jueves, 31 de octubre de 2013

Converger a un centro

La dispersión jamás es buena: no se pueden atender puntos inconexos entre sí, alejados entre ellos. Lo bueno, siempre, es la unidad, o aquello que converge en unidad.


Actualmente vemos que se publica y se escribe muchísimo en el ámbito católico; no todo, por supuesto, es interesante o de igual valor, pero se exhibe sin pudor en los anaqueles de "Novedades" y se siguen las modas a la hora de comprar. Demasiado que leer, sí, tal vez, pero al mismo tiempo hay que reconocer que no todo es bueno, hondo, profundo, asumible.

En el campo estrictamente teológico, a veces también hoy se puede provocar una dispersión de temas, líneas teológicas que se centran en pequeñísimos detalles (con afán de aparecer "científicos"), o temas tan específicos que dentro del conjunto del dogma, de la liturgia, de la Tradición, resultan ya casi insignificantes. El saber se especializa tanto, incluido el saber teológico, que muchas veces se ha perdido de vista el conjunto de toda la teología; uno llega a saber muchísimo del tema de su especialización, pero no se le puede preguntar de otros temas o ramas de la teología...

martes, 29 de octubre de 2013

Las objeciones a la fe

Certero diagnóstico y análisis el que realiza el papa Pablo VI sobre las objeciones a la fe. Nuestro mundo post-moderno sigue las directrices de los ideólogos y filósofos del relativismo y del nihilismo. Han vaciado la fe de su contenido, la han convertido en un capricho irracional o en una pasión sentimental.


Pero, junto a las objeciones, el peligro está en que muchos católicos, embebidos de esa cultura -¡dictadura del relativismo!- perciben la fe y la viven y la valoran desde la medida de su propia subjetividad, jamás como un encuentro con la Verdad sino como un vago sentimiento de trascendencia, confortable, o como un ideal ético que, eso sí, sólo afecta a lo social y al discurso vago sobre la pobreza y la injusticia, sin modificar la conducta moral de la persona (y su propio corazón).

Es necesario que comprendamos la naturaleza verdadera de la fe como es necesario, asimismo, conocer las objeciones de la cultura moderna a la fe para poder refutarlas con argumentos sólidos y probados. No recurramos nunca a la herramienta relativista para defender la fe, no digamos nunca "allá cada cual con su conciencia", o "eso es lo que yo creo, tú cree lo que quieras", como si no hubiera una Verdad en la que todos han de converger, o como si la conciencia creara la moral para cada uno en vez de interiorizar la moral que es el Bien verdadero. Cuando queremos defender a veces la fe, nos sale un brote relativista que ya estábamos incubando.

Acudamos a la doctrina de Pablo VI.

"A medida que nos acercamos al final de este año, que por la conmemoración centenaria de los dos grandes apóstoles y mártires del testimonio primigenio del mensaje cristiano, Pedro y Pablo, hemos llamado de la fe, pueden surgir en nosotros muchas preguntas: por ejemplo, si hemos tomado en serio la invitación a la reflexión sobre este tema capital, la fe, en la orientación de nuestra vida, en el dilema fatal del sí o no que se plantea a nuestro destino no sólo religioso, sino existencial [recordad las palabras de Cristo, registradas por el evangelista San Marcos: "Quien crea y se bautice, se salvará, y quien no crea, será condenado" (Mc 16,16)]; si nos hemos ilustrado sobre alguna idea a propósito de este problema tan elemental, pero al mismo tiempo tan profundo y complejo; si hemos sido capaces de formular algún propósito sobre nuestra fe, como fruto de la conmemoración del citado centenario, y mejor aún, como consecuencia de la formidable y caótica problemática del momento histórico actual.


lunes, 28 de octubre de 2013

El apostolado entraña dificultades (IX)


La persona humana es muy compleja. El psiquismo humano es muy complicado: se defiende, rechaza, acepta, juzga. "El corazón del hombre, ¿quién lo entenderá?" (Jer 17,9) Entra en conflicto el consciente, el inconsciente, los deseos y pulsiones con los movimientos de la razón y de la voluntad; el ser con todo lo que de no-ser se alberga aún en el hombre; el mal que se hace y no se quiere y el bien que se querría haber hecho.

