Para amar, caminar juntos
El amor hace que se camine en
unidad, juntos hacia una misma meta: la santidad. El amor hace que se camine
juntos (en amistad, en fraternidad, en matrimonio) hacia una misma dirección.
¿Y cómo se va caminando juntos?
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Sentirse uno seguro de sí mismo sin mirar
al otro como a un rival o
un oponente, sino como compañeros, mutua ayuda. El bien o el éxito del otro es
una alegría sincera para el que ama. “Tened
sentimientos de humildad unos con otros” (1P 5,1), y, “nada
por rivalidad ni por vanagloria, sino todo con humildad... no buscando el
propio interés” Flp 2,3ss).
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El
amor verdadero, como siempre está pendiente del otro para servirle, para
ayudarle, al caminar juntos, quita las posibles piedras y evita tropiezos.
Quiere que el otro haga el camino –la vida misma- lo más agradable y
cómodamente posible. Se camina juntos -¡se es uno!- allanando los caminos. Al
Señor se le preparan los caminos (“Preparad
el camino del Señor, allanad sus senderos”, Mc 1,3), y al mismo tiempo se le sigue (“Sígueme”, Mc
2,14), sabiendo que Él camina
junto a cada uno: “nada temo, porque tú
vas conmigo” (Sal 22).
Es así como el Señor nos enseña a amar, compartiendo y caminando juntos.
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El
amor verdadero, caminando con el otro, irá
respetando y reconociendo los carismas personales, los valores, apreciándolos y
estimulando (el amor jamás ve al otro como un rival); “tened entre vosotros intenso amor, pues el amor cubre multitud de
pecados... Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha
recibido”
(1P 4,8.10).
A medida que caminan juntos más se aman,
más se ayudan, más se potencia lo bueno de la persona a la que se ama. El que
ama hace que el otro “consiga ser mejor persona”. Y compartiendo esa
complementariedad, el amor “se hace fuerte
como la muerte” (Cant 8,6).
Para amar, saber hacerse
presente
Ilumina mucho una estrofa del
Cántico espiritual de S. Juan de la
Cruz:
“mira que la dolencia
de amor no se cura
sino con la presencia y la figura”.
El que ama “está presente”, se “hace
presente” en la vida del otro. Los pequeños detalles lo permiten. ¿Cómo
podríamos expresar ese “estar presente”?
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Es dar
espacio y tiempo al otro para que se exprese. Darle todo el tiempo del mundo sin mostrar prisas inoportunas.
Hacerle sentir que ese momento es lo más precioso del mundo; estar
pacientemente como si nada ni nadie más existieran. Cristo dedica una tarde
entera a Juan y Andrés (Jn 1,26-39) o una noche a Nicodemo (Jn 3), ni le importa dedicar un día a convivir
con sus discípulos para que le cuenten sus experiencias apostólicas cuando
salieron de dos en dos (Mc 6,30-32; Lc 9,10; 10,17-21).
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Es
escuchar (¡saber escuchar!) y acoger con amor la interioridad del otro, sus
sentimientos o sus problemas.
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Estar
presente es un movimiento del amor, de mutua y recíproca entrega personal,
hasta poderse decir: “estoy contigo”, y el otro lo pueda realmente sentir:
“estás conmigo”; incluso en la distancia, “se están presentes”, “estoy
contigo”. ¿No es lo que hace Cristo glorioso: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt
28,20), en su Ascensión? “El
alma vive más donde ama que donde anima” (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual,
11,10).
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Por la
experiencia de estar presente, se da una plena,
absoluta confianza. Uno confía plenamente en el otro, no duda, ni
desconfía... porque ese estar presente es transparencia
del uno con el otro; no hay zonas reservadas, parcelas que no se comunican:
plena libertad y transparencia, en el matrimonio, en la familia, en la amistad
sincera, en la dirección espiritual.
Finalmente, para aprender a
amar, hay que saber comunicarse
Comunicación no son simples conversaciones,
preguntas y respuestas (tantas veces encubierta de curiosidad malsana, sin
mortificar). Es poner el corazón y descubrirlo sin temor; es en cierto modo,
revelar lo interior en COMUNIÓN. Es, por tanto, algo entrañable y personal,
porque es entregar algo sustancialmente mío, que forma parte esencial de mi ser
y que no voy mostrando por ahí; pero esas zonas reservadas no tienen puertas ni
trampas con aquellos a los que se ama. El egoísta, sintiéndose indefenso jamás
lo hará. Sólo quien ama y se sabe amado
puede comunicarse, con la seguridad de la discreción y la absoluta reserva.
“El hombre perverso provoca querellas; el
delator dispersa a los amigos” (Prov 16,28). La discreción, la prudencia, el saber
callar es condición del amor auténtico, de la comunicación genuina, y no la
charlatanería, o el chismorreo, o la incontinencia verbal de quien no sabe
callar nada por imprudente.
La
Escritura
quiere preservar la comunicación. Diversas sentencias de las Escrituras lo
muestran con firmeza:
“El
que retiene sus palabras es hombre entendido, el de ánimo reservado es inteligente” (Prov 17,27).
“El
que odia la verborrea escapará al mal. No repitas nunca lo que se dice, y en
nada sufrirás menoscabo. Ni a amigo ni a enemigo cuentes nada, a menos que sea
pecado para ti, no lo descubras... ¿Has oído algo? ¡Quede muerto en ti! ¡Calma,
no reventarás!” (Eclo
19,6-10).
Saber amar requiere un aprendizaje y un
proceso; el Corazón de Cristo es el lugar formativo-afectivo del hombre. Él es
todo amor, donación, entrega “hasta la
muerte y muerte de cruz”. Su Palabra, las Escrituras santas, son latidos de
su Corazón que nos enseñan a amar, como hemos ido recibiendo en este quinario.
Supliquemos, pues, con los textos de la liturgia, suplicando que “encienda en
nosotros el fuego de la caridad que nos mueva a unirnos más a Cristo y a
reconocerle presente en los hermanos” (OP, Misa para pedir la
caridad). “Infúndenos las
virtudes del Corazón de tu Hijo e inflámanos con sus mismos sentimientos” (OC
Misa votiva Sdo. Corazón),
pidiendo “la gracia de parecernos a Cristo en la tierra” (OP
Misa votiva).
¡Jesús, manso y
humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo! Amén.
Es difícil amar como Él nos amó. Necesitamos pedírselo, suplicárselo.
ResponderEliminarRezo con vd y con todos los lectores: ¡Jesús, manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo1 Amén.