viernes, 30 de octubre de 2020

Eucaristía, antídoto de inmortalidad



Comulgamos al mismo Cristo Resucitado que es prenda de eternidad, según las promesas de Cristo en el discurso del pan de vida (Jn 6). Recibimos al Resucitado para tener vida eterna y, llegada la resurrección de los muertos, nuestra propia resurrección corporal. 



Hablar de Eucaristía es hablar de vida y de resurrección, pero también de ese alimento de inmortalidad para nuestra propia resurrección corporal como confesamos en el Credo: “creo en la resurrección de la carne”. Cada Eucaristía nutre y prepara nuestra propia Pascua personal (tan bien expresada en el actual ritual de exequias).

            El prefacio II de la Santísima Eucaristía apunta hacia este sentido escatológico:

Nos reunimos en torno a la mesa
de este sacramento admirable,
para que la abundancia de tu gracia
nos lleve a poseer la vida celestial.

           
            Con rotundidad, el prefacio III de la Stma. Eucaristía canta la gloria de la Eucaristía como VIÁTICO y PRENDA de resurrección:

Has querido que tu Hijo...
nos precediera en el camino del retorno a ti,
término de toda esperanza humana.
En la Eucaristía, testamento de su amor,
Él se hace comida y bebida espiritual,
para alimentarnos en nuestro viaje
hacia la Pascua eterna.
Con esta prenda de la resurrección futura,
en la esperanza participamos ya
de la mesa gloriosa de tu reino.
 

     
       La fe de la Iglesia incluye -¡hay que dejarlo claro!- en la resurrección corporal como centro de nuestra fe y participación del estado glorioso de Cristo Resucitado:

            El término “carne” designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad. La resurrección de la “carne” significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros “cuerpos mortales” volverán a tener vida (CAT 990).

            Creer en la resurrección ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana (CAT 991).

            En este misterio –vivos con Cristo para Dios- se nutre y será realizada por la Eucaristía:

            Este “cómo ocurrirá la resurrección” sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento: no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo (CAT 1000).

            La celebración dominical, que es Pascua semanal, apunta también en esta dirección; cada domingo celebramos la Resurrección del Señor y, por tanto, crece nuestra propia esperanza:

            En la perspectiva del camino de la Iglesia en el tiempo, la referencia a la resurrección de Cristo y el ritmo semanal de esta solemne conmemoración ayudan a recordar el carácter peregrino y la dimensión escatológica del Pueblo de Dios. En efecto, de domingo en domingo, la Iglesia se encamina hacia el último “día del Señor”, el domingo que no tiene fin. En realidad, la espera de la venida de Cristo forma parte del misterio mismo de la Iglesia y se hace visible en cada celebración eucarística (Dies Domini, 37).

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