Normalmente,
y en un lenguaje coloquial, teñido de las ideas corrientes, escucharemos la
palabra “participación” referidas a realidades exteriores, a acciones y servicios
litúrgicos concretos. A la pregunta: “¿quién va a participar en la Misa?”, la
respuesta es “X va a hacer las moniciones, Y y Z llevarán las ofrendas, W leerá
la acción de gracias”. ¡Craso error, perspectiva desenfocada! Se confunde la
parte con el todo, el servicio litúrgico –un oficio, un ministerio, una
“intervención”- con la totalidad de la participación.
Pero
vayamos al centro de todo y de esa manera comprenderemos cómo todos los demás
elementos se ubican en su sitio correctamente. La mayor participación posible
en la celebración eucarística es poder comulgar santamente las cosas santas. Quien
participa más plenamente en la Eucaristía, y llega al corazón del Misterio, en
una participación completa, es quien puede acercarse a comulgar. Esa es la mayor
participación posible, inimaginable en la Eucaristía.
El
culmen, el coronamiento, de toda participación plena, consciente, activa,
interior, fructuosa, piadosa, es la recepción sacramental del Cuerpo y la
Sangre del Señor. Esa es la doctrina y enseñanza clara, por ejemplo, del último
Concilio: “Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la
misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del mismo
sacrificio, el cuerpo del Señor” (SC 55).
La
“participación más perfecta en la misa” es recibir la sagrada comunión. Este
principio tan elemental corrige las visiones distorsionadas en torno a la
“participación” y a lo que se suele denominar como una “Misa muy
participativa”. La mayor y mejor participación en la misa, en palabras del
Concilio Vaticano II, es recibir la comunión participando del mismo sacrificio
eucarístico.
Ya
el siervo de Dios Pío XII, Papa culto y sabio, en la encíclica Mediator Dei
–sustrato claro de muchos puntos de la Sacrosanctum Concilium del Vaticano II-
exhortaba a que la plena participación es la comunión eucarística en la que los
fieles se asocian al sacrificio de Cristo y que, si es posible, comulguen los
fieles de las hostias consagradas en la misma misa:
Toda
la celebración eucarística tiende a que los fieles, debidamente dispuestos en
su alma, tomen parte del sacrificio de Cristo recibiendo el Cuerpo y la Sangre
del Señor. Quienes comulgan participación plenamente, en el mayor grado que
existe, de la Misa.
Para
ello, se ha de comulgar estando en gracia, es decir, con conciencia clara de no
estar en pecado, con un discernimiento previo, un examen de conciencia. “A
pesar de nuestra debilidad y nuestro pecado, Cristo quiere habitar en nosotros.
Por eso, debemos hacer todo lo posible para recibirlo con un corazón puro,
recuperando sin cesar, mediante el sacramento del perdón, la pureza que el pecado
mancilló... De hecho, el pecado, sobre todo el pecado grave, se opone a la
acción de la gracia eucarística en nosotros. Por otra parte, los que no pueden
comulgar debido a su situación, de todos modos encontrarán en una comunión de
deseo y en la participación en la Eucaristía una fuerza y una eficacia
salvadora” (Benedicto XVI, Hom. para la clausura del Congreso Euc.
Internacional de Quebec, Roma, 22-junio-2008).
La
reducción secularista de la liturgia ha convertido la comunión eucarística en
un mero compartir fraterno, en la solidaridad común significada en el pan,
fomentando la comunión masiva de todos en base a la “fiesta común”,
oscureciendo la verdad de la fe sobre la Presencia de Cristo, y distribuyendo
la comunión precipitadamente en muchos casos, con poca unción, sacralidad y
adoración. “Se ha de poner atención para que esta afirmación correcta no induzca a un cierto automatismo entre
los fieles, como si por el solo hecho de encontrarse en la iglesia durante
la liturgia se tenga ya el derecho o quizás incluso el deber de acercarse a la
Mesa eucarística. Aun cuando no es posible acercarse a la Comunión sacramental,
la participación en la santa Misa sigue siendo necesaria, válida, significativa
y fructuosa. En estas circunstancias, es bueno cultivar el deseo de la plena
unión con Cristo, practicando, por ejemplo, la comunión espiritual” (Benedicto
XVI, Exh. Sacramentum caritatis, n. 55).
