miércoles, 30 de diciembre de 2015

Los orígenes de Navidad; algo (poquito) de historia

Seguramente, todos hemos escuchado una explicación simple de porqué la Navidad es el 25 de diciembre. En el Evangelio no se señala ni qué mes ni en qué estación del año. Pero Roma hizo un intento audaz: cristianizar las fiestas paganas del Sol Invicto; situó el nacimiento de Cristo ahí, mostrando que Cristo es el verdadero Sol. Esto ocurrió a principios del siglo IV. Esta explicación es la más difundida y la más conocida.


            En Oriente, la fiesta de la luz se celebraba el 6 de enero, y ahí se situó, en la Fiesta de las Luces, el Nacimiento y la Epifanía del Señor. Aún hoy, las santas Iglesias Ortodoxas, celebran su Navidad el 6 de enero en vez del 25 de diciembre. Unen tres grandes signos –los veremos más adelante despacio-: la adoración de los magos, el Bautismo y las bodas de Caná.

            Pero hay otra explicación, más simbólica, más hermosa y puede que más histórica. Vamos al 25 de marzo. El 25 de marzo, según tradiciones muy antiguas de la Iglesia, trasvasando calendarios y cómputos judíos, fue el día del inicio de la creación, el día de la Encarnación del Verbo y el día de la muerte de Jesús en la cruz. Es día grande, día de inicio, de Pascua y de Vida.


lunes, 28 de diciembre de 2015

Dramatización y religiosidad en la Navidad



Hubo un tiempo en que los grandes conceptos de la Navidad parecían demasiados elevados al pueblo cristiano para entenderlos y vivirlos: intercambio, admirable comercio de la Encarnación, desposorio con la humanidad, etc.


            Aquello había que visualizarlo de algún modo, dramatizarlo. Sólo así se vería y conmovería, movería el sentimiento. Esto va a ocurrir en la Edad Media (con la devoción afectiva hacia Jesús). Se prestará más atención a la humanidad de Jesús para mover la afectividad: el pesebre, un Niño, unos pastores, etc. Hay que “ritualizar” la escena, que entre por los ojos y que dé devoción.

            Comenzó la representación del Belén: S. Francisco de Asís lo representó en Greccio, en 1223. Despierta ternura y emoción.

sábado, 26 de diciembre de 2015

"Puer natus nobis" (teología de la Navidad)



“Puer natus est nobis”: “Un niño nos ha nacido” (Is 9,5). “Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” se cantó en el salmo responsorial de la Misa de medianoche. Aquí llega y se ofrece a la Iglesia el Misterio fascinante y estremecedor de la Navidad, para su celebración, su contemplación, su gozo, su deleite. Bajo la forma oculta y velada, bajo el signo de un Niño recién nacido y envuelto en pañales, se oculta la Belleza de Dios, el mismo Dios. 



La Belleza elige la vía de la sencillez en las formas para darse a los hombres, mostrando así su esplendor. La divinidad entra en la historia de los hombres haciéndose hombre, Jesucristo, igual en todo a nosotros, excepto en el pecado que desdice y desfigura la Hermosura divina. En Belén, pequeña aldea, en un pesebre, se produce la manifestación de la Bondad y Belleza divinas, de la condescendencia misericordiosa de nuestro Dios, “visitándonos el Sol que nace de lo alto” (Lc 1,78).

“La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Dios entra en la humanidad desde lo humano mismo; la Palabra creadora y eficaz de Dios toma carne, asume la humanidad, se producen los esponsales de la humanidad y la divinidad, ya indisolubles para siempre, y así Dios sale al encuentro del hombre para abrazarlo con ternura, envolverlo con su misericordia, curar sus heridas, hacerle partícipe de su divinidad. 

Sí. ¡Dios sale al hombre del hombre! ¡Paradojas divinas!: el Eterno entra en el tiempo, el Inmutable se hace pasible, el Infinito se torna mortal, el Inabarcable toma carne, por obra del Espíritu, en el seno virginal de Santa María, Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios. “¡Admirable intercambio!” cantará una y otra vez la liturgia navideña, y así, “conociendo a Dios visiblemente, Él nos lleve al amor de lo invisible” (cf. Prefacio de Navidad I).

Resulta, pues, la Encarnación el inicio del Misterio Pascual del Señor, el eje de comprensión del misterio cristiano: no es el resultado de una conquista del Absoluto por el hombre y de una consumación natural de la historia del mundo, sino del amor condescendiente y humillado de Dios; el amor de Dios precede, suscita y funda la gloria del hombre. “La Gloria de Dios es la vida del hombre, y la vida del hombre es la visión de Dios” (S. Ireneo). Se ha llegado a la plenitud de los tiempos (cf. Gal 4,4) por el Hijo encarnado; la humanidad queda redimida y elevada, según el designio salvador de Dios: “Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para ser santos e irreprochables ante Él por el amor” (Ef 1,4). 

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Las Misas del día de Navidad




            Si vemos el Misal, nos encontraremos un caso único. Existen:

1)      Misa vespertina de la Vigilia (el 24 de diciembre por la tarde)

2)      Misa de medianoche

3)      Misa de la aurora (al amanecer del día 25)

4)      Misa del día.


  
Cada una de las Misas tiene sus oraciones propias y sus propias lecturas. ¿De dónde viene esto? ¿Tres misas el mismo día 25, según la hora en que se celebre? 

Pues viene de las costumbres de la Iglesia de Roma y del Papa en el siglo VI.

  • La primera Misa estacional del Papa es en la Basílica de San Pedro. Es la “Misa del día”.

domingo, 20 de diciembre de 2015

El camino a Cristo es la Virgen María

Imbuidos del espíritu de estas ferias mayores de Adviento, donde la figura, la presencia y la misión de la Santísima Virgen están tan presentes, seamos catequizados en el sentido espiritual que posee la intervención de la Virgen María en la historia de la salvación.

Ella es la Madre, la colaboradora; Ella es el camino a Cristo. Con Ella vivimos el Adviento y de su mano, muy especialmente, las ferias mayores para intensificar nuestra adecuada preparación interior al nacimiento del Salvador.



