viernes, 30 de junio de 2017

La paciencia (Tertuliano - VI)

En el capítulo VI, Tertuliano presenta cómo la paciencia es el crisol de la fe.

Sin duda, y lo habremos experimentado, la fe es puesta a prueba muchas veces, para acrisolarla, refinarla, purificarla de falsas adherencias y que busque a Dios sólo por Dios, sin otras mezclas ni egoísmos. Pero en estas pruebas, la paciencia sostiene a quien es probado. Por eso, la paciencia es el crisol de la fe.

Y así, "la paciencia engendra virtud probada" (Rm 5). Hemos de resistir todo "firmes en la fe", o sea, pacientes en la fe, ya que la caridad es paciente, lo soporta todo, lo aguanta todo.


"Capítulo 6: La paciencia, crisol de la fe
Tan excelente es la paciencia que no sólo sigue a la fe sino que aún la precede (Gn 15). En efecto, creyó Abraham a Dios, y Éste lo reputó por justo. Pero la paciencia probó su fe cuando le ordenó la inmolación de su hijo. Yo diría que no se probó su fe, sino que se lo destacó para modelo, porque bien conocía Dios a quien había aprobado por justo. Y no sólo escuchó pacientemente tan grave mandato, cuya realización hubiera desagradado al Señor, sino que lo hubiera ejecutado si Dios lo hubiese querido. ¡Con razón bienaventurado, porque fue fiel; con razón fiel, porque fue paciente! De este modo cuando la fe -gracias a una paciencia divina fue sembrada entre los pueblos por Cristo, descendiente de Abraham- colocó la gracia sobre la ley; para ampliar y cumplir la ley antepuso la paciencia como auxiliar, pues sólo ella era lo que faltaba a la enseñanza de la anterior justicia (Gál., III).

En efecto, antes se exigía "diente por diente y ojo por ojo", se daba mal por mal (Ex 31, 23-25 y Dt 19, 21), porque aún no había llegado a la tierra la paciencia, porque tampoco había llegado la fe. Entonces la impaciencia se gozaba de todas las oportunidades que le ofrecía la misma ley. Así acontecía antes que el Señor y Maestro de la paciencia, hubiese venido. 


Pero cuando hubo llegado, la paciencia unió la gracia a la fe; entonces ya no fue lícito herir ni siquiera con una palabra, ni tampoco tratar de fatuo sin correr el riesgo de ser juzgado. Vedada pues la ira, calmados los ánimos, dominado el atrevimiento de la mano, vaciado el veneno de la lengua, la ley consiguió mucho más que lo que perdía, conforme a las palabras de Cristo que dice: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen y orad por vuestros perseguidores para que podáis ser hijos del Padre Celestial" (Mt 5,44). ¡Observa qué padre nos consiguió la paciencia! Por este capital precepto queda sancionada la universal doctrina de la paciencia, pues ni siquiera se permite tratar mal a los mismos que lo merecen".

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