jueves, 10 de diciembre de 2020

Lo escatológico, lo presente, lo eucarístico



El grito de la Iglesia “Ven, Señor Jesús”, es un grito de esperanza y un trabajo constante de santificar el mundo, ordenándolo según Dios. 



Hemos de transformar la tierra en tierra nueva. Ya apuntaba la Instrucción Eucharisticum Mysterium: 


“Los fieles deben mantener en sus costumbres y en su vida lo que han recibido en la celebración eucarística por la fe y el Sacramento. Procurarán, pues, que su vida discurra con alegría en la fortaleza de este alimento del cielo, participando en la muerte y resurrección del Señor. Así, después de haber participado en la Misa, cada uno sea solícito en hacer  buenas obras, en agradar a Dios, en vivir rectamente, entregado a la Iglesia, lo que ha aprendido y progresando en el servicio de Dios, trabajando por impregnar al mundo del espíritu de cristiano y también constituyéndose en testigo de Cristo en todo momento en medio de la comunidad humana” (EM, 13).


Este sentido escatológico traído al presente que sostienen nuestros trabajos y alimenta nuestra esperanza cristiana, se hace bien visible en la Eucaristía de la asamblea dominical:


            "Si el domingo es el día de la fe, no es menos el día de la esperanza cristiana. En efecto, la participación en la cena del Señor es anticipación del banquete escatológico por las bodas del Cordero. Al celebrar el memorial de Cristo, que resucitó y ascendió al cielo, la comunidad cristiana está a la espera de la gloria venida de nuestro Salvador Jesucristo. Vivida y alimentada con este intenso ritmo semanal, la esperanza cristiana es fermento y luz de la esperanza humana misma. Por este motivo, en la oración “universal” se recuerdan no sólo las necesidades de la comunidad cristiana, sino las de toda la humanidad; la Iglesia, reunida para la celebración de la Eucaristía, atestigua así al mundo que hace suyos el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos. Finalmente la Iglesia –al comunicar con el ofrecimiento eucarístico dominical el tiempo de sus hijos, inmersos en el trabajo y los diversos cometidos de la vida, se esfuerzan en dar todos los días de la semana con el anuncio del Evangelio y la práctica de la caridad-, manifiesta de manera más evidente que es “como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1)” (Dies Domini, 38).


lunes, 7 de diciembre de 2020

Acción sagrada e inigualable (Sacralidad - V)



La grandeza de la liturgia consiste en que no es un “hacer” humano, a medida del hombre, algo que los hombres se diesen a sí mismos como una seña de identidad cristiana, o un modo de inculcar valores y recordar unos compromisos; no es un “hacer” humano, sino una actuación divina.

            Ya el Concilio Vaticano II recuerda que “la liturgia es una acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia” (SC 7), por lo que nadie puede ampararse en el Concilio Vaticano II para desacralizar la liturgia o secularizarla o banalizarla. En la liturgia, la Iglesia halla su fuente y su culmen.



            Lo más santo que posee la Iglesia es el sacramento de la Eucaristía, por ser actualización del sacrificio de Cristo, Memorial de su Pascua, presencia real y sustancial del mismo Señor. Es el Santísimo Sacramento, es la mayor acción sagrada de la Iglesia. Una clara conciencia de fe lleva a adorar el Sacramento y a dignificar, con amor, la celebración eucarística.

            El reconocimiento creyente de la santidad de este Sacramento conduce a cuidar y potenciar su sacralidad, ya que “el carácter de ‘sacrum’ de la Eucaristía, esto es, de acción santa y sagrada. Santa y sagrada, porque en ella está continuamente presente y actúa Cristo, el ‘Santo’ de Dios, ‘ungido por el Espíritu Santo’, ‘consagrado por el Padre’, para dar libremente y recobrar su vida, ‘Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza’. Es él, en efecto, quien representado por el sacerdote, hace su ingreso en el santuario y anuncia su evangelio. Es Él ‘el oferente y el ofrecido, el consagrante y el consagrado’. Acción santa y sagrada, porque es constitutiva de las especies sagradas, del ‘Sancta sanctis’, es decir, de las ‘cosas santas –Cristo el Santo- dadas a los santos’, como cantan todas las liturgias de Oriente en el momento en que se alza el pan eucarístico para invitar a los fieles a la Cena del Señor” (Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae, 8), a lo que habría que añadir también la liturgia hispano-mozárabe, tan oriental, que proclama ese “Sancta sanctis”.

sábado, 5 de diciembre de 2020

La Unidad de la Iglesia (S. Cipriano)

La unidad de la Iglesia es la obra cumbre de S. Cipriano. Su profundidad de pensamiento y, a la vez, su actualidad, hace que nos cuestionemos mucho nuestra eclesiología actual y nuestra forma de vivir la unidad de la Iglesia. 



Presenta Cipriano una serie de ideas claves, de gran interés y agudeza, para que vayamos sumergiéndonos en el Misterio de la Iglesia; en última instancia, vayamos introduciéndonos, contemplando y viviendo, el Misterio Pascual de Jesucristo.
  