    A esta persona, a este hombre, es al que hay que servir, evangelizar y amar. Confiados en las personas, la misión fracasa, porque el pecado se introduce en el corazón humano, se rompen fidelidades y afectos y el que confió en el que ahora le rechaza ¿en quién se refugiará? 

Al tratar con personas se constata cuán difícil es anunciarle la salvación de Jesucristo para que escuchando crea, creyendo espere y esperando ame. De la naturaleza humana, tan compleja, nace el rechazo, la crítica, la cerrazón, y el apóstol, hombre él también, tendrá que resituarse, aceptar el principio de realidad, amando y sirviendo a los otros tal como son pero, a la vez, quitando de su corazón todo aquello que obstaculiza la misión a la que ha sido llamado: el sentimiento de impotencia, la ansiedad compulsiva, el miedo al fracaso o al rechazo, la falsa humildad (fruto del egoísmo).

    El apóstol, al evangelizar, se va autoevangelizando. Crece con las dificultades y el corazón se purifica en una más plena y perfecta oboedientia fidei donde se sigue el mandato del Señor y no los propios deseos del corazón. En la fe, ciega y oscura, se evangeliza. Un par de sandalias, sin el caballo de nuestros ídolos; sin bastón, con el único cayado de un corazón creyente anclado en Jesucristo y marchando tras sus huellas (cf. 1Pe 2,21), por los mismos caminos que Él recorrió.

    El apostolado nunca es un juego ni algo sobreañadido que se pueda tomar o dejar a libre arbitrio sino que forma parte connatural del ser discípulo. Por eso las dificultades, de todos los órdenes, irán apareciendo. Muchas de ellas aflorarán como consecuencia de la fragilidad del propio psiquismo humano y de la debilidad del propio corazón; otras serán trampas que el Maligno nos pone para engañarnos y apartarnos así de nuestra vocación y misión; otras, finalmente, vendrán de fuera, de los otros. Mas, como todo sirve para el bien de aquellos a quienes Dios ama, todas estas dificultades del apostolado nos son útiles para un contínuo crecimiento en el ser apostólico. 

sábado, 26 de octubre de 2013

Sencillamente, rezar

Es un acto noble.

Es un acto que eleva lo que somos y mueve las facultades superiores de toda persona.

Es un acto de fe, es un acto de amor, es un acto de esperanza.


Sencillamente, rezar. Es muy grande el hombre cuando descubre su pequeñez y de rodillas reconoce que su vida pertenece a Otro, entra en un designio nuevo, grande y feliz, la Providencia de Dios, siempre amorosa.

Sencillamente, rezar. No es complicado. Claro que hay que desechar la idea que asocia rezar a recitar una tras otra a la carrera plegarias aprendidas de memoria.

Primero es un acto de la conciencia: uno se sabe en presencia del Señor. Toma conciencia. Recoge sus potencias interiores de la distracción, del farragoso mundo y sus obligaciones. Se centra, se unifica.

Empieza a hablar suavemente al Señor. Comienza a escuchar a su propio corazón que balbucea palabras ante al Señor. Y así se inicia, cada vez, un proceso inacabado: ¡buscar a Cristo! 

jueves, 24 de octubre de 2013

Ofrecer la centralidad del cristianismo

A veces la dispersión a la hora de predicar, catequizar o enseñar, logran que el cristianismo parezca una selva de normas, leyes y preceptos superpuestos, sin distinguir lo central de lo accesorio.


Tal vez, muchas veces empezamos la casa por el tejado y pretendemos una conversión únicamente en el plano moral, presentando los mandamientos y la ley moral que, sin sustentarse en el encuentro con Cristo, se vuelven una carga insoportable y difícil de entender. Más que ofrecer y facilitar el encuentro con la Persona del Señor, vamos hacia la periferia de lo que sería siempre una consecuencia del encuentro con Cristo.

