Al servicio de Jesucristo, Verbo de Dios, hemos de poner todo cuanto somos y las capacidades de nuestra alma: inteligencia, voluntad y afectos. Todo al servicio del Verbo.
La buena voluntad no basta, porque se puede dejar llevar de iluminismos, o de la subjetividad, o de ideologías que sin analizarse a fondo, aparentan ser cercanas o impactantes. Con la buena voluntad no se vive.
La razón-inteligencia ha de cultivarse y ponerse también al servicio de la Palabra y así el estudio, la formación cultural, serán recursos indispensables pensando en el mundo con el que hemos de hablar y al que hemos de anunciar. Tengámoslo claro: la formación sólida es imprescindible, y no se puede suplir por la buena voluntad o por la piedad (mejor, por el pietismo).
Un discurso del papa Benedicto XVI a los seminaristas les orienta el camino que hay que recorrer; pero es claramente extensible tanto a los sacerdotes ya ordenados como a los laicos que tomen en serio su apostolado seglar. Decía el Santo Padre:
"La formación del sacerdote requiere integridad, plenitud, ejercicio ascético, constancia y fidelidad heroica en todos los aspectos que la constituye; en el fondo debe haber una sólida vida espiritual animada por una relación intensa con Dios a nivel personal y comunitario, con especial cuidado en las celebraciones litúrgicas y en la frecuencia de los sacramentos.