                "Esta audiencia en las proximidades de la Navidad no nos permite pensar en otra cosa ni hablar más que del gran hecho, del gran misterio de la Encarnación, del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, dos veces engendrado, como decía una inscripción en la antigua basílica de San Pedro: sin madre en el cielo, sin padre en la tierra, es decir, Hijo eterno de Dios Padre e Hijo en el tiempo de María, uno en la Persona Divina del Verbo, que asocia a su divinidad la humanidad de Jesús, el Hombre Dios, nuestro Salvador, nuestro Maestro, nuestro Hermano, sacerdote sumo entre cielo y tierra, centro de la historia y del universo. Quien advierte la realidad de este acontecimiento no puede ocuparse de otra cosa; y cuanto más supera nuestra capacidad de comprensión tanto más atrae y empeña nuestra avidez de contemplación; todo en Cristo se concentra, todo se ilumina. Y la gran maravilla es, después, ésta: que cada uno de nosotros está interesado en el hecho prodigioso; nos afecta personalmente y no de modo accidental y fortuito, sino de modo esencial; nuestro destino está ligado con el acontecimiento; ninguno de nosotros puede prescindir de la relación que el nacimiento de Cristo establece entre Él y cada uno de nosotros.

Punto focal del misterio

                Pero no es éste el momento para detenernos en semejante meditación, de la que nos basta aquí el recuerdo para exhortaros a buscar en la próxima celebración de la dulcísima fiesta lo que constituye su punto focal; es decir, el misterio de la venida de Cristo entre nosotros. Son tantas las cosas exteriores que adornan y embellecen la Navidad que a menudo su significado verdadero se nos queda escondido, de modo que lo que hemos acumulado de fiestas, de ritos, de luces, de cánticos, de regalos, de comida, de juegos en torno a la Navidad para gustar de ella su serena belleza termina a veces por obstaculizar el gozo de su valor espiritual. Este hecho, nos parece, tiene una explicación indulgente y legítima: si el Señor, pensamos, ha venido a este mundo, a nosotros, pequeño y pobre, que también Él participe de nuestra escena terrena, es decir, que podamos ir a Él por los senderos comunes de nuestra experiencia y vida sensible; la majestad y la infabilidad de Dios nos son veladas por nuestra semblanzas humanas; su humanidad nos ha librado del temor y de la fatiga de buscar por vías angélicas, más altas y difíciles, el encuentro con Él. Célebre es a este propósito la frase del gran doctor de la Encarnación San León Magno: El Hijo de Dios, “invisibilis suis, visibilis est factus in nosotros”, invisible por su naturaleza, se ha hecho visible en la nuestra (Sermón 22,2; PL 54, 195). Grande cosa es ésta; quiere decir que toda nuestra expresividad humana, lógica, sentimental, simbólica, artística, popular… puede servir, bien usada, al lenguaje religioso, sin profanar lo sagrado; es ésta la justificación teológica del aparato exterior litúrgico, del arte y, en nuestro caso, de la brillantez navideña y especialmente del belén.

sábado, 19 de diciembre de 2015

El salmo 71, leído en Adviento: ¡habla de Cristo!

Leído en el clima del Adviento, lleno de esperanzas, donde resuenan las promesas de los profetas, el alma se ensancha y desea ya la venida inmediata de Jesucristo Salvador, el salmo 71, que tanto se canta en la liturgia de estos días, está refiriéndose clarísimamente a Jesucristo.

Sabemos de sobra que todos los salmos hablan de Cristo veladamente, pero algunos parecen que no es velada, sino clarísimamente.



Si hacemos una paráfrasis sencilla del salmo 71, veremos hasta qué punto estamos hablando de Jesucristo, de su venida y del deseo que tenemos de que llegue. Entonces, al cantarlo en la liturgia, gozaremos hablando de Cristo y deseando su venida gloriosa.


Dios mío, confía tu juicio a Cristo rey,
tu justicia al hijo de reyes, a Jesús Hijo de David,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Santiguarse, signarse... participando en la liturgia


            Desde casi los orígenes cristianos, la cruz se incorporó como un signo eminentemente cristiano para los fieles en la liturgia. Eran marcados en la frente con la señal de la cruz al inicio del catecumenado, indicando ya un primer grado de participación en Cristo y en la vida cristiana. Los fieles trazarán por devoción la señal de la cruz en sus frentes con mucha frecuencia[1].

  
          Aún hoy la entrada en el catecumenado –según el Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos- está marcada por la señal de la cruz en la frente del catecúmeno, y si parece oportuno, en los oídos, ojos, boca, pecho y espalda: “Recibe la cruz en la frente: Cristo mismo te fortalece con la señal de su caridad. Aprende ahora a conocerle y a seguirle” (RICA 83)[2]. En el bautismo de párvulos, síntesis de todos los ritos catecumenales y bautismales de adultos, se les dice: “La comunidad cristiana os recibe con gran alegría. Yo en su nombre os signo con la señal de Cristo salvador” (RBN 114).

            La cruz será la señal en la frente de los elegidos[3]; con la cruz somos crismados para recibir, por esta señal, el Don del Espíritu Santo, como se realiza en el rito de la Confirmación (RC 34). Por la cruz nos vienen todos los bienes, toda gracia.


jueves, 17 de diciembre de 2015

Las antífonas de la "O"



Un elemento simpático y muy popular fueron las antífonas de la “O”, una para cada feria mayor del Adviento.

Son las antífonas del Magníficat en el canto de las Vísperas. El pueblo cristiano –no sólo los monjes y monjas o los canónigos en la Catedral- acudían a Vísperas por la tarde (la Misa se celebraba entonces sólo por la mañana). Cuando se entonaba el inicio de esta antífona, con la “O” inicial, se tocaban las campanillas o la campana grande del campanario durante la antífona, el Magníficat y su repetición final; la voz del cantor se alargaba con varias notas en esta “O”: era un momento alegre que anunciaba la cercanía ya de la Navidad. Era un honor entonar la antífona: lo hacía el de mayor dignidad en el Cabildo Catedral o alguno de los principales responsables del Monasterio.

Con esto se entiende la importancia que se le daba, su alegría y también la popularidad que gozaban entre los fieles cristianos.

            Para situarnos mejor, veamos el texto de estas antífonas:


17 Diciembre: “Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ¡ven y muéstranos el camino de la salvación!”

18 Diciembre: “Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ¡ven a librarnos con el poder de tu brazo!”

19 Diciembre: “Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ¡ven a librarnos, no tardes más!”

20 Diciembre: “Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras y nadie puede abrir, ¡ven y libra los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte!”

21 Diciembre: “Oh Sol que naces de lo alto, Resplandor de la Luz Eterna, Sol de justicia, ¡ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte!”

22 Diciembre: “Oh Rey de las naciones y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo, ¡ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra!”

23 Diciembre: “Oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ¡ven a salvarnos, Señor Dios nuestro!”

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Una catequesis de Navidad

Antes de que el espíritu se disperse en mil afanes, y la Navidad del Señor se pueda perder en comidas y reuniones, hemos de prepararnos bien para celebrar santamente y vivir con devoción los grandes Misterios de la salvación que se inician con el Nacimiento de Cristo.