Por otra parte, un riesgo diferente hay que superar: recortar el cristianismo, adaptar el lenguaje y el contenido, únicamente a aquello que los oídos están dispuestos a escuchar. A veces hemos desdibujado el cristianismo presentándolo como una oferta ética o un mensaje sentimental, apto para lo "políticamente correcto", aquello que no provocaría ni conversión ni adhesión ni rechazo. Es decir, hemos secularizado el cristianismo para moldearlo según los criterios secularistas del mundo. Y así, definitivamente, se traiciona al Señor.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Magisterio: sobre la evangelización (XI)

La nueva evangelización es una respuesta nueva y necesaria a retos nuevos, lenguajes nuevos, una configuración nueva del mundo y de la cultura. 

Al vino nuevo de esta cultura post-moderna debemos ofrecer odres nuevos. Las respuestas prefabricadas o la mera repetición de moldes y modelos de siglos atrás -en su momento eficientes- no hallan eco alguno ahora. Las situaciones son nuevas, los hombres son distintos. No, no se trata de afán de novedades, sino de sacar del tesoro del Evangelio vetera et nova, lo nuevo y lo viejo, para ofrecerlo de manera eficaz, impactante, interpelante.

Viene siendo un paso metodológico común, al hablar de nueva evangelización, comenzar por la descripción detallada de la situación hoy. Así lo hace el papa Benedicto:

"Esta Conferencia, en continuidad con las cuatro anteriores, está llamada a dar un renovado impulso a la Evangelización en esa vasta región del mundo eminentemente católica, en la que vive una gran parte de la comunidad de los creyentes. Es preciso proclamar íntegro el Mensaje de la Salvación, que llegue a impregnar las raíces de la cultura y se encarne en el momento histórico latinoamericano actual, para responder mejor a sus necesidades y legítimas aspiraciones.

Al mismo tiempo, se ha de reconocer y defender siempre la dignidad de cada ser humano como criterio fundamental de los proyectos sociales, culturales y económicos, que ayuden a construir la historia según el designio de Dios. En efecto, la historia latinoamericana ofrece multitud de testimonios de hombres y mujeres que han seguido fielmente a Cristo de un modo tan radical que, llenos de ese fuego divino que lo consume todo, han forjado la identidad cristiana de sus pueblos. Su vida es un ejemplo y una invitación a seguir sus pasos.

lunes, 21 de octubre de 2013

La fe ilumina la enfermedad y el sufrimiento

La fe, peculiar luz sobrenatural al entendimiento y al corazón, nos permite ver más allá de la realidad palpable o, si lo preferimos, nos hace desentrañar el sentido más hondo de la realidad, superando las apariencias. Descubre en todo una meta última, superior, más elevada: ningún campo de la realidad es ajeno a la luz de la fe.


La enfermedad y, en general, toda situación de dolor o sufrimiento moral o psíquico, reclama ser leída e intepretada por la fe para poderla asumirla con una paz serena. Suele ser el crisol de la fe, la prueba de madurez que humaniza y eleva al hombre, desprendiéndolo de sí. Detrás de todo, siempre, las manos de Dios, su providencia y el orden sobrenatural de una historia de la salvación que no palpamos inmediatamente, pero que se va escribiendo con nosotros.

Cuando la fe es una certeza en el corazón y en la inteligencia, superando el sentimiento, las situaciones de enfermedad y sufrimiento se viven de manera distinta, más humana a la par que más espiritual, hallando un valor a esas situaciones. Es entonces la fe, cuando es viva, la que permite asumir sin rebeldías tales situaciones y habiéndolas asumido, ofrecerlas en orden a la redención. Se ofrecen y el enfermo, el que sufre, se introduce en el torrente de vida de la Comunión de los santos. La fe adquiere así madurez, consistencia, robustez. La fe educa así en el orden sobrenatural, en el ofrecimiento, en el valor redentor de la Cruz cuando se deposita sobre nuestros hombros.

