de abril de 2013

El evangelio de Jn en Cuaresma y Pascua (II)



I. La lectura de san Juan en la Cuaresma


3. Jn 4 y 5: El signo y la confrontación

            La lectura cuaresmal comienza con Jn 4, una curación, y Jn 5, es decir, la curación del paralítico en la piscina de Betesda. En el cuarto evangelio los milagros son propiamente “signos”, en número escaso, que provocan la fe y que son interpretados a continuación por discursos largos del Señor, de modo que el signo obrado le da pie para exponer su doctrina, aclarar el sentido del signo y darle todo su alcance salvífico. El milagro es la base del discurso. “Aunque Jn no llame explícitamente nuestra atención sobre ello, este relato continúa la serie de “signos” especiales que ponen de manifiesto el cometido de Jesús como vivificador. De nuevo la palabra de Jesús es suficiente para realizar aquello de que no eran capaces las “aguas del judaísmo””[1].


            En Jn 5, tras curar al paralítico, comienza la polémica: está en juego reconocer de dónde viene el poder salvador, si de la ley de Moisés y del sábado o de la persona misma de Jesús. El judaísmo se muestra agotado en su capacidad salvífica; la novedad salvadora es la Persona del Señor.

            Los judíos niegan el poder de la persona de Jesús y sus palabras: se desencadena –y así se lee en Cuaresma y por eso se lee en Cuaresma- una confrontación con Él, recalcando que es el Hijo (en sentido propio) con poder de juzgar, dar vida y resucitar. Hay en todo momento unidad de voluntad y acción del Hijo con el Padre. Atribuirse poder sobre la vida y la muerte es atribuirse el poder mismo de Dios –según Dt 32,39-. Y así, haber curado al paralítico es un signo de ese poder.

jueves, 11 de abril de 2013

Simplemente, el domingo cristiano

El primer día de la semana, cuando todo empieza, fue el día de la resurrección del Señor, señalando así que todo empieza de nuevo y todo es renovado con su Resurrección.


El octavo día, después de la semana, es el domingo, el día que nos abre a la eternidad de Dios, más allá de los límites del tiempo. Cristo resucitado ha abierto el tiempo cronológico (medido por el reloj y el calendario) al tiempo salvífico y eterno (Alfa y Omega, Señor del tiempo y de la historia, para siempre).

El domingo es el día del Señor, es decir, le pertenece a Él, y nosotros, que le pertenecemos, consagramos y santificamos el domingo viviendo la santísima Resurrección del Señor participando de la Santa Misa, como luz y centro de todo, fuente y culmen.

Así fue desde el mismo día de la Resurrección del Señor. Él se aparece -narra Jn 20- en el domingo a los Apóstoles, y de nuevo a los ocho días, otro domingo, para que Tomás, ya allí presente, ya allí con la Iglesia y no por libre, pueda gozar de la experiencia del Señor.

El domingo es el día del Señor y nuestro día más querido: cada domingo es el día del Resucitado, cada domingo es nuestra fiesta, "la fiesta primordial de los cristianos". Es lo que resaltaba luminosamente la Constitución Sacrosanctum Concilium, del Vaticano II:

miércoles, 10 de abril de 2013

El evangelio de Jn en Cuaresma y Pascua (I)



Comenzamos hoy una serie de catequesis sobre el evangelio de san Juan y su distribución a lo largo de la Cuaresma y de la cincuentena pascual. ¿Con qué criterios? ¿Para qué? ¿Qué se subraya en uno y otro caso?

Esto nos debe facilitar la comprensión del leccionario ferial -el de diario- que nos ofrece la lectura de este evangelio. 

1. Razones de su uso en la liturgia

            En la distribución actual del leccionario romano, nos encontramos que para las Misas diarias (feriales) de Cuaresma y de Pascua se propone una lectura semi-continuada del evangelio de San Juan, con claves distintas para interpretar la lectura evangélica, seleccionando unos capítulos concretos en las Misas feriales cuaresmales y otros que se reservan para las ferias de la cincuentena pascual.

            Obtener una visión de conjunto de este evangelio, y destacar cuáles son los capítulos leídos en Cuaresma y cuáles los proclamados en Pascua, permiten recibir y entender mejor la lectura evangélica mucho mejor que tomando cada texto aisladamente y desconociendo la razón por la que la liturgia lo presenta.

            En la Ordenación del Leccionario de la Misa (: OLM), nº 98, se explica que en las ferias cuaresmales “desde el lunes de la cuarta semana, se ofrece una lectura semi-continua del Evangelio de san Juan, en la cual tienen cabida aquellos textos de este Evangelio que mejor responden a las características de la Cuaresma”; y para las ferias de la cincuentena pascual, una vez concluida la Octava, “se hace una lectura semi-continua del Evangelio de san Juan, del cual se toman ahora los textos de índole más bien pascual, para completar así la lectura ya empezada en el tiempo de Cuaresma. En esta lectura pascual ocupan una gran parte el discurso y la oración del Señor después de la cena” (OLM 101).

            De esta forma, el bellísimo evangelio de san Juan, con su peculiar lenguaje y técnica, se lee en grandísima medida en las ferias cuaresmales y pascuales, sin contar otros domingos (Samaritana, ciego de nacimiento, Lázaro en el ciclo A de la Cuaresma) y solemnidades en que también se proclama (Misa del día de la Natividad, Misa del día de Pascua, Pasión el Viernes Santo).


2. Estructura y rasgos generales del 4º evangelio

            La estructura general de este evangelio nos servirá de guía para entender el criterio de selección de la liturgia:


martes, 9 de abril de 2013

El apostolado, irradiación de la vida cristiana

El robustecimiento de la fe, su fortaleza, su más clara y renovada identidad, se convierte en estímulo, acicate, impulso, para el apostolado. Éste nace no por una idea o un ideal ético, sino por un desbordarse de la vida cristiana, tan fuerte, que no se puede contener. Es el celo evangelizador: "¡ay de mí si no evangelizare!" (1Co 9,6).


Cuando tratamos de reforzar la fe, debilitada externamente por las olas de la secularización y la dictadura del relativismo, y debilitada interiormente por el moralismo y la ausencia de vida interior, de oración y de vivencia litúrgica, hemos de ser conscientes que precisamente esta crisis de fe es lo que genera un apostolado débil, mediocre, mortecino, reducido a la sacristía. Por el contrario, y ese ha de ser nuestro objetivo, una fe fuerte y fiel, doctrinalmente sólida y con formación madura, amasada con la liturgia y la oración, transforma al creyente en un apóstol.

Será fácil reconocer que el problema no son los métodos -más o menos modernos- ni las técnicas ni es el lema tan cansino de que "la Iglesia debe modernizarse" adaptándose al mundo, sino que antes y primeramente, el problema del apostolado es el propio apóstol: la calidad, la fuerza, la hondura de su fe, su convicción arraigada y fervorosa.

Entonces, ¿qué es el apostolado? ¿Una serie de actividades que rozan el activismo? ¿Un voluntariado? ¿Una acción social transformadora? ¿Una concienciación política? ¿Un manifiesto de denuncia para ser fotografiados?

lunes, 8 de abril de 2013

La cincuentena pascual: 50 días del y para el Señor

“La celebración de la Pascua se continúa durante el tiempo pascual. Los cincuenta días que van del domingo de Resurrección al domingo de Pentecostés se celebran con alegría, como un solo día festivo, más aún, como “un gran domingo”.

    Los domingos de este tiempo han de ser considerados y llamados “domingos de Pascua” y tienen precedencia sobre cualquier fiesta del Señor y cualquier solemnidad. Las solemnidades que coincidan con estos domingos han de anticiparse al sábado precedente. Las celebraciones en honor de la Santísima Virgen o de los santos que caen entre semana no pueden ser trasladadas a estos domingos".