Este tiempo de Navidad, ya próximo, es tiempo del Señor y para el Señor y nada debe impedirnos o dificultar nuestra participación en las celebraciones litúrgicas, que no deben postponerse a otras citas, sino entrar en el Misterio sabiendo bien, con claridad y precisión, el alcance salvador que la Navidad contiene y comunica.

La Natividad de Jesucristo posee un alcance existencial para nosotros, dice algo para nosotros, entrega algo de sumo valor para nuestra vida. Acojamos al Señor que viene y dejémonos ahora catequizar con tranquilidad para que la Navidad de Cristo no se nos pierda ni difumine en sus contornos.

"Me complace darles la bienvenida en la Audiencia general, a pocos días de la celebración de la Natividad del Señor. El saludo que recorre en estos días los labios de todos es “¡Feliz Navidad! ¡Saludos por las buenas fiestas navideñas!” Verifiquemos que, también en la sociedad actual, el intercambio de los saludos no pierda su profundo valor religioso, y la fiesta no sea absorbida por los aspectos exteriores, que tocan las fibras del corazón. Efectivamente, los signos externos son hermosos e importantes, siempre que no nos distraigan, sino que nos ayuden a vivir la Navidad en su verdadero sentido --aquello sagrado y cristiano--, de modo que tampoco nuestra alegría sea superficial, sino profunda.

Con la liturgia navideña la Iglesia nos introduce en el gran Misterio de la Encarnación. La Navidad, en efecto, no es un simple aniversario del nacimiento de Jesús; es también esto, pero es más aún, es celebrar un Misterio que ha marcado y continua marcando la historia del hombre –Dios mismo ha venido a habitar en medio de nosotros (cfr. Jn. 1,14), se ha hecho uno de nosotros--; un Misterio que conmueve nuestra fe y nuestra existencia; un Misterio que vivimos concretamente en las celebraciones litúrgicas, en particular en la Santa Misa.

martes, 15 de diciembre de 2015

Un gran Médico para el hombre

Un gran Médico nos visita, Jesucristo, ante cuya mirada las enfermedades y las llagas quedan al descubierto, y ante quien el enfermo ve renacer la esperanza.

Un gran Médico con poder y eficacia en su palabra, que cura y salva, es lo que descubrimos en la persona del Salvador.


Nada se resiste a su poder. Viene a salvar, es decir, por analogía, a curar al hombre en su integridad pues enfermo está: la mayor enfermedad, el pecado y sus consecuencias de decrepitud, debilidad.

Salvar es algo más que un acto jurídico o una sentencia del tribunal absolviendo. Más bien habría que entender la salvación como la recuperación total del hombre caído, herido y debilitado, restableciendo el equilibrio vital, aquel que se perdió por el pecado original. 

sábado, 12 de diciembre de 2015

"Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro" (y II)

Continuamos con el artículo de G. Cottier en Communio, ed. francesa, IX, 4- julio-agosto 1984, pp. 4-9. 

Planteada la espera humana y la esperanza teologal, garantizada por Dios, infundida por Dios, otorgándonos una certeza irrebatible, había que plantearse las esperas humanas, o las esperanzas humanas, iluminadas por la esperanza sobrenatural, y los sustitutos que, a modo de compensaciones, han surgido a la esperanza teologal. Estos han sido los humanismos ateos, las ideologías y utopías.


Si leemos atentamente, y reflexionamos, con este artículo además de orientar correctamente nuestra esperanza en Dios, que da vida eterna, podremos comprender mejor la realidad que se vive en Occidente, de desencanto y frustración, limitándose a los confines experimentables.


"Aquí nos encontramos el desafío de las grandes ideologías contemporáneas y su mesianismo ateo. ¿No es precisamente en el nivel de la esperanza donde se desarrolla hoy el combate de la fe y de la idolatría? 

En la medida en que la esperanza humana hace de su objeto un absoluto, entra en un conflicto inevitable con la esperanza cristiana. Las ideologías ateas modernas responden a una doble inspiración: una confianza casi ilimitada en el poder técnico del hombre y el desvío de la aspiración, que viene de la herencia judeocristiana, en los cielos nuevos y en la tierra nueva, hacia objetivos puramente terrestres y políticos. 

jueves, 10 de diciembre de 2015

Participar (en la liturgia) recibiendo un sacramento


            Los sacramentos son preciosos y humildes tesoros[1], dones del Señor, que se nos dan para vivir en gracia, para santificarnos. No los tomamos por nosotros mismos, se nos dispensan, se nos entregan, para que los recibamos como un Don.

            La santa liturgia por ello tiene como protagonista central a Jesucristo que nos comunica, por su Misterio pascual, su propia vida, y por protagonista también al Espíritu Santo, que se derrama abundantemente en cada sacramento con gracias y efectos distintos. Todo en la liturgia debe estar al servicio de ese protagonismo central de Jesucristo y del Espíritu Santo, cediendo a la tentación de usurparlo.

            El peligro ya difundido es querer hacer de la liturgia un acto, con tono catequético, lúdico, distraído, donde al final es la propia comunidad la que se celebra a sí misma; es el hombre el que se pone en el centro de la liturgia, desplazando a Cristo y su Espíritu. Eso se muestra cuando la liturgia olvida su sacralidad, devoción, espiritualidad, y adopta las formas de fiesta humana, de intervenciones, de creatividad, sin un hondo espíritu religioso, de fe, de adoración. No hay que dar por descontada nuestra fe. Hoy existe el peligro de una secularización que se infiltra incluso dentro de la Iglesia y que puede traducirse en un culto eucarístico formal y vacío, en celebraciones sin la participación del corazón que se expresa en la veneración y respeto de la liturgia” (Benedicto XVI, Hom. en el Corpus Christi, 11-junio-2009).

            Centro de la liturgia y autor indiscutible es Jesucristo y su Espíritu Santo, y debe ser bien visible; el pueblo cristiano reconoce su señorío y, con estupor, contempla cómo se da en cada sacramento.

  

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Algo de los orígenes del Adviento



Adviento es un tiempo litúrgico entrañable, lleno de esperanza. Sirve para prepararnos a la segunda venida de Cristo al final de los tiempos (¡y que nos pille despiertos en la vida!) y para prepararnos también a la inmediata Navidad, memoria y celebración de su primera venida.



            La palabra “Adviento” –viene del latín- significa “venida”, “la llegada”. Pero la venida y la llegada de Alguien grande, importante, que todo el mundo sale a recibir y aplaudir: como al Emperador romano o a un general con sus legiones después de ganar batallas importantes. ¡Con razón llamamos “Adviento” a la venida de Alguien más grande y mejor: Jesucristo!