Ya
no se entiende ni se explica, en la reducción secularista, la comunión como la
mayor participación en el Sacrificio de Cristo, sino sólo se resalta la línea
horizontal, la (presunta) comida festiva de los hermanos: “La Eucaristía no es
sólo un banquete entre amigos. Es misterio de alianza” (Benedicto XVI, Hom. en
la clausura del Cong. Euc. Internacional de Quebec, Roma, 22-junio-2008).
Lo
que recibimos en la comunión es al mismo Cristo, a quien adoramos, y que quiere
entablar una relación de intimidad con cada uno, divinizándonos,
santificándonos, transformándonos en Él, su vida pasa a nosotros[1]:
“No se puede
"comer" al Resucitado, presente en la figura del pan, como un simple
pedazo de pan. Comer este pan es comulgar, es entrar en comunión con la persona
del Señor vivo. Esta comunión, este acto de "comer", es realmente un
encuentro entre dos personas, es dejarse penetrar por la vida de Aquel que es
el Señor, de Aquel que es mi Creador y Redentor.
La finalidad de esta comunión, de este comer, es la asimilación de mi vida a la suya, mi transformación y configuración con Aquel que es amor vivo. Por eso, esta comunión implica la adoración, implica la voluntad de seguir a Cristo, de seguir a Aquel que va delante de nosotros” (Benedicto XVI, Hom. en el Corpus Christi, 26-mayo-2005).
Esta
participación de los fieles en la Eucaristía santísima es del todo especial.
Requiere un acto de fe, esperanza y caridad; implica conciencia clara y
devoción; supone y expresa la adoración a Cristo realmente presente[2]. Por
eso no es indiferente el modo de
comulgar respetuoso y adorante y la forma misma, por parte de los ministros, de
distribuir la sagrada comunión. El respeto, la adoración, incluso la
solemnidad, deben acompañar este momento santo, alejando lo informar, lo
trivial, lo apresurado, propiciando que cada fiel vea la Hostia cuando se le
muestra, pueda responder “Amén” consciente de hacer una profesión de fe, y
comulgue orando y con cuidado.
El
Misal romano, en su Introducción general, nos introduce bien en el misterio de
la comunión eucarística, su sentido y su realización litúrgica. “Por la
fracción del pan y por la Comunión, los fieles, aunque sean muchos, reciben de
un único pan el Cuerpo, y de un único cáliz la Sangre del Señor, del mismo modo
como los Apóstoles lo recibieron de las manos del mismo Cristo” (IGMR 72). Los
fieles participarán plenamente si pueden comulgar, es decir, si pueden
acercarse al Sacramento debidamente dispuestos: “Puesto que la celebración
eucarística es el banquete pascual, conviene que, según el mandato del Señor,
su Cuerpo y su Sangre sean recibidos como alimento espiritual por los fieles
debidamente dispuestos” (IGMR 80).
La
comunión, en el rito romano, es preparada por diversos ritos:
-Padrenuestro
-Paz
-Fracción del
Pan consagrado y conmixtio
-Invitación a
la comunión con las palabras de humildad del centurión (“Señor, no soy digno…”)
En
la medida de lo posible, se visibiliza la participación en ese mismo Sacrificio
de Cristo si los fieles pueden comulgar
con el Pan consagrado en esa Misa: “Es muy de desear que los fieles, como
está obligado a hacerlo también el mismo sacerdote, reciban el Cuerpo del Señor
de las hostias consagradas en esa misma Misa, y en los casos previstos (cfr. n.
