viernes, 30 de junio de 2017

La paciencia (Tertuliano - VI)

En el capítulo VI, Tertuliano presenta cómo la paciencia es el crisol de la fe.

Sin duda, y lo habremos experimentado, la fe es puesta a prueba muchas veces, para acrisolarla, refinarla, purificarla de falsas adherencias y que busque a Dios sólo por Dios, sin otras mezclas ni egoísmos. Pero en estas pruebas, la paciencia sostiene a quien es probado. Por eso, la paciencia es el crisol de la fe.

Y así, "la paciencia engendra virtud probada" (Rm 5). Hemos de resistir todo "firmes en la fe", o sea, pacientes en la fe, ya que la caridad es paciente, lo soporta todo, lo aguanta todo.


"Capítulo 6: La paciencia, crisol de la fe
Tan excelente es la paciencia que no sólo sigue a la fe sino que aún la precede (Gn 15). En efecto, creyó Abraham a Dios, y Éste lo reputó por justo. Pero la paciencia probó su fe cuando le ordenó la inmolación de su hijo. Yo diría que no se probó su fe, sino que se lo destacó para modelo, porque bien conocía Dios a quien había aprobado por justo. Y no sólo escuchó pacientemente tan grave mandato, cuya realización hubiera desagradado al Señor, sino que lo hubiera ejecutado si Dios lo hubiese querido. ¡Con razón bienaventurado, porque fue fiel; con razón fiel, porque fue paciente! De este modo cuando la fe -gracias a una paciencia divina fue sembrada entre los pueblos por Cristo, descendiente de Abraham- colocó la gracia sobre la ley; para ampliar y cumplir la ley antepuso la paciencia como auxiliar, pues sólo ella era lo que faltaba a la enseñanza de la anterior justicia (Gál., III).

En efecto, antes se exigía "diente por diente y ojo por ojo", se daba mal por mal (Ex 31, 23-25 y Dt 19, 21), porque aún no había llegado a la tierra la paciencia, porque tampoco había llegado la fe. Entonces la impaciencia se gozaba de todas las oportunidades que le ofrecía la misma ley. Así acontecía antes que el Señor y Maestro de la paciencia, hubiese venido. 

miércoles, 28 de junio de 2017

El peligro de la clericalización de los laicos - fundamentos de la participación (IV)


            La correcta doctrina sobre el sacerdocio bautismal y el sacerdocio ministerial disipa rápido los equívocos que en la práctica se han cometido, creando una confusión en los órdenes, ministerios, servicios y acciones. Cada cual tiene su misión concreta fruto del sacramento recibido, el Bautismo, y difiere del ámbito y de las acciones propias del sacerdocio ordenado.



            Los fieles seglares, bautizados y ungidos por el Espíritu Santo, poseen una propia y específica misión en cuanto seglares en el mundo y participan del apostolado de la Iglesia en su modo laical de vivir. Es la configuración sacramental con Cristo la que les confiere su propio apostolado:

            “Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos en el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor. Son consagrados como sacerdocio real y gente santa (Cf. 1 Pe., 2,4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo. La caridad, que es como el alma de todo apostolado, se comunica y mantiene con los Sacramentos, sobre todo de la Eucaristía” (AA 3).

            Cuando se descubre y valora la gracia propia de los sacramentos de la Iniciación cristiana, se llega a comprender hasta qué punto el “carácter” que imprimen significa una configuración con Cristo y, por tanto, una participación del bautizado en Cristo sacerdote, profeta y rey, viviéndolo en el mundo, en las realidades temporales. El carácter es la gracia impresa en el alma:

            “En el momento del bautismo fuimos marcados por un "carácter", por un "sello", que estableció de modo definitivo nuestra pertenencia a Cristo, dándonos una personal consagración, principio del desarrollo de la vida divina en nosotros. Tal consagración funda el sacerdocio común de todos los cristianos, es decir, el sacerdocio universal de los fieles que tiende a manifestarse en los diversos gestos de la liturgia, de la oración y de la acción” (Juan Pablo II, Ángelus, 7-enero-1990).

lunes, 26 de junio de 2017

El sacerdocio...

Sólo unas palabras, que no por breves son superficiales, para ver, valorar, agradecer, el sacerdocio.



