viernes, 30 de octubre de 2020

Eucaristía, antídoto de inmortalidad



Comulgamos al mismo Cristo Resucitado que es prenda de eternidad, según las promesas de Cristo en el discurso del pan de vida (Jn 6). Recibimos al Resucitado para tener vida eterna y, llegada la resurrección de los muertos, nuestra propia resurrección corporal. 



Hablar de Eucaristía es hablar de vida y de resurrección, pero también de ese alimento de inmortalidad para nuestra propia resurrección corporal como confesamos en el Credo: “creo en la resurrección de la carne”. Cada Eucaristía nutre y prepara nuestra propia Pascua personal (tan bien expresada en el actual ritual de exequias).

            El prefacio II de la Santísima Eucaristía apunta hacia este sentido escatológico:

Nos reunimos en torno a la mesa
de este sacramento admirable,
para que la abundancia de tu gracia
nos lleve a poseer la vida celestial.

           
            Con rotundidad, el prefacio III de la Stma. Eucaristía canta la gloria de la Eucaristía como VIÁTICO y PRENDA de resurrección:

Has querido que tu Hijo...
nos precediera en el camino del retorno a ti,
término de toda esperanza humana.
En la Eucaristía, testamento de su amor,
Él se hace comida y bebida espiritual,
para alimentarnos en nuestro viaje
hacia la Pascua eterna.
Con esta prenda de la resurrección futura,
en la esperanza participamos ya
de la mesa gloriosa de tu reino.
 

miércoles, 28 de octubre de 2020

El bautismo en la Traditio Apostolica de Hipolito



Comienza la celebración del bautismo cuando el gallo cante, i.e., bien entrada la noche santa, bendiciendo el agua bautismal. Esta plegaria, desgraciadamente, no la recoge la Traditio. Con la oración sobre el agua, ésta adquiere fuerza de santidad[1], para que, al ser sumergido en ella, quede puro y limpio el neófito, y sea llenado de la gracia del Espíritu.



Del agua se afirma que ha de ser la que corre de la fuente o la que baja de lo alto, o, en caso de necesidad, aquella que se encuentre. No significa que se bautice en un río o similar, sino que el agua de la fuente bien puede referirse al baptisterio como fuente de agua corriente. Más propio sería denominarla como piscina, apta y suficiente en tamaño para un bautismo por inmersión.

Se prepara el aceite, a continuación, para dos unciones rituales. Estos dos aceites son puestos en sendos vasos. 

El primer aceite (de acción de gracias) es bendecido por el obispo con una plegaria, y se destinará a la primera unción post-bautismal. 

El segundo aceite será exorcizado por el obispo, siendo el aceite, denominado por la Traditio, del exorcismo. 

Una vez bendecidos los óleos santos, serán sostenidos por dos diáconos a derecha e izquierda del sacerdote. Éste, estando ya desnudos los neófitos, será testigo de la renuncia al mal hecha, individualmente por cada neófito, con la fórmula clásica: "yo renuncio a ti, Satán, y a toda tu pompa y a todas tus obras". Es de destacar en esta fórmula que está dirigida directamente a Satanás, sin usar el estilo indirecto que normalmente usa la liturgia en sus renuncias al Maligno. Realizada la renuncia, será ungido por el sacerdote con el óleo del exorcismo y, acompañado por un diácono, será bautizado.

martes, 13 de octubre de 2020

La santidad es el milagro (Palabras sobre la santidad - LXXXVIII)



            Cuanto más se ahonda en la santidad, en la teología de la santidad, y cuanto más se conocen las vidas concretas de los santos, se llega a una conclusión llena de estupor y admiración: la santidad es el milagro verdadero, el santo es un milagro en sí mismo. Más que los milagros que realizaron algunos en su vida terrena y de los milagros que obran ahora, ya glorificados, el verdadero milagro es el santo en sí mismo.


            ¿Cómo es posible que fueran santos? ¿Cómo es posible que en el barro y estiércol del mundo florecieran estas flores de delicado olor y vistoso colorido? ¿Cómo es posible que en medio de tempestades, persecuciones, clima antirreligioso, surgieran santos? ¿Cómo es posible que reinando el pecado y la muerte se alzasen en santidad llevados por la gracia? ¡Eso sí fue un milagro! Ése sigue siendo el gran milagro: que brote santidad en los terrenos más adversos y abruptos, que surjan santos en las épocas y momentos de mayor secularización y apostasía general. Cada santo es un auténtico milagro de Dios.

