domingo, 31 de mayo de 2020

¡El Espíritu del Señor!



¿Cómo es?
¿Qué hace el Espíritu del Señor?
¿Quién es?
¿Por qué le urgimos su venida, su descenso?
¿A qué corresponde la necesidad de invocarlo?

 

            d) “Defensor” [1]

Es otro significado de la palabra griega “Paráclito”. El Espíritu Santo defiende del diablo que, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar y permite resistirle firmes en la fe (cf. 1P 5,8-9). 

El Espíritu defiende de las insidias del enemigo, de las tentaciones y de la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la arrogancia del dinero (cf. 1Jn 2,16).

Se le atribuye al Espíritu una función forense ante el tribunal de Dios, la de defender a los que Él ha sellado y ungido. En el libro de Job, Satán se presenta ante el trono de Dios para acusar a Job (Jb 1-2) de mezquindad con Dios; también en el profeta Zacarías (3,1-3) 

Satán está acusando ante el Señor; el Apocalipsis, por fin, canta la derrota del insidioso acusador: “fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche” (Ap 12,10). Por el contrario, el Espíritu nos defenderá; convencerá y pondrá al descubierto el pecado del mundo, la justicia y la condena (cf. Jn 16,8) “porque el príncipe de este mundo está condenado” (Jn 16,10). 

 Defenderá a los suyos “intercediendo por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8,26) Entonces, “¿quién acusará a los elegidos de Dios?” (Rm 8, 33).


sábado, 30 de mayo de 2020

El conocimiento que otorga la fe



La fe es un conocimiento nuevo y superior, una percepción nueva de la realidad, de todo lo creado, de la vida y de uno mismo; no un conocimiento técnico, de pruebas de laboratorio o de empirismo que sólo conoce aquello que experimenta y demuestra racionalmente, o aquello únicamente que uno puede ver y tocar, pero sí un conocimiento que no contradice a la razón, basado en la autoridad de la Palabra de Dios, en los signos y obras de Cristo y en el testimonio de quienes vieron estas cosas y nos las han transmitido.  


“La fe es un reino de misterio; para nosotros la fe, durante esta vida que es todavía un aprendizaje, una iniciación, una fe oscura; la fe no se apoya sobre argumentos de evidencia racional; se apoya, sí, en formidables razones de credibilidad tanto intrínseca como extrínseca, pero está basada de por sí sobre la autoridad de una Revelación, sobre la Palabra de Dios” (Pablo VI, Catequesis, 18-mayo-1977).


La fe es luz, conocimiento y sabiduría del corazón para vivir. ¡Qué necesaria y qué gozosa la fe! Y sin fe, por el contrario, cuánto absurdo, cuántas preguntas sin respuesta, qué tono más triste adquiere todo. Este conocimiento por fe nos revela el sentido y la medida de todo.


viernes, 29 de mayo de 2020

Nombres del Espíritu Santo



b) “Espíritu de la verdad”[1]

Este bello nombre es dado por Jesús al Espíritu Santo. El espíritu de la mentira viene del Maligno para engañar y seducir, para hacernos tropezar y enredarnos a fin de no descubrir a Dios sino caer en las trampas del cazador. 




El Maligno engaña, es el padre de la mentira, sus palabras son engañosas: "Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44).

Por el contrario, sabemos que Cristo es “el camino y la verdad y la vida” (Jn 14,6), y el Espíritu Santo, que es veraz, nos lleva a Cristo. Sus palabras son veraces para que reconozcamos la Verdad, la percibamos con una certeza interna única. 

El Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, es el “Espíritu de la verdad” ya que nos conduce a la Verdad que es Cristo, la verdad “que nos hace libres” (Jn 8,32). 