"Por la sagrada ordenación que recibisteis, y por los sacramentos que celebráis, estáis llamados a ser hombres de comunión. Así como el cristal no retiene la luz, sino que la refleja y la devuelve, de igual modo el sacerdote debe dejar transparentar lo que celebra y lo que recibe. Por tanto os animo a dejar trasparentar a Cristo en vuestra vida con una auténtica comunión con el obispo, con una bondad real hacia vuestros hermanos, una profunda solicitud por cada bautizado y una gran atención hacia cada persona. Dejándoos modelar por Cristo, no cambiéis jamás la belleza de vuestro ser sacerdotes por realidades efímeras, a veces malsanas, que la mentalidad contemporánea intenta imponer a todas las culturas. Os exhorto, queridos sacerdotes, a no subestimar la grandeza insondable de la gracia divina depositada en vosotros...

Sin la lógica de la santidad, el ministerio no es más que una simple función social. La calidad de vuestra vida futura depende de la calidad de vuestra relación personal con Dios en Jesucristo, de vuestros sacrificios, de la feliz integración de las exigencias de vuestra formación actual. Ante los retos de la existencia humana, el sacerdote de hoy como el de mañana – si quiere ser testigo creíble al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación – debe ser un hombre humilde y equilibrado, prudente y magnánimo". 

(Benedicto XVI,  Discurso a los sacerdotes, religiosos y laicos, Ouidah, Benín, 19-noviembre-2011).

sábado, 24 de junio de 2017

El primado de la gracia (Palabras sobre la santidad - XL)

Tal vez, llevados por un ingenuo optimismo y confianza en la bondad de la naturaleza humana, olvidando o relegando al silencio el pecado original y la concupiscencia, que han dejado herido al hombre, debilitado, se ha querido presentar el cristianismo y su expresión máxima, la santidad, como el esfuerzo interior de la persona que se compromete con Cristo, que le sigue, que toma conciencia de unos valores y que lucha.

Al final, olvidando la trama del tejido humano, tan compleja, parecería que la santidad se adquiere y se vive por un mero esfuerzo, un compromiso consciente, y uno se hace santo a sí mismo: la santidad sería un producto humano de hombres comprometidos, fuertes, esforzados. Luego Dios vendría, simplemente, a reconocer esa santidad que uno ha logrado sin necesitar para nada al Señor.

¿Pero esa visión es cristiana?

¿Es eso correcto, es así, es acaso cierto?


viernes, 23 de junio de 2017

Amando como Cristo nos amó (y II)




Para amar, caminar juntos

            El amor hace que se camine en unidad, juntos hacia una misma meta: la santidad. El amor hace que se camine juntos (en amistad, en fraternidad, en matrimonio) hacia una misma dirección. ¿Y cómo se va caminando juntos?

*         Sentirse uno seguro de sí mismo sin mirar al otro como a un rival o un oponente, sino como compañeros, mutua ayuda. El bien o el éxito del otro es una alegría sincera para el que ama. “Tened sentimientos de humildad unos con otros” (1P 5,1), y, “nada por rivalidad ni por vanagloria, sino todo con humildad... no buscando el propio interés” Flp 2,3ss).

*         El amor verdadero, como siempre está pendiente del otro para servirle, para ayudarle, al caminar juntos, quita las posibles piedras y evita tropiezos. Quiere que el otro haga el camino –la vida misma- lo más agradable y cómodamente posible. Se camina juntos -¡se es uno!- allanando los caminos. Al Señor se le preparan los caminos (“Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”, Mc 1,3), y al mismo tiempo se le sigue (“Sígueme”, Mc 2,14), sabiendo que Él camina junto a cada uno: “nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal 22). Es así como el Señor nos enseña a amar, compartiendo y caminando juntos.

*         El amor verdadero, caminando con el otro, irá respetando y reconociendo los carismas personales, los valores, apreciándolos y estimulando (el amor jamás ve al otro como un rival); “tened entre vosotros intenso amor, pues el amor cubre multitud de pecados... Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido (1P 4,8.10).
A medida que caminan juntos más se aman, más se ayudan, más se potencia lo bueno de la persona a la que se ama. El que ama hace que el otro “consiga ser mejor persona”. Y compartiendo esa complementariedad, el amor “se hace fuerte como la muerte” (Cant 8,6).

