A lo largo del día, Dios acompaña nuestras vidas, acompasa nuestros pasos. Él está con nosotros. Su vida transcurre entre sus manos providentes y su amor nos envuelve con suma delicadeza.
Ante tanto amor, lo normal en un hombre creyente, en un hombre en quien la fe es su dinamismo interno más profundo, es una respuesta consciente: Dios está aquí, me ama, me acompaña. Durante la jornada, como un eco de la oración de Laudes matinal, el creyente trabaja, camina, desempeña sus tareas en presencia de Dios, y eleva su corazón a Dios en una conversación breve, una jaculatoria, una frase de amor. Así se mantiene en presencia de Dios y aviva en su alma la conciencia de esa Presencia.
Las jaculatorias, pequeñas frases de amor al Señor, son muy útiles para la vida espiritual. Pero sobre todas las jaculatorias humanas, piadosas, destacan especialmente algunos versículos de las Escrituras, que para eso son Palabra de Dios, o, incluso, el canto en voz bajita o la recitación mental de los salmos. Éste era un uso muy común entre los fieles. Estaban acostumbrados al canto de los salmos en la Eucaristía y en el Oficio divino, los cantaban, se los sabían de memoria, los hacían oración suya, personalísima. Los salmos, o algunos versículos de los salmos, acompasaban cualquier tarea, henchidos de amor de Dios.