(Carta Cong. Culto divino,
Preparación y celebración de las fiestas pascuales, n. 100).


Tal vez la fuerza e intensidad puestas en la vivencia de la Cuaresma se convierten en relajación y bajo nivel espiritual en la Cincuentena. No obstante, ésta es el gran tiempo, la Fiesta de las Fiestas, la celebración prolongada de la Resurrección de Cristo, su Glorificación y su Plenitud en Pentecostés.

sábado, 6 de abril de 2013

El leccionario para el tiempo pascual

Durante la Pascua la distribución de las lecturas es especial, distinta. Conocer el Leccionario enriquecerá la vivencia y participación interior y consciente en la sagrada liturgia.
 
 
Hay un principio fundamental: en Pascua todo es nuevo. Por ello nunca, bajo ningún concepto, en ninguna celebración, se proclama el Antiguo Testamento, sino siempre el Nuevo Testamento. De manera privilegiada el libro de los Hechos de los Apóstoles, y asumiendo la tradición hispano-mozárabe, el libro del Apocalipsis.

El Ordo Lectionum Missae describe el leccionario así:

jueves, 4 de abril de 2013

El óleo de los enfermos (Óleos - II)

El segundo óleo en importancia que se bendice en la Misa Crismal, es el óleo de los enfermos, y será la materia sacramental para ungir a los enfermos.



Con una antigua y venerable fórmula, que la hallamos en los antiguos Sacramentarios, el obispo bendice aceite diciendo:

Señor Dios, Padre de todo consuelo,
que has querido sanar las dolencias de los enfermos por medio de tu Hijo:
escucha con amor la oración de nuestra fe
y derrama desde el cielo tu Espíritu Santo Defensor sobre este óleo.

Tú que has hecho que el leño verde del olivo
produzca aceite abundante para vigor de nuestro cuerpo,
enriquece con tu bendición + este óleo,
para que cuantos sean ungidos con él
sientan en el cuerpo y en el alma
tu divina protección
y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores.

Que por tu acción, Señor,
este aceite sea para nosotros óleo santo,
en nombre de Jesucristo, nuestro Señor.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Vayamos a la mistagogia, al sentido profundo, de este óleo siguiendo la predicación homilética del papa Benedicto XVI:

martes, 2 de abril de 2013

Liturgia pascual: sugerencias y recordatorios

Como ya hicimos otros años y en cada ciclo litúrgico, vamos a entrar hoy en algunas anotaciones o sugerencias para la liturgia pascual. Ésta debe mostrar su esplendor no únicamente el Domingo de Pascua, y ni siquiera sólo durante la Octava pascual, sino que debe extenderse en ese laetissimum spatium, tiempo gozoso a más no poder, de los cincuenta días de Pascua, hasta Pentecostés inclusive.


Para ello, es bueno seguir unas mismas fórmulas litúrgicas en saludos y moniciones, en el realce de determinados cantos, etc., cada día, cada domingo, para subrayar precisamente esa unidad festiva y solemne de la Pascua entera.

La liturgia, incluso la Misa diaria, debe distinguirse claramente de una Misa ferial del tiempo ordinario o de una Misa celebrada en Adviento. Estamos en la Fiesta de las Fiestas, no lo olvidemos nunca, pese a que nuestra espiritualidad pascual es deficiente, centrando el esfuerzo y el interés en Cuaresma, pero decayendo en Pascua.

Las anotaciones y sugerencias siguientes pueden interesarnos de distinto modo: a los sacerdotes y diáconos, ministros del altar, coros, Monasterios, etc., para saber qué hacer, qué subrayar, etc., pero a todos los fieles que participamos en la santísima liturgia para estar atentos, participar más conscientemente sabiendo qué es lo nuevo, porqué se hace este o aquel rito, cuál es el sentido de tal fórmula repetida durante cincuenta días. Y es que para participar plena, consciente, activa, fructuosamente, hemos de ir penetrando en la liturgia misma, sus ritos y oraciones.