Este lenguaje, en apariencia nada grato, nos permitirá vivir más libres y afrontar las situaciones que se presenten como verdaderos creyentes en Cristo, hombres y mujeres de fe. Poco se catequiza sobre la enfermedad y el sufrimiento, pocas veces se habla de ellos porque es "un lenguaje duro". Sin embargo hemos de estar preparados para la prueba, hemos de entenderla, hemos de renovar la fe.

domingo, 20 de octubre de 2013

Raíces de nuestra cultura europea

Tal vez tendríamos que ir abordando en más catequesis el concepto de "sana laicidad" del papa Benedicto XVI, donde sitúa el diálogo fe-razón y el derecho (¡necesidad!) de buscar la Verdad y reconocerla.

En ese marco de sana laicidad, la objetividad en la mirada es importante. Europa nació cristiana, y la fe plasmó una civilización entera, un horizonte cultural desplegado en tantos ámbitos que sería imposible desgranarlos todos: arte, arquitectura, ciencia, educación, Universidad, trabajo, familia, literatura... ¡Cuántos y cuántos literatos o artistas o científicos lo fueron por ser católicos y movidos por su fe católica! Ahora la desmemoria histórica quiere oponerlo todo a la fe, como si el catolicismo se hubiera dedicado a frenar todas esas áreas en lugar de haberlas fomentado rectamente y haber entregado a sus hijos a esas nobles causas.

No. No olvidemos nuestras raíces. Los mejores logros y grandes avances (los verdaderos, no las revoluciones de la Modernidad que subyugan todo) los realizaron hombres movidos y transformados por su fe católica.

No. No olvidemos nuestras raíces. Desgajados de ellas, esta civilización hoy se rompe en mil pedazos, haciéndose añicos, en una crisis cultural, en un cambio de época y de civilización que no sabemos en qué desembocará, pero cuyos "éxitos" sonados ya padecemos (economía que lo supedita todo al interés y el beneficio, relaciones deshumanizadas, vitalismo, pobreza educativa, arte desfigurado en el feísmo, las lacras del aborto, de la eutanasia, del divorcio...).

viernes, 18 de octubre de 2013

Fe firme y valiente

Toda verdadera renovación no comienza por un cambio de 'estructuras', o generando nuevas 'dinámicas', o fabricando nuevos 'lenguajes'; comienza cuando hay personas que empiezan a vivir en serio su fe, que son ante todo verdaderos creyentes, cimentados en Cristo. Son los creyentes (los santos) los que todo lo renuevan con su identidad, con su presencia, con la irradiación de lo que ellos son.


A la fe objetiva deberá, entonces, corresponder la fe subjetiva, es decir, el Credo, las verdades de la fe profesadas, deben determinar la vida entera y aumentar la confianza en Dios (fe subjetiva), la adhesión personal al Señor. La fe, junto al conjunto de verdades reveladas, implica una adhesión, un asentimiento a ellas, y una confianza absoluta en Dios. Esto es lo que define a los verdaderos creyentes.

En los tiempos que corren, donde el ambiente exterior, social y cultural en nada favorece al catolicismo, sino que lo cubre con un manto de indiferencia o de abierta agresión, es menester que seamos creyentes convencidos, valientes, en quienes la fe impregna todo lo que somos, pensamos, sentimos, hacemos, trabajamos, soñamos.

Claudicar sería una cobardía; dejarse llevar por el ambiente y la moda es mediocridad. La fe firme y valiente es el objetivo, la eterna petición a Cristo, el trabajo interior irrenunciable.

Así lo planteamos en esta catequesis de hoy, para recibirla y ajustarnos a ella.

jueves, 17 de octubre de 2013

Salud y salvación...

En el Evangelio, una gran parte está dedicada a las curaciones que Cristo realiza a los enfermos de todo tipo y a las tres resurrecciones (más bien, revivificaciones, porque volvieron a esta vida concreta, no a la vida resucitada del cielo).

¿Por qué tanto interés en estas curaciones? ¿Afán de milagros de los evangelistas? 


