sábado, 5 de diciembre de 2020

La Unidad de la Iglesia (S. Cipriano)

La unidad de la Iglesia es la obra cumbre de S. Cipriano. Su profundidad de pensamiento y, a la vez, su actualidad, hace que nos cuestionemos mucho nuestra eclesiología actual y nuestra forma de vivir la unidad de la Iglesia. 



Presenta Cipriano una serie de ideas claves, de gran interés y agudeza, para que vayamos sumergiéndonos en el Misterio de la Iglesia; en última instancia, vayamos introduciéndonos, contemplando y viviendo, el Misterio Pascual de Jesucristo.
  
Esta obra fue escrita por Cipriano respondiendo así a una serie de temas y circunstancias de su Iglesia africana. Los herejes que seguían a Novaciano estaban bautizados ya en esta secta herética. Al plantearse el problema sobre los herejes que quieren volver al seno de la Madre Iglesia, la cuestión es la siguiente: ¿es válido el bautismo recibido por estos herejes? 

Cipriano responde negativamente, porque confunde validez y licitud -será S. Agustín el que, dos siglos después, dará luz al tema bautismal-. Cipriano hacía rebautizar a estos conversos, en contra de la costumbre de la Iglesia romana, y esta práctica de Cipriano es confirmada por los obispos africanos en el Concilio de Cartago (255). 

En el 256 se convoca otro concilio, se trata el mismo tema y se llega a la misma conclusión que es comunicada al papa Esteban que se opuso, con un tono muy agresivo, y parece ser que amenazó a Cipriano con la excomunión. Fue un grave problema de conciencia para Cipriano: creer que tenía razón y que era justo lo que hacía y callar y obedecer para no romper la unidad con Roma; cumplió con el pensamiento que había expuesto en "La unidad de la Iglesia".

 Esta obra se escribe en el 251, al poco tiempo de haber sido elegido obispo de Cartago, tras la persecución de Decio (249-251). Este obligó a todos a sacrificar a los dioses. Muchos, entonces, abandonaron la Iglesia (lapsi) y otros, por temor, consiguieron certificados falsos como comprobantes de haber sacrificado (libellatici). Muchos quisieron volver a la Iglesia. Fue la primera vez que Cipriano tuvo que decidir sobre este tema de la unidad. Así surgió esta preciosa, deliciosa obra.

 
Por estos problemas disciplinares que surgen en tiempos de Cipriano, éste los eleva a una reflexión teológico-pastoral, superando la mera disciplina, para analizar y dar una respuesta al tema que late en el fondo: la unidad de la Iglesia.
  
 Es éste un punto muy común en los Padres de la Iglesia. Estos no se dedican a hacer una teología abstracta, "de laboratorio", sino que parte de la realidad, de los problemas concretos de una Iglesia local, haciendo oír sus voces de maestros de la fe. Son los primeros en hacer una teología elaborada, no de forma sistemática, al estilo de los posteriores escolásticos, sino a partir de los problemas y circunstancias reales para iluminar a su comunidad cristiana. Es una teología, ciertamente, vital, y es el estilo y trasfondo que nos vamos a encontrar en esta obra de Cipriano de Cartago.

El pensamiento de este Padre en este tema de la unidad "no está pasado de moda", no ha quedado como algo obsoleto y caduco, sino que leído hoy puede arrojar luz sobre esta cuestión y, asimismo, mucho de los planteamientos eclesiológicos de la Constitución Dogmática Lumen Gentium ponen de manifiesto la importancia del magisterio eclesial de Cipriano, y su actualidad en la praxis de la Iglesia. 

Así Lumen Gentium define a la Iglesia como "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (nº 4). No es el único texto en que esta Constitución se remite a S. Cipriano, p.e. en los números 2, 9, 21 ss, etc., especialmente para remarcar la naturaleza de la Iglesia y su "unidad salutífera" (LG 9), y referirse al ministerio episcopal y su colegialidad (LG 20 ss).


Por eso pretendemos destacar dos aspectos actuales del magisterio de Cipriano: la colegialidad episcopal y la unión, necesaria e imprescindible, del cristiano con la Iglesia, Madre de los creyentes.  Colegialidad episcopal resaltada e impulsada por LG; un colegio de obispos al igual que el colegio de los apóstoles. 

El cristiano viviendo en la Iglesia puede verdaderamente llamar a Dios "Padre" y ser salvado, porque fuera de la Iglesia no hay salvación ("Salus extra Ecclesiam non est" Epist. 73,21). 

Para muchos esta es la realidad de su vida, tal vez provocada por la secularización y el ambiente social; sin embargo Cipriano tiene una respuesta clara y contundente; su pensamiento tiene vigencia y colaboraría mucho a iluminar nuestra situación eclesial si lo escuchásemos.

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