            El Adviento comenzó a finales del siglo IV en España y Galia que seguían el rito hispano-mozárabe, y duraba seis semanas. También en Milán, con el rito ambrosiano, surgió un Adviento de seis semanas (así dura hasta hoy). 

domingo, 6 de diciembre de 2015

"Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro"

La esperanza es una virtud teologal preciosa, serena y dulce. Sobre ella necesitamos ser formados, conocerla, para que, ya que se nos infundió gratuitamente en el bautismo, la podemos desarrollar en nosotros.

¿Qué esperamos? Lo grande y lo definitivo, aquello que orienta al hombre de modo completo. Lo decimos en el Credo: "espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro". Esa esperanza es la que ilumina toda la vida.


Veamos algo del contenido de la virtud de la esperanza con una síntesis del artículo de G. Cottier en Communio, ed. francesa, IX, 4- julio-agosto 1984, pp. 4-9.


"La noción de esperanza teologal es la única capaz de explicar, sin separarlos ni oponerlos, sino relacionándolos, los dos aspectos de la esperanza que son la espera individual de la bienaventuranza (los medios que la permiten y los bienes que promete) y la espera de la Iglesia en tensión hacia los fines últimos.

viernes, 4 de diciembre de 2015

El ejercicio de la teología en von Balthasar (I)

El 23 de junio de 1984, el teólogo Hans Urs von Balthasar recibió de manos del papa Juan Pablo II el Premio internacional "Pablo VI" por su contribución a la teología. Fue todo un reconocimiento a su trayectoria teológica, tan llena de eclesialidad.

El discurso pronunciado por Juan Pablo II fue una presentación de qué es la verdadera teología y cuál la contribución de von Balthasar al pensamiento católico, como verdadero teólogo.



Con este discurso podemos entonces comprender y captar qué es la teología y cuál la aportación de Balthasar que vivió de esa forma elevada, contemplativa, orante, obediente, la teología:


"Queridos hermanos y hermanas:

1. Estoy verdaderamente contento de acogeros y saludaros en el nombre del Señor. “Gracia y paz a vosotros de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo” (2Ts 1,2). Estas palabras de san Pablo las repito con ánimo alegre a cada uno de vosotros que participáis en este significativo encuentro, el cual pretende honrar la cultura religiosa mediante la entrega de un premio a quien, con su obra, ha dado a tal cultura una contribución de relieve notable y reconocido.

Nos encontramos, en esta solemnidad de san Juan Bautista, con el recuerdo de mi inolvidable predecesor Pablo VI, que desde los comienzos del servicio como pastor de la Iglesia universal me ha complacido llamar “mi verdadero padre” (Juan Pablo II, Redemptor hominis, 4) para indicar públicamente qué profundo afecto me liga a su memoria. Nuestro pensamiento en este momento retorna a él y a los años de su pontificado, con sentimientos inmutables de admiración y de gratitud por cuanto él hizo al guiar la mística barca de Pedro.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Los domingos del tiempo de Adviento



"El tiempo de Adviento comienza con las primeras Vísperas del domingo que cae el 30 de noviembre o es el más próximo a este día, y acaba antes de las primeras Vísperas de Navidad. Los domingos de este tiempo se denominan domingo I, II, III, IV de Adviento. Las ferias del 17 al 24 de diciembre, inclusive, tienen la finalidad de preparar más directamente la Navidad" (Instrucción Calendario Romano, ns. 39-42).


Los domingos de Adviento tienen cada uno su propio tono: lo marcan los textos de la liturgia y las lecturas bíblicas. No suelen tener, en el rito romano, un nombre propio cada domingo, simplemente se les denomina “I Domingo de Adviento”, “II Domingo…”, etc. Claro que a lo largo del año hay excepciones; una excepción es el “III Domingo” de Adviento que se llama “Domingo de Gaudete”, porque el Introito, la antífona de entrada, que es el verdadero y propio canto de entrada, es un texto paulino: “Estad siempre alegres en el Señor” (Flp 4,4), que en latín es “Gaudete”, “Alegraos”.

            * El primer Domingo de Adviento está marcado por un tema fundamental: la vuelta gloriosa del Señor (: Parusía) como Señor y Juez, y los cielos nuevos y la tierra nueva. Las lecturas en los tres ciclos A, B y C, subrayan la venida del Señor y la vigilancia cristiana; citemos sólo los evangelios:

            -ciclo A: “Estad también vosotros preparados” (Mt 24,37-44).
            -ciclo B: “Mirad, vigilad, pues no sabéis cuando es el momento” (Mc 13,33-37).
            -ciclo C: “Se acerca vuestra liberación” (Lc 21,25-28.34-36).

            Los textos de la Misa van en consonancia y dicen. “Aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino eterno” (Oración colecta) y se proclamará en el prefacio III: “Tú nos has ocultado el día y la hora en que Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la historia, aparecerá revestido de poder y de gloria sobre las nubes del cielo”.


            * El segundo y tercer Domingo de Adviento están marcados por la presencia de san Juan Bautista. Parece un antiguo profeta, con un estilo de vida muy austero, llamativo. Su misión es provocar. Crea expectativa. Su mensaje es claro: el Mesías va a llegar y hay que estar preparados: ¡Convertíos ya! Despierta las conciencias. Exige vivir la justicia.

            Éstos son los evangelios del II Domingo:

lunes, 30 de noviembre de 2015

Pensamientos agustinianos (XXXVI)

¿Por qué oramos?
¿Cuál debe ser el fin de nuestra oración?

San Agustín nos señala que hemos de orar pidiendo la perseverancia en el bien y el conocimiento del bien, no vaya a ser que por ignorancia obremos el mal u omitamos un bien posible. En definitiva, es una súplica de Gracia humilde al Señor.
Cuando pedimos a Dios la ayuda para obrar bien y alcanzar la perfección de la justicia, ¿cuál es el objeto de nuestra súplica sino que nos dé a conocer lo que ignorábamos y nos suavice la práctica de la virtud, que nos repugnaba antes? (San Agustín, Catequesis a los Principiantes 2,19,33)
Una de las claves en la teología agustiniana es la humildad. Por ella, la redención se ha realizado de manera que la soberbia ha sido desplazada por la humildad de Dios. La encarnación del Verbo y su muerte en la cruz son las grandes demostraciones del poder de la humildad frente al precipicio en que caímos por la soberbia.
Tú, siendo hombre, quisiste ser Dios, para tu perdición; él, siendo Dios, quiso ser hombre, para hallar lo que estaba perdido. Tanto te oprimía la soberbia humana, que sólo la humildad divina te podía levantar (San Agustín, Sermón 188,3)

sábado, 28 de noviembre de 2015

Iglesia y persona

¡Misterio grande y admirable! La Iglesia es la Gran Comunidad, la Católica, Cuerpo de Cristo en la historia que no anula a la persona, ni la absorbe en la masa, sino que la integra y eleva por gracia. Lo contrario a cualquier asociación humana o cualquier 'colectivo' que despersonaliza llegando a ser una masa informe.



