lunes, 3 de abril de 2017

El ayuno es lo propio de la Cuaresma (textos)

Si nos preguntaran qué caracteriza la Cuaresma cristiana, probablemente enumeraríamos una serie de elementos devocionales, pero se nos olvidaría el ayuno porque, con la actual disciplina del rito romano en el Código de Derecho, sólo es día de ayuno el miércoles de Ceniza y el Viernes santo, y la abstinencia de carne, además de dichos días, se extiende a todos los viernes de Cuaresma.


Pero lo característico de la Cuaresma cristiana es, fundamentalmente, de manera destacada, el ayuno cristiano, que es purificación, que es deseo, que es penitencia. 

Los días cuaresmales reproducían el desierto, la experiencia misma del desierto, que vivió el pueblo de Israel, que vivieron los santos y profetas del Antiguo Testamento, que vivió san Juan Bautista, que experimentó el mismo Jesucristo cuarenta días con sus noches sin probar alimento. Allí, en el desierto, privado de alimento, en total ayuno, se encontraron con Dios y oyeron sus Palabras, alimentándose solamente de la palabra divina, más preciosa que cualquier alimento.

La realidad del desierto se hacía presente en la vida cristiana por medio de los días cuaresmales escuchando más abundantemente las lecturas de la Sagrada Escritura y ayunando rigurosamente hasta la vigilia pascual.

Una illatio del rito hispano-mozárabe une esas experiencias del desierto con la vivencia cuaresmal del pueblo cristiano:

Darte siempre gracias,
a ti, Padre todopoderoso,
y a Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro,
en quien se sustenta la fe de los que ayunan,
por quien aumenta su esperanza y su caridad se refuerza.
Él es el pan vivo y verdadero,
es principio de eternidad y manjar de los fuertes.
Él es tu Palabra, por la cual todo ha sido hecho:
es pan, no sólo para las almas de los hombres,
sino también para los mismos ángeles.
Sostenido por el alimento de este pan,
Moisés, tu siervo, al recibir la ley,
ayunó cuarenta días y cuarenta noches,
privándose de manjares carnales
para estar más dispuesto a acoger tu suavidad;
mantenido en vida y fortalecido por tu palabra,
en su espíritu bebía de tu dulzura y recibía tu luz en su rostro.
Por esta razón no sintió hambre,
e incluso olvidó los manjares terrenales;
porque la revelación de tu magnificencia lo glorificaba
y, por la gracia del Espíritu Santo,
tu palabra lo alimentaba interiormente.
Tú no dejas de administrar este pan
y nos exhortas para que lo comamos sin desfallecer.
Alimentarnos de esta carne, nos fortalece,
y beber de esta sangre, nos purifica (Illatio viernes II de Cuaresma).

O la Oratio admonitionis del Domingo I de Cuaresma o de Carnes Tollendas, de la despedida de la carne:

"Ellos [Moisés, Elías y Cristo] nos indican lo que debemos hacer,
no sólo con sus palabras, sino con sus obras:

El primero es Moisés, el legislador, el cual, en el espacio de cuarenta días,
ascendió a la cumbre de la excelsa montaña. 
Durante esos días sólo se alimentó de la palabra divina
que salía de la boca de Dios.

En segundo lugar nos viene Elías, el profeta,
que con la fuerza de una sola comida en cuarenta días
llegó a lo alto de la montaña.
Allí mereció escuchar el mensaje divino relativo a la salvación de los israelitas.

El tercero es el mismo Señor nuestro Jesucristo:
durante cuarenta días enteros penetró los secretos de desierto,
y venció todas las tentaciones del diablo.

Instruidos, pues, con su ejemplo,
esforcémonos por echar de nosotros durante estos cuarenta días
toda levadura de corrupción, de modo que podamos transformarnos después
en panes ácimos de la sinceridad y de la verdad".

