La Cuaresma tiene su origen en el catecumenado, en aquella preparación más intensiva de los catecúmenos para recibir los sacramentos de la Iniciación cristiana en la Vigilia pascual.
La primera y más antigua dimensión de la Cuaresma es su dimensión bautismal, catecumenal, a la que se le sumará mucho más adelante la dimensión penitencial, en expiación por los pecados de los fieles, cuando ya el catecumenado y el bautismo en Pascua hayan prácticamente desaparecido.
Durante la Cuaresma, en un rito litúrgico, se les entregaba el Credo a los catecúmenos para que lo devolvieran recitándolo poco antes del Bautismo de Pascua. Al entregarles el Credo, era normalmente el obispo quien les dirigía una serie de catequesis explicándoles el contenido del Credo, frase por frase.
Los catecúmenos eran acompañados por los fieles que así, año tras año, eran también instruidos y se preparaban para vivir la noche santísima de la Pascua.
Creo en Dios, Padre todopoderoso.
"n. 1. El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez, y que hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra Madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. Nadie puede poner otra base fuera de la que ya está puesta, que es Cristo Jesús.
Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estéis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón.
Renunciando al diablo y sustrayendo la mente y el alma a las pompas del mismo y a sus ángeles, es preciso olvidarse de lo pasado y, despreciada la vetustez de la vida anterior, renovar con el nuevo hombre una nueva vida mediante las santas costumbres. Como dice el Apóstol, hay que olvidar las cosas de atrás y, con la mirada puesta en lo que está delante, perseguir la palma de la suprema vocación de Dios; hay que creer lo que aún no se ve precisamente, para poder llegar a lo que se ha creído. Quien algo ve, ¿cómo lo espera? Pero, si esperamos lo que no vemos, por la paciencia lo esperamos.
n. 2. Esta fe es también la norma de nuestra salvación, a saber, creer en Dios Padre todopoderoso, creador del universo, rey de los siglos, inmortal e invisible. El es, en efecto, el Dios todopoderoso que al comienzo del mundo creó todo de la nada, el que existe antes de los siglos, que también él hizo y gobierna.
No crece con el tiempo ni se extiende por el espacio, ni materia alguna le pone fin o término, sino que permanece junto a sí mismo y en sí mismo como eternidad plena y perfecta, que ni la mente humana puede comprender ni la lengua describir. pues si el don que tiene prometido a los santos ni ojo alguno lo vio, ni oído lo oyó, ni ha llegado al corazón del hombre, ¿cómo podrá la mente concebir, el corazón pensar o la lengua describir a quien promete ese don?"
(S. Agustín, Serm. 215, 1-2).
El Catecismo nos dice:
ResponderEliminar240 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).
241 Por eso los Apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del Dios invisible" (Col 1,15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1,3).
242 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer Concilio Ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial" al Padre (Símbolo Niceno: DS 125), es decir, un solo Dios con él. El segundo Concilio Ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo Único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150).
2780 Podemos invocar a Dios como “Padre” porque Él nos ha sido revelado por su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos lo hace conocer. Lo que el hombre no puede concebir ni los poderes angélicos entrever, es decir, la relación personal del Hijo hacia el Padre (cf Jn 1, 1), he aquí que el Espíritu del Hijo nos hace participar de esta relación a quienes creemos que Jesús es el Cristo y que hemos nacido de Dios (cf 1 Jn 5, 1).
Un poco largo pero ¡tan hermoso!
Otra Cuaresma acompañados por usted. Gracias. Un fuerte abrazo María M.
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