viernes, 9 de octubre de 2020

El catecumenado en la Traditio de Hipólito

Como ocurre en otros temas, la Traditio mantiene un puesto importante en la historia de la liturgia, ya que nos presenta el primer ritual prácticamente completo de la iniciación cristiana[1], al igual que nos presentará la primera anáfora, lucernarios y plegarias de ordenación.


 
El catecumenado era un camino exigente, con una duración aproximada de tres años[2], puesto que la Iglesia, como Madre, educaba seriamente a sus futuros hijos, presentándoles, con toda su crudeza y radicalidad el Evangelio de Jesucristo.

Hipólito presenta las exigencias de la Iglesia para sus catecúmenos[3]; exigencias difíciles que todos habían de cumplir antes de acceder a los sacramentos. Estas exigencias se referían a la vida social de cada uno o a su vida íntima; en algunos casos los diversos tipos de profesiones, en otros, su vida personal-matrimonial.

El primero de ellos era dejar de regentar casas de prostitución. Todos aquellos que dirigiesen los lupanares y estuviesen en el catecumenado deberían abandonar este "negocio". También deberían abandonar su oficio las prostitutas, los homosexuales o los hombres obsesos por el sexo (meretrix vel homo luxuriosus vel qui se abscidit). Siguiendo esta misma línea en moral sexual, se prohibe el tener varias mujeres (despidiendo a aquella que no sea la esposa oficial) o el vivir en estado de concubinato.

En cuanto a oficios, deberían abandonar sus profesiones todos aquellos que se relacionasen con los cultos paganos, rindiesen o no culto a los ídolos. Los escultores de ídolos, los fabricantes de amuletos o los guardianes de templos paganos, debían dejar tales menesteres. Igualmente debe abandonar el escultor de ídolos (y amuletos).

Los charlatanes, adivinos, magos, nigromantes, deben abandonar su oficio.

Otra situación que el catecumenado exigía abandonar es la de ser maestro. La enseñanza de aquel tiempo, que llevaban los pedagogos (maestros) a los niños de los nobles, se basaba, en gran parte, en las historias míticas y fábulas romanas, hablando de dioses y de peleas entre ellos, partiendo de los autores paganos...

La vida es del Señor y no se puede arriesgar por cualquier cosa, y, menos aún, se debe matar a otros: gladiadores, aurigas, etc...
  

Finalmente, otra profesión, nada deseable para un catecúmeno, era la de ser soldado o magistrado. El soldado tenía que hacer dos cosas radicalmente prohibidas para el cristiano, a saber, tener que llegar a derramar sangre y, por otra, prestar juramento. Podía seguir siendo soldado a costa de desobedecer la orden de matar, si llegase el caso: "El soldado subalterno a nadie matará, y, en caso de recibir la orden, no la ejecutará ni prestará juramento".

Aceptado el candidato como catecúmeno tras este primer escrutinio, comienza el catecumenado. Los exorcismos ayudarán, junto con las unciones con el óleo de los catecúmenos, a que el catecúmeno vaya liberándose del pecado.

De gran importancia es la figura del obispo para la Traditio. Interviene en el catecumenado el Sábado santo, para un último exorcismo y oración sobre los catecúmenos[4] y para bautizarlos en la noche santa[5]. El obispo es el responsable de la Iglesia local, y, como padre y pastor, el encargado, en último término, del catecumenado[6]. Él tiene que vigilar la preparación de los catecúmenos por medio de los doctores y presbíteros, debiendo estar informado de todo. El obispo acogerá en la vigilia pascual a los catecúmenos, los bautizará, introduciéndolos en el seno de la Iglesia.

Con la presencia del obispo en el catecumenado, se pone de manifiesto, de esta manera, cómo es toda la Iglesia local la que acoge a estos nuevos hijos, y cómo el obispo es el responsable de la fe de los neófitos, a los que deberá alimentar e introducir a los misterios santos durante la cincuentena pascual, por medio de las catequesis mistagógicas, sin olvidar la disciplina del arcano[7], de tanta importancia para la Iglesia primitiva. Asociados al obispo, los presbíteros y diáconos. Éstos instruyen, pero, sobre todo, ungen con el óleo de los catecúmenos, y, por delegación del obispo, presiden los ritos del exorcismo y los escrutinios ante toda la asamblea, como colaboradores del obispo.