Para amar, saber hacerse presente

            Ilumina mucho una estrofa del Cántico espiritual de S. Juan de la Cruz:

            “mira que la dolencia
            de amor no se cura
            sino con la presencia y la figura”.

            El que ama “está presente”, se “hace presente” en la vida del otro. Los pequeños detalles lo permiten. ¿Cómo podríamos expresar ese “estar presente”?

miércoles, 21 de junio de 2017

Espiritualidad de la adoración (XXII)

Lejos de un intimismo conformista, o de un refugio acomodado, en el que adormecer la conciencia, la adoración eucarística tanto en la celebración como en el culto eucarístico fuera de la misa, despierta, impulsa y envía. Es un revulsivo que conmueve el dinamismo personal ante la Presencia misma del Señor, ya que para Él nada hay oculto. Desvelando nuestro interior, lo purifica y sanea, y una vez limpiado el interior, envía al mundo.

Cuando la adoración eucarística es sincera, reposada, sin atarnos a los libros de meditación o un recitar apresurado de fórmulas, sino sosegando el corazón para que mire a Cristo, inevitablemente su Presencia hace que aflore la conciencia y salgan a la luz, no sólo las debilidades, sino los ídolos a los que hemos inmolado ya sea la inteligencia, ya sea el afecto. La libertad la hemos atado, y sin embargo, Cristo nos ha hecho libres para vivir en libertad (cf. Gal 5,1).

Su Presencia en el Sacramento descubre la idolatría del corazón, rompe las cadenas, y con su gracia, se destruyen esos ídolos tan grandes pero con pies de barro. La libertad viene de Cristo y la adoración eucarística permite crecer en la libertad de los hijos de Dios.


martes, 20 de junio de 2017

Misterio de fe, la Eucaristía

La grandeza del Misterio de la Eucaristía, del Cuerpo y Sangre de Cristo, del sacrificio eucarístico, del banquete pascual del Señor, nos deben conducir una y otra vez a su adoración así como a una renovada comprensión del Misterio. En él está nuestra vida, de la Eucaristía vivimos.


                "Recemos para que las palabras pascuales de Cristo sean tan vivas y operantes en nuestras almas que las hagan partícipes de los misterios que encerró en ellas no sólo para que las recordásemos eternamente, sino para que de ellas derivase en  nosotros comunión.

                …Las palabras que Él pronunció son éstas: “Tomad y comed. Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía” (1Co 11,24-25). ¡Qué breves, qué densas, qué sencillas, qué profundas son estas palabras! Quisiéramos darnos cuenta enseguida de su sentido inmediato: son palabras que transforman, quisiéramos también darnos cuenta de su sentido intencional: son palabras de invitación a tomar parte en el banquete del Señor, para el cual Él ha preparado un alimento sorprendente, casi desconcertante: su Cuerpo, su Sangre; es decir, Él mismo. 

Pero ¿qué significa un banquete donde se ofrecen semejante alimento y semejante bebida y donde se realiza semejante presencia, sino la oblación de una víctima, de un sacrificio? 

Pero ¿cómo podemos hacernos idea, aunque sea simbólica, de una realidad tan inaudita? 

Amando como Cristo nos amó (I)



   
         En la escuela del Corazón de Cristo, aprendemos a amar. ¿Quién va a entender estas catequesis; quién querrá hacerlas suyas? Me remito a San Agustín que decía al predicar sobre el amor cristiano:

“Dame un corazón que ame y sentirá lo que digo... Dame un corazón que desee y tenga hambre; dame un corazón que se mire como desterrado, y que tenga sed, y que suspire por la fuente de la patria eterna; dame un corazón así, y éste se dará cuenta perfecta de lo que estoy diciendo; mas si hablo con un corazón helado [gélido, frío], este tal no comprenderá mi lenguaje” (In Io. Ev. 26,4).   

Escucha, aplica los sentidos de tu alma y vayamos juntos a la escuela del Corazón de Cristo, pues discípulos suyos somos, oyentes de sus enseñanzas, imitando el modelo que vemos en Él.

