domingo, 28 de febrero de 2016

Espiritualidad de la adoración (IX)

Para comprender uno de los elementos fundamentales de la espiritualidad de la adoración, habremos de entender y explicar bien, así como vivir bien, el concepto de "reparación".

Ante tanto desamor, ante tanta agresividad manifiesta contra Cristo, la reparación es una respuesta.


 A la vista del pecado de los hombres, de todos y de cada uno, como infidelidad a Cristo y un desprecio a su amor; viendo tantas situaciones de pecado, viendo una cultura antihumana, la reparación es un camino necesario.

Conscientes de tantas personas que se han alejado de la Iglesia y viven al margen de Cristo; conscientes de tantas personas que sólo tienen una referencia lejana de Cristo, de tantas personas que viven su fe de manera tibia, mediocre, separada de su existencia real, la reparación se hace urgente.

Para entender qué es la reparación, dos frases nos pueden ayudar:

"Amor saca amor" (Sta. Teresa de Jesús, V 22,14)

"Donde no hay amor, ponga amor y sacará amor" (S. Juan de la Cruz, Cta. a María de la Encarnación).

viernes, 26 de febrero de 2016

Concepción integral del hombre (o verdadero humanismo)

¿Qué es el hombre?

¡Cuántas veces los salmos plantean esa pregunta con admiración!

¿Qué es el hombre?

Hijo de Dios, amado y redimido por Cristo, está llamado por gracia a la más alta vocación. Sí, le es posible, porque la gracia activa todos los recursos, y son muchos, de su humanidad creada. La penitencia, la mortificación, son herramientas para que el hombre, en cierto modo, saque relucir lo mejor de sí mismo y deje obrar a la gracia que eleve lo humano en él.


Éstos son rasgos de un verdadero humanismo, el humanismo cristiano, que halla su fuente y origen en Cristo, el Hombre verdadero y nuevo.

                "El hombre se está buscando a sí mismo. Quiere tener conciencia de sí mismo; quiere dar a su existencia una expresión propia, que siempre llama nueva, otras veces la llama libre, plena, poderosa, original, personal, auténtica... Alguno ha hablado de superhombre y del hombre de vida heroica; otros lo han definido prevalentemente desde el punto de vista biológico y zoológico (cf. Desmond Morris). La antropología es discutida en todos sus niveles. Es en la actualidad el tema principal de la discusión científica, filosófica, social, política y también religiosa (cf. GS 14). ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el tipo de hombre que podemos llamar ideal? Se repite la antigua pregunta socrática: “Yo te pregunto: ¿Qué es el santo?” (Platón, Erfirtrón).

                Insinuamos tan sólo la pregunta no para tratarla y resolverla en una humilde conversación como ésta, sino solamente para llamar nuestra atención sobre este tema central de la problemática contemporánea, y para poner hoy en evidencia una dificultad que proviene de nuestra profesión cristiana; no hablamos ahora del problema ya conocido del teocentrismo, es decir, de la posición central que Dios ocupa en la concepción de la vida cristiana, frente a la autoidolatría moderna, con el antropocentrismo; no hablamos, pues, de la concepción humanista y profana que coloca al hombre en el centro de todo. Nos referimos más bien a la actitud penitencial, que es condición previa para la participación en el “Reino de los cielos” (Mt 3,2), y que se llama “metanoia, conversión”, es decir, un cambio profundo y operante de pensamientos, de sentimientos, de conducta que obliga a una cierta renuncia de sí mismo, y que va unida tanto al aprendizaje como a la observancia de la norma cristiana; esta actitud aconseja renuncias, a veces muy grandes, como los votos religiosos; infunde en el fiel con un gran disgusto, aunque saludable, el sentido del pecado; exige la vigilancia sobre peligros y tentaciones que acechan continuamente a nuestra vida; señala al camino del hombre la vía estrecha, única que conduce a la salvación (cf. Mt 7,13-14); pide una imitación de Cristo, nada fácil, y nos empuja hasta el amor de su cruz y a alguna participación en su sacrificio. La vida cristiana estima en mucho la abnegación, la mortificación, la penitencia. (Confróntese, por ejemplo, la severidad exigida al hombre contra aquello que en el hombre mismo puede ser fuente de pecado, Mt 5,29-30; 18,8).

martes, 23 de febrero de 2016

Creo en Jesucristo, el Señor (II)

Maravilloso intercambio: Dios se ha hecho hombre para que el hombre fuera hecho Dios; el Hijo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre pueda ser hijo de Dios.