Esta obra fue escrita por Cipriano respondiendo así a una serie de temas y circunstancias de su Iglesia africana. Los herejes que seguían a Novaciano estaban bautizados ya en esta secta herética. Al plantearse el problema sobre los herejes que quieren volver al seno de la Madre Iglesia, la cuestión es la siguiente: ¿es válido el bautismo recibido por estos herejes? 

Cipriano responde negativamente, porque confunde validez y licitud -será S. Agustín el que, dos siglos después, dará luz al tema bautismal-. Cipriano hacía rebautizar a estos conversos, en contra de la costumbre de la Iglesia romana, y esta práctica de Cipriano es confirmada por los obispos africanos en el Concilio de Cartago (255). 

En el 256 se convoca otro concilio, se trata el mismo tema y se llega a la misma conclusión que es comunicada al papa Esteban que se opuso, con un tono muy agresivo, y parece ser que amenazó a Cipriano con la excomunión. Fue un grave problema de conciencia para Cipriano: creer que tenía razón y que era justo lo que hacía y callar y obedecer para no romper la unidad con Roma; cumplió con el pensamiento que había expuesto en "La unidad de la Iglesia".

 Esta obra se escribe en el 251, al poco tiempo de haber sido elegido obispo de Cartago, tras la persecución de Decio (249-251). Este obligó a todos a sacrificar a los dioses. Muchos, entonces, abandonaron la Iglesia (lapsi) y otros, por temor, consiguieron certificados falsos como comprobantes de haber sacrificado (libellatici). Muchos quisieron volver a la Iglesia. Fue la primera vez que Cipriano tuvo que decidir sobre este tema de la unidad. Así surgió esta preciosa, deliciosa obra.

jueves, 3 de diciembre de 2020

El Credo - II (Respuestas - XIX)



3. Además de ser rezado en la Misa los domingos y solemnidades, el Credo aparece en la liturgia en otros momentos.

            a) Catecumenado y Bautismo

            En primer lugar, como ya apuntábamos y es obvio, en el catecumenado y en la liturgia del Gran Sacramento de la Iniciación cristiana.



            Los catecúmenos, ya “elegidos” para vivir los sacramentos, viven esa Cuaresma previa como un “tiempo de purificación e iluminación” con diversos ritos, entre ellos la entrega del Símbolo: “en el Símbolo, en el que se recuerdan las grandezas y maravillas de Dios para la salvación de los hombres, se inundan de fe y de gozo los ojos de los elegidos” (RICA 25). El Símbolo se les entrega a lo largo de la III semana de Cuaresma (cf. RICA 53) y lo devolverán, es decir, lo recitarán en los ritos previos que tienen lugar la mañana misma del Sábado Santo, preparándose para la Vigilia pascual (RICA 54).

            Así se desarrolla el rito de la entrega del Credo. El diácono los invita a acercarse: “Acérquense los elegidos, para recibir de la Iglesia el Símbolo de la fe”, y el celebrante se dirige a ellos diciéndole: “Queridos hermanos, escuchad las palabras de la fe, por la cual recibiréis la justificación. Las palabras son pocas, pero contienen grandes misterios. Recibidlas y guardadlas con sencillez de corazón” (RICA 186). Comienza a recitar el Credo y todos los fieles presentes se unen a continuación.

sábado, 28 de noviembre de 2020

La Iglesia santa a la que pertenezco (Palabras sobre la santidad - LXXXIX)



            Es un sano orgullo poder pertenecer a la Iglesia que es santa. Tan pequeños y pecadores como somos, sin embargo en el bautismo hemos sido incorporados a una Iglesia que es santa, que brilla en santidad, que es un pueblo de santos. A esa Iglesia santa hemos sido convocados, en esa Iglesia santa vivimos y crecemos, esa Iglesia santa es nuestra Madre.


            Hay que reconocer, con dolor, que en ella existe el pecado de sus hijos y mis propios pecados; la Iglesia santa incluye en su seno a los pecadores en camino de redención. Esto la afea, estropea la belleza de su santidad, pero ésa es, tristemente, nuestra única aportación en muchas ocasiones: nuestros propios pecados. La Iglesia santa alberga hijos pecadores. Sí, en la Iglesia hay pecadores y pecado: “La Iglesia, también después de Pentecostés, está compuesta por hombres. Los hombres de Iglesia no resplandecen siempre, ni todos, de luz divina. Incluso los más virtuosos, los que llamamos santos, tienen también sus defectos; muchos santos son náufragos salvados, con frecuencia dramáticamente o mediante aventurosas experiencias, y conducidos a la orilla de la salvación por misericordia divina; con lenguaje profano podríamos decir, por una feliz casualidad. Y además, no pocos de los que se profesan cristianos, no son auténticos cristianos; y los que son maestros y ministros de la Iglesia tienen muchas y largas páginas nada edificantes. La dificultad existe, grave y compleja” (Pablo VI, Audiencia general, 7-junio-1972).

