jueves, 4 de febrero de 2016

El salmo 96



                Los salmos han sido empleados por muchas generaciones que los han hecho suyos mediante la oración  o para ser saboreados mediante el canto, pues son letras de cantos. Generaciones del pueblo de Israel antes de Cristo ha orado con los salmos; Cristo oró con los salmos, según le habían enseñado, como prescribía la ley judía, su padre José y su madre María; por tanto la familia de Nazaret, oraba con los salmos. Los Apóstoles en el libro de los Hechos  cantaban salmos y recitaban himnos. Y toda la Iglesia los ha tenido en gran estima y en gran consideración porque expresan muy bien la fe cristiana bajo la forma de la poesía; expresan el misterio de Cristo, de la Iglesia, de la salvación. Esa tradición orante en torno a los salmos es lo que vamos recibiendo mediante la catequesis que desde aquí hacemos sobre los salmos.
               
                Vamos viendo que hay salmos de muchos tipos. Vimos que hay salmos penitenciales, como el salmo 50, que expresan la situación del hombre pecador que pide el perdón al Señor; existen salmos históricos donde se van narrando las proezas de Dios a lo largo de la historia, salmos que suelen ser más largos; existen salmos sapienciales, que son meditaciones sobre la vida, sobre la sabiduría, sobre el tiempo, por ejemplo el salmo 89: “Mil años en tu presencia son un ayer que pasó, una vela nocturna”.

                Así llegamos a otro grupo de salmos; el salmo 96 entra dentro del grupo de salmos “reales” o salmos “mesiánicos” que también se les llama, donde se aclama a Yahvé, a Dios, como Rey. Eso para nosotros, tiene una lectura cristiana muy fácil y muy próxima, porque para nosotros Cristo es el Rey, el Señor de cielo y tierra, como celebramos en el último domingo del año litúrgico. La Iglesia, desde el principio, cuando en los salmos aparece la figura del Rey, de “Yahvé, Señor de los ejércitos” inmediatamente lo sustituye mentalmente y lo traduce y ve en él a “Cristo Jesús”. “Cristo Jesús es el Señor”. Por eso San Pablo hablará tantas veces de “Cristo Señor”, del “Señor Jesús”, pensando en Cristo y atribuyéndole todas las características reales de poder que aparecen en los salmos.

                Así en este salmo 96 la Iglesia le está cantando a Cristo. 

 El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodea,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza el fuego, 

abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera 

ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan, 

los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra, 
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;

porque Tú eres, Señor, 

altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal, 

protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo, 

y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.


              “El Señor reina”. Reina en el trono de la cruz, reina sentado a la derecha del Padre por su Ascensión. “El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables”. Todo el universo se alegra contemplando a Cristo como Cabeza sobre todo, que dice San Pablo. “Tiniebla y nube lo rodean, justicia y derecho sostienen su trono”. Matiza así de qué modo es la realeza de Jesucristo; no asienta su gloria en una voluntad arbitraria o en los modos caprichosos de ejercer el poder. ¿Dónde asienta su trono el Señor? En la justicia y en el derecho. Hoy que tanto se habla del “Estado de Derecho y del Estado de bienestar”, la justicia y el derecho verdaderos son los que forman el cimiento del trono de Jesucristo.

                “Delante de él avanza fuego, abrasando en torno a los enemigos”. Enemigos de Cristo: el demonio, el pecado, la muerte. Con el fuego del Espíritu Santo, desaparecen sus enemigos.  

              “Sus relámpagos deslumbran el orbe, y viéndolos la tierra se estremece”. Utilizando una imagen tan cercana como puede ser una tormenta, se expresa el poder de Dios. ¡Qué grande es Dios!. “Los montes se derriten como cera ante el dueño de toda la tierra”. Lo que a nosotros nos parece gigantesco, como son los montes y montañas y el hombre tan pequeño en comparación, eso ante el Señor se derrite como cera. Se derriten inmediatamente ante el poder del Señor, no hay nada que sea más grande que Cristo Rey.  

                 “Los cielos pregonan su justicia, todos los pueblos contemplan su gloria”. Y la reacción de los hombres: “los que adoran estatuas se sonrojan”. Viendo el poder del Señor, de Cristo Rey que está vivo, “los que adoran estatuas se sonrojan, los que ponen su orgullo”, su confianza, “en los ídolos”,  en las imágenes que no pueden salvar, en los pequeños dioses, en los pequeños placeres, porque “ante él se postran todos los dioses”. No hay ídolo que resista, sólo el Señor está vivo, sólo el Señor es el Rey de cielo y tierra. 

                 Por eso la invitación que repetíamos en el estribillo: “Alegraos justos en el Señor”, alegraos vosotros que por el bautismo estáis justificados; alegraos vosotros, que por el bautismo habéis sido hechos santos para desarrollar esa santidad; alegraos en el Señor porque no hay nadie más grande que el Señor, no hay nadie más potente ni más poderoso que el Señor.

                Sea este salmo 96, que le canta la Iglesia a Cristo con toda la Tradición, nuestro canto de alabanza en este día: que nos alegremos en el Señor, que gobierna cielo y tierra.

1 comentario:

  1. Un canto al Dios de las grandes teofanías. El Señor reina y, con su presencia, aniquila a los falsos dioses, mientras su pueblo se alegra y amanece para él la luz de la esperanza.

    Con este salmo nosotros cantamos el reino de Cristo resucitado. También él encabeza ahora a los que caminamos hacia la resurrección: “Delante de él avanza fuego, abrasando en torno a los enemigos” -la muerte y el pecado.

    Tú que, en Cristo, renovaste al hombre, creado a imagen tuya,haz que reproduzcamos la imagen de tu Hijo (de las Preces de Laudes).

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