miércoles, 7 de octubre de 2020

Eucaristía para el cielo (escatología)



No estamos solos celebrando la Misa, como si fuéramos un grupo, o una asociación en una reunión. En cada Eucaristía está el Cristo total, Cabeza y miembros, que diría S. Agustín, el cielo se une a la tierra en la liturgia, y “la liturgia es el cielo en la tierra” (Carta Orientale Lumen, 9). 


Estas verdades nos llenarán del santo temor de Dios y reverencia pues estamos ante el Santo de los Santos, anticipando el futuro pleno y, al mismo tiempo, en verdadera y plena Comunión de los Santos, con la creación, la Virgen María, los ángeles y los santos. Primero, el texto pontificio de la encíclica Ecclesia de Eucharistia:


            La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el gozo pleno prometido por Cristo; en cierto sentido, anticipación del Paraíso y “prenda de la gloria futura”. En la Eucaristía, todo expresa la confiada espera: “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”. Quien se alimenta de Cristo  en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad. En efecto, en la Eucaristía recibimos también  la garantía de la resurrección corporal al fin del mundo: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día (Jn 6,54). Esta garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo en estado glorioso del Resucitado. Con la Eucaristía se asimila, por decirlo así, el “secreto” de la resurrección. Por eso San Ignacio de Antioquía definía con acierto el Pan eucarístico “fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte” (Ef 20) (EE 18).


            La tensión escatológica suscitada por la Eucaristía expresa y consolida la comunión con la Iglesia celestial. No es casualidad que en las anáforas celestiales y en las plegarias eucarísticas latinas se recuerde siempre con veneración a la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, a los ángeles, a los santos apóstoles, a los gloriosos mártires y a todos los santos. Es un aspecto de la Eucaristía que merece ser resaltado: mientras nosotros celebramos el sacrificio del Cordero, nos unimos a la liturgia celestial, asociándonos con la multitud inmensa que grita: la salvación es de nuestro Dios que está sentado en el trono, y del Cordero (Ap 7,10). La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre en la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino (EE 19).


            Una consecuencia significativa de la tensión escatológica propia de la Eucaristía es que da un impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas. En efecto, aunque la visión cristiana fija su mirada en un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap 21,1), eso no debilita, sino que más bien estimula nuestro sentido de responsabilidad respecto a la tierra presente [...] Muchos son los problemas de nuestro tiempo [...] En este mundo es donde tiene que brillar la esperanza cristiana. También por eso el Señor ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía, grabando en esta presencia sacrificial y convivial la promesa de una humanidad renovada por su amor [...] Anunciar la muerte del Señor hasta que venga (1Co 11,26), comporta para los que participan en la Eucaristía el compromiso de transformar su vida, para que toda ella llegue a ser en cierto modo “eucarística”. Precisamente este fruto de transfiguración de la existencia y el compromiso de transformar el mundo según el Evangelio, hacen resplandecer la tensión escatológica de la celebración eucarística y de toda la vida cristiana: ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22,20) (EE, 20).

            Tres aspectos diferentes presenta lo escatológico de la Eucaristía que iluminan este recorrido eucarístico que iremos desglosando: la Eucaristía es alimento de eternidad, es comunión de los santos y lo escatológico cambia lo histórico, es decir, este mundo y esta historia.

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