            Esa es la realidad dramática de la Iglesia peregrina. Y sin embargo, nada quita a su santidad. Sigue siendo santa y así la confesamos: “Creo en la Iglesia… que es santa”.

martes, 24 de noviembre de 2020

La ordenación sacerdotal en la Traditio de Hipólito de Roma



El Ritual de Órdenes es uno de los elementos más peculiares e interesantes que podemos encontrar en esta gran obra. Nos revela la concepción eclesiológica y la organización jerárquica de la comunidad cristiana en el siglo III. Hipólito, al hablar de la ordenación de obispos, presbíteros y diáconos, tiene siempre presente que el elegido se agrega a un ordo, para ejercer, en comunión fraterna, el ministerio apostólico. 



Sólo los tres ministerios apostólicos -episcopal, presbiteral y diaconal- son un sacramento propio y definido, que se llama ordenación o consagración. El ritual más completo en la Traditio, es, sin duda, el episcopal, cima y culmen del sacerdocio.

 
El episcopado sólo puede ser conferido a alguien digno y probado en la virtud pastoral. Altamente significativo nos resulta el hecho de la elección por toda la Iglesia local de aquél que va a ser su pastor, como Hipólito describe[1]

Una vez convocada esta asamblea electiva, no meramente consultiva, se procederá a la ordenación. Ésta se realiza en el domingo, día eclesial por excelencia, para significar en su plenitud el misterio de la Iglesia que, a la luz de la Pascua, prolonga la presencia de Cristo en medio de su Iglesia por medio de la ordenación de un obispo y de la celebración eucarística.

En la ordenación intervienen obispos y presbíteros. Los obispos de diversas Iglesias locales circundantes, serán los que impongan las manos al ordenando y uno de ellos el que pronuncie la plegaria de ordenación. El presbiterio de la Iglesia local no impone las manos, puesto que el ordenando se agrega a un ordo distinto del presbiteral: solamente los obispos impondrán las manos para significar más plenamente la colegialidad del ministerios y la incorporación de un nuevo miembro al ordo episcopalium. 

Mientras se procede a la impositio manuum, el presbiterio permanecerá en su sitio, sin realizar ningún gesto consecratorio: praesbyterium adstet quiescens.

Tras la imposición de manos, la plegaria de ordenación pronunciada por uno sólo de los obispos presentes. Esta plegaria, según la eucología litúrgica, siempre está dirigida al Padre.
 

viernes, 20 de noviembre de 2020

Lo que Dios es



Dios es Padre: así nos lo ha revelado Jesús que nos ha manifestado la bondad de Dios y nos lo ha dado a conocer. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27). Jesús se sabe Hijo e Hijo único, en sentido propio y originalísimo, y esa paternidad de Dios que tantas veces aparece en el Evangelio (“Tú eres mi Hijo amado”) modifica el concepto y la idea que los hombres pudieran tener de Dios. 





Con la razón natural podemos llegar a una cierta inteligencia de Dios, de su esencia y majestad, pero jamás el hombre hubiese podido acceder al pleno conocimiento de Dios. Descubre a Dios según las categorías siempre limitadas de su inteligencia, y puede llegar a descubrirlo todopoderoso, sabio, infinito, incluso creador y hasta providente. Mas si Dios no hubiera manifestado lo que Él es, no lo hubiésemos descubierto nunca.

            Y resulta que Dios, el que Es, es Amor, y que es Trinidad de personas, Comunión de Amor personal, difusivo de Sí mismo, y por eso engendra, que no crea, a su Hijo único Jesucristo, y en su Hijo único quiere también hacer al hombre hijo suyo por el Bautismo, hijo adoptivo. Esta realidad queda muy precisada en la predicación de la Iglesia:

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Secularización hasta en la liturgia (Sacralidad - IV)



Pudiera parecer sorprendente que lo más santo y sagrado, con tanta carga de sacralidad, devoción y espiritualidad como es la liturgia, pudiera secularizarse, pero así ha ido sucediendo.

            El proceso de secularización ha sido tan persistente que ha penetrado por las ventanas de la Iglesia y ha alcanzado a la misma liturgia pervirtiéndola. Un grave mal que hoy se padece es la secularización interna de la Iglesia, y como la liturgia es epifanía de la Iglesia, su manifestación visible, una Iglesia secularizada se reflejará en su liturgia igualmente secularizada.




            Detengámonos en ver los rasgos e intenciones de esta secularización y comprenderemos mejor el alcance que tiene en la liturgia.

            1) La secularización detesta lo religioso y sus expresiones, y quiere en todo caso reducirlo a la conciencia privada de cada cual.

            2) La secularización, de la mano del relativismo, piensa que no existe la Verdad y por ello todo son opiniones igualmente válidas. Es la dictadura del relativismo que denunció Benedicto XVI.

            3) La secularización sustituye a Dios o por el hombre o por el progreso social o por los valores de moda (ecología, solidaridad, paz…)

            4) La secularización sólo respeta de la religión aquello que puede servir a su proyecto: las obras asistenciales y de caridad y la enseñanza que se acomoda a sus postulados de sólo valores, sólo lo “políticamente correcto”.

            5) La secularización ignora la trascendencia y lo superior, y quiere volcarlo todo en lo terreno, en lo temporal, en el aquí y ahora.

