La grandeza del Misterio de la Eucaristía, del Cuerpo y Sangre de Cristo, del sacrificio eucarístico, del banquete pascual del Señor, nos deben conducir una y otra vez a su adoración así como a una renovada comprensión del Misterio. En él está nuestra vida, de la Eucaristía vivimos.
"Recemos para que las palabras
pascuales de Cristo sean tan vivas y operantes en nuestras almas que las hagan
partícipes de los misterios que encerró en ellas no sólo para que las
recordásemos eternamente, sino para que de ellas derivase en nosotros comunión.
…Las palabras que Él pronunció
son éstas: “Tomad y comed. Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros.
Haced esto en memoria mía” (1Co 11,24-25). ¡Qué breves, qué densas, qué
sencillas, qué profundas son estas palabras! Quisiéramos darnos cuenta
enseguida de su sentido inmediato: son palabras que transforman, quisiéramos
también darnos cuenta de su sentido intencional: son palabras de invitación a
tomar parte en el banquete del Señor, para el cual Él ha preparado un alimento
sorprendente, casi desconcertante: su Cuerpo, su Sangre; es decir, Él mismo.
Pero ¿qué significa un banquete donde se ofrecen semejante alimento y semejante
bebida y donde se realiza semejante presencia, sino la oblación de una víctima,
de un sacrificio?
Pero ¿cómo podemos hacernos idea, aunque sea simbólica, de
una realidad tan inaudita?
Hermanos, hijos, fieles y
hombres todos, estamos entrando en una crisis. Ya no comprendemos sólo con
nuestra razón. ¡Quisiéramos comprender! Pero el mensaje de Cristo, tan límpido
y llano, cuando uno lo piensa se le hace duro. Durus est hic sermo, “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle
caso?” (Jn 6,60). Entonces se produce una rebelión en el espíritu humano, y
algunos se alejan sacudiendo la cabeza, celosos de preservar su respetable pero
pequeña dignidad, su preciosa pero modesta racionalidad. Pero al salir del
Cenáculo, al apartarse del banquete del sacrificio eucarístico, uno no se da
cuenta –se dará cuenta más tarde- de que camina de noche. Está más oscuro fuera
que dentro. Erat autem nox, “era de
noche” (Jn 13,30).
…Así el misterio –en el sentido
de oscuridad que quisiéramos disipar- permanece y se hace más denso, y el
misterio –en el sentido de la realidad divina presente y escondida- se disipa.
Y se disipa y se desvanece al mismo tiempo la palabra de Cristo. Su palabra
divina, su palabra omnipotente, su palabra amiga nos pide una sola ofrenda, un
esfuerzo de nuestra inteligencia, no humillado sino dócil, de una inteligencia
vigilante y amorosa; nos pide la fe. Quien cree en la palabra de Cristo alcanza
la realidad de Cristo. Quien acepta la verdad asegura su propia salvación. La
crisis que decíamos sólo se resuelve con un sincero e inteligente acto de fe.
Y
nosotros estamos invitados a emitir este acto decisivo ante el mysterium fidei
por excelencia, a renovar nuestro acto de fe. Ese acto de fe que deja entrar en
nuestras almas, como por una ventana abierta,
la luz de la palabra de Cristo;
que nos da, como premisas de su presencia real y sacramental, su presencia
intelectual y espiritual. Este acto de fe que reúne nuestras facultades regias
de conocimiento y voluntad, nuestros sentimientos y sus expresiones –en una
palabra, nuestra personalidad- para ofrecerla como homenaje a Aquel que es el
Maestro, el Señor, el Salvador. Este acto de fe que transforma nuestro
pensamiento y nuestro corazón de hombres de este siglo –rebeldes y sin
prejuicios pero siempre marcados por los siglos anteriores- para hacerlos
solidarios y coherentes con la historia del cristianismo, de la tradición que
nos une a los santos, a los maestros y a los hijos del pueblo de Dios que nos
han precedido y que esperan, en el sueño de la paz, en virtud del pan de la
inmortalidad del que se alimentaron, el despertar de la eternidad. Este acto de
fe que nos distingue ciertamente de esos hermanos que aún no saben pronunciarlos
con nosotros, pero que nos hace también enamorarnos de Cristo vivo y verdadero,
que llevamos en nosotros, deseosos y solícitos de compartir con ellos tanta
suerte, tanta paz, tanta felicidad”
(Pablo VI, Hom., Jueves Santo,
15-abril-1965).
"su Cuerpo, su Sangre... Él mismo.
ResponderEliminar¡Es impresionante!
Que nunca, Señor, quedemos confundidos,los que en ti ponemos nuestra fe y nuestra esperanza (de las Preces de Laudes).