Nunca
se aferraron ni se ataron a nada como algo propio. Su corazón estaba tan por
completo en Dios, que fueron total y absolutamente libres en su corazón. Por
eso los santos nada querían ni nada buscaban sino que su voluntad estaba
completamente identificada con la voluntad de Dios. Eso los hizo libres.
Incluso
sus propias obras apostólicas, o sus fundaciones, no retuvieron su corazón ni
les quitó libertad alguna. Porque vieron sus obras no como algo suyo propio que
tuvieran que defender a rajatabla, sino como obra de Dios, y eso era más
importante que considerarla un producto de ellos que custodiar y legar a la
posteridad. Dios se encargaría si le era grato, Dios la sacaría adelante si era
su voluntad.
San
Ignacio declaraba que si el Papa suprimiera la Compañía de Jesús, le bastaría
un cuarto de hora para recobrarse y vivir en paz. ¿Acaso no amaba la Compañía y
las excelentes obras y misiones que la Compañía llevaba adelante? No
ciertamente. Pero no puso su corazón ni su vida en su obra, la Compañía, sino
en Dios. La Compañía la amaba en cuanto que era de Dios, pero si Dios permitía
su supresión, su corazón era libre y no se derrumbaría. No estimaba la Compañía
como algo suyo, aferrándose a ella como fin propio de su vida. Era más libre,
era libre en Dios.