El culto para la vida nace de la liturgia como de su fuente. Es en la liturgia donde la Iglesia encuentra su razón de ser y como un movimiento de sístole-diástole, bombea vida, impulsando a todos los miembros del Cuerpo a un servicio santo en el mundo.
La participación interior en la liturgia dispone y orienta para una vida santa; no es un refugio afectivo, cálido, del que guarecerse, sino la casa común donde aprovisionarse para un largo camino que viene después.
De ahí se sigue que se participa bien, interiormente en la liturgia, el corazón del fiel va poco a poco cambiando, recibiendo una configuración distinta, orientándonos para el ejercicio de nuestra santificación en la vida, en las obras santas. Poco servirá ese concepto secularista de "participar" entendiéndolo como "intervenir" en la liturgia, reduciendo y estrechándolo todo a una liturgia movida, activista, como si eso constituyese el todo.
En la liturgia, recibimos una "educación para la vida", pero no por el verbalismo de muchas palabras moralizantes, sino por la fuerza misma de la liturgia cuando se entrega el corazón a la acción de Dios. La liturgia nos conduce, transformándonos, a una vida santa:
a) modelada según la liturgia
b) unión profunda con Cristo
c) somos presencia de Cristo
d) "pneumatóforos" con una vida teologal
e) hacer la voluntad del Padre.
Un último rasgo será cómo la liturgia nos configura -al participar internamente, conscientemente en ella- para estar en el mundo sin ser del mundo, es decir, nos sitúa de un modo nuevo ante el mundo.