Cristo es el centro y la clave de todo, Él, el Unigénito de Dios, no creado, sino de la misma sustancia y naturaleza del Padre. De Él recibimos el nombre "cristianos" porque participamos de su vida y misión.


Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de santa María virgen.


Dejémonos evangelizar por esta catequesis sobre Jesucristo.

sábado, 20 de febrero de 2016

Participar en la liturgia ofreciéndonos (II)


            La ofrenda real de los fieles con Cristo, asociados a su sacrificio, como verdadera participación se prolongará luego en la vida cotidiana, convirtiéndola en “sacrificio espiritual”, en una “liturgia existencial” de continua santificación y ofrenda. 


En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo se hace también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas las generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda” (CAT 1368). 

            Ya decía el Concilio Vaticano II que “los hombres son invitados y llevados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas junto con Cristo” (PO 5) y, antes, Pío XII: “Y no se olviden los fieles cristianos de ofrecer, juntamente con su divina Cabeza clavada en la cruz, a sí propios, sus preocupaciones, sus dolores, angustias, miserias y necesidades” (Mediator Dei, n. 127).

            Esta participación de los fieles en el sacrificio de Cristo, lo que se busca pastoralmente cuando se quiere participar, es la unión con Cristo en su ofrenda, una unión tan íntima, que inaugura un culto vivo, existencial, en lo cotidiano:

miércoles, 17 de febrero de 2016

Fascinados por Cristo

Fascinarse por Cristo, o mejor, ser fascinados por Él, es la clave para entender el movimiento que se desata: seguir al Señor.

Ya nada se entiende sin Él, ya nada tiene luz ni sabor ni color ni dulzura sino está Él.


Los apóstoles lo experimentaron, y al igual que ellos, todos los santos se sintieron fascinados por Jesucristo, por su Palabra, o por su Presencia, o por su mirada. Todo cambió en ese momento.

Cristo fue para ellos lo más decisivo, lo más importante que pudo ocurrir en sus vidas.

Esa fascinación los sacó de sí mismos, de su encerramiento y hasta de su egoísmo; los sacó de la rutina mortal, del sinsentido, y se pusieron a caminar tras Aquel que los amó de verdad como nadie nunca los había amado.

Por eso esta es la clave: ser fascinados por Cristo, y se repite constantemente, a cada paso de la historia de la Iglesia.

lunes, 15 de febrero de 2016

La Comunión de los santos

"En la tierra, la comunión de los santos tiene efectos limitados.

Los hombres siguen encerrados en sí mismos en la medida en que no superan todavía la existencia según la carne.

El mismo Jesús se pareció, en la tierra, a un grano de trigo solitario. Pero en la muerte, caen los cercados de separación y el Espíritu realiza una comunión que en la tierra resulta inconcebible.

domingo, 14 de febrero de 2016

Creo en Dios Padre (I)

La Cuaresma tiene su origen en el catecumenado, en aquella preparación más intensiva de los catecúmenos para recibir los sacramentos de la Iniciación cristiana en la Vigilia pascual.

La primera y más antigua dimensión de la Cuaresma es su dimensión bautismal, catecumenal, a la que se le sumará mucho más adelante la dimensión penitencial, en expiación por los pecados de los fieles, cuando ya el catecumenado y el bautismo en Pascua hayan prácticamente desaparecido.


Durante la Cuaresma, en un rito litúrgico, se les entregaba el Credo a los catecúmenos para que lo devolvieran recitándolo poco antes del Bautismo de Pascua. Al entregarles el Credo, era normalmente el obispo quien les dirigía una serie de catequesis explicándoles el contenido del Credo, frase por frase.

Los catecúmenos eran acompañados por los fieles que así, año tras año, eran también instruidos y se preparaban para vivir la noche santísima de la Pascua.

sábado, 13 de febrero de 2016

La vida santa y apostólica (Palabras sobre la santidad - XXIII)

La vida de santidad, sin encerrarse en sí misma de manera egoísta, o buscando exclusivamente su propia perfección personal y su salvación, se abre a dimensiones eclesiales, fraternas, convirtiéndose en apóstol de tal manera que otros, los hombres, sus hermanos, puedan conocer a Cristo e incorporarse a la Compañía de Cristo, a la Iglesia.