Guía la conciencia, la razón y el corazón para descubrir la Verdad. Sería tarea lenta y preciosa del Espíritu Santo conducir a la Iglesia una mejor y más renovada comprensión de todo lo que Cristo había dicho, descubriéndonos tesoros insospechados y actualizando, en el hoy de la Iglesia, la Palabra de Cristo. 

jueves, 28 de mayo de 2020

Persecución del apóstol santo




“El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros” (Jn 15,20). “Dichosos vosotros cuando os persigan, os insulten, os calumnien de cualquier modo por mi causa...”  (Mt 5,11s).

“Como testimonia la historia de la santidad, Dios permite que el elegido sea a veces objeto de incomprensiones. Cuando esto acontece, la obediencia es para él un crisol de purificación, un camino de progresiva identificación con Cristo y un fortalecimiento de la auténtica santidad” (JUAN PABLO II, Homilía en la beatificación del Padre Pío de Pietrelcina, 2-mayo-1999).



   
             Una parábola rica en diversas lecturas, significado e interpretaciones, cuyo objeto principal es la viña, puede iluminarnos para entender la dificultad y la persecución sufridas por el Señor, y por extensión, hoy, al apóstol santo. 

El Señor presenta en esta parábola un pequeño resumen de lo que ha sido la historia de la salvación de Dios con el pueblo de Israel. Creó la viña, creó el pueblo de Israel, y cuando quiso recoger frutos de vida y santidad según la ley de Moisés, “envió criados a sus labradores”, que fueron los profetas. ¿Qué hicieron estos labradores? ¿Qué hizo el pueblo de Israel? “Agarrando a los criados, apalearon a unos, apedrearon a otros, y a otros los mataron”. No consiguió mucho el Señor. “Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez”, volvió a enviar a los profetas a ver si su pueblo se convertía, a ver si Israel era capaz de vivir según la ley del Sinaí, pero “hicieron con ellos lo mismo”. No se doblegó el pueblo de Israel, no se inclinaba, “pueblo de dura cerviz”. El propietario se dijo “mandaré a mi hijo”, porque ya no eran criados, al hijo “lo respetarán”. “Y agarrándolo lo empujaron fuera de la viña y lo mataron”. Aquí ya está anunciando el Señor lo que harán con Él, porque lo agarraron y fuera de la viña, fuera de la muralla de Jerusalén, lo crucificaron. “¿Qué hará el dueño de la viña con los labradores?” Los sumos sacerdotes y ancianos dicen la respuesta justa: “Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará a la viña a otros labradores que les entreguen los frutos a sus tiempos”. 

Nosotros somos esos labradores, la viña del Señor en el Antiguo Testamento, y lo rezamos en un salmo, “es la casa de Israel”, pero la nueva viña es la Iglesia, y los labradores nosotros, un pueblo que produzca y entregue sus frutos; porque a un pueblo que sea estéril, como el cántico de la viña de Isaías, lo primero que hará el Señor por no haber respondido a la gracia de Dios, será “quitar su valla para que sirva de pasto, derruir su tapia para que la pisoteen, la dejaré arrasada, no la podarán ni la escardarán”. 

miércoles, 27 de mayo de 2020

Fons vivus, ignis - Veni Creator!!



            Fons vivus – fuente de agua viva

            Donde hay agua, hay vida. Desde el principio, sobre la faz de las aguas, el Espíritu Santo aleteaba. De la roca en el desierto, tipo y figura de Cristo, golpeada por Moisés, salió agua que sació la sed de un pueblo errante. Del Templo vio el profeta Ezequiel (47) brotar por el lado oriental un reguero de agua que se convirtió en potente torrente que fecundaba la tierra. Del costado de Cristo, traspasado por la lanza, brotó sangre y agua (Jn 19,34), el Espíritu que se derramaba…



Era el agua prometida por Cristo a los suyos. A la samaritana le prometió un agua viva con la que ya no tendría más sed (Jn 4) y en el Templo, el último día, el más solemne de las fiestas, invitaba a ir a Él y beber de Él: “De su seno brotarán torrentes de agua viva” (Jn 7).

El agua es símbolo conveniente al Espíritu Santo: es la fuente viva a la que se debe acudir para saciar la sed más profunda del hombre, su deseo más íntimo e interior. 