La persona en la Iglesia recibe los medios sobrenaturales necesarios para desarrollar su persona al máximo, hasta el punto de crecer a la medida de Cristo en su plenitud. Es un 'yo' que crece en el 'Yo' de la Iglesia, al vivir unido a Cristo-Cabeza y a sus hermanos, miembros del Cuerpo del Señor.

Y así como el Señor conoce nuestro nombre, y a cada oveja la llama por su nombre, de una manera distinta y personalísima, así la Iglesia potencia este nombre personal recibido agregándonos a una Sociedad del Espíritu, siempre nueva y siempre personal, a la vez que comunitaria.

Con Guardini, profundicemos hoy en esta relación entre la Iglesia y la persona, miembro de ella.

"¿Qué es la Iglesia? La "vida nueva" entre los hombres.

-Nueva, a partir de la vida que surge del renacimiento de la Gracia; esto es lo sustancial del cristianismo. Lo que Cristo ha sido, lo que él ha enseñado, hecho, trabajado, padecido se resume de esta manera: Cristo ha instaurado la vida nueva. El Creador abraza su creación, es decir, la alumbra con su luz, con su fervor abrasa su voluntad y su vida afectiva, inunda con su paz el principio de la existencia y obra toda su esencia con su poder creador y modelador. Vida nueva significa que el Creador se interesa por su creación y la hace capaz de alcanzar su propia plenitud, le da el deseo y la capacidad para poseerlo a él mismo. Significa que la fecundidad infinita del Amor Divino se posesiona de lo creado, lo hace renacer formando parte de la propia naturaleza de Dios. En esto el Padre obra para su Hijo, en Cristo Jesús, por el Espíritu Santo.
 
Este estar unido el hombre con Dios es la vida nueva. Aquí el hombre pertenece a su Creador, quien, a su vez, le pertenece. Cosas muy profundas podrían decirse sobre este punto, pero debemos conformarnos con lo expuesto.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Espiritualidad de la adoración (VII)

Cristo y la Iglesia se unen al ofrecer el sacramento eucarístico. Hay una doble dirección; Cristo se entrega esponsalmente a su Iglesia, dando su Cuerpo y su Sangre, dándose Él y la Iglesia se ofrece a su Señor y se incorpora a su vida y a su redención. Doble dirección, un movimiento de Cristo a la Iglesia y de la Iglesia hacia Cristo.


Además, en la Eucaristía se produce la unidad de la misma Iglesia por lo cual la Iglesia vive de la Eucaristía, procede de la Eucaristía, halla su vida en la Eucaristía. Como muchos granos de trigo han sido necesarios para elaborar el pan eucarístico, han sido amasados, se ha empleado agua para la masa (el bautismo) y se ha cocido con fuego (el Espíritu en la Crismación), formando un solo y único Pan, así cada vez que celebramos la Eucaristía todos confluimos en un solo Cuerpo, el de Cristo. El misterio de la unidad de la Iglesia se hace real y patente en el sacramento de la Eucaristía.

Lo expresa bien la plegaria eucarística:

lunes, 23 de noviembre de 2015

Testigos del Dios vivo

El lugar de los católicos es el mundo como luz y sal, y el laicado mismo encuentra su personalísima e ineludible vocación en el mundo, en la transformación de las estructuras del mundo según el Espíritu de Cristo ordenando las realidades temporales según Dios.

Ahí, en la sociedad, en las instituciones públicas, los católicos tienen mucho que hacer y que ofrecer, sin replegarse, para ser "testigos del Dios vivo", apóstoles en el mundo contemporáneo. Encerrarse en cálidos refugios afectivos, o acomodarse al interior de acciones eclesiales, o reducir la fe al ámbito privado-íntimo, es desvirtuar la vocación de la Iglesia, traicionando el mandato del Señor. Los católicos hallan su lugar propio en la vida pública.

"En una sociedad pluralista como la vuestra, se hace necesaria una mayor y más incisiva presencia católica, individual y asociada, en los diversos campos de la vida pública. Es por ello inaceptable, como contrario al Evangelio, la pretensión de reducir la religión al ámbito de lo estrictamente privado, olvidando paradójicamente la dimensión esencialmente pública y social de la persona humana. ¡Salid, pues, a la calle, vivid vuestra fe con alegría, aportad a los hombres la salvación de Cristo que debe penetrar en la familia, en la escuela, en la cultura y en la vida política!" (Juan Pablo II, Hom. en la Catedral de la Almudena, Madrid, 15-junio-1993).

domingo, 22 de noviembre de 2015

¿Profetas o santos? ¿Profetas y santos? (y III)

Continúa el artículo del card. Garrone sobre "Profetas y santos".

"Sería nocivo pensar que las dificultades actuales constituyen un acontecimiento sin precedentes en la historia de la Iglesia. Pero no lo sería menos el creer que estas dificultades están circunscritas a un sólo sector de la Iglesia. También aquí es inevitable la tentación de juzgar el propio caso como si fuera único. La verdad es que hoy nadie puede eximirse ante el problema y el deber de vivir cristianamente una existencia que no tenga relación alguna con la de las generaciones pasadas.

Cualquier intento de renovación ha de evitar estos dos peligros: el de creer que la Iglesia no ha conocido nunca dificultades de este tipo, y el de creer que somos los únicos en pasarlas.
 
La experiencia del Concilio ha de ser nuestra regla. Bajo el impulso de un Pastor abierto y tranquilamente audaz, la Iglesia ha aceptado reconocer que la distancia que la separaba del mundo amenazaba con ir en aumento. La Iglesia se ha reanimado, se ha interrogado a sí misma larga y solemnemente; ha vuelto a sus propias fuentes, al Evangelio y a la Tradición; se ha repetido a sí misma lo que ya sabía, pero que tenía necesidad de recordar para afrontar el porvenir con el pleno dominio de sus fuerzas y especialmente de su luz.
 
A ejemplo del Concilio, las congregaciones religiosas deben realizar ahora una tarea análoga. Y lo mismo el laicado, las diócesis, los sacerdotes. Cada parcela de la Iglesia debe hacer por su propia cuenta lo que la Iglesia ha realizado en su vértice. Así, pues, lo primero es volver a los datos esenciales: esta es actualmente la primera ley que debe guiar nuestra tarea renovadora.
 
