domingo, 11 de octubre de 2020

Aleluya - y VI (Respuestas - XVII)



Aleluya es el cántico nuevo del hombre nuevo, del hombre redimido:

            “Es conveniente que tributemos a nuestro creador cuantas alabanzas podamos. Cuando alabamos al Señor, queridísimos hermanos, algún beneficio obtenemos mientras estamos en tensión hacia su amor. Hemos cantado el Aleluya. Aleluya es el cántico nuevo. Lo he cantado yo; lo habéis cantado también vosotros, los recién bautizados, los que acabáis de ser renovados por él” (S. Agustín, Serm. 255 A).



            Se canta, según la tradición, en Pascua, como atestigua san Agustín:

            “…El tiempo de aquel gozo que nadie nos arrebatará; su realidad aún no la poseemos en esta vida; pero, no obstante, una vez pasada la solemnidad de la pasión del Señor, la celebramos a partir del día de su resurrección durante otros cincuenta, en los que interrumpimos el ayuno y hace acto de presencia el Aleluya en las alabanzas al Señor” (Serm. 210,8).

            “Estos días que siguen a la pasión de nuestro Señor, y en los que cantamos el Aleluya a Dios, son para nosotros días de fiesta y alegría, y se prolongan hasta Pentecostés” (Serm. 228,1).


            Se canta en Pascua, y se hace con gran alegría después de haber estado mudo tanto tiempo. El Aleluya es el gozo de la Pascua y el deleite del alma. Con genial estilo, con recursos oratorios, exclama san Agustín:

            “Ved qué alegría, hermanos míos; alegría por vuestra asistencia, alegría de cantar salmos e himnos, alegría de recordar la pasión y resurrección de Cristo, alegría de esperar la vida futura. Si el simple esperarla nos causa tanta alegría, ¿qué será el poseerla? Cuando estos días escuchamos el Aleluya, ¡cómo se transforma el espíritu! ¿No es como si gustáramos un algo de aquella ciudad celestial?” (Serm. 229B,2).

            El Aleluya, para la Iglesia de san Agustín, está vinculado a la Pascua y sólo a la Pascua, no al resto del año litúrgico. Se canta con más gozo aún, si cabe y se anticipa el Aleluya eterno del cielo, del feliz descanso:

            “Cuando estos días escuchamos el Aleluya, ¡cómo se transforma el espíritu!... Henos, pues, proclamando el Aleluya; es cosa buena y alegre, llena de gozo, de placer y de suavidad. Con todo, si estuviéramos diciéndolo siempre, nos cansaríamos; pero como va asociado a cierta época del año, ¡con qué placer llega, con qué ansia de que vuelva se va!” (Serm. 229B,2).

            “No sin motivo, hermanos míos, conserva la Iglesia la tradición antigua de cantar el Aleluya durante estos cincuenta días” (Serm. 252,9).

            “El tiempo de tristeza –no otra cosa significan los días de cuaresma- es un símbolo y una realidad; en cambio, el tiempo del gozo, del descanso y del reino, del que son expresión estos días, lo hallamos simbolizado en el Aleluya, pero aún no poseemos esas alabanzas, aunque suspires ahora por el Aleluya. ¿Qué significa el Aleluya? Alabad al Señor. Por eso en estos días posteriores a la resurrección se repiten en la Iglesia las alabanzas de Dios: porque después de nuestra resurrección también será perpetua nuestra alabanza” (Serm. 254,5).

            ¡Digamos el Aleluya! Alabemos a Dios con el Aleluya, cantémoslo con afecto, acompañándolo con la santidad de vida y obras buenas:

            “Alabemos, pues, amadísimos, al Señor que está en los cielos. Alabemos a Dios. Digamos el Aleluya. Hagamos de estos días un símbolo del día sin fin. Hagamos del lugar de lo mortal un símbolo del tiempo de la inmortalidad… Alabémoslo, alabémoslo; pero no sólo con la voz; alabémoslo también con las costumbres. Alábelo la lengua, alábelo la vida; no vaya en desacuerdo la lengua con la vida, antes bien tengan un amor infinito” (Serm. 254,8).