El sentido último de estas curaciones es expresar a qué viene Cristo, cuál va a ser la obra redentora del Salvador. La salud física, la curación de las enfermedades, anunciaba, adelantaba, mostraba, como signos proféticos, la salvación de la persona entera, el perdón de los pecados, la vida después de tanta parálisis que nos produce el pecado. Sana el cuerpo porque anuncia la salvación completa que Él va a realizar por su Pascua.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Fe y vida: coherencia bajo la Palabra

Una catequesis más sobre la fe debería encender nuestro espíritu y favorecer el conocimiento, la inteligencia, del misterio cristiano, así seremos educados y permanecerá constante nuestro aprendizaje de la vida cristiana.

Pero, ¿qué caracteriza la vida cristiana?, ¿cuál sería lo específico o un dato relevante, una característica permanente? La unión entre la fe y la vida, entre lo que se cree y lo que se vive. Es la armonía de la persona, la unidad de vida, sin disgregaciones, ni compartimentos estancos, tan propios de la antropología secularista.


La fe alojada o identificada acríticamente con el sentimiento, no puede realmente incidir en la vida; o identificada con la ética de los valores, dejará a la vida concreta al vaivén de los voceros de turno, sin convertir al hombre en "bueno", sin transformarlo; la fe reducida a una práctica de ritos, asistiendo muda y pasivamente, será un cumplimiento formal y externo, pero no santificador, renovando al hombre desde dentro.

La fe y la vida van unidas en la medida en que entendamos bien la amplitud e incidencia de lo que es la verdadera fe. Conocemos, y nos lo han dicho muchas veces, la indisolubilidad de este binomio que la secularización quiere divorciar, pero demos un paso más: ¿quién o qué orienta los pasos de una fe vivida e íntegra? O lo que es lo mismo, ¿cómo dirigirnos en la vida para que la fe se haga vida y la vida esté informada (: tenga la forma) de la fe?

Todo y siempre, a la luz de la Palabra. El creyente es el hombre que oye la Palabra, la recibe, se deja modelar y obedece; por la fe escucha la Palabra y le da su asentimiento y se pone en marcha en dirección allí donde la Palabra le ha trazado el camino. Son consecuencias vitales encerradas en la profesión de fe, en el hecho de pronunciar el Credo, el Símbolo.

lunes, 14 de octubre de 2013

El ayuno (Exht. a un hijo espiritual - XIV)

"Pero para estar en vela será muy útil el ayuno. Pues igual que al soldado le estorba el peso de una carga excesiva, al monje [en general, al hombre de Dios] también a la hora de estar en vela lo entorpece la abundancia de comida. y es que no podemos velar cuando nuestro estómago está cargado de manjares, sino que, rendidos de sueño, perdemos los frutos que ganamos al velar y le causamos un grandísimo perjuicio a nuestra alma. Así pues, velas [vigilias] y ayunos están unidos.

Para que en ti puedan florecer en su conjunto las virtudes del alma, que la carne esté sometida a tu alma y que la esclava esté al servicio de su señora. No le procures fuerzas a tu cuerpo, no sea que mueva guerra contra tu espíritu, sino que la carne esté siempre sometida al espíritu y obedezca las órdenes del espíritu. No engordes a la esclava, para que no le haga desaire a su señora, sino que como sierva se entregue a complacerla en todo. Pues igual que a los caballos se les pone el freno, pongámosle así el freno del ayuno a nuestro cuerpo. En efecto, lo mismo que si el cochero les afloja el freno a los caballos, estos se van a todo correr y caen con él en el precipicio, así también, si el alma no le pone el freno al cuerpo, ambos caen rodando en el abismo del infierno.

Sé siempre para tu cuerpo el más experto cochero, para que puedas dirigir tus pasos por el sendero recto. Pues demasiada comida no sólo le hace daño al alma, sino también, y más aún, a nuestro cuerpo. Y es que con frecuencia por la gula del estómago se quiebran las fuerzas y además por la abundancia de comida sufrimos plétora de sangre y muchísimo malestar provocado por la bilis. Y lo mismo que esto es perjudicial para el alma y el cuerpo, también les sirven de remedio a ambos los ayunos moderados.