Además, es agua, porque sólo el Espíritu puede fecundarlo todo, regar lo que hemos sembrado con mucho esfuerzo para que dé frutos abundantes para todos en el apostolado y en la vida interior, en la mortificación y en los actos ocultos a los ojos de los demás pero que se ofrecen en bien de los demás.

¡Riega, Espíritu Santo, cuanto sembramos!

martes, 26 de mayo de 2020

¿Y quién es el Espíritu Santo?



Pneumatología completa, dogmática en acto, es la liturgia con sus “ritos y oraciones” (cf. SC 48) con la especificidad del lenguaje eucológico. 

Su belleza y su hondura envuelven a la Iglesia que ora sumergiéndola en el Misterio. 



Por eso, para comprender qué es Pentecostés y su alcance salvífico y eclesial, un método válido y seguro será acudir al cuerpo eucológico con el que la Iglesia ora celebrando.

1. Algunos nombres del Espíritu Santo


Una tradición teológica se ha complacido en elaborar su contemplación del Misterio de Cristo a partir de los “nombres” de Cristo, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, así como en la predicación de la Iglesia. Ya Orígenes empleó este método[1] como también S. Basilio[2], S. Gregorio de Nisa en deliciosos y pequeños tratados[3] o S. Cirilo de Jerusalén[4]; insigne en la literatura castellana es “De los nombres de Cristo” de fray Luis de León. 

Podemos muy bien aplicar este método para adentrarnos en el misterio del Espíritu Santo siguiendo el lenguaje de la liturgia. Éste se inspira en las Escrituras, citando literalmente sus expresiones o modulándolas de manera poética.

domingo, 24 de mayo de 2020

Sentencias y pensamientos (XIV)


12. [Para contemplativos:] Tú, si estás en el Monasterio para toda tu vida, es para seguir a Cristo viviendo en el Misterio, oculta, sólo para Cristo y la Iglesia. A veces las pequeñas cosas que vivimos, o lo que queremos para el futuro, estorban nuestra vida. En concreto, tu vida monástica es sólo para Cristo. Entrégate a Él. LO DEMÁS NO IMPORTA. 





13. [Para consagrados:] Por los votos te unes a Cristo siendo como Él y viviendo una vida celestial, signo del Reino. Primero el voto de castidad, la virginidad y limpieza del corazón, despegando tu corazón de las cosas que te aten: todos los lazos que incluso pueden ser legítimos, por el voto de castidad se tornan una carga. Corazón libre para Cristo. Segundo, la pobreza, que es disponibilidad de espíritu para lo que el Señor quiera, sin desear nada sino a Cristo, ni pedir nada, ni exigir nada, ni enfadarse por nada que nos quiten o no nos den, tan sólo Cristo que es nuestra riqueza. Pobreza y austeridad en lo que uses, en lo que gastes, en todo... Finalmente, la obediencia: como Cristo obediente, la obediencia monástica es estar siempre bajo la palabra y autoridad de los superiores, del Abad, de la Abadesa. Da igual si hoy te dicen haz esto y mañana te mandan lo contrario, ¡no importa!, el corazón debe obedecer sin discutir, ni exigir, callando, aunque tuvieses razón. No responder mal, no hablar mal a los superiores. Pídeselo al Señor.



14. ¡Cristo! Él se nos da. Él es bueno, Él se vuelca en nuestra alma. La paz que Él otorga no la conoce el mundo. Por eso todo se mira y se siente de forma distinta, más plena, se goza más, y la oración es más fluida en esos tiempos, porque el Señor lleva a mayor unión de amor con Él. Estorban los libros, hasta las palabras, sólo importa estar con Él amándole.


viernes, 22 de mayo de 2020

¡Evangelizar siempre!


La Iglesia vive y existe para evangelizar: esa es su felicidad, su dicha, su vocación, afirmaba Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi. Evangelizar es la tarea propia de la Iglesia y, si lo concretamos más, evangelizar es la tarea propia de una parroquia, de una comunidad cristiana, de Movimientos y asociaciones, etc.