            La Iglesia misma, que no es ajena a la cultura del momento sino que recibe su influjo, ha padecido un largo proceso de “secularización interna”, apartándose de su Tradición, tomando una lectura exclusivamente social del Evangelio hasta convertir el cristianismo en una ideología por el cambio social. La secularización interna de la Iglesia adopta, acríticamente, el pensamiento del mundo y en lugar de evangelizarlo, se mimetiza con el mundo, se hace igual al mundo. Se ha vaciado la Iglesia de sí misma para convertirse en una asociación civil, o en una ONG, o algo semejante.

lunes, 16 de noviembre de 2020

Celebrando en la Comunión de los santos



Si cada Eucaristía es un resquicio del cielo, y la liturgia es el cielo en la tierra, estamos ante el Misterio del cielo y de la tierra, lo visible (lo que somos, hacemos, cantamos), y lo invisible (los ángeles, los santos, el cielo entero). 



Lo que se canta en las II Vísperas Llegó la boda del Cordero, su Esposa se ha embellecido, se realiza en lo invisible del Misterio. Ni estamos solos, ni la Eucaristía es nuestra (de la asamblea concreta que celebra o del sacerdote que preside). Recordemos Enar 85,1 de S. Agustín recogida en la IGLH: “Cristo ora en nosotros, ora por nosotros, es invocado por nosotros”.

Este Misterio precioso es la Comunión de los Santos, los vínculos de amor eternos entre todos los bautizados –diacrónica y sincrónicamente- los santos del cielo y los bautizados que ahora, aún peregrinos celebramos la Eucaristía. Lo confesamos en el Credo apostólico: “Creo en la comunión de los santos”. 

Acudamos primero al Magisterio, luego a la eucología y la liturgia misma.

            Señala y enseña el Catecismo (946-962) y así destaca:

            Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros... Es pues necesario creer [...] que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya que Él es la cabeza [...] Así, el bien de Cristo es comunicado [...] a todos los miembros, y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia. Como esta Iglesia está gobernada por un solo y un mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común. (CAT 947).

            La expresión “comunión de los santos” tiene, pues, dos significados estrechamente relacionados: “comunión de las cosas santas” y “comunión entre las personas santas” (CAT 948).


jueves, 12 de noviembre de 2020

La plegaria eucarística de la Traditio de Hipólito


Esta anáfora está compuesta dentro del ritual de la consagratio episcoporum de la Traditio.   

En primer lugar existe una instrucción, que dará lugar a la Liturgia de la Palabra, de forma más organizada; tras la instrucción de los doctores -a la que asisten los catecúmenos-[1], unas oraciones, esbozo de lo que va a constituirse en la Oración de los catecúmenos y, tras ella, la Oración de los fieles. 



Es en este momento cuando, si hay que administrar algún sacramento más, se celebra, como puede ser el sacramento del Orden[2] o los sacramentos de la iniciación cristiana[3]

Puede que existiera ya la costumbre del beso de paz antes de la presentación de ofrendas, aunque Hipólito no lo transmita; nos da pie a pensar en ello los dos besos de paz que Hipólito recoge con motivo tanto de la ordenación, como del bautismo. 

Tras esto, la presentación de dones (aceite, aceitunas, queso...) y la materia de la oblación eucarística, el pan y el vino. Tras esta presentación de los dones eucarísticos, la anáfora que Hipólito recompone en el c. 4. 

Después viene un momento importante de la celebración eucarística, a saber, la fractio panis[4]

Finalmente, la comunión, oraciones, y la despedida[5]

Ciertamente, faltan elementos importantes en este esquema, como, v.gr., la Oración Dominical o la estructuración de la Liturgia de la Palabra, pero también es verdad que Hipólito nunca se propuso describir en la Traditio el ordo missae.


martes, 10 de noviembre de 2020

Sentencias y pensamientos (XVIII)




18. El Señor Resucitado es espíritu vivificante, Espíritu que da vida, y comunica su Espíritu Santo que diviniza y da vida a lo nuestro tantas veces muerto. Principalmente en la liturgia el Señor otorga su Espíritu que nos hace crecer. Lo que se contiene en la liturgia son los misterios salvíficos que se comunican, de modo sacramental, y en general, en el conjunto de todas las acciones litúrgicas. Participar en la liturgia es dejarse transformar por la energía de Cristo.






19. En la plegaria personal recibimos lo que gratuita y libremente el Señor nos quiera comunicar, transformándonos en él, viviendo en Él, siendo injertados en Él. Se vive, por la liturgia y la plegaria, en unión íntima y amorosa con Él, y el Amado transforma a su semejanza para vivir en unidad de amor los que son diferentes por naturaleza.



20. Nuestra transformación en Cristo será posible si vivimos en íntima unión con Cristo, estrechando los lazos con Él, enamorándonos de Él, con una profunda vida interior. A mayor vida interior, mayor cristificación.



domingo, 8 de noviembre de 2020

El Credo - I (Respuestas - XVIII)



1. Los domingos y solemnidades, y en alguna ocasión más importante o especialmente significativa, después del silencio de la homilía (o si no hubiere homilía, tras el Evangelio), todos a una recitan el Credo, la profesión de fe, puestos en pie.