El santo, conociendo el amor de Dios y gustándolo, lo da a gustar a todos. Ser apóstol le nace de sus deseos más nobles y puros, fruto de su experiencia de Jesucristo. Esta norma se cumple en todos los santos, ya sean seglares en el mundo, o sacerdotes, o religiosos con apostolados específicos, ya sea el monje o la monja desde el silencio de la clausura. Todos ellos son apóstoles aunque de manera distinta.

No pueden callar lo que han visto y oído, lo que sus manos han tocado, la Palabra de la vida. Su experiencia de Cristo los pone en movimiento, los lanza al mundo, les infunde una pasión por el Evangelio que ya no les permitirá nunca callar, sino pregonar.

jueves, 11 de febrero de 2016

Una pastoral humilde y compasiva (sentarse a confesar)

Sentarse el sacerdote en el confesionario cada día, pacientemente, es verdadera pastoral, aun cuando la palabra 'pastoral', fruto de la secularización, se identifica con acciones de corte populista o de activismo, con la suma de reuniones y actividades.

Sin embargo, es verdadera pastoral, y muy necesaria, la virtud sacerdotal de quien se sienta pacientemente, cada jornada, en el confesionario. Los fieles, tal vez al principio se sorprenderán, pero luego lo agradecerán como un medio precioso para su santificación y crecimiento. 

La pastoral auténtica es ejercer las virtudes del Corazón del Buen Pastor y éste estuvo siempre receptivo y acogedor a los pecadores que a Él se acercaban. Su corazón aguardaba el retorno del hijo pródigo de la parábola para reintroducirlo en la casa (y la casa es la Iglesia).

Las acciones pastorales de la Iglesia buscan el encuentro y la conversión de la persona con Jesucristo; por eso el confesionario es tan necesario y, aunque sea un martirio, el sacerdote sabe que estar allí cada día es extender la mano como Cristo a quien se está ahogando en el mar de la confusión.

Cuando tanto se habla de 'pastoral' y de 'planes pastorales', y todo se identifica con activismo y acciones populistas, reuniones y programaciones, hemos de recordar algo tan sencillo: pastoral es sentarse cada día en el confesionario con el mismo Corazón y sentimientos de Cristo.

lunes, 8 de febrero de 2016

Música y canto, al servicio de la liturgia

Una buena base doctrinal es necesaria para luego actuar bien; la buena voluntad no basta si no está informada y bien formada, y a veces, desgraciadamente, la falta de formación se ve tan palpable cuando sólo hay buena voluntad y un gran número de despropósitos.


Esto, aplicable a tantos campos distintos, se nota en uno muy concreto: el canto litúrgico y la música en la liturgia de la Iglesia. Aquí los principios doctrinales han quedado olvidados, oscurecidos, relegados, y todo parte y quiere vivir de la buena voluntad de coros parroquiales a los que les gusta cantar, y del criterio pastoral simple de que lo importante es que todos canten, dando igual la belleza o no de la música y su melodía, o la verdad y hondura cristiana de los textos que se cantan y cuándo se cantan en la liturgia.

La música y el canto litúrgicos son servidores de la liturgia y no dueños, desempeñando una ministerialidad imprescindible, porque el canto es connatural a la liturgia y la liturgia requiere del canto y de la música. Pero el ámbito de la liturgia es el ámbito de lo sagrado, del Misterio pascual de Cristo actualizado, de la Presencia que santifica, y no todo conviene ni se adapta a la naturaleza sagrada, orante y espiritual de la liturgia.

Se necesitan hoy criterios claros, y hay que recordarlos, para evitar la pobreza de los cantos en nuestras liturgias parroquiales y diocesanas. Es evidente la necesidad de una sólida y amplia formación litúrgica de nuestros coros así como, en  general, de todo el pueblo cristiano que participa y vive la liturgia y que hay que procurar que la formación los eleve a una mayor comprensión que les permita vivir mejor la liturgia, a un paladar más exquisito para degustar las riquezas de la liturgia y del canto litúrgico.

Una alocución de Pablo VI nos puede ayudar a entender la naturaleza del canto litúrgico, su servicio, su necesidad, su calidad también musical.

"Gustosamente os dirigimos nuestra palabra; y lo hacemos agradeciéndoos y alabándoos por las perfectas disposiciones de ánimo con que queréis escucharla. Nuestra palabra brota de la estima y del afecto especial que tenemos a vuestras personas, de la reflexión y de la solicitud que nuestro oficio pontifical y pastoral incesantemente nos exige a propósito de la Sagrada liturgia, "cima y fuente de la vida de la Iglesia" (SC, n. 16)...