            “Aferrados a esto, apoyados, fortalecidos y clavados en esta fe mediante un amor inquebrantable, alabemos como niños al Señor y cantemos el Aleluya. Pero ¿en una sola parte? ¿Desde dónde? ¿Hasta dónde? Desde la salida del sol hasta el ocaso, alabad el nombre del Señor” (Serm. 265,12).


“Ahora, pues, hermanos, os exhortamos a la alabanza de Dios; y esta alabanza es la que nos expresamos mutuamente cuando decimos: Aleluya. “Alabad al Señor”, nos decimos unos a otros; y así, todos hacen aquello a lo que se exhortan mutuamente. Pero procurad alabarlo con toda vuestra persona, esto es, no sólo vuestra lengua y vuestra voz deben alabar a Dios, sino también vuestro interior, vuestra vida, vuestras acciones.

            En efecto, lo alabamos ahora, cuando nos reunimos en la iglesia; y, cuando volvemos a casa, parece que cesamos de alabarlo. Pero, si no cesamos en nuestra buena conducta, alabaremos continuamente a Dios. Dejas de alabar a Dios cuando te apartas de la justicia y de lo que a él le place. Si nunca te desvías del buen camino, aunque calle tu lengua, habla tu conducta; y los oídos de Dios atienden a tu corazón. Pues, del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra voz, así los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos” (En. in Ps. 148,2).


            El Aleluya es, hoy, para nosotros, un cántico de peregrinos, que saben que en esta vida van de paso hacia la patria verdadera y sueñan con la Ciudad de Dios cantando ya aquí el Aleluya que allí nunca enmudece:

            “También en este tiempo de nuestra peregrinación cantamos el Aleluya como viático para nuestro solaz; el Aleluya es ahora para nosotros cántico de viajeros. Nos dirigimos por un camino fatigoso a la patria tranquila, donde, depuestas todas nuestras ocupaciones, no nos quedará más que el Aleluya” (Serm. 255,1).

            La llegada del Aleluya en pascua es esperada, y mucho, por todo el pueblo cristiano. Se notaba su ausencia, se anhela poder entonarlo:

            “Cuando estos días escuchamos el Aleluya, ¡cómo se transforma el espíritu!... ¡Con qué placer llega, con qué ansia de que vuelva se va!” (Serm. 229B, 2).

            “¡Cómo hemos deseado estos días, que han de volver dentro del año, cuando acaban de irse! ¡Con cuánta aridez volvemos a ellos pasado el espacio de tiempo establecido!” (Serm. 243,8).

            El Aleluya en los 50 días de Pascua simboliza el gozo, descanso y felicidad de la vida bienaventurada; la cuaresma es el símbolo de la vida terrena, llena de privaciones, dolores, ayunos:

            “Los cuarenta días anteriores a la Pascua simbolizan este tiempo de nuestra miseria y nuestros gemidos, si hay quien ponga tal esperanza en sus gemidos; el tiempo, en cambio, de la alegría que tendrá lugar después, del descanso, de la felicidad, de la vida eterna y del reino sin fin que aún no ha legado, está simbolizado en estos cincuenta días en que cantamos las alabanzas de Dios. Dos tiempos tenemos con valor simbólico: uno anterior a la resurrección del Señor y otro posterior; uno en el que nos hallamos y otro en el que esperamos estar en el futuro. El tiempo de tristeza –no otra cosa significan los días de cuaresma- es un símbolo y una realidad; en cambio, el tiempo del gozo, del descanso y del reino, del que son expresión estos días, lo hallamos simbolizado en el Aleluya, pero aún no poseemos esas alabanzas, aunque suspires ahora por el Aleluya” (Serm. 254,5).


