martes, 20 de junio de 2017

Misterio de fe, la Eucaristía

La grandeza del Misterio de la Eucaristía, del Cuerpo y Sangre de Cristo, del sacrificio eucarístico, del banquete pascual del Señor, nos deben conducir una y otra vez a su adoración así como a una renovada comprensión del Misterio. En él está nuestra vida, de la Eucaristía vivimos.


                "Recemos para que las palabras pascuales de Cristo sean tan vivas y operantes en nuestras almas que las hagan partícipes de los misterios que encerró en ellas no sólo para que las recordásemos eternamente, sino para que de ellas derivase en  nosotros comunión.

                …Las palabras que Él pronunció son éstas: “Tomad y comed. Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía” (1Co 11,24-25). ¡Qué breves, qué densas, qué sencillas, qué profundas son estas palabras! Quisiéramos darnos cuenta enseguida de su sentido inmediato: son palabras que transforman, quisiéramos también darnos cuenta de su sentido intencional: son palabras de invitación a tomar parte en el banquete del Señor, para el cual Él ha preparado un alimento sorprendente, casi desconcertante: su Cuerpo, su Sangre; es decir, Él mismo. 

Pero ¿qué significa un banquete donde se ofrecen semejante alimento y semejante bebida y donde se realiza semejante presencia, sino la oblación de una víctima, de un sacrificio? 

Pero ¿cómo podemos hacernos idea, aunque sea simbólica, de una realidad tan inaudita? 

El Señor parece respondernos: mirad las apariencias sensibles, las especies sacramentales de las que revisto los nuevos misterios que presento ante vuestros ojos; y mediante estas apariencias, pan y vino, elevadas a valor de signo, intentad, intentad entender algo, procurad saber mucho, adorar mucho, creer mucho y amar mucho.

               Hermanos, hijos, fieles y hombres todos, estamos entrando en una crisis. Ya no comprendemos sólo con nuestra razón. ¡Quisiéramos comprender! Pero el mensaje de Cristo, tan límpido y llano, cuando uno lo piensa se le hace duro. Durus est hic sermo, “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?” (Jn 6,60). Entonces se produce una rebelión en el espíritu humano, y algunos se alejan sacudiendo la cabeza, celosos de preservar su respetable pero pequeña dignidad, su preciosa pero modesta racionalidad. Pero al salir del Cenáculo, al apartarse del banquete del sacrificio eucarístico, uno no se da cuenta –se dará cuenta más tarde- de que camina de noche. Está más oscuro fuera que dentro. Erat autem nox, “era de noche” (Jn 13,30).

               …Así el misterio –en el sentido de oscuridad que quisiéramos disipar- permanece y se hace más denso, y el misterio –en el sentido de la realidad divina presente y escondida- se disipa. Y se disipa y se desvanece al mismo tiempo la palabra de Cristo. Su palabra divina, su palabra omnipotente, su palabra amiga nos pide una sola ofrenda, un esfuerzo de nuestra inteligencia, no humillado sino dócil, de una inteligencia vigilante y amorosa; nos pide la fe. Quien cree en la palabra de Cristo alcanza la realidad de Cristo. Quien acepta la verdad asegura su propia salvación. La crisis que decíamos sólo se resuelve con un sincero e inteligente acto de fe.
 
                Y nosotros estamos invitados a emitir este acto decisivo ante el mysterium fidei por excelencia, a renovar nuestro acto de fe. Ese acto de fe que deja entrar en nuestras almas, como por una ventana abierta, 
la luz de la palabra de Cristo; que nos da, como premisas de su presencia real y sacramental, su presencia intelectual y espiritual. Este acto de fe que reúne nuestras facultades regias de conocimiento y voluntad, nuestros sentimientos y sus expresiones –en una palabra, nuestra personalidad- para ofrecerla como homenaje a Aquel que es el Maestro, el Señor, el Salvador. Este acto de fe que transforma nuestro pensamiento y nuestro corazón de hombres de este siglo –rebeldes y sin prejuicios pero siempre marcados por los siglos anteriores- para hacerlos solidarios y coherentes con la historia del cristianismo, de la tradición que nos une a los santos, a los maestros y a los hijos del pueblo de Dios que nos han precedido y que esperan, en el sueño de la paz, en virtud del pan de la inmortalidad del que se alimentaron, el despertar de la eternidad. Este acto de fe que nos distingue ciertamente de esos hermanos que aún no saben pronunciarlos con nosotros, pero que nos hace también enamorarnos de Cristo vivo y verdadero, que llevamos en nosotros, deseosos y solícitos de compartir con ellos tanta suerte, tanta paz, tanta felicidad” 

(Pablo VI, Hom., Jueves Santo, 15-abril-1965).

1 comentario:

  1. "su Cuerpo, su Sangre... Él mismo.

    ¡Es impresionante!

    Que nunca, Señor, quedemos confundidos,los que en ti ponemos nuestra fe y nuestra esperanza (de las Preces de Laudes).

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