¿Qué es la evangelización?
¿Qué es evangelizar?

Cristo es el Evangelio[1] y el evangelizador, el Predicador y lo predicado, el Mensaje y el mensajero. En Cristo se encuentra el paradigma del evangelizador y en Él se descubre en qué consiste la evangelización, su contenido, su forma, su perseverancia. 

La evangelización de Jesús dio lugar a una comunidad de seguidores de Cristo, configurada como Iglesia. Desde el principio, la voluntad expresa del Señor era constituir una comunidad en torno a Él, fundada en los doce apóstoles, extendida a multitud de discípulos y que tienen el encargo confiado por Cristo de “id y proclamad”.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Lo bueno que es rezar en el Sagrario



El misterio de la Eucaristía es el sacramento que oculta y desvela a un tiempo: oculta a Cristo Resucitado al que no vemos con los ojos de la carne, y desvela el poder del Eterno viviente que permanece entre nosotros. 



¿Cómo es posible? ¡Locura de amor! Cristo es todo amor, rebosa amor, sus llagas abiertas son ventanas por las que podemos entrever sus entrañas de amor, su Corazón latiendo de amor por ti y por mí, por su Esposa la Iglesia y por la humanidad toda. ¡Sus llagas! ¡Qué buen refugio donde hallar descanso y sosiego!

La Eucaristía es misterio de amor, el sacramento del amor, el amor mismo entregándose realmente, actualizando su Pasión, rebosando vida eterna para nuestro peregrinar terreno.

Todo amor. Todo rebosa de amor en la Eucaristía. Todo es expresión de ese mayor amor de Cristo, al que el pueblo cristiano, certeramente, canta como “el Amor de los amores”. No hay mayor amor que Cristo-Eucaristía; no hay semejante entrega que Cristo Sacerdote, Víctima y altar en cada Misa. Sólo el amor puede adivinar el Misterio cuando en el altar se realiza la Eucaristía.

¿Cómo celebrarla? ¿Cómo escuchar la Palabra viva de Dios proclamada? ¿Cómo ofrecer y ofrecernos? ¿Cómo participar de la gran plegaria eucarística? ¿Cómo comulgar y dar gracias? ¿Cómo cantar y orar? Sólo con amor es posible. Mucho amor. Nada más que amor. Un amor nuestro que corresponde al mayor amor de Cristo que se nos da.   

¡Y qué amor de Jesús! ¡Qué supereminente, sobreabundante, excelente, rebosante, es la caridad de Jesús dándose eucarísticamente! ¡Qué Corazón de amor es el de Jesús! Sí, es hoguera ardiente, abismo de todas las virtudes, delicia de los santos, fuente de vida y de santidad.

lunes, 18 de mayo de 2020

Con fe, mirar la cultura contemporánea

Abrir los ojos y contemplar: descubrir. Al hombre se le trata como a un ciego, y se le prefiere ciego. Que no piense, mejor entregarle todo hecho y pensado. Que no vea ni descubra nada, con lo que se le dé tiene bastante. Y sobre todo, que no piense, que no sea original, que no sea libre.



El Señor Jesucristo es modelo de Hombre perfecto, mejor, es el Hombre perfecto. Hombre libre, con un corazón tierno y cercano, pero crítico con la realidad que le rodea, si ve que destruye al hombre, que lo esclavice. Es la libertad cristiana. Con el corazón limpio se ve la realidad de forma distinta. 

El corazón cristiano mira al mundo, a la sociedad, a la cultura, al hombre y descubre cuánto bueno hay en ellos; pero también aprende a ser crítico con aquello que destruye y ataca al hombre. 

Una mirada amorosa y crítica a la vez. No hombres ciegos, sino hombres que vean. ¡Cuántos milagros hizo el Señor curando a los ciegos, sanándoles los ojos del alma!