Vuestra actividad viene ahora a integrarse en un momento importante de la historia de la reforma, sabiamente promovida por el Concilio Ecuménico Vaticano II. Buenos frutos se han recogido ya en el sector que más directamente os afecta. En Italia, no menos que en otros países, el pueblo cristiano canta ahora más en las sagradas asambleas. Nuevos textos y nuevas melodías se han injertado en el tronco antiguo y hermoso; prometedores brotes han nacido al soplo de la primavera espiritual, que hoy de una manera tan sensible envuelve y penetra la vida de la Iglesia.

sábado, 6 de febrero de 2016

La Iglesia y su relación con el mundo

La Iglesia sin ser del mundo ni plagiar al mundo, sin absorber la mentalidad del mundo y de cada época, siendo permaneciendo fiel al Señor, está, ciertamente, en el mundo y al servicio de los hombres, encaminándolos hacia Dios, comunicándoles la vida divina en Jesucristo.

La Iglesia recibe de Cristo su vida y su vocación; refleja la luz de su Señor y es Misterio de salvación de vida, sacramento de salvación para los hombres, signo de la unidad de los hombres con Dios y de los hombres entre sí. Es un pueblo santo, pueblo de redimidos, que está consagrado a Dios en la historia de los hombres.


Este ser de la Iglesia, su Misterio, está desglosado en la Constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II y es la clave de interpretación de la Constitución "Gaudium et spes", sobre las relaciones de la Iglesia con el mundo moderno.

A la Iglesia le interesa el hombre, y nada de lo humano le es ajeno, para elevarlo y plenificarlo en Cristo, centro de la historia, que revela el hombre al hombre. Por eso la Iglesia no se encierra en sí misma, ni se desentiende de lo que vive y sufre y necesita el hombre, situado en una época, en una cultura, en un tiempo concreto. Aunque, ciertamente, no presenta soluciones técnicas ni vive sólo para el orden temporal.

viernes, 5 de febrero de 2016

Lo propio de Dios es curar

El hombre por sí mismo nada puede. Su debilidad, el antagonismo de la carne contra el espíritu, lo han dejado sumamente herido y necesita de Dios. Sólo Él puede restaurar la naturaleza humana, sólo Él puede curar.

La primera acción curativa que realiza Dios es llamarnos a la conversión y otorgarnos la gracia de la conversión. El pecado es la grave enfermedad que nos infecta por completo hasta dejarnos postrados. La gracia de la conversión nos pone en camino de curación para recibir sus medicinas y cuidados.

"El Espíritu Santo se volvió también hacia nosotros, los hijos de las naciones, y dijo: "Convertíos, hijos, convirtiéndoos, y yo curaré vuestras heridas" (Jr 3,22), porque nosotros somos los que estamos llenos de heridas. Cada uno de nosotros, aun estando ahora sano y curado de sus heridas, podría decir: "Pues también nosotros éramos desobedientes, insensantos, descarriados..." Advierte cómo Dios, si nos convertimos, nos invita a convertirnos completamente, cuando nos promete que si, "convirtiéndonos" nos volvemos a Él, curará por medio de Jesucristo nuestras heridas" (Orígenes, Hom. Ier. V, 1-2).

jueves, 4 de febrero de 2016

El salmo 96



                Los salmos han sido empleados por muchas generaciones que los han hecho suyos mediante la oración  o para ser saboreados mediante el canto, pues son letras de cantos. Generaciones del pueblo de Israel antes de Cristo ha orado con los salmos; Cristo oró con los salmos, según le habían enseñado, como prescribía la ley judía, su padre José y su madre María; por tanto la familia de Nazaret, oraba con los salmos. Los Apóstoles en el libro de los Hechos  cantaban salmos y recitaban himnos. Y toda la Iglesia los ha tenido en gran estima y en gran consideración porque expresan muy bien la fe cristiana bajo la forma de la poesía; expresan el misterio de Cristo, de la Iglesia, de la salvación. Esa tradición orante en torno a los salmos es lo que vamos recibiendo mediante la catequesis que desde aquí hacemos sobre los salmos.
               