Para amar, descubrir la belleza del corazón del otro
           
-          El amor verdadero se fija en la persona misma y no en lo exterior. El amor genuino mira con los ojos del corazón y sabe descubrir la belleza interior de la persona que otros, a lo mejor, no ven ni saben barruntar. Y porque ama y ve lo bueno y verdadero del otro, lo valora y lo va sacando a la luz. El Señor “no se fija en las apariencias, sino que mira el corazón” (1S 16,7). El cristiano, amando y por amor, valorará “todo lo que es justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito” (Flp 4,8).

-          Cada persona, por su imagen y semejanza de Dios, tiene una infinita capacidad de amar, pero acomodada al ser y temperamento personal, porque cada persona es única. La paciencia, también en esto, significa respetar, reconocer y aceptar estas dificultades, hacer un rodaje juntos donde su pulen las aristas, aprendiendo de “la paciencia de Dios que es nuestra salvación” (2P 3,15); así el amor “espera sin límites, disculpa sin límites” (1Co 13,7) y aprende a “sobrellevarse unos a otros por amor” (cf. Col 3,13).

domingo, 18 de junio de 2017

¡La santidad! (un texto de Bernanos)

La gloria de la Iglesia es la santidad.

La gloria de la Iglesia se manifiesta en sus hijos santos, que son sus mejores hijos.


Rica en santos, la Iglesia se muestra como Madre santa y solícita que los conduce a Dios y le dispensa los medios de la gracia y la comunicación del Espíritu Santo.

¡Bendita Iglesia!

¡Qué santo orgullo, sencillo y humilde, de ver una Iglesia tan rica en santos! Así es nuestra familia espiritual. Así es este Cuerpo del que formamos parte.

"Nuestra Iglesia es la Iglesia de los santos.

Por ser santo, ¿qué obispo no daría su anillo, su mitra, su báculo pastoral, qué cardenal no daría su púrpura, qué pontífice no daría su vestido blanco, sus camareros, sus guardias suizos, todos sus bienes temporales? ¿Quién no querría tener la fuerza para correr esta admirable aventura?


viernes, 16 de junio de 2017

Plegaria: amor de Jesucristo (S. Juan de Ávila)

Las plegarias que los santos suelen dejar consignadas en sus escritos poseen un alto valor teológico, sin el tono melifluo, acaramelado de tantas oraciones piadosas. Están hechas de una pieza, demuestran solidez doctrinal y una pasión grande por el Señor. Orar con ellas, en cierto modo, es hacer "teología de rodillas" pues iluminan la inteligencia al tiempo que elevan el corazón.



El amor de Jesucristo en su Corazón por cada uno de nosotros es una elevación teológica que nos ofrece san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia, suficiente como para encender en nosotros el fuego del amor a Cristo pero también para considerar teológicamente las maravillas de la redención encerradas en el Corazón de Cristo y accesible a todos.

De esta forma, la espiritualidad del Corazón de Jesús es una espiritualidad que se centra en la Redención, en el amor, en la expiación solidaria y en la ternura hacia la Persona del mismo Cristo (sin resabios éticos, tan propios del moralismo).

Oremos guiados por la meditación de san Juan de Ávila.



            "Alabada sea, Señor, tu bondad, que, con la grande gana que tienes de darte, pides tan poco por ti.

   

miércoles, 14 de junio de 2017

La paciencia (Tertuliano - V)

La educación moral sobre la paciencia que leemos en Tertuliano (s. II-III) nos lleva hoy a analizar y conocer bien qué es la impaciencia y los males que acarrea.


Pensemos que la impaciencia es lo contrario al método divino. Lo queremos todo aquí y ahora, con nuestros propios métodos y medidas, en lugar de aguardar a los tiempos divinos y su pedagogía. Eva quiso "ser como Dios", pero en lugar de aguardar a la divinización ya en el plan de Dios, prefirió acortar camino, y "ser como Dios" ya, atravesando los límites del tiempo y del plan de Dios, para serlo ahora, al momento, enseguida.

La impaciencia engendra pecados.