Dentro, pues, de nuestras posibilidades, rehuyamos las delicias del mundo y la opulencia en la comida, para que nunca, a la hora del tormento, busquemos en medio de las llamas una gota de agua ni aceptemos refrigerio alguno"

(S. Basilio Magno, Exh. a un hijo espiritual, n. 13).

domingo, 13 de octubre de 2013

Cristo Médico

Aunque en el Evangelio y en todo el Nuevo Testamento nunca se califique a Cristo directamente como "Médico", sabemos que hay toda una tradición bíblica que habla de Dios como Aquel que sana, que venda las heridas y que es nuestra salud. "Yo doy la muerte y la vida, yo desgarro y yo curo" (Dt 32,39). Jesús mismo en el Evangelio se convierte en Fuente de vida y salud, su Cuerpo -hasta su manto- posee una fuerza curadora que Él sabe y siente, como sintió al ser tocado por la hemorroísa (Lc 8, 46): Sintió una fuerza que había salido de Él. Nuestro Señor, además, para explicar su misión redentora entre los hombres y su proximidad a los que la Ley de Israel consideraba impuros, emplea la imagen del médico: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Lc 5,32).

La Iglesia, desde el principio, asumió esta imagen y la aplicó a Cristo. No dudó en llamarlo "Médico de los cuerpos y de las almas", como hizo bien pronto san Ignacio de Antioquía (A los Efesios 7,2) y la patrística empleó esta metáfora en muchísimas ocasiones. Cristo es médico celestial, Cristo es la salud del cuerpo y del alma, de la persona entera. La redención entonces se explica con la categoría de la medicina y del médico que restituyen la vida plena al hombre.

"Cristo es el verdadero "médico" de la humanidad, a quien el Padre celestial envió al mundo para curar al hombre, marcado en el cuerpo y en el espíritu por el pecado y por sus consecuencias... [Jesús] Al inicio de su ministerio público, se dedica completamente a la predicación y a la curación de los enfermos en las aldeas de Galilea. Los innumerables signos prodigiosos que realiza en los enfermos confirman la "buena nueva" del reino de Dios" (Benedicto XVI, Ángelus, 12-febrero-2006).

viernes, 11 de octubre de 2013

La fe ante dos peligros: ateísmo y antropocentrismo

Los diagnósticos de Pablo VI tenían gran claridad y acierto; ponerlos de relieve y advertir a los fieles de los peligros, era su obra como buen pastor. Ya decía san Agustín en su sermón sobre los pastores, que el buen pastor fortalece a las ovejas débiles, no las engaña sino que les muestra los peligros para animarlas a superarlos.

Las turbulencias y cambios aceleradísimos en el siglo XX, con la ruptura con todo lo anterior y el surgimiento de nuevos modelos y formas culturales, supuso un terremoto en el alma de Europa, en la civilización occidental. 


Contra la fe se alzaron distintos peligros y quedaron frentes abiertos. Muchos fueron tragados por semejantes olas y otros, hoy, pueden seguir siendo tragados. Por eso es necesario, por una parte, reforzar e iluminar la fe, para que se no tambalee, y, por otra parte, conocer y discernir los peligros ciertos para evitarlos y ofrecer respuestas.

Cuando Pablo VI ofrece esta catequesis, señala el ateísmo y el antropocentrismo como graves peligros; tal vez el ateísmo, como tal, virulento en gran parte del siglo XX, se ha transformado en indiferencia y agnosticismo; pero sí sigue vigoroso el antropocentrismo, incluso infiltrado en miembros de la Iglesia que participan favorecen la secularización interna, sustituyendo a Jesucristo por el hombre y el Evangelio por un moralismo ético de solidaridad y valores, de igualdad y ecologismo.

miércoles, 9 de octubre de 2013

El teólogo EN la Iglesia

El lugar del teólogo es la Iglesia; en ella habita, en ella sirve, de ella recibe el don de la fe y de la vida sobrenatural y para ella ha recibido una vocación peculiarísima que es la de la reflexión y el pensamiento del tesoro de la fe.