            Las rúbricas del Misal prescriben lo siguiente:


“El Símbolo o Profesión de Fe, se orienta a que todo el pueblo reunido responda a la Palabra de Dios anunciada en las lecturas de la Sagrada Escritura y explicada por la homilía. Y para que sea proclamado como regla de fe, mediante una fórmula aprobada para el uso litúrgico, que recuerde, confiese y manifieste los grandes misterios de la fe, antes de comenzar su celebración en la Eucaristía.
El Símbolo debe ser cantado o recitado por el sacerdote con el pueblo los domingos y en las solemnidades; puede también decirse en celebraciones especiales más solemnes.
Si se canta, lo inicia el sacerdote, o según las circunstancias, el cantor o los cantores, pero será cantado o por todos juntamente, o por el pueblo alternando con los cantores.
Si no se canta, será recitado por todos en conjunto o en dos coros que se alternan” (IGMR 67-68).

            Incluso el cuerpo se integra en la profesión de fe con el gesto de la inclinación: “El Símbolo se canta o se dice por el sacerdote juntamente con el pueblo (cfr. n 68) estando todos de pie. A las palabras: y por la obra del Espíritu Santo, etc., o que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, todos se inclinan profundamente; y en la solemnidades de la Anunciación y de Navidad del Señor, se arrodillan” (IGMR 137).

            Dos son las fórmulas que se pueden emplear: el Credo niceno-constantinopolitano, más desarrollado y preciso, o el Símbolo apostólico, breve y conciso, éste aconsejado especialmente para la Cuaresma y la Pascua (cf. Ordo Missae, 19). Únicamente éstos porque estas fórmulas son la fe de la Iglesia; ya pasó la moda desafortunada de sustituirlo por cualquier canto (“Creo en vos, arquitecto, ingeniero…”) o por la lectura de un manifiesto o compromiso o “fe” elaborada por alguien o por algún grupo de catequesis o de liturgia. Sólo esas dos fórmulas de profesión de fe se pueden emplear.

lunes, 2 de noviembre de 2020

Coram Deo, ¡ante Dios! (Sacralidad - III)



La liturgia se celebra para Dios, ante Dios, delante de Dios. La liturgia es el actuar de Dios en la Iglesia: sigue hablando-revelándose, sigue comunicando su gracia, sigue entregándose. A Él escuchamos en la liturgia, a Él nos dirigimos y oramos con las oraciones de la liturgia y el canto de los salmos, ante Él estamos en amor y adoración, a Él lo recibimos y acogemos.

            Así la liturgia será sagrada y bella cuando lejos de convertirla en un discurso moralista constante, o en una catequesis didáctica, o en una reunión festiva donde nos celebramos a nosotros mismos, reconocemos la presencia de Dios en la liturgia, el primado de Dios, y somos conscientes de que estamos ante Dios mismo. ¡Es obra de Dios la liturgia!



            Esta primacía de Dios en la liturgia se descubre si miramos bien a Dios en la liturgia en vez de mirarnos unos a otros. Sólo Dios puede ser el protagonista de la liturgia y por ello la liturgia se vuelve sagrada y bella, y se cuida:

            “En toda forma de esmero por la liturgia, el criterio determinante debe ser siempre la mirada puesta en Dios. Estamos en presencia de Dios; él nos habla y nosotros le hablamos a él. Cuando, en las reflexiones sobre la liturgia, nos preguntamos cómo hacerla atrayente, interesante y hermosa, ya vamos por mal camino. O la liturgia es obra de Dios, con Dios como sujeto específico, o no lo es. En este contexto os pido: celebrad la santa liturgia dirigiendo la mirada a Dios en la comunión de los santos, de la Iglesia viva de todos los lugares y de todos los tiempos, para que se transforme en expresión de la belleza y de la sublimidad del Dios amigo de los hombres” (Benedicto XVI, Disc. a los monjes de la abadía de Heiligenkreuz, 9-septiembre-2007).

viernes, 30 de octubre de 2020

Eucaristía, antídoto de inmortalidad



Comulgamos al mismo Cristo Resucitado que es prenda de eternidad, según las promesas de Cristo en el discurso del pan de vida (Jn 6). Recibimos al Resucitado para tener vida eterna y, llegada la resurrección de los muertos, nuestra propia resurrección corporal. 



Hablar de Eucaristía es hablar de vida y de resurrección, pero también de ese alimento de inmortalidad para nuestra propia resurrección corporal como confesamos en el Credo: “creo en la resurrección de la carne”. Cada Eucaristía nutre y prepara nuestra propia Pascua personal (tan bien expresada en el actual ritual de exequias).

            El prefacio II de la Santísima Eucaristía apunta hacia este sentido escatológico:

Nos reunimos en torno a la mesa
de este sacramento admirable,
para que la abundancia de tu gracia
nos lleve a poseer la vida celestial.

           
            Con rotundidad, el prefacio III de la Stma. Eucaristía canta la gloria de la Eucaristía como VIÁTICO y PRENDA de resurrección:

Has querido que tu Hijo...
nos precediera en el camino del retorno a ti,
término de toda esperanza humana.
En la Eucaristía, testamento de su amor,
Él se hace comida y bebida espiritual,
para alimentarnos en nuestro viaje
hacia la Pascua eterna.
Con esta prenda de la resurrección futura,
en la esperanza participamos ya
de la mesa gloriosa de tu reino.
 

miércoles, 28 de octubre de 2020

El bautismo en la Traditio Apostolica de Hipolito



Comienza la celebración del bautismo cuando el gallo cante, i.e., bien entrada la noche santa, bendiciendo el agua bautismal. Esta plegaria, desgraciadamente, no la recoge la Traditio. Con la oración sobre el agua, ésta adquiere fuerza de santidad[1], para que, al ser sumergido en ella, quede puro y limpio el neófito, y sea llenado de la gracia del Espíritu.