El ayuno, el rigor y la penitencia, nos recuerdan lo frágil y necesitada que es nuestra vida. La cuaresma es un símbolo claro de la indigencia humana durante esta vida terrena, llena de aflicciones y pruebas. La Pascua será el esplendor de la vida y la forma de vivir resucitados y gozosos con el Señor. San Agustín lo explicaba hermosamente:

"Este número 40, que contiene cuatro veces el 10, significa, según me parece, este siglo que ahora vivimos y atravesamos, y en el que nos hallamos envueltos por el pasar del tiempo, la inestabilidad de las cosas, la marcha de unos y la llegada de otros; por la rapacidad momentánea y por cierto fluir de las cosas sin consistencia. En este número, pues, está simbolizado este siglo, en atención a las cuatro estaciones que completan el año o a los mismos cuatro puntos cardinales del mundo... Mientras vivimos en este siglo, se nos enseña a abstenernos de los deseos mundanos; esto es lo que significa el ayuno de cuarenta días, conocido por todos bajo el nombre de cuaresma. Esto te lo ordenó la ley, los profetas y el Evangelio. Como lo manda la ley, Moisés ayunó cuarenta días; como lo mandan los profetas, ayunó Elías cuarenta días; y como lo manda el Evangelio, ayunó cuarenta días Cristo el Señor" (S. Agustín, Serm. 270,3). 

Junto al ayuno, el Aleluya está mudo (en la costumbre africana mudo todo el año litúrgico excepto Pascua). Mientras la Cuaresma, símbolo de esta vida, está marcada por la precariedad y el ayuno, la Pascua, símbolo de la vida futura, carece de ayuno y oye el melodioso y lleno de júbilo Aleluya.

Así la Cuaresma y la Pascua (los cincuenta días) simbolizan y contienen toda la vida humana, vivida en la tierra, y la vida feliz y bienaventurada que aguardamos y hacia la que nos encaminamos.

"Por razón de estos dos tiempos –uno, el presente, que se desarrolla en medio de las pruebas y tribulaciones de esta vida, y el otro, el futuro, en el que gozaremos de la seguridad y alegría perpetuas-, se ha instituido la celebración de un doble tiempo, el de antes y el de después de Pascua. El que precede a la Pascua significa las tribulaciones que en esta vida pasamos; el que celebramos ahora, después de Pascua, significa la felicidad que luego poseeremos. Por tanto, antes de Pascua celebramos lo mismo que ahora vivimos; después de Pascua celebramos y significamos lo que aún no poseemos. Por esto, en aquel primer tiempo nos ejercitamos en ayunos y oraciones; en el segundo, el que ahora celebramos, descansamos de los ayunos y los empleamos todo en la alabanza. Esto significa el Aleluya que cantamos.
 
En aquel que es nuestra cabeza, hallamos figurado y demostrado este doble tiempo. La pasión del Señor nos muestra la penuria de la vida presente, en la que tenemos que padecer la fatiga y la tribulación, y finalmente la muerte; en cambio, la resurrección y glorificación del Señor es una muestra de la vida que se nos dará" (S. Agustín, Enar. in Ps., 148,1-2).
 
Así podemos entender lo propio de la Cuaresma cristiana (ayuno) y el simbolismo de este tiempo, lo mismo que podemos captar la belleza de los cincuenta días de Pascua, evitando que pasen desapercibidos, o con poco relieve, insignificantes.
 
"Estos días santos que siguen a la resurrección del Señor simbolizan la vida futura posterior a nuestra resurrección. Como los días de Cuaresma anteriores a la Pascua fueron símbolo de la vida fatigosa en esta pesadumbre mortal, del mismo modo los días presentes lo son de la vida futura, en la que hemos de reinar con Dios. La vida simbolizada en los cuarenta días anteriores a la Pascua la vivimos ahora; la vida simbolizada en los cincuenta días posteriores a la resurrección del Señor no la poseemos, perola esperamos, y esperándola la amamos, y ese mismo amor es alabanza para Dios, que nos la prometió, y la alabanza no es otra cosa que el Aleluya" (S. Agustín, Serm. 243,8).

1 comentario:

  1. “Mientras vivimos en este siglo, se nos enseña a abstenernos de los deseos mundanos” nos dice la entrada, repitiendo a san Agustín. Creemos casi siempre que el objetivo del ayuno es la falta de alimento, pero el propósito del ayuno debe ser quitar la mirada de las cosas de este mundo para concentrarla en Dios con una nueva perspectiva y una renovada confianza en Él.

    Que procuremos, Señor, hacer lo bueno, lo recto y lo verdadero ante ti y que busquemos tu rostro con sinceridad de corazón (de las Preces de Laudes).

    ResponderEliminar