"Capítulo 5: Origen y males de la impaciencia
Proseguiremos pues, en nuestra disertación ya que no es simple ocio, sino más bien de utilidad el que se traten argumentos fundamentales para la fe. La locuacidad, aun cuando sea vituperable casi siempre, no lo es si se entretiene con temas edificantes. Ahora bien, cuando se investiga sobre alguna cosa buena, el método exige que se estudie también lo que le es opuesto, porque de esta manera se verá más claro lo que deba seguirse y, por consiguiente, más preciso lo que deba evitarse. Tratemos ahora pues, de la impaciencia.

lunes, 12 de junio de 2017

Dignidad del sacerdocio común - fundamento de la participación (III)


            Una enseñanza completa y clara es la que nos ofrece san Pedro Crisólogo, mostrando la naturaleza, la dignidad y la función del sacerdocio bautismal; es la voz de la Tradición más genuina desplegando las riquezas de este sacerdocio común y orientando, con palabras de fe, para vivirlo y desarrollarlo:


            “Pero escuchemos ya lo que nos dice el Apóstol: Os exhorto –dice– a presentar vuestros cuerpos. Al rogar así el Apóstol eleva a todos los hombres a la dignidad del sacerdocio: a presentar vuestros cuerpos como hostia viva. 

            ¡Oh inaudita riqueza del sacerdocio cristiano: el hombre es, a la vez, sacerdote y víctima! El cristiano ya no tiene que buscar fuera de sí la ofrenda que debe inmolar a Dios: lleva consigo y en sí mismo lo que va a sacrificar a Dios. Tanto la víctima como el sacerdote permanecen intactos: la víctima sacrificada sigue viviendo, y el sacerdote que presenta el sacrificio no podría matar esta víctima. 

            Misterioso sacrificio en que el cuerpo es ofrecido sin inmolación del cuerpo, y la sangre se ofrece sin derramamiento de sangre. Os exhorto, por la misericordia de Dios –dice–, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva. 

            Este sacrificio, hermanos, es como una imagen del de Cristo que, permaneciendo vivo, inmoló su cuerpo por la vida del mundo: él hizo efectivamente de su cuerpo una hostia viva, porque a pesar de haber sido muerto, continúa viviendo. En un sacrificio como éste, la muerte tuvo su parte, pero la víctima permaneció viva; la muerte resultó castigada, la víctima, en cambio, no perdió la vida. Así también, para los mártires, la muerte fue un nacimiento: su fin, un principio, al ajusticiarlos encontraron la vida y, cuando, en la tierra, los hombres pensaban que habían muerto, empezaron a brillar resplandecientes en el cielo. 

sábado, 10 de junio de 2017

La vocación del teólogo

Valoremos qué hace un teólogo verdadero en el seno de la Iglesia, cuál es su misión, de qué modo realizarla y valoremos igualmente la importancia de una teología sana, honda, razonable, fruto del estudio, de la oración y de la vivencia del seguimiento de Cristo. 

Y es que la teología es necesaria en la Iglesia y ser teólogo es una vocación y misión pastoral que nadie se puede atribuir (y menos identificando teología con 'la frontera', la 'disidencia' o el falso profetismo que ataca a la Iglesia y al Magisterio).




"Entre las vocaciones suscitadas de ese modo por el Espíritu en la Iglesia se distingue la del teólogo, que tiene la función especial de lograr, en comunión con el Magisterio, una comprensión cada vez más profunda de la Palabra de Dios contenida en la Escritura, inspirada y transmitida por la Tradición viva de la Iglesia.

Por su propia naturaleza, la fe interpela a la inteligencia, porque descubre al hombre la verdad sobre su destino y el camino para alcanzarlo. Aunque la verdad revelada supere nuestro modo de hablar y nuestros conceptos sean imperfectos frente a su insondable grandeza (cf. Ef 3,19), sin embargo invita a nuestra razón -don de Dios otorgado para captar la verdad- a entrar en su luz, capacitándola así para comprender en cierta medida lo que ha creído. La ciencia teológica, que busca la inteligencia de la fe respondiendo a la invitación de la voz de la verdad, ayuda al Pueblo de Dios, según el mandamiento del Apóstol (cf. 1P 3, 15), a dar cuenta de su esperanza a quienes se lo piden.