Del agua se afirma que ha de ser la que corre de la fuente o la que baja de lo alto, o, en caso de necesidad, aquella que se encuentre. No significa que se bautice en un río o similar, sino que el agua de la fuente bien puede referirse al baptisterio como fuente de agua corriente. Más propio sería denominarla como piscina, apta y suficiente en tamaño para un bautismo por inmersión.

Se prepara el aceite, a continuación, para dos unciones rituales. Estos dos aceites son puestos en sendos vasos. 

El primer aceite (de acción de gracias) es bendecido por el obispo con una plegaria, y se destinará a la primera unción post-bautismal. 

El segundo aceite será exorcizado por el obispo, siendo el aceite, denominado por la Traditio, del exorcismo. 

Una vez bendecidos los óleos santos, serán sostenidos por dos diáconos a derecha e izquierda del sacerdote. Éste, estando ya desnudos los neófitos, será testigo de la renuncia al mal hecha, individualmente por cada neófito, con la fórmula clásica: "yo renuncio a ti, Satán, y a toda tu pompa y a todas tus obras". Es de destacar en esta fórmula que está dirigida directamente a Satanás, sin usar el estilo indirecto que normalmente usa la liturgia en sus renuncias al Maligno. Realizada la renuncia, será ungido por el sacerdote con el óleo del exorcismo y, acompañado por un diácono, será bautizado.

martes, 13 de octubre de 2020

La santidad es el milagro (Palabras sobre la santidad - LXXXVIII)



            Cuanto más se ahonda en la santidad, en la teología de la santidad, y cuanto más se conocen las vidas concretas de los santos, se llega a una conclusión llena de estupor y admiración: la santidad es el milagro verdadero, el santo es un milagro en sí mismo. Más que los milagros que realizaron algunos en su vida terrena y de los milagros que obran ahora, ya glorificados, el verdadero milagro es el santo en sí mismo.


            ¿Cómo es posible que fueran santos? ¿Cómo es posible que en el barro y estiércol del mundo florecieran estas flores de delicado olor y vistoso colorido? ¿Cómo es posible que en medio de tempestades, persecuciones, clima antirreligioso, surgieran santos? ¿Cómo es posible que reinando el pecado y la muerte se alzasen en santidad llevados por la gracia? ¡Eso sí fue un milagro! Ése sigue siendo el gran milagro: que brote santidad en los terrenos más adversos y abruptos, que surjan santos en las épocas y momentos de mayor secularización y apostasía general. Cada santo es un auténtico milagro de Dios.

            El santo no se da importancia a sí mismo. Vive en el abandono confiado en Dios. “El milagro, adonde mirar fijamente, no sería otro que la santidad: la santidad del hombre que se da tan poca importancia en Dios, que para él sólo cuenta Dios. Quien sea o qué es él, no se le da” (Balthasar, El cristianismo es un don, Madrid 1973, 148).

domingo, 11 de octubre de 2020

Aleluya - y VI (Respuestas - XVII)



Aleluya es el cántico nuevo del hombre nuevo, del hombre redimido:

            “Es conveniente que tributemos a nuestro creador cuantas alabanzas podamos. Cuando alabamos al Señor, queridísimos hermanos, algún beneficio obtenemos mientras estamos en tensión hacia su amor. Hemos cantado el Aleluya. Aleluya es el cántico nuevo. Lo he cantado yo; lo habéis cantado también vosotros, los recién bautizados, los que acabáis de ser renovados por él” (S. Agustín, Serm. 255 A).



            Se canta, según la tradición, en Pascua, como atestigua san Agustín:

            “…El tiempo de aquel gozo que nadie nos arrebatará; su realidad aún no la poseemos en esta vida; pero, no obstante, una vez pasada la solemnidad de la pasión del Señor, la celebramos a partir del día de su resurrección durante otros cincuenta, en los que interrumpimos el ayuno y hace acto de presencia el Aleluya en las alabanzas al Señor” (Serm. 210,8).

            “Estos días que siguen a la pasión de nuestro Señor, y en los que cantamos el Aleluya a Dios, son para nosotros días de fiesta y alegría, y se prolongan hasta Pentecostés” (Serm. 228,1).

viernes, 9 de octubre de 2020

El catecumenado en la Traditio de Hipólito

Como ocurre en otros temas, la Traditio mantiene un puesto importante en la historia de la liturgia, ya que nos presenta el primer ritual prácticamente completo de la iniciación cristiana[1], al igual que nos presentará la primera anáfora, lucernarios y plegarias de ordenación.


 
El catecumenado era un camino exigente, con una duración aproximada de tres años[2], puesto que la Iglesia, como Madre, educaba seriamente a sus futuros hijos, presentándoles, con toda su crudeza y radicalidad el Evangelio de Jesucristo.