La cultura actual ha fabricado un hombre, en muchos casos vacío, pero sobre todo sin dominio sobre el tiempo: el tiempo lo consume, hay que ir corriendo a todo, no da tiempo de saborear nada, en el fondo, no se vive. en esta cultura en la que estamos inmersos ¡es peligroso pensar! 

jueves, 14 de mayo de 2020

Liturgia, fe, teología (formación litúrgica)



Para conocer la liturgia, incluso para decir que se sabe de liturgia, hay que conocer bien su teología, alcanzar una visión panorámica, una perspectiva completa. De verdad, es urgente que desterremos la idea de que conocer la liturgia es escribir o leer unas moniciones o inventar un ofertorio lleno de “ofrendas simbólicas”[1]… o que saber de liturgia es conocer únicamente rúbricas, sin saber ni su sentido, ni su historia, ni el porqué.



            1. Hay que ir más allá, más adentro de la liturgia. A la hora de plantear, por ejemplo, la asignatura de Liturgia, o un plan de formación en catequesis de adultos, o un Curso formativo, etc., lo primero es ahondar en la teología de la liturgia. Eso evitará muchos despropósitos después… y los despropósitos que padecemos no son sino resultado de esa crasa ignorancia.

            Los documentos de la Iglesia, al abordar el estudio de la liturgia, señalan como primer punto la teología de la liturgia. Ya sabemos que el Concilio Vaticano II señaló esta asignatura de liturgia “entre las materias principales, y debe ser enseñada ya bajo el aspecto teológico e histórico, ya bajo el aspecto espiritual, pastoral y jurídico” (SC 16).

            El aspecto teológico de la liturgia debe conducir a “mostrar la estrecha relación existente entre la liturgia y la doctrina de la fe; esta relación debe ser puesta de relieve en la enseñanza”[2].

            2. La liturgia, en sus textos así como en sus ritos, en sus acciones sacramentales, en todo, refleja perfectamente lo que la Iglesia cree, ¡la fe de la Iglesia!, por ello muchos cambios que aquí o allí cada cual se permite introducir, desfigura la fe de la Iglesia, o la vuelve opaca, o no la deja brillar en su plenitud.

            Los textos litúrgicos, todos, aprobados por la Iglesia antes de su edición oficial, expresan, profesan, proclaman, la fe de la Iglesia. Quien los asimile, día a día, año litúrgico tras otro, bebe de la mejor fuente el espíritu cristiano y es educado por la Iglesia en la escuela de la liturgia: ¡no hay mejor catequesis, mejor enseñanza! Recordemos una frase muy repetida entre los ortodoxos: “El coro de nuestras iglesias es una cátedra de teología”, por sus textos, himnos, troparios, antífonas… Una teología hecha oración, canto, plegaria, en el marco de la liturgia.

domingo, 10 de mayo de 2020

Aleluya - I (Respuestas - XII)



1. El Aleluya en las Escrituras

            Aleluya es el canto de los redimidos, Aleluya es la alegría del corazón ante el Señor.

            Con unas pocas sílabas se contiene y se manifiesta júbilo, gozo, alegría, fe, exultación. Es palabra hebrea que la liturgia ha mantenido en su lengua original sin traducirla, como también ha hecho con “Amén” y con “Hosanna”.



            Aleluya se considera una palabra sagrada. Se prefirió mantenerla en su lengua original. San Agustín así lo explica: “hay palabras que por su autoridad más santa, aunque en rigor pudieran ser traducidas, siguen pronunciándose como en la antigüedad, tales como son el Amén y el Aleluya” (De doc. chr., 11). El gran Padre hispano, san Isidoro de Sevilla, también explica porqué no se tradujo:

“No es en manera alguna lícito ni a griegos ni a latinos ni a bárbaros traducir en su propia lengua, ni pronunciar en otra cualquiera, las palabras Amén y Aleluya… Tan sagradas son estas palabras, que el mismo san Juan dice en el Apocalipsis que, por revelación del Espíritu Santo, vio y oyó la voz del ejército celestial como la voz de inmensas aguas y de ensordecedores truenos que decían: Amén y Aleluya. Y por eso deben pronunciarse en la tierra como resuenan en el cielo” (Etim. VI, 19).

