"La Trinidad suscita toda creación sin salir de sí misma. Del mismo modo, con respecto al alma contemplativa, sin salir de su reposo y de su silencio, se le comunicará a su alrededor la Trinidad. En este sentido no se da en Dios contradicción entre el reposo infinito en el que se halla inalterablemente y la infinita fecundidad de su amor. Dígase lo mismo respecto del silencio y de la paz de un alma perfectamente en reposo, puesto que posee la plenitud.
Pero, sin embargo, ese Dios del que propendemos a saciarnos, es al mismo tiempo el que proporciona a nuestras vidas su misteriosa fecundidad.No se trata, en tal caso, de ninguna necesidad. En realidad, Dios nos basta; no tenemos necesidad de nada más. Pero esa vida divina no puede darse fuera de nosotros. Este salir de nosotros mismos no puede comprenderse en el sentido de que nos enajene de nosotros mismos, sería la expresión de una inquietud, significaría el sentimiento de la ausencia de algo. Porque la contemplación significa que Dios solo nos basta y que la acción procede del activismo, es la manifestación de una mala inquietud, de una necesidad de cambio, cuando es la expresión de algo que buscamos por nosotros mismos.Es preciso, pues, que de esta plentiud de la vida de Dios que entonces redunda de nosotros, como de la Trinidad bienventurada que en nosotros mora, emane esa misteriosa fecundidad que haga que otros puedan sacar algún bien para su alma de aquello que existirá originariamente en nosotros bajo la forma de una unión profunda con Dios.Por ello, esa unión profunda con Dios es la condición misma de toda irradiación efectiva, puesto que esa irradiación no tiene otro objeto que aquello que anterioremente fue vivido interiormente como unión y como recibido. Así la vida de la Trinidad, simultáneamente como suficiencia en sí misma y como fecundidad infinita, queda como un incomparable ejemplar y arquetipo de lo que es toda participación de la vida trinitaria, y particularmente esa participación que es la vida de las almas más especialmente consagradas a la Trinidad"(DANIELOU, J., La Trinidad y el misterio de la existencia, Madrid 1969, pp. 70-71).
La contemplación cristiana no es el nirvana ni el vacío, sino el amor que mira y se deja mirar por el amor de Dios. Es un movimiento de toda la persona, que corrigiendo el activismo y el deseo de querer abarcarlo todo y hacerlo todo, deja a Dios que se done por completo a la persona.
Tal contemplación es un desbordamiento de la Trinidad, en acto de amor, y la respuesta es acallar el mundo interior, serenar las potencias del alma (la memoria, la inteligencia, la voluntad) y disponerse a recibir humildemente aquello que Dios quiere otorgar.
¿Acaso para unos pocos elegidos y exclusivos? La contemplación cristiana, sencilla, es para todos. Sólo hay que decidirse firmemente a situarse, cada día, ante el Misterio de manera mariana, es decir, con disponibilidad y receptividad a las comunicaciones y dones de Dios.
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