Hipólito presenta las exigencias de la Iglesia para sus catecúmenos[3]; exigencias difíciles que todos habían de cumplir antes de acceder a los sacramentos. Estas exigencias se referían a la vida social de cada uno o a su vida íntima; en algunos casos los diversos tipos de profesiones, en otros, su vida personal-matrimonial.

El primero de ellos era dejar de regentar casas de prostitución. Todos aquellos que dirigiesen los lupanares y estuviesen en el catecumenado deberían abandonar este "negocio". También deberían abandonar su oficio las prostitutas, los homosexuales o los hombres obsesos por el sexo (meretrix vel homo luxuriosus vel qui se abscidit). Siguiendo esta misma línea en moral sexual, se prohibe el tener varias mujeres (despidiendo a aquella que no sea la esposa oficial) o el vivir en estado de concubinato.

En cuanto a oficios, deberían abandonar sus profesiones todos aquellos que se relacionasen con los cultos paganos, rindiesen o no culto a los ídolos. Los escultores de ídolos, los fabricantes de amuletos o los guardianes de templos paganos, debían dejar tales menesteres. Igualmente debe abandonar el escultor de ídolos (y amuletos).

Los charlatanes, adivinos, magos, nigromantes, deben abandonar su oficio.

Otra situación que el catecumenado exigía abandonar es la de ser maestro. La enseñanza de aquel tiempo, que llevaban los pedagogos (maestros) a los niños de los nobles, se basaba, en gran parte, en las historias míticas y fábulas romanas, hablando de dioses y de peleas entre ellos, partiendo de los autores paganos...

La vida es del Señor y no se puede arriesgar por cualquier cosa, y, menos aún, se debe matar a otros: gladiadores, aurigas, etc...
  

miércoles, 7 de octubre de 2020

Eucaristía para el cielo (escatología)



No estamos solos celebrando la Misa, como si fuéramos un grupo, o una asociación en una reunión. En cada Eucaristía está el Cristo total, Cabeza y miembros, que diría S. Agustín, el cielo se une a la tierra en la liturgia, y “la liturgia es el cielo en la tierra” (Carta Orientale Lumen, 9). 


Estas verdades nos llenarán del santo temor de Dios y reverencia pues estamos ante el Santo de los Santos, anticipando el futuro pleno y, al mismo tiempo, en verdadera y plena Comunión de los Santos, con la creación, la Virgen María, los ángeles y los santos. Primero, el texto pontificio de la encíclica Ecclesia de Eucharistia:


            La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el gozo pleno prometido por Cristo; en cierto sentido, anticipación del Paraíso y “prenda de la gloria futura”. En la Eucaristía, todo expresa la confiada espera: “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”. Quien se alimenta de Cristo  en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad. En efecto, en la Eucaristía recibimos también  la garantía de la resurrección corporal al fin del mundo: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día (Jn 6,54). Esta garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo en estado glorioso del Resucitado. Con la Eucaristía se asimila, por decirlo así, el “secreto” de la resurrección. Por eso San Ignacio de Antioquía definía con acierto el Pan eucarístico “fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte” (Ef 20) (EE 18).

lunes, 5 de octubre de 2020

Jesús no abolió lo sagrado (Sacralidad - II)



Una mala teología, de influencia protestante liberal, insiste y repite que Cristo abolió lo sagrado y ya no hay diferencia ni distancia entre lo sagrado y lo profano. Por eso la liturgia cristiana debería despojarse de sacralidad, solemnidad y belleza, y se profana, simplista, convencional, más parecida a una reunión de amigos y colegas, sin un lenguaje litúrgico sino tomando las expresiones coloquiales de la vida cotidiana, los gestos de lo cotidiano, y cuanta menos diferencia exista, mejor.

            ¿Responde esto a la verdad de la fe? ¿La sacralidad de la liturgia es un invento humano y ya fue abolida por Jesucristo? ¿Lo sagrado de la liturgia es una barrera, un impedimento, un obstáculo? ¿Cuánto menos sagrada sea la liturgia y más informal y populista, es más fiel al deseo e intención de Cristo?



            Aporta mucha luz a esta cuestión la palabra de Benedicto XVI:

            Cristo “no ha abolido lo sagrado, sino que lo ha llevado a cumplimiento, inaugurando un nuevo culto, que sí es plenamente espiritual pero que, sin embargo, mientras estamos en camino en el tiempo, se sirve todavía de signos y ritos, que sólo desaparecerán al final, en la Jerusalén celestial, donde ya no habrá ningún templo. Gracias a Cristo, la sacralidad es más verdadera, más intensa, y, como sucede con los mandamientos, también más exigente. No basta la observancia ritual, sino que se requiere la purificación del corazón y la implicación de la vida” (Hom. en el Corpus Christi, 7-junio-2012).

            Esa plenitud del culto que el hombre puede tributar a Dios, llamada liturgia cristiana, posee una observancia ritual, unas normas y un modo de celebrar la liturgia, que, a un tiempo, es espiritual, orante, y que transforma la existencia cristiana, incide en la vida. La sacralidad de la liturgia está llena de genuina espiritualidad, santificando al hombre y convirtiendo su vivir diario en un culto en Espíritu y verdad (cf. Jn 4,23).

sábado, 3 de octubre de 2020

Idolatría... ¡¡y sin embargo un solo Dios!!