            Otro testimonio más, en este caso, de san Beda el Venerable: “Este himno de divina alabanza, por reverencia a la antigua autoridad, es cantado por todos los fieles en todo el mundo con una palabra hebrea” (Hom. in Dom. post Asc., PL 94,185).

viernes, 8 de mayo de 2020

Acudir al Sagrario


El corazón debe descubrir al Señor en el Sagrario. Hay una mirada de fe que siente interiormente a Cristo en el Sagrario. Pocos lugares más apropiados y acogedores para sentir y gozar su Presencia y entregarnos a Él, para orar y meditar, que el Sagrario. Un objetivo importante lo trazó Juan Pablo II en la Carta Apostólica Mane nobiscum Domine: 


“La presencia de Jesús en el sagrario ha de constituir un polo de atracción para un número cada vez mayor de almas enamoradas de él, capaces de permanecer largo rato escuchando su voz y casi sintiendo los latidos de su corazón: “¡Gustad y ved qué bueno es el Señor!”” (n. 18).

No pases delante de una iglesia abierta sin pararte unos minutos ante el Señor en el Sagrario. Él te espera, manso y humilde de corazón, para compartir tus cargas y tus cansancios.

Espiritualmente, hace mucho bien al alma detenerse unos instantes ante el sagrario y hacer una visita, es un “breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa” (Directorio Liturgia y piedad popular, n. 165). 

Al encontrarse con Cristo en el Sagrario para una breve visita o hacer un rato amplio de oración, se puede gozar de la comunión espiritual con el mismo Cristo Resucitado. El Magisterio de la Iglesia enseña que “al detenerse junto a Cristo Señor, disfruten en íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo” (Instrucción Eucharisticum Mysterium, n. 50).

Sería una tremenda ingratitud olvidar al Señor en el Sagrario, no hacer la genuflexión al pasar delante de él y saludarlo, no visitarlo, ni estar con él, y centrar nuestra atención en las imágenes. No consintamos ese desprecio al Señor; no dejemos ni convirtamos nuestro sagrario en un sagrario abandonado. Él se hace Compañero nuestro en el Sagrario: disfrutemos de su Compañía real y sacramental.

miércoles, 6 de mayo de 2020

Pobreza evangélica y sencillez (santidad)




“Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5,3). “Sencillos como palomas...” (Mt 10,16).

“[Los santos son] testigos... radicales de Cristo” (JUAN PABLO II, Meditación en las Grutas vaticanas, 15-marzo-1994).

“La serenidad interior [es] típica de los santos, debida a su fe absoluta en Dios y en su providencia” (JUAN PABLO II, Discurso a los peregrinos asistentes a unas beatificaciones, 8-octubre-2001).




  
              Una característica de la santidad que encontramos en los santos es la pobreza evangélica y la sencillez. La pobreza evangélica manifestada en el desprendimiento y donación de todo lo que tenían, para vivir de la Providencia. “Nadie puede servir a dos señores... no podéis servir a Dios y al dinero”. 

La pobreza evangélica es poner la vida en las manos de Dios sabiendo que con el Señor nada nos puede faltar; que los bienes de la tierra no dan la felicidad y que el dinero no es, en modo alguno, nuestra salvación. “Bajan derechos a la tumba, se desvanece su figura y el abismo es su casa”, dice el salmo 48 de los que ponen su confianza en el dinero. 

Por otro lado, en todos los santos, esta pobreza evangélica permite que la santidad se convierta en sencillez y en limpieza de corazón. Creyeron que el Evangelio era posible vivirlo, vivirlo tal cual, vivirlo en cada una de las frases que están escritas. Lo creyeron y lo consiguieron. 

lunes, 4 de mayo de 2020

¿La vida cristiana es alegre o triste?

La pregunta es fundamental: la vida cristiana, ¿es alegre o triste?

Por su propia naturaleza, ¿es alegría o es una carga pesada y angustiosa?

Por nuestra forma de presentarla, ¿es alegre y atrayente o un fardo pesado?


Quien nos ve desde fuera, ¿ve rostros alegres y felices?

Además, ¿de qué alegría se trata? ¿Del bullicio, del optimismo ingenuo, del chiste fácil?

¿Cómo es entonces la vida cristiana? ¿Posee atractivo y felicidad para el corazón?

Enseñaba Pablo VI:



“¿La vida cristiana es alegre o triste? Cuestión elemental, pero fundamental. Y para nosotros que estamos habituados a clasificar el mérito de las cosas según una valoración subjetiva, es decir, utilitaria, la cuestión puede decirse decisiva. Es decir, ¿ser cristianos nos hace felices, o bien nos impone límites, deberes, cargas que vuelven triste e infeliz a la vida, o menos feliz, menos plena que aquella que no se califica de cristiana?

            …Podríamos mencionar, en este punto, la tendencia de cierta pedagogía moderna, que intenta justificar este estilo instintivo de vida, como el más lógico y de veras el más feliz: abolir los deberes, los frenos, los límites y dar libertad, expansión, satisfacción a los instintos y a los intereses subjetivos sería la fórmula liberadora para el hombre moderno, el rescate de tantos tabúes de la educación tradicional y puritana de tiempos ya superados; a condición de que se salven las normas de la higiene (¡y en ocasiones ni siquiera éstas!), y las de un cierto comportamiento social, todas las demás estructuras éticas y espirituales sólo sirven para hacer infeliz la vida. Vuelve en auge triunfante el naturalismo inocentista de tiempos pasados con sus expresiones epicúreas, o con sus apologías del primado de la vida hedonista, física y pagana. ¿Qué sería la felicidad? Está claro que la concepción cristiana de la vida se opone claramente, profundamente a tal género de felicidad. Digamos por ahora todo con una palabra: el punto de apoyo de la vida cristiana es la cruz. Escándalo y necedad se considera la cruz para el mundo no cristiano, pero para nosotros, nos enseña san Pablo desde la primera confrontación de su mensaje con el mundo circundante, Cristo crucificado es poder de Dios, es sabiduría de Dios (cf. 1Co 1,23ss).

sábado, 2 de mayo de 2020

La nupcialidad de los consagrados



La Iglesia afirma con claridad que la existencia de las contemplativas tienen una vida y una misión; en cuanto a su vida, es un estilo propio, definido por la esponsalidad con Cristo, la santidad de vida, la entrega a la alabanza y a la oración; la misión, fecundar, misteriosamente, la santidad de la Iglesia, la predicación evangélica. Su misión, es, en el sentido que ya hemos contemplado, reparadora; la monja, despreocupada de sí, negándose a sí misma, vive para la Iglesia, poniendo amor en la Iglesia, reparando con sus penitencias, orando e intercediendo constantemente ante Dios. 



Esa es su misión primordial, reafirmada en todos los documentos eclesiales referidos a la vida contemplativa; por ejemplo, Juan Pablo II, habla así de los institutos contemplativos:

            Son para la Iglesia un motivo de gloria y una fuente de gracias celestiales. Con su vida y su misión, sus miembros imitan a Cristo orando en el monte, testimonian el señorío de Dios sobre la historia y anticipan la gloria futura.
            En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno, orientan toda su vida y actividad a la contemplación de Dios. Ofrecen así a la comunidad eclesial un singular testimonio del amor de la Iglesia por su Señor y contribuyen, con una misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del pueblo de Dios (Vita consecrata, 8).

            Las monjas de clausura viven y anticipan los desposorios de Cristo con la Iglesia, pudiendo decir, en esta pertenencia, “mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado” (Cant 2,16). Ellas participan ya de este misterio nupcial, lo prefiguran, lo contienen en sus vidas, lo anuncian a los hombres.