283), participen del cáliz, para que aún por los signos aparezca mejor que la
Comunión es una participación en el sacrificio que entonces mismo se está
celebrando” (IGMR 85).
Así
se distribuye la sagrada comunión:
“- Después el
sacerdote toma la patena o el copón y se acerca a quienes van a comulgar, los
cuales de ordinario, se acercan
procesionalmente.
-No está
permitido a los fieles tomar por sí mismos el pan consagrado ni el cáliz
sagrado, ni mucho menos pasarlo de mano en mano entre ellos.
-Los fieles
comulgan estando de rodillas o de pie,
según lo haya determinado la Conferencia de Obispos.
-Cuando
comulgan estando de pie, se recomienda que antes de recibir el Sacramento, hagan la debida reverencia, la cual
debe ser determinada por las mismas normas.
-Si la
Comunión se recibe sólo bajo la especie de pan, el sacerdote, teniendo la
Hostia un poco elevada, la muestra a cada uno, diciendo: El Cuerpo de Cristo.
-El que
comulga responde: Amén,
-y recibe el
Sacramento, en la boca, o donde haya sido concedido, en la mano, según su
deseo.
-Quien
comulga, inmediatamente recibe la
sagrada Hostia, la consume íntegramente” (IGMR 160-161).
“El Concilio
Vaticano II al recomendar especialmente que “la participación más perfecta es
aquella por la cual los fieles, después de la Comunión del sacerdote, reciben
el Cuerpo del Señor, consagrado en la misma Misa” exhorta a llevar a la
práctica otro deseo de los Padres del Tridentino, a saber, que para participar
más plenamente en la Eucaristía, “no se contenten los fieles presentes con
comulgar espiritualmente, sino que reciban sacramentalmente la comunión
eucarística”” (IGMR 13).
Los
fieles se ofrecen junto con Cristo al Padre. Reciben parte del Sacrificio de
Cristo Víctima al comulgar. Ahí reside el mayor y más excelente modo de plena
participación en la Misa. “Los fieles participan más plenamente de este
sacrificio de acción de gracias, de propiciación, de impetración y de alabanza,
cuando, conscientes de ofrecer al Padre, de todo corazón; juntamente con el
sacerdote, la sagrada Víctima y, en ella, a sí mismos, reciben la misma Víctima
en el Sacramento” (Instrucción Eucharisticum Mysterium, 3e).
[1] “Es bella y muy elocuente
la expresión «recibir la comunión» referida al acto de comer el Pan
eucarístico. Cuando realizamos este acto, entramos en comunión con la vida
misma de Jesús, en el dinamismo de esta vida que se dona a nosotros y por
nosotros. Desde Dios, a través de Jesús, hasta nosotros: se transmite una única
comunión en la santa Eucaristía" (Benedicto XVI, Hom. en el Corpus
Christi, 23-junio-2011).
[2] “La palabra latina para
adoración es ad-oratio, contacto boca a boca, beso, abrazo y, por tanto,
en resumen, amor. La sumisión se hace unión, porque aquel al cual nos sometemos
es Amor. Así la sumisión adquiere sentido, porque no nos impone cosas extrañas,
sino que nos libera desde lo más íntimo de nuestro ser” (Benedicto XVI, Hom.
Misa de clausura de la JMJ, Colonia, 21-agosto-2005).
El Catecismo nos dice sobre la comunión:
ResponderEliminar“Porque este pan y este vino han sido, según la expresión antigua "eucaristizados" /cf. San Justino, Apologia, 1, 65), "llamamos a este alimento Eucaristía y nadie puede tomar parte en él si no cree en la verdad de lo que se enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el perdón de los pecados y el nuevo nacimiento, y si no vive según los preceptos de Cristo" (San Justino, Apologia, 1, 66: CA 1, 180 [PG 6, 428]).
….
El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: "En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jn 6,53).
Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo" ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.
Santifica, Señor, a tus hermanos (de las preces de Laudes)