El
grito de la Iglesia
“Ven, Señor Jesús”, es un grito de esperanza y un trabajo constante de
santificar el mundo, ordenándolo según Dios.
Hemos de transformar la tierra en
tierra nueva. Ya apuntaba la Instrucción Eucharisticum
Mysterium:
“Los fieles deben mantener en sus costumbres y en su vida lo que han recibido en la celebración eucarística por la fe y el Sacramento. Procurarán, pues, que su vida discurra con alegría en la fortaleza de este alimento del cielo, participando en la muerte y resurrección del Señor. Así, después de haber participado en la Misa, cada uno sea solícito en hacer buenas obras, en agradar a Dios, en vivir rectamente, entregado a la Iglesia, lo que ha aprendido y progresando en el servicio de Dios, trabajando por impregnar al mundo del espíritu de cristiano y también constituyéndose en testigo de Cristo en todo momento en medio de la comunidad humana” (EM, 13).
Este sentido escatológico traído al
presente que sostienen nuestros trabajos y alimenta nuestra esperanza
cristiana, se hace bien visible en la Eucaristía de la asamblea dominical:
"Si el domingo es el día de la fe, no es menos el día de la esperanza cristiana. En efecto, la participación en la cena del Señor es anticipación del banquete escatológico por las bodas del Cordero. Al celebrar el memorial de Cristo, que resucitó y ascendió al cielo, la comunidad cristiana está a la espera de la gloria venida de nuestro Salvador Jesucristo. Vivida y alimentada con este intenso ritmo semanal, la esperanza cristiana es fermento y luz de la esperanza humana misma. Por este motivo, en la oración “universal” se recuerdan no sólo las necesidades de la comunidad cristiana, sino las de toda la humanidad; la Iglesia, reunida para la celebración de la Eucaristía, atestigua así al mundo que hace suyos el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos. Finalmente la Iglesia –al comunicar con el ofrecimiento eucarístico dominical el tiempo de sus hijos, inmersos en el trabajo y los diversos cometidos de la vida, se esfuerzan en dar todos los días de la semana con el anuncio del Evangelio y la práctica de la caridad-, manifiesta de manera más evidente que es “como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1)” (Dies Domini, 38).