Pero la adhesión a las verdades de la fe está condicionada por un clima determinado. Las palabras de Dios no son las palabras de los hombres. No penetran en el espíritu con la ayuda de las dotes humanas que el hombre puede poseer. El Padre no ha querido revelar a su Hijo a los "sabios y prudentes".

sábado, 21 de noviembre de 2015

El confesionario: personal y pastoral

Cristo entregó muchas horas de su tiempo a encuentros reposados, serenos, uno a uno, de manera que su interlocutor fuera entrando en el corazón, descubriendo su verdad, acrecentando su deseo de salvación. Eran encuentros profundamente personales y únicos con el Señor que cambiaba la vida. ¿O no se transformó la samaritana? ¿O Andrés y Juan no reconocieron en Cristo a Aquel que su corazón deseaba incluso aunque no lo sabían muy bien?

La pastoral -palabra talismán- debe incluir de nuevo, como siempre lo tuvo, el reposo y la serenidad del encuentro personal, del diálogo amable, de la confidencia tranquila. Las prisas y la multiplicidad de reuniones dificultan la paz para un encuentro personal. Pero hoy, lo verdaderamente pastoral pasa por una disponibilidad real para escuchar y acoger, para dejar que aflorece el corazón del otro y sus luchas, e iluminar su vida y acompañarla.

No nos referimos aquí al amiguismo que cree dependencias espirituales; sino al contacto humano en la vida parroquial, en toda vida eclesial, que acompañe realmente, que discierne y ayude acogiendo al otro. Esto será, si se permite la expresión, una pastoral muy personalizada, una pastoral amable y cercana, uno a uno.

El modelo era la acción de Cristo y su "pastoral personalizada", dedicando el tiempo necesario a cada persona para mostrarle la Verdad e introducirla en la Comunión con Dios:

"Por estos motivos, además de la proclamación que podríamos llamar colectiva del Evangelio, conserva toda su validez e importancia esa otra transmisión de persona a persona. El Señor la ha practicado frecuentemente —como lo prueban, por ejemplo, las conversaciones con Nicodemos, Zaqueo, la Samaritana, Simón el fariseo— y lo mismo han hecho los Apóstoles. En el fondo, ¿hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe? La urgencia de comunicar la Buena Nueva a las masas de hombres no debería hacer olvidar esa forma de anunciar mediante la cual se llega a la conciencia personal del hombre y se deja en ella el influjo de una palabra verdaderamente extraordinaria que recibe de otro hombre. Nunca alabaremos suficientemente a los sacerdotes que, a través del sacramento de la penitencia o a través del diálogo pastoral, se muestran dispuestos a guiar a las personas por el camino del Evangelio, a alentarlas en sus esfuerzos, a levantarlas si han caído, a asistirlas siempre con discreción y disponibilidad" (Pablo VI, Exh. Evangelii Nuntiandi, n. 46).

jueves, 19 de noviembre de 2015

La teología verdadera (Palabras sobre la santidad - XXI)

La fe busca entender (fides quaerens intellectum). Y es verdad que se ama lo que se conoce, y se conoce a su vez lo que se ama. El amor pide conocer más y mejor al amado; y aquello que empezamos a conocer, desearemos conocerlo mejor si despierta el amor en nosotros.


El amor a Dios impulsa a conocerlo mejor, lo más amplia y profundamente posible, y dar a conocerlo de manera amable y razonable. La teología corresponde a ese impulso del amor y del intelecto: ama a Dios y desea conocerlo mejor y fruto de ese conocimiento, quiere darlo a conocer a todos para que todos lo amen.

La teología une amor y conocimiento; los santos han sido los mejores teólogos porque amaron a Dios sin reservas y se entregaron a un conocimiento nuevo, renovado, interior. La santidad es el mejor terreno para una buena teología, tal vez el único terreno posible para que la teología tenga raíces, crezca y dé frutos reales.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

La mayor participación, poder comulgar


            Normalmente, y en un lenguaje coloquial, teñido de las ideas corrientes, escucharemos la palabra “participación” referidas a realidades exteriores, a acciones y servicios litúrgicos concretos. A la pregunta: “¿quién va a participar en la Misa?”, la respuesta es “X va a hacer las moniciones, Y y Z llevarán las ofrendas, W leerá la acción de gracias”. ¡Craso error, perspectiva desenfocada! Se confunde la parte con el todo, el servicio litúrgico –un oficio, un ministerio, una “intervención”- con la totalidad de la participación.

  
          Pero vayamos al centro de todo y de esa manera comprenderemos cómo todos los demás elementos se ubican en su sitio correctamente. La mayor participación posible en la celebración eucarística es poder comulgar santamente las cosas santas. Quien participa más plenamente en la Eucaristía, y llega al corazón del Misterio, en una participación completa, es quien puede acercarse a comulgar. Esa es la mayor participación posible, inimaginable en la Eucaristía.

            El culmen, el coronamiento, de toda participación plena, consciente, activa, interior, fructuosa, piadosa, es la recepción sacramental del Cuerpo y la Sangre del Señor. Esa es la doctrina y enseñanza clara, por ejemplo, del último Concilio: “Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor” (SC 55).

            La “participación más perfecta en la misa” es recibir la sagrada comunión. Este principio tan elemental corrige las visiones distorsionadas en torno a la “participación” y a lo que se suele denominar como una “Misa muy participativa”. La mayor y mejor participación en la misa, en palabras del Concilio Vaticano II, es recibir la comunión participando del mismo sacrificio eucarístico.

            Ya el siervo de Dios Pío XII, Papa culto y sabio, en la encíclica Mediator Dei –sustrato claro de muchos puntos de la Sacrosanctum Concilium del Vaticano II- exhortaba a que la plena participación es la comunión eucarística en la que los fieles se asocian al sacrificio de Cristo y que, si es posible, comulguen los fieles de las hostias consagradas en la misma misa:


lunes, 16 de noviembre de 2015

El poder sanador de Cristo

Cristo, como Médico, ofrece medicinas variadas según sean los males y enfermedades que experimentamos en nuestra alma. Sólo hay que acudir a Él señalándole nuestra enfermedad sin ocultarla.

"La predicación, ciertamente, corrige a quien está entregado al pecado. Pero a quien es justo y vive apartado del vicio, le ayuda a progresar.

Se trata de la misma receta y a disposición de todos están las medicinas.