                Vamos viendo que hay salmos de muchos tipos. Vimos que hay salmos penitenciales, como el salmo 50, que expresan la situación del hombre pecador que pide el perdón al Señor; existen salmos históricos donde se van narrando las proezas de Dios a lo largo de la historia, salmos que suelen ser más largos; existen salmos sapienciales, que son meditaciones sobre la vida, sobre la sabiduría, sobre el tiempo, por ejemplo el salmo 89: “Mil años en tu presencia son un ayer que pasó, una vela nocturna”.

                Así llegamos a otro grupo de salmos; el salmo 96 entra dentro del grupo de salmos “reales” o salmos “mesiánicos” que también se les llama, donde se aclama a Yahvé, a Dios, como Rey. Eso para nosotros, tiene una lectura cristiana muy fácil y muy próxima, porque para nosotros Cristo es el Rey, el Señor de cielo y tierra, como celebramos en el último domingo del año litúrgico. La Iglesia, desde el principio, cuando en los salmos aparece la figura del Rey, de “Yahvé, Señor de los ejércitos” inmediatamente lo sustituye mentalmente y lo traduce y ve en él a “Cristo Jesús”. “Cristo Jesús es el Señor”. Por eso San Pablo hablará tantas veces de “Cristo Señor”, del “Señor Jesús”, pensando en Cristo y atribuyéndole todas las características reales de poder que aparecen en los salmos.

                Así en este salmo 96 la Iglesia le está cantando a Cristo. 

 El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodea,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza el fuego, 

abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera 

ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan, 

los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

miércoles, 3 de febrero de 2016

La contemplación (cristiana, trinitaria)

"La Trinidad suscita toda creación sin salir de sí misma. Del mismo modo, con respecto al alma contemplativa, sin salir de su reposo y de su silencio, se le comunicará a su alrededor la Trinidad. En este sentido no se da en Dios contradicción entre el reposo infinito en el que se halla inalterablemente y la infinita fecundidad de su amor. Dígase lo mismo respecto del silencio y de la paz de un alma perfectamente en reposo, puesto que posee la plenitud.


Pero, sin embargo, ese Dios del que propendemos a saciarnos, es al mismo tiempo el que proporciona a nuestras vidas su misteriosa fecundidad.

No se trata, en tal caso, de ninguna necesidad. En realidad, Dios nos basta; no tenemos necesidad de nada más. Pero esa vida divina no puede darse fuera de nosotros. Este salir de nosotros mismos no puede comprenderse en el sentido de que nos enajene de nosotros mismos, sería la expresión de una inquietud, significaría el sentimiento de la ausencia de algo. Porque la contemplación significa que Dios solo nos basta y que la acción procede del activismo, es la manifestación de una mala inquietud, de una necesidad de cambio, cuando es la expresión de algo que buscamos por nosotros mismos.

lunes, 1 de febrero de 2016

Una clase magistral de tipología

Hay una forma de leer la Escritura, que está anclada en la Tradición genuina de la Iglesia, y que a todos nos vendrá bien no sólo conocer sino practicar. Esta forma de leer se refiere a una hermenéutica concreta, esto es, una forma de interpretar la Escritura para comprenderla cristianamente. Así lo hicieron los Padres de la Iglesia.

Los personajes de la Escritura, las instituciones (Templo, fiestas), acontecimientos, etc., se leen como tipos, figuras, anuncios de Jesucristo. En todos ellos se ve a Cristo. A esto se llama "tipología".


Ciertamente, el primer sentido de las Escrituras es el literal: nos cuenta algo, nos narra algo, nos anuncia algo que es lo que está más inmediato en la mente del escritor sagrado.

El segundo sentido de las Escrituras, junto al primero, además, es el sentido moral: la Escritura nos enseña las virtudes, los preceptos del Señor, cómo vivir en santidad y justicia. Siempre, al leerla, cualquier pasaje, hay que buscar cómo nos enseña el Señor a vivir bien y santamente.

El tercer sentido, objeto de esta catequesis, es la tipología. Hay que escudriñar en cada pasaje, en cada acontecimiento, en cada institución (Templo, Cordero, arca...), la imagen de Cristo mismo, el anuncio de Cristo, el tipo de Cristo.

Es la Iglesia la que reconociendo la unidad de toda la Escritura, que converge en Cristo, la puede interpretar con la luz del Espíritu Santo:

"Habiendo, pues, hablando Dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la manera humana, para que el intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que El quiso comunicarnos, debe investigar con atención lo que pretendieron expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos.