Revitalizar la parroquia sólo se hace si uno, si cada cual, si todos juntos, nos acercamos a beber en las fuentes de la salvación del Corazón de Cristo.
Convenzámonos: no hay fórmulas mágicas, ni programas pastorales caídos del cielo; no hay un único método o enfoque pastoral que todo lo renueve.
Más bien hay un proceso, que nos viene dado por el Señor, y mediante el cual estaremos insertados en Cristo, con una honda vida eucarística, una escucha constante y fiel de la Palabra divina (en la predicación, en catequesis, formación y círculos de estudio) así como la caridad de una vida santa, que ama la fraternidad y quiere a los hermanos que integran la parroquia, difundiéndose esa caridad a todos, especialmente pobres y enfermos.
La caridad real de una parroquia será un gran signo eucarístico. Pero de la caridad brotará la unidad entre todos. Es la integración de los muchos en la unidad del Cristo total, eliminando protagonismos, arrogancia, deseos de aparentar, soñar con ser imprescindible en la parroquia, etc.
La unidad permite que cada cual esté en la parroquia como en su propia casa y hogar, formando parte de una familia muy amplia y distinta: todos servidores y colaboradores, hermanos con carismas y funciones distintos. La rivalidad se queda en la puerta de la calle y jamás entra en la parroquia. La unidad lo enseñorea todo.
"6. Vuestra espiritualidad se
centra en la unidad. Con vuestra vida y vuestro compromiso queréis contribuir a
la realización del Testamento de Jesús: “Para que todos sean uno. Como tú,
Padre, en mí y yo en ti, que sean también uno” (Jn 17,21). Con estas palabras
suyas el Señor Jesús nos ha sugerido –como ha dicho el Concilio Vaticano II-
“una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los
hijos de Dios en la verdad y en la caridad” (GS 24). Éste es el modelo último
de cada relación, de cada convivencia humana: ¡la Trinidad! De este supremo
modelo brotan innumerables implicaciones también para la parroquia. La luminosa
vocación de la comunidad eclesial es la de esforzarse por convertirse, en
cierto sentido, en un icono de la santísima Trinidad, “fundiendo juntas todas
las diferencias humanas” (AA 10) en la unidad entre ancianos y jóvenes, mujeres
y hombres, intelectuales y trabajadores, ricos y pobres.
Impregnadas del amor según este
modelo, vuestras parroquias podrán ejercer una acción eficaz sobre las almas
para acercarlas a Cristo.
7. Os deseo de corazón, queridos
hermanos y hermanas, que podáis proseguir en vuestro compromiso. Esforzándoos
por “asimilar fielmente la peculiar característica de vida espiritual” propia
de vuestro Movimiento y permaneciendo al mismo tiempo sólidamente unidos a
vuestros sacerdotes y vuestros obispos, podréis ser auténtica levadura en
vuestras parroquias; podréis ayudarlas a descubrir y desarrollar cada vez más
su vocación comunitaria. No os dejéis abatir por las dificultades. ¡Sed cemento
de unidad entre todos los componentes, grupos, movimientos y asociaciones de
vuestras comunidades!"
Discurso de Juan Pablo II a los participantes en el Congreso Internacional del “Movimiento parroquial”[1], Sábado, 3-mayo-1986.
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