Un último ministerio, no menos importante, es el de los doctores. Son catequistas que poco a poco van introduciendo al catecúmeno, por medio de la catequesis, en el misterio de la salvación. Ellos son edificadores de la Iglesia, al poner los cimientos sólidos de la fe en los catecúmenos mediante las diversas instrucciones[8]. Los catequistas pueden ser clérigos o laicos[9].

Tras el catecumenado, en las últimas semanas, que coinciden con la Cuaresma, los ritos litúrgicos se suceden unos a otros como preparación inmediata de los electi. El primer rito es un examen (llamémoslo escrutinio) en el que se mira el comportamiento evangélico de los electi[10]. Es un examen público, en el que todos deben testificar. Este escrutinio es de capital importancia: según sus resultados será o no admitido al bautismo.

Una vez admitido, los ritos litúrgicos toman un ritmo muy rápido. Los exorcismos son diarios, para prepararlos con intensidad al don del Espíritu, rechazando todo espíritu maligno, renunciando a Satanás, y pidiendo para ellos la liberación del pecado. Al aproximarse la Pascua, el obispo será el que presida uno de estos exorcismos para saber si son puros y dignos del Bautismo.

El viernes antes de la Pascua, ayunarán los catecúmenos, no tanto como práctica penitencial sino más bien como preparación y purificación espiritual para el bautismo[11], aprendiendo a renunciar a las cosas materiales en favor del Espíritu. 

Tras este ayuno, de corte ritual, la mañana del sábado tendrán un nuevo exorcismo, estando de rodillas y en oración. Tras este exorcismo, el rito de la insuflación: el hálito de vida que es el Espíritu, es significado por el soplo del obispo sobre los rostros de los catecúmenos, pidiendo para ellos la venida del Espíritu como viento y fuerza purificadora. Un nuevo rito en la mañana del sábado consiste en el efetá: el obispo toca en la frente, orejas y nariz a los catecúmenos haciendo la señal de la cruz[12]. Los catecúmenos, finalmente, permanecerán en vigilia hasta el momento del bautismo, en la noche santa.



    [1] Cfr. BOROBIO, D. (ed), La celebración en la Iglesia, Vol. II, Salamanca, 1990 (2ª), pág. 52.
[2] Cfr. C. 17.
    [3] C. 16. Ciertamente, no podemos determinar con exactitud en qué medida la Traditio refleja la costumbre de toda la Iglesia de Roma, pero sí puede estar muy cercana a la praxis de dicha Iglesia. Cfr. Iniciación cristiana en NDL, pág. 1054.
    [4] C. 20.
    [5] C. 21.
    [6] Es muy iluminador lo que afirma RICA 44: "Es propio del obispo, por sí, o por su delegado organizar, orientar y fomentar la educación pastoral de los catecúmenos y admitir a los candidatos a la elección y a los sacramentos. Es de desear que... en la Vigilia pascual confiera los sacramentos de la iniciación".
    [7] Cfr. C. 21.
    [8] Cfr. S. CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario sobre el profeta Ageo, 14: "podemos decir que se promete la paz a todos los que se consagran a la edificación de este templo, ya que su trabajo consiste en edificar la Iglesia, en el oficio de catequistas de los sagrados misterios, es decir, colocados al frente de la casa de Dios como mistagogos, ya sea que se entreguen a la santificación de sus propias almas..."
    [9] Cfr. C. 19.
    [10] C. 20: "¿Honraron a las viudas? ¿Visitaron a los enfermos? ¿Hicieron todo tipo de obras buenas?" Examen inspirado en la parábola de Mt 25, sobre el juicio final. No es Hipólito el único en atestiguar esta práctica, también Orígenes nos hace mención de ella: "a aquellos que... demuestran haber sido purificados por el Logos y vivir, según sus fuerzas, mejor que antes, los llamamos en ese momento a nuestros misterios" (ORÍGENES, Contra Celso, 3,59).
    [11] Es ésta una práctica antigua: la Didajé ya la prescribe para los catecúmenos. "Antes del bautismo ayunen el bautizante y el bautizando y algunos otros si pueden; prescribirás, sin embargo, que el bautizando ayune antes uno o dos días" (c. VII, 4).
    [12] Sería la mejor traducción del signaverit de Hipólito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario