sábado, 3 de octubre de 2020

Idolatría... ¡¡y sin embargo un solo Dios!!



La profesión de fe afirma con claridad: “creo en un solo Dios”. En las Escrituras se repite una y otra vez que Dios es uno, que sólo Dios es Dios y los demás son ídolos, dioses falsos creados o imaginados por los hombres. La idolatría era un pecado abominable a los ojos de Israel. Habían experimentado que Dios es uno, grande y misericordioso, que se había elegido un pueblo -–srael- y se había dado a conocer revelándose a Abraham liberando a su pueblo de la esclavitud de Egipto y entregando su Ley santa a Moisés. “Yo soy el Señor y no hay otro” (Is 45). “Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo darás culto”. 



Los otros pueblos circundantes y todas las religiones tienen sus pequeños dioses que son una proyección del hombre y sus necesidades, pero que además son manipulables y no exigen la entrega fiducial del hombre. Un ídolo es algo creado a la medida del hombre, de sus miedos y temores, que le dan seguridad. El becerro de oro es paradigmático: a Dios no lo ven, Dios es mayor que su inteligencia, les pide entrega absoluta, fidelidad y obediencia; pero un ídolo en principio es más atractivo, más concreto, más tangible, da seguridad pero no parece que pida nada a cambio –sin embargo, va, lentamente, esclavizando-. El hombre prefiere la multitud de ídolos que lo hacen esclavo antes que el riesgo de la libertad y la fe confiada en Dios.

            “El Señor es uno” recitaba la profesión de fe de Israel, que forma que sólo Dios es Dios, el único Absoluto, y todo lo demás no puede ser absolutizado ni competir con Él: ni el poder ni el Estado ni el positivismo jurídico (las leyes crean lo que es moral y ético) ni ningún tipo de nacionalismo excluyente y totalitario; ni tampoco el dinero ni los bienes ni sistema económico alguno; ni la exaltación del eros, del instinto, de la emotividad, del subjetivismo ególatra. Cuando se absolutiza lo que es relativo, el hombre ha perdido su libertad, y eso es el paganismo y la construcción de un mundo lleno de ídolos donde Dios queda excluido, y que se vuelve contra el hombre.


“Ciertamente no han desaparecido los poderes en los que se encarnaban, ni la tentación a absolutizarlos. Ambas cosas pertenecen a la situación humana fundamental y expresan la continua “verdad”, por así decirlo, del politeísmo: la absolutización del poder, del pan y del eros nos amenaza a nosotros tanto como a los antiguos. Pero aun cuando los dioses de entonces siguen siendo todavía hoy “poderes” que quieren atribuirse lo absoluto, han perdido ya irremisiblemente su máscara de divinos y aparecen ahora en su pura profanidad. Ahí estriba la diferencia esencial entre el paganismo precristiano y el postcristiano que está marcado por la fuerza histórica de la negación cristiana de otros dioses” (Ratzinger, J., Introducción al cristianismo, Salamanca 1987 (6ª), p. 87).

            La idolatría acecha al hombre. Las tentaciones de Jesús en el desierto resumen toda tentación del hombre: el pan, el poder, la gloria, a costa de lo que sea. Pero nada ni nadie se pueden equiparar a Dios: ni siquiera los ídolos modernos: las ideologías que prometen un paraíso sólo terrenal, la ciencia, la medicina, la técnica, el progreso, la razón ilustrada, el materialismo del consumo, la diversión como evasión de la realidad. Las realidades creadas no son Dios; nada creado es absoluto que podamos adorar, ni ninguna persona es Dios a quien debamos idolatrar como perfecto o maravilloso. Sólo Dios es Dios. 


“La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo” (CAT 2097).


            La idolatría no es cosa del pasado, ya que hoy nuevas formas de idolatría, con rostro seductor y envoltura atractiva, además de las idolatrías siempre constantes de los afectos desordenados del corazón (que se ata a una persona y la diviniza).

            El Catecismo siempre preciso señala la amplitud que tiene la idolatría para el hombre contemporáneo:


            “La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dice Jesús (Mt 6,24). Numerosos mártires han muerto por no adorar a la “Bestia” (cf. Ap 13-14), negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina” (CAT 2113).



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