El trabajo del teólogo responde así al dinamismo presente en la fe misma: por su propia naturaleza, la Verdad quiere comunicarse, porque el hombre ha sido creado para percibir la verdad y desea en lo más profundo de sí mismo conocerla para encontrarse en ella y descubrir allí su salvación (cf. 1Tm 2,4). Por esta razón, el Señor envió a sus Apóstoles, para convertir en "discípulos" a todos los pueblos y les prediquen (cf. Mt 28,19s). La teología que indaga la 'razón de la fe' y la ofrece como respuesta a quienes la buscan, constituye parte integral de la obediencia a este mandato, porque los hombres no pueden llegar a ser discípulos, si no se les presenta la verdad contenida en la palabra de la fe (cf. Rm 10,14s).

jueves, 8 de junio de 2017

La oración es... (Sentencias de León Bloy)

Una frase, una sola frase, puede a veces constituir todo una teología, una espiritualidad, y ser una síntesis de pensamiento cristiano. En este caso, una frase de los Diarios de León Bloy pueden permitirnos formarnos.


"Le explico todo esto a mi querida mujer, que se sentía desolada al haber rezado inútilmente por mí: la oración no es para obtener, sino para consolar a Dios" (II Macabeos 7,6)" (14-julio-1892).


Dios es partícipe del dolor de sus hijos. Ni es insensible ni está alejado.

En Getsemaní vamos al mismo Hijo de Dios, Jesús nuestro Señor, consumido por la angustia -¡tan humana!- ante la cruz y ante el rechazo de los hombres al amor de Dios. Pide compañía, pero no se la supieron dar. Estaban dormidos los apóstoles, les venció el sueño, y dejaron a Jesús solo.

sábado, 3 de junio de 2017

Revitalizar la parroquia (y III)

Revitalizar la parroquia sólo se hace si uno, si cada cual, si todos juntos, nos acercamos a beber en las fuentes de la salvación del Corazón de Cristo.

Convenzámonos: no hay fórmulas mágicas, ni programas pastorales caídos del cielo; no hay un único método o enfoque pastoral que todo lo renueve.





Más bien hay un proceso, que nos viene dado por el Señor, y mediante el cual estaremos insertados en Cristo, con una honda vida eucarística, una escucha constante y fiel de la Palabra divina (en la predicación, en catequesis, formación y círculos de estudio) así como la caridad de una vida santa, que ama la fraternidad y quiere a los hermanos que integran la parroquia, difundiéndose esa caridad a todos, especialmente pobres y enfermos.


La caridad real de una parroquia será un gran signo eucarístico. Pero de la caridad brotará la unidad entre todos. Es la integración de los muchos en la unidad del Cristo total, eliminando protagonismos, arrogancia, deseos de aparentar, soñar con ser imprescindible en la parroquia, etc.

La unidad permite que cada cual esté en la parroquia como en su propia casa y hogar, formando parte de una familia muy amplia y distinta: todos servidores y colaboradores, hermanos con carismas y funciones distintos. La rivalidad se queda en la puerta de la calle y jamás entra en la parroquia. La unidad lo enseñorea todo.



jueves, 1 de junio de 2017

Espiritualidad de la adoración (XXI)

Permanecer en adoración ante Cristo-eucaristía es algo cargado de consecuencias, situando de nuevo al orante ante el Misterio y ante sus propias decisiones y respuestas libres ante el Misterio. Ni es banal ni trivial ni devocionalismo la adoración eucarística, sino que ésta alcanza dimensiones grandes, capaces de tocar a la persona en su centro vital.


1) El hombre busca a Dios, lo necesita, lo reconoce, pero quien primero ha salido al encuentro del hombre ha sido Dios mismo. Sería imposible al hombre, criatura humana, llegar a reconocer todo lo que Dios es y abrazarlo en su Misterio. Si el alma busca a Dios, mucho más la busca Dios a ella, afirma taxativamente san Juan de la Cruz en Llama de amor viva (3,28).

No basta sólo el auxilio de la razón para encontrar a Dios, sino que es necesaria la fe que lo reconoce y se entrega a Él. Esta fe es la que nos permite escuchar a Cristo y sus palabras: "Esto es mi Cuerpo", permitiendo así que la Eucaristía sea la Presencia de Cristo, indudable, certera y amorosa.