“Por razón de estos dos tiempos –uno, el presente, que se desarrolla en medio de las pruebas y tribulaciones de esta vida, y el otro, el futuro, en el que gozaremos de la seguridad y alegría perpetuas-, se ha instituido la celebración de un doble tiempo, el de antes y el de después de Pascua. El que precede a la Pascua significa las tribulaciones que en esta vida pasamos; el que celebramos ahora, después de Pascua, significa la felicidad que luego poseeremos. Por tanto, antes de Pascua celebramos lo mismo que ahora vivimos; después de Pascua celebramos y significamos lo que aún no poseemos. Por esto, en aquel primer tiempo nos ejercitamos en ayunos y oraciones; en el segundo, el que ahora celebramos, descansamos de los ayunos y los empleamos todo en la alabanza. Esto significa el Aleluya que cantamos.

En aquel que es nuestra cabeza, hallamos figurado y demostrado este doble tiempo. La pasión del Señor nos muestra la penuria de la vida presente, en la que tenemos que padecer la fatiga y la tribulación, y finalmente la muerte; en cambio, la resurrección y glorificación del Señor es una muestra de la vida que se nos dará” (En. in Ps. 148,1-2).

           
            Como buen predicador y catequista, como excelente mistagogo, san Agustín explicará en incontables ocasiones qué significa la palabra “Aleluya” para luego elevarse a su consideración y contenido espiritual. ¿Qué es “Aleluya”?

            “Toda nuestra ocupación entonces no será sino alabar a Dios, como lo significa el Aleluya que cantamos estos cincuenta días. Aleluya es alabanza de Dios” (Serm. 125,9).

            “La alabanza no es otra cosa que el Aleluya. ¿Qué significa el Aleluya? Aleluya es una palabra hebrea que significa “Alabad a Dios”. “Alelu”: alabad; “Ya”: a Dios. Con el Aleluya, pues, entonamos una alabanza a Dios y mutuamente nos incitamos a alabarlo. Proclamamos las alabanzas a Dios, cantamos el Aleluya con los corazones concordes mejor que con las cuerdas de la cítara” (Serm. 243,8).

            “¿Qué significa el Aleluya? Alabad al Señor” (Serm. 254,5).

            “Sabéis que Aleluya se traduce en latín por “Alabad a Dios”. De esta forma, cantando lo mismo y con idénticos sentimientos, nos animamos recíprocamente a alabar al Señor” (Serm. 255,1).

            “¿Qué es entonces el Aleluya, hermanos míos? Ya os lo he dicho: es la alabanza de Dios. Ahora escucháis una palabra, y el escucharla os deleita, y, envueltos en el deleite, alabáis” (Serm. 255,5).

            “…el Aleluya, que traducido a nuestra lengua, significa “Alabad al Señor”. Alabemos al Señor, hermanos, con la vida y con la lengua, de corazón y de boca, con la voz y con las costumbres” (Serm. 256,1).

            “Lo que en hebreo suena “Aleluya”, significa, en nuestra lengua, “Alabad a Dios”. Alabemos, pues, al Señor nuestro Dios no sólo con la voz, sino también de corazón, porque quien lo alaba de corazón, lo alaba con la voz del hombre interior. La voz que dirigimos a los hombres es un sonido; la que dirigimos a Dios es el afecto” (Serm. 257,1).

            “¿Qué significa Aleluya?... “Aleluya” [equivale] a “Alabad a Dios”… Como veremos la verdad sin cansancio alguno y con deleite perpetuo, y contemplaremos igualmente la más cierta evidencia, encendidos por el amor a la verdad y uniéndonos a ella mediante un dulce, casto y al mismo tiempo incorpóreo abrazo, con tal voz le alabaremos y le diremos también Aleluya. Abrasados en amor mutuo hacia Dios y exhortándose recíprocamente a tal alabanza, todos los ciudadanos de aquella ciudad dirán “Aleluya”, porque dirán “Amén”” (Serm. 362,29).

            En el cielo, el Aleluya será nuestro todo; aquí, nuestro deleite, consuelo y esperanza:

            “Nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro descanso y todo nuestro gozo allí será el Aleluya, es decir, la alabanza de Dios” (Serm. 252,9).

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