La profesión de fe afirma con claridad: “creo en un solo Dios”. En las Escrituras se repite una y otra vez que Dios es uno, que sólo Dios es Dios y los demás son ídolos, dioses falsos creados o imaginados por los hombres. La idolatría era un pecado abominable a los ojos de Israel. Habían experimentado que Dios es uno, grande y misericordioso, que se había elegido un pueblo -–srael- y se había dado a conocer revelándose a Abraham liberando a su pueblo de la esclavitud de Egipto y entregando su Ley santa a Moisés. “Yo soy el Señor y no hay otro” (Is 45). “Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo darás culto”. 



Los otros pueblos circundantes y todas las religiones tienen sus pequeños dioses que son una proyección del hombre y sus necesidades, pero que además son manipulables y no exigen la entrega fiducial del hombre. Un ídolo es algo creado a la medida del hombre, de sus miedos y temores, que le dan seguridad. El becerro de oro es paradigmático: a Dios no lo ven, Dios es mayor que su inteligencia, les pide entrega absoluta, fidelidad y obediencia; pero un ídolo en principio es más atractivo, más concreto, más tangible, da seguridad pero no parece que pida nada a cambio –sin embargo, va, lentamente, esclavizando-. El hombre prefiere la multitud de ídolos que lo hacen esclavo antes que el riesgo de la libertad y la fe confiada en Dios.

            “El Señor es uno” recitaba la profesión de fe de Israel, que forma que sólo Dios es Dios, el único Absoluto, y todo lo demás no puede ser absolutizado ni competir con Él: ni el poder ni el Estado ni el positivismo jurídico (las leyes crean lo que es moral y ético) ni ningún tipo de nacionalismo excluyente y totalitario; ni tampoco el dinero ni los bienes ni sistema económico alguno; ni la exaltación del eros, del instinto, de la emotividad, del subjetivismo ególatra. Cuando se absolutiza lo que es relativo, el hombre ha perdido su libertad, y eso es el paganismo y la construcción de un mundo lleno de ídolos donde Dios queda excluido, y que se vuelve contra el hombre.

miércoles, 30 de septiembre de 2020

¿Cómo se comulga en la mano?

La educación litúrgica requiere que, a veces, se recuerden cosas que se dan por sabidas.

La comunión en la mano está permitida para todo aquel que lo desee, a tenor de nuestra Conferencia episcopal, que lo solicitó a la Santa Sede.


¿Cómo se comulga en la mano? ¡Hemos de conocer las disposiciones de la Iglesia para quien desee comulgar así!, porque en muchísimas ocasiones se hace mal, de forma completamente irrespetuosa.

Debe cuidarse la dignidad de este gesto, sin que desdiga de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía como si fuese un mero trozo de pan que se recibe de cualquier forma: al aire, agarrando la Forma de cualquier manera,  o con una sola mano... Actitudes que desdicen de la adoración debida.


Debe cuidarse la dignidad de este gesto, sin que desdiga de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía como si fuese un mero trozo de pan que se recibe de cualquier forma:

“Sobre todo en esta forma de recibir la sagrada Comunión, se han de tener bien presentes algunas cosas que la misma experiencia aconseja. Cuando la Sagrada Especie se deposita en las manos del comulgante, tanto el ministro como el fiel pongan sumo cuidado y atención a las partículas que pueden desprenderse de las manos de los fieles, debe ir acompañada, necesariamente, de la oportuna instrucción o catequesis sobre la doctrina católica acerca de la presencia real y permanente de Jesucristo bajo las especies eucarísticas y del respeto debido al Sacramento”[1].

lunes, 28 de septiembre de 2020

Eucaristía, banquete sagrado



Este concepto  de "banquete" se ha prestado a determinadas ambigüedades, fruto de la teología protestante del XVI, hasta determinadas posturas de la teología occidental-liberal, donde el banquete sagrado se convierte  en simple “comida de fraternidad”, en compromiso por la solidaridad que más que Reino de Dios es un simple proyecto humano, secularista, algo más político que trascendente. 



Es un falso concepto de banquete, pues todos los signos litúrgicos se transforman en símbolos o se suprimen y se inventan otros para tomar conciencia de que el banquete eucarístico es la entrega de Jesús por los “pobres”, económicamente entendido este concepto. 

Se pierde lo sagrado del banquete pascual, banquete sagrado y santo, (con signos propios, cáliz y no cualquier vaso, manteles, flores, velas, incienso) por “algo sencillo”  que sea “comida” totalmente –o casi- privada de sentido trascendente. Es la reducción secularizante de la liturgia.

La encíclica Ecclesia de Eucharistia puntualiza muy bien el sentido de la Eucaristía como banquete pascual, sagrado, trascendente y señala y explica –en consonancia con toda la Tradición- qué es lo que recibimos:

            La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico  se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, derramada por muchos para perdón de los pecados (Mt 26,28). Recordemos sus palabras: Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí (Jn 6,57).Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente. La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento... (nº 16).