Pero la cura no es la misma, sino la que cada uno elige según le conviene. Por eso, quien toma la medicina adecuada, se alegra de ella y quien descuida su herida, acrecienta su mal y se pone en peligro de que desemboque en un fatal resultado.

Por eso, que no nos moleste recibir la visita del médico. Alegrémonos de ella, aunque el tratamiento prescrito sea causa de agudos dolores. Más adelante habrá de procurarnos un fruto sabrosísimo. 

domingo, 15 de noviembre de 2015

El salmo 78



                 Vamos con el salmo 78, el salmo que la liturgia canta hoy. Es el salmo donde se canta un canto de lamentación, que son lágrimas, sobre la deportación, el destierro. Ha llegado el pueblo de Babilonia, muy propio de aquellos tiempos, el pueblo que tenga el ejército más fuerte arrasa al pueblo más cercano y tiene que pagar tributo y quedarse con su riqueza. Hasta ahí nada de extraordinario, lo normal en la política y en la historia. Han llegado, han arrasado Jerusalén, han derruido el Templo, se han llevado a los nobles, a los ricos y terratenientes y a los sacerdotes desterrados a Babilonia, y han dejado a las mujeres, a los niños, y pocos campesinos. Israel queda destrozado. 

              El salmista, con este salmo 78, reza así:


 Dios mío, los gentiles han entrado en tu heredad,
han profanado tu santo templo,
han reducido Jerusalén a ruinas.

Echaron los cadáveres de tus siervos
en pasto a las aves del cielo,
y la carne de tus fieles
a las fieras de la tierra.

Derramaron su sangre como agua
en torno a Jerusalén,
y nadie la enterraba.

Fuimos el escarnio de nuestros vecinos,
la irrisión y la burla de los que nos rodean.

¿Hasta cuándo, Señor?
¿Vas a estar siempre enojado?
¿Arderá como fuego tu cólera?

No recuerdes contra nosotros
las culpas de nuestros padres;
que tu compasión nos alcance pronto,
pues estamos agotados.

sábado, 14 de noviembre de 2015

¿Profetas o santos? ¿Profetas y santos? (II)

Vamos pues con el artículo del Card. Garrone al hilo de lo que explicábamos en el primer tema de "profetas y santos".


Cardenal Gabriel-Marie Garrone, "¿Profetas o santos?", Oss Rom, ed. española, 6-abril-1969


"Hoy el mundo está buscando su propio camino. Cada cual se siente turbado y no sabe por dónde tirar. Todos, más o menos, miran a su alrededor por ver si descubren al "profeta" que les traiga la luz. Pero Dios no multiplica los profetas. Por otra parte, se requiere un cierto tiempo para probar la validez de sus mensajes. Después de un Elías o de un Eliseo aumenta el ´numero de falsos profetas. Cuando se les convoca al Carmelo acuden a centenares, pero allí no hay más que un Eliseo.

Este apelo a los profetas, que resuena un poco en sordina por todas partes, no puede menos de hacer surgir "vocaciones". No todas ellas son fraudulentas. Muchas son ilusorias. Ahora bien, antes de utilizar los recursos, siempre raros y aleatorios que el Espíritu pone a disposición de su Iglesia, es preciso empelar los medios ordinarios, consistentes sobre todo en la caridad que Dios acrecienta en proporción a las necesidades. la caridad por sí sola es capaz de hacer milagros. Entonces, la búsqueda del camino auténtico no es otra cosa que el resultado del trabajo lento, paciente, continuo y oculto de los hombres de buena voluntad, dóciles a la palabra de la Iglesia y a la voz interior de Dios.

Se buscan profetas. Pero habría que pedir santos, puesto que es menos necesario descubrir novedades en la Iglesia que hacerse más sensibles para captar los aspectos nuevos que encierran las cosas antiguas, con tal que éstas sean auténticamente de Dios.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Magisterio sobre la evangelización (XXXI)

En las fronteras de la nueva evangelización se encuentran muchos hermanos nuevos, abriendo caminos donde no hay nada, buscando un lenguaje claro en el que poder transmitir las verdades eternas e inmutables del Evangelio.


La nueva evangelización es el trabajo común, el reto apasionante, el empeño de todos. Para ello necesitamos asumir e integrar en nosotros -inteligencia, afectos, acción- lo que la Iglesia define como evangelización y las tareas que se presentan como desafíos por Cristo.

Ese Magisterio sobre la evangelización se enriquece con una homilía del papa Benedicto XVI durante un Congreso a los nuevos evangelizadores.


"Con alegría celebro hoy la santa misa para vosotros, que estáis comprometidos en muchas partes del mundo en las fronteras de la nueva evangelización. Esta liturgia es la conclusión del encuentro que ayer os llamó a confrontaros sobre los ámbitos de esa misión y a escuchar algunos testimonios significativos. Yo mismo he querido presentaros algunos pensamientos, mientras hoy parto para vosotros el pan de la Palabra y de la Eucaristía, con la certeza —compartida por todos nosotros— de que sin Cristo, Palabra y Pan de vida, no podemos hacer nada (cf. Jn 15, 5). Me alegra que este congreso se sitúe en el contexto del mes de octubre, precisamente una semana antes de la Jornada mundial de las misiones: esto pone de relieve la justa dimensión universal de la nueva evangelización, en armonía con la de la misión ad gentes...

Pasemos ahora a las lecturas bíblicas, en las que hoy el Señor nos habla. La primera, tomada del libro de Isaías, nos dice que Dios es uno, es único; no hay otros dioses fuera del Señor, e incluso el poderoso Ciro, emperador de los persas, forma parte de un plan más grande, que sólo Dios conoce y lleva adelante. Esta lectura nos da el sentido teológico de la historia: los cambios de época, el sucederse de las grandes potencias, están bajo el supremo dominio de Dios; ningún poder terreno puede ponerse en su lugar. La teología de la historia es un aspecto importante, esencial de la nueva evangelización, porque los hombres de nuestro tiempo, tras el nefasto periodo de los imperios totalitarios del siglo XX, necesitan reencontrar una visión global del mundo y del tiempo, una visión verdaderamente libre, pacífica, esa visión que el concilio Vaticano II transmitió en sus documentos, y que mis predecesores, el siervo de Dios Pablo VI y el beato Juan Pablo II, ilustraron con su magisterio.

martes, 10 de noviembre de 2015

Materias sacramentales (de la nueva creación)

La creación renovada por la Pascua de Cristo, se pone ya al servicio de la redención. La materia creada se convierte en un instrumento por el cual Cristo las santifica y por ellas comunica su vida y su gracia santificante. Son ya un anticipo de la nueva creación porque demuestran hasta qué punto lo creado está siendo redimido, ya se está transformando, hasta la plenitud en los cielos nuevos y en la tierra nueva.

Instrumentos de la salvación, el mundo creado entra en la liturgia recibiendo una bendición o una consagración que apartan estos elementos de cualquier uso profano y se reserva para Dios, que en la liturgia, los convierte en vehículos de su vida divina para el hombre.

Estas materias fundamentales son el pan y el vino para la Eucaristía, el agua para el bautismo, el aceite con perfume para las unciones del santo crisma, el aceite de oliva (u otro aceite vegetal según las regiones) para la Unción de enfermos.

Recordemos que, antes, la Iglesia ora sobre estos elementos sacramentales, invocando el Espíritu Santo.

"Date cuenta de que no se trata de un ungüento pobre y vil. Pues así como el pan de la Eucaristía, tras la invocación del Espíritu Santo, no es pan común sino el cuerpo de Cristo, así también este santo ungüento, después de la invocación, ya no es un simple ungüento ni, por decirlo así, un ungüento común; se da en él a Cristo y al Espíritu Santo, es presencia de su divinidad y realidad efectiva. Y mientras se unge el cuerpo con ungüento visible, queda santificada el alma por el Espíritu Santo que da la vida" (S. Cirilo de Jerusalén, Cat. 21,3).

domingo, 8 de noviembre de 2015

Caridad, justicia, ¿sentimentalismo?

Sin darnos cuenta, hemos asumido el lenguaje secular y los conceptos seculares. De esta manera hemos situado la justicia como más elevada, alta y perfecta que la caridad, y a ésta, siguiendo el lenguaje secular, la hemos situado en el ámbito del sentimiento, de la mera compasión, que es inactiva.


Sin embargo, la caridad es más que la justicia, porque la incluye y la perfecciona. La justicia es, en el lenguaje secular, distributiva, dando a cada uno lo suyo, pero no más que lo suyo. Es un perfecto y equitativo reparto, bastante frío por cierto.

Sin embargo la caridad, cuyo origen es Dios, da a cada uno lo suyo, y al que más necesita, más le da, dándose además el donante mismo. Es una entrega personal a quien lo necesita y a quien sufra, movido por un amor que no es sentimiento, sino ágape, la caridad sobrenatural, aquella que radica en el Corazón de Dios. No sólo se dan cosas a quien lo necesita, se da uno mismo, en una entrega personal. Eso jamás lo podrá hacer la simple justicia. Hay en la caridad un calor "humano" que refleja el "calor divino", el del Espíritu Santo que es amor.

sábado, 7 de noviembre de 2015

¿Profetas o santos? ¿Profetas y santos? (I)

Me encuentro un artículo del card. Garrone, en el año 1969, que permanece completamente actual en el fondo de su exposición, en aquello que pretende decir. Algunas expresiones y alguna argumentación no son completamente de mi agrado, o las hubiera formulado de manera diferente, pero sin duda el artículo es una reflexión oportuna y atinada.


Por desgracia, conserva su validez. Sigue el lenguaje equívoco y falso, muy extendido, de calificar de "profeta" a los teólogos, sacerdotes o religiosos, que llevados del pensamiento moderno y liberal, se erigen en jueces distantes de la Iglesia, en nuevos revolucionarios con el altavoz de los medios afines, secularizados en la comprensión íntima del misterio cristiano, activos contestatarios de la doctrina de la fe. Así tal cual, se presentan como "profetas". ¿Un poco atrevido, no os parece?

Este nuevo profetismo de cuño secularista ha formulado su propio Credo, modernísimo, claro:

jueves, 5 de noviembre de 2015

Velar el Misterio o mostrarlo en nuestro testimonio

Por el bautismo y agraciados por la Confirmación, cada cristiano es un testigo de Jesucristo, siendo su vida cristiana cotidiana un modo de mostrarse el mismo Señor a los hombres. 


De la manera honda y veraz de vivir cristianamente dependerá que los otros nos puedan percibir como un signo claro de Cristo para sus vidas, como una mediación -no un término absoluto ni una meta- para que el encuentro con Cristo se verifique de nuevo, hoy, aquí y ahora. La vida cristiana deviene una mediación de Cristo para los hombres, no para que los demás se detengan en nosotros y nos admiren, para que se aten afectivamente a nosotros, sino para que señalemos con el dedo, como el Bautista, y poder decir: "Éste es el Cordero de Dios".

Pero, para eso, la vida debe convertirse en un signo claro de Cristo para todos y no velarlo, ocultarlo, disimularlo o disfrazarlo: pecados, ideologías, corazón duro, o esa actitud vital apagada con la que parece que, en el fondo, no creemos que Cristo esté, nos ame y nos haya redimido y sólo somos personas escrupulosamente cumplidoras de unas obligaciones y cultos religiosos.

Signos claros de Cristo, mediaciones de su Presencia para los demás: así hacemos una gran aportación al otro, lo mejor que podemos darle, al mismo tiempo que permitimos que la Iglesia sea un sacramento claro, eficaz para los hombres en lugar de convertirla en piedra de escándalo.

¿Cómo es todo esto y adónde nos conduce?

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Perspectivas cristianas del dolor

Esta realidad que hemos de afrontar personalmente, y que habremos de iluminar a otros, puede ser vivida de otra manera distinta: el dolor ofrece la ocasión de vivirlo cristianamente.

¿Es posible?


Las perspectivas cristianas del dolor, de la enfermedad, y por extensión, de tantos sufrimientos morales que circunstancias o personas nos pueden acarrear durante un tiempo prolongado, convierten estas ocasiones, estos estados de dolor, en ocasión de santificación personal y de redención para todos por la comunión de los santos.

El dolor merece ser evangelizado. Prueba terrible, estadio difícil de vivir, es un momento para que la perspectiva sobrenatural, la gracia, el ofrecimiento, se hagan presente de modo que se viva de un modo distinto y más pleno; se abre el capítulo de las perspectivas cristianas, que miran más allá de la realidad a lo invisible y sobrenatural, igualmente real aunque no se vea materialmente.

Sea este discurso de Pablo VI una catequesis profundamente evangelizadora, que penetre en la inteligencia y en las fibras del alma, para vivirlo nosotros y para ofrecerlo, sin complejos ni miedos, a quien sufre y padece (¡la evangelización en la pastoral de enfermos!):

"¡Oh!, hermanos que sufrís, hijos doloridos y esparcidos por el mundo, Nos quisiéramos que nuestra voz llegase a todos y a cada uno de vosotros para repetiros, mientras Nos mismo lloramos con vosotros, la palabra de Jesús, el hombre del dolor: "No llores" (Lc 7,13).