            El santo no se da importancia a sí mismo. Vive en el abandono confiado en Dios. “El milagro, adonde mirar fijamente, no sería otro que la santidad: la santidad del hombre que se da tan poca importancia en Dios, que para él sólo cuenta Dios. Quien sea o qué es él, no se le da” (Balthasar, El cristianismo es un don, Madrid 1973, 148).

domingo, 11 de octubre de 2020

Aleluya - y VI (Respuestas - XVII)



Aleluya es el cántico nuevo del hombre nuevo, del hombre redimido:

            “Es conveniente que tributemos a nuestro creador cuantas alabanzas podamos. Cuando alabamos al Señor, queridísimos hermanos, algún beneficio obtenemos mientras estamos en tensión hacia su amor. Hemos cantado el Aleluya. Aleluya es el cántico nuevo. Lo he cantado yo; lo habéis cantado también vosotros, los recién bautizados, los que acabáis de ser renovados por él” (S. Agustín, Serm. 255 A).



            Se canta, según la tradición, en Pascua, como atestigua san Agustín:

            “…El tiempo de aquel gozo que nadie nos arrebatará; su realidad aún no la poseemos en esta vida; pero, no obstante, una vez pasada la solemnidad de la pasión del Señor, la celebramos a partir del día de su resurrección durante otros cincuenta, en los que interrumpimos el ayuno y hace acto de presencia el Aleluya en las alabanzas al Señor” (Serm. 210,8).

            “Estos días que siguen a la pasión de nuestro Señor, y en los que cantamos el Aleluya a Dios, son para nosotros días de fiesta y alegría, y se prolongan hasta Pentecostés” (Serm. 228,1).

viernes, 9 de octubre de 2020

El catecumenado en la Traditio de Hipólito

Como ocurre en otros temas, la Traditio mantiene un puesto importante en la historia de la liturgia, ya que nos presenta el primer ritual prácticamente completo de la iniciación cristiana[1], al igual que nos presentará la primera anáfora, lucernarios y plegarias de ordenación.


 
El catecumenado era un camino exigente, con una duración aproximada de tres años[2], puesto que la Iglesia, como Madre, educaba seriamente a sus futuros hijos, presentándoles, con toda su crudeza y radicalidad el Evangelio de Jesucristo.

Hipólito presenta las exigencias de la Iglesia para sus catecúmenos[3]; exigencias difíciles que todos habían de cumplir antes de acceder a los sacramentos. Estas exigencias se referían a la vida social de cada uno o a su vida íntima; en algunos casos los diversos tipos de profesiones, en otros, su vida personal-matrimonial.

El primero de ellos era dejar de regentar casas de prostitución. Todos aquellos que dirigiesen los lupanares y estuviesen en el catecumenado deberían abandonar este "negocio". También deberían abandonar su oficio las prostitutas, los homosexuales o los hombres obsesos por el sexo (meretrix vel homo luxuriosus vel qui se abscidit). Siguiendo esta misma línea en moral sexual, se prohibe el tener varias mujeres (despidiendo a aquella que no sea la esposa oficial) o el vivir en estado de concubinato.

En cuanto a oficios, deberían abandonar sus profesiones todos aquellos que se relacionasen con los cultos paganos, rindiesen o no culto a los ídolos. Los escultores de ídolos, los fabricantes de amuletos o los guardianes de templos paganos, debían dejar tales menesteres. Igualmente debe abandonar el escultor de ídolos (y amuletos).

Los charlatanes, adivinos, magos, nigromantes, deben abandonar su oficio.

Otra situación que el catecumenado exigía abandonar es la de ser maestro. La enseñanza de aquel tiempo, que llevaban los pedagogos (maestros) a los niños de los nobles, se basaba, en gran parte, en las historias míticas y fábulas romanas, hablando de dioses y de peleas entre ellos, partiendo de los autores paganos...

La vida es del Señor y no se puede arriesgar por cualquier cosa, y, menos aún, se debe matar a otros: gladiadores, aurigas, etc...
  

miércoles, 7 de octubre de 2020

Eucaristía para el cielo (escatología)



No estamos solos celebrando la Misa, como si fuéramos un grupo, o una asociación en una reunión. En cada Eucaristía está el Cristo total, Cabeza y miembros, que diría S. Agustín, el cielo se une a la tierra en la liturgia, y “la liturgia es el cielo en la tierra” (Carta Orientale Lumen, 9). 


Estas verdades nos llenarán del santo temor de Dios y reverencia pues estamos ante el Santo de los Santos, anticipando el futuro pleno y, al mismo tiempo, en verdadera y plena Comunión de los Santos, con la creación, la Virgen María, los ángeles y los santos. Primero, el texto pontificio de la encíclica Ecclesia de Eucharistia:


            La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el gozo pleno prometido por Cristo; en cierto sentido, anticipación del Paraíso y “prenda de la gloria futura”. En la Eucaristía, todo expresa la confiada espera: “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”. Quien se alimenta de Cristo  en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad. En efecto, en la Eucaristía recibimos también  la garantía de la resurrección corporal al fin del mundo: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día (Jn 6,54). Esta garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo en estado glorioso del Resucitado. Con la Eucaristía se asimila, por decirlo así, el “secreto” de la resurrección. Por eso San Ignacio de Antioquía definía con acierto el Pan eucarístico “fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte” (Ef 20) (EE 18).

lunes, 5 de octubre de 2020

Jesús no abolió lo sagrado (Sacralidad - II)



Una mala teología, de influencia protestante liberal, insiste y repite que Cristo abolió lo sagrado y ya no hay diferencia ni distancia entre lo sagrado y lo profano. Por eso la liturgia cristiana debería despojarse de sacralidad, solemnidad y belleza, y se profana, simplista, convencional, más parecida a una reunión de amigos y colegas, sin un lenguaje litúrgico sino tomando las expresiones coloquiales de la vida cotidiana, los gestos de lo cotidiano, y cuanta menos diferencia exista, mejor.

            ¿Responde esto a la verdad de la fe? ¿La sacralidad de la liturgia es un invento humano y ya fue abolida por Jesucristo? ¿Lo sagrado de la liturgia es una barrera, un impedimento, un obstáculo? ¿Cuánto menos sagrada sea la liturgia y más informal y populista, es más fiel al deseo e intención de Cristo?



            Aporta mucha luz a esta cuestión la palabra de Benedicto XVI:

            Cristo “no ha abolido lo sagrado, sino que lo ha llevado a cumplimiento, inaugurando un nuevo culto, que sí es plenamente espiritual pero que, sin embargo, mientras estamos en camino en el tiempo, se sirve todavía de signos y ritos, que sólo desaparecerán al final, en la Jerusalén celestial, donde ya no habrá ningún templo. Gracias a Cristo, la sacralidad es más verdadera, más intensa, y, como sucede con los mandamientos, también más exigente. No basta la observancia ritual, sino que se requiere la purificación del corazón y la implicación de la vida” (Hom. en el Corpus Christi, 7-junio-2012).

            Esa plenitud del culto que el hombre puede tributar a Dios, llamada liturgia cristiana, posee una observancia ritual, unas normas y un modo de celebrar la liturgia, que, a un tiempo, es espiritual, orante, y que transforma la existencia cristiana, incide en la vida. La sacralidad de la liturgia está llena de genuina espiritualidad, santificando al hombre y convirtiendo su vivir diario en un culto en Espíritu y verdad (cf. Jn 4,23).

sábado, 3 de octubre de 2020

Idolatría... ¡¡y sin embargo un solo Dios!!



La profesión de fe afirma con claridad: “creo en un solo Dios”. En las Escrituras se repite una y otra vez que Dios es uno, que sólo Dios es Dios y los demás son ídolos, dioses falsos creados o imaginados por los hombres. La idolatría era un pecado abominable a los ojos de Israel. Habían experimentado que Dios es uno, grande y misericordioso, que se había elegido un pueblo -–srael- y se había dado a conocer revelándose a Abraham liberando a su pueblo de la esclavitud de Egipto y entregando su Ley santa a Moisés. “Yo soy el Señor y no hay otro” (Is 45). “Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo darás culto”. 



Los otros pueblos circundantes y todas las religiones tienen sus pequeños dioses que son una proyección del hombre y sus necesidades, pero que además son manipulables y no exigen la entrega fiducial del hombre. Un ídolo es algo creado a la medida del hombre, de sus miedos y temores, que le dan seguridad. El becerro de oro es paradigmático: a Dios no lo ven, Dios es mayor que su inteligencia, les pide entrega absoluta, fidelidad y obediencia; pero un ídolo en principio es más atractivo, más concreto, más tangible, da seguridad pero no parece que pida nada a cambio –sin embargo, va, lentamente, esclavizando-. El hombre prefiere la multitud de ídolos que lo hacen esclavo antes que el riesgo de la libertad y la fe confiada en Dios.

            “El Señor es uno” recitaba la profesión de fe de Israel, que forma que sólo Dios es Dios, el único Absoluto, y todo lo demás no puede ser absolutizado ni competir con Él: ni el poder ni el Estado ni el positivismo jurídico (las leyes crean lo que es moral y ético) ni ningún tipo de nacionalismo excluyente y totalitario; ni tampoco el dinero ni los bienes ni sistema económico alguno; ni la exaltación del eros, del instinto, de la emotividad, del subjetivismo ególatra. Cuando se absolutiza lo que es relativo, el hombre ha perdido su libertad, y eso es el paganismo y la construcción de un mundo lleno de ídolos donde Dios queda excluido, y que se vuelve contra el hombre.