Situado fuera de la Iglesia, o por encima de la Iglesia, el teólogo dejará de ser teólogo para convertirse en ideólogo, aunque se justificase pretendiendo ser una "voz profética" en la disidencia.

La Comunión de la Iglesia es el centro hacia el cual todos convergemos, incluido el teólogo, el hombre de estudio, ciencia, reflexión, oración y pensamiento.

Hemos de saber apreciar, valorar, acompañar, la vocación del teólogo en la Iglesia, tan personal y tan única, tantas veces incomprendida; y un criterio cierto para discernir una teología y un teólogo es el criterio de su inserción amorosa en la Iglesia. Quien está en paralelo con la Iglesia, o en contradicción con la Iglesia, no merece el nombre de teólogo ni tampoco sus obras merecen ser leídas para quien quiera edificar su propio pensamiento católico.

martes, 8 de octubre de 2013

Lo santo incluye lo humano

La santidad pasa por lo humano. Mejor, lo incluye y lo eleva.

Es la Gracia plenificando lo humano sin destruirlo, sino purificándolo.

Es la acción de Dios que cuenta realmente con nuestra humanidad. Por eso los santos son tan diversos entre sí, por sensibilidad, afectividad, inteligencia, carácter. Son estrellas distintas en el firmamento divino, y cada uno refleja de manera distinta la Luz del Sol, que es Cristo.


Se podría decir aún más: Dios quiere a cada santo tal cual es, y pone a su servicio los recursos humanos de cada cual para las tareas que mejor se adaptan a ellos. Nada es en serie para Dios: todas sus obras, todos sus santos, son originales, precisamente porque cuenta con la humanidad concreta de cada uno (temperamento, tendencias, aficiones...)
"Éstos son los medios que Dios ha previsto para hacer de un pecador un santo: lo toma tal como es y lo usa contra él mismo; convierte sus afectos en otro canal y apaga un amor carnal infundiéndole una caridad celestial. No lo toma por una criatura irracional guiada por instintos y gobernada por estímulos externos, sin voluntad propia... El triunfo de su gracia consiste en esto, en que entra en el corazón del hombre, lo convence y se lo gana transformándolo. Dios respeta totalmente la estructura original del espíritu que le ha dado al hombre; lo trata como hombre; le deja la libertad de elegir tal o cual manera de actuar; apela a todas sus facultades, a su razón, a su prudencia, a su sentido moral, a su conciencia... Pero, al final, el principio animador de la nueva vida, lo que la da a luz y la sostiene, es la llama de la caridad" (Newman, Mix 4, 71-72).

domingo, 6 de octubre de 2013

La materia traspasada por el Espíritu

La resurrección del Señor da inicio a un movimiento de transformación de todas las cosas. Su Espíritu Santo, que vivificó la carne muerta de Jesús en el sepulcro, resucitándola, renueva y renovará el universo entero. Entonces la materia será traspasada por el Espíritu Santo, dicho técnicamente, "materia pneumatizada".


El primer momento, grandioso, en que la materia fue traspasada por el Espíritu Santo y convertida en algo espiritual, pneumático, fue el Cuerpo glorificado de nuestro Señor.

El segundo momento, grandioso a la par que humilde, es la santísima Eucaristía, en la cual el Espíritu Santo transforma la materia del pan y del vino y la llena de Sí para convertirlas en Cristo mismo. entonces la Eucaristía es comida y bebida espiritual, el Cuerpo y la Sangre del Señor espirituales, es decir, no de modo subjetivo o intimista, simbólico, sino "espiritual" en sentido real, propio del Espíritu Santo.

viernes, 4 de octubre de 2013

De egoístas, egocéntricos y del amor de verdad



            El verdadero amor, la caridad, no conoce el egocentrismo, ha expulsado el egoísmo. Vive de otro modo –más humano, más divino- que es darse, donarse, implicarse, sin cálculos, sin límites, sin cansancios, sin agobios; capaz de ponerse en lugar del otro, sin miedo ni al encuentro ni a la responsabilidad.


            Así el amor no conoce el egoísmo; el egocéntrico posee un amor inmaduro, adolescente. Le falta un gran trecho por recorrer hasta llegar a amar realmente. 


