Comulgamos
al mismo Cristo Resucitado que es prenda de eternidad, según las promesas de
Cristo en el discurso del pan de vida (Jn 6). Recibimos al Resucitado para
tener vida eterna y, llegada la resurrección de los muertos, nuestra propia
resurrección corporal.
Hablar de Eucaristía es hablar de vida y de
resurrección, pero también de ese alimento de inmortalidad para nuestra propia
resurrección corporal como confesamos en el Credo: “creo en la resurrección de
la carne”. Cada Eucaristía nutre y
prepara nuestra propia Pascua personal (tan bien expresada en el actual ritual
de exequias).
El prefacio II de la Santísima Eucaristía
apunta hacia este sentido escatológico:
Nos reunimos en torno a la mesa
de este sacramento admirable,
para que la abundancia de tu
gracia
nos lleve a poseer la vida
celestial.
Con rotundidad, el prefacio III de la Stma. Eucaristía
canta la gloria de la Eucaristía
como VIÁTICO y PRENDA de resurrección:
Has querido que tu Hijo...
nos precediera en el camino del
retorno a ti,
término de toda esperanza humana.
En la Eucaristía, testamento
de su amor,
Él se hace comida y bebida
espiritual,
para alimentarnos en nuestro
viaje
hacia la Pascua eterna.
Con esta prenda de la
resurrección futura,
en la esperanza participamos ya
de la mesa gloriosa de tu reino.