           Sea ésta una lección sobre la caridad que eduque para derribar el egoísmo, con palabras de Juan Pablo II:

             “El amor se adquiere en la fatiga espiritual.


            El amor crece en nosotros y se desarrolla también entre las contradicciones, entre las resistencias que se le oponen desde el interior de cada uno de nosotros, y a la vez “desde fuera”, esto es, entre las múltiples fuerzas que le son extrañas e incluso hostiles.

jueves, 3 de octubre de 2013

Dificultades del apostolado (IX)


Los propios cristianos que nos rodean pueden ser tentación y dificultad para el apostolado evangelizador. "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67). Los que rodeaban a Jesús, los cercanos e íntimos lo abandonan porque su discurso es difícil y duro. De entre los suyos, sus amigos y confidentes, Judas se convirtió en traidor, aquél que compartía su pan (Sal 40,10).

    Son los mismos hermanos de la comunidad (de la parroquia, del grupo) los que hacen desistir y ponen trabas, en muchas ocasiones, a la difícil tarea de evangelizar, a veces con absurdos tales como usar el pretexto de "siempre se ha hecho así", "éste viene para cambiarlo todo", "la gente se está riendo de ti", "¿Tú quién te has creído que eres?". Es la experiencia de estar cercano sin haber entrado. O también el rechazo justificando que "¡qué exagerado! ¡Dios no pide tanto!", al verse denunciados por la vitalidad y celo de alguien entregado al apostolado. En su mediocridad, ni hacen nada, ni se quieren dejar interpelar por nada, y tampoco permiten que nadie pueda sentirse interpelado y ponerse en camino. 

Para éstos está clara su situación, la de conocer a Jesucristo como mero dato informativo, pero sin una vinculación existencial seria. Los protagonismos, envidias e hipocresías que, encerradas en el seno de la misma comunidad cristiana dificultan e impiden el germen evangelizador del apostolado. Solos. 

El verdadero apóstol tiene que pasar por la experiencia, en algún determinado momento, de la soledad. Ni los que parecen compartir las mismas inquietudes lo apoyan, respaldan, valoran.

    En el seno de la comunidad cristiana surgen divergencias y divisiones que debilitan el afán misionero y el celo apostólico. Cuando por formas o métodos pastorales se altera la rutina adquirida y las costumbres establecidas de antaño, siempre se alzan voces, muchas veces desde la ignorancia, que apagan todo ímpetu y celo y desaniman. "Te pedimos Señor por los que han consagrado su vida al servicio de los hombres, que nunca se dejen vencer por el desánimo ante la incomprensión de los hombres": así reza la Liturgia de las Horas por aquellos que son incomprendidos en su recto y justo quehacer.

martes, 1 de octubre de 2013

Santidad, ¡santos!

Estando en medio del mundo, dentro del mundo, con deseos de Dios, y sintiéndonos extraños, muchas veces fuera de lugar, hemos de tener claro quiénes somos y a qué somos llamados.

¡Sabemos cuál es la respuesta! ¡Ser santos!

Pero, ¿qué santidad? ¿De qué hablamos?


De aquella santidad cristiana que es obra de la Gracia, de aquella santidad cristiana que reproduce la imagen de Cristo, de esa santidad, hermosa, atrayente, que consiste en la obra del Espíritu Santo.

Así Dios actúa en todos, y todos, en medio del mundo, vivimos el drama y la tensión de estar en el mundo pero no ser del mundo, sabiendo que "lo nuestro" es algo mejor, más hermoso y bello, más maravilloso.

Los santos así modelados son luces de esperanza en el mundo y en la sociedad. Antes de cualquier compromiso con el mundo, incluso apostólico, antes de cualquier otra cosa, habremos de tener presente la realidad constitutiva de nuestro ser cristiano, la meta última a la que estamos destinados, la vocación sublime de la santidad, y sobre todo, sobre todo, la Gracia trabajándonos, dándonos forma (la forma de Cristo), con una variedad infinita de colores, matices, vocaciones, carismas.