martes, 31 de diciembre de 2013

El canto en la liturgia navideña

El ciclo litúrgico de la Navidad es alegría, especialmente festivo, tras la discreta austeridad y moderación del Adviento. Motivos tenemos, sin duda, para cantar el Misterio de la Navidad, el Acontecimiento que cambió la historia para siempre: Dios sin dejar de ser lo que era, ha asumido lo que no era; Dios se ha hecho hombre para redimir al hombre.


El canto, que es connatural a la liturgia y no un adorno añadido, algo periférico que estorbe, debe responder siempre a la naturaleza de la liturgia: acción de Cristo y de la Iglesia, presencia y actuación del Misterio, y su letra ser confesante de la fe cristiana, inspirada en textos bíblicos, salmos o textos de la misma liturgia, así como su música y melodía que necesita una "bondad" de las formas, solemne, adecuada a la liturgia.

La buena intención no basta; es insuficiente conformarse con que "se cante", con que lo importante es cantar, sin atender ni a la música ni a la letra de lo que se canta, y el ciclo navideño parece ser la expresión cumbre: aquí se introduce lo "popular-folclórico" con total impunidad, atentando contra la belleza del Misterio. "No todo conviene" que diría san Pablo, aun cuando los villancicos populares "sean lícitos", anclados en el sentimiento popular. Éstos tienen su lugar propio, festivo, hogareño, pero no están pensados, ni mucho menos, para el ámbito sagrado de la liturgia.

Si la catequesis se titula "cantamos la liturgia de Navidad" es para resaltar que lo que se canta es LA liturgia de Navidad, no DURANTE la liturgia de Navidad cualquier canto popular o villancico o como si la liturgia pudiese ser el pretexto para cantar -fuera de contexto- los pocos villancicos simpáticos que nos sabemos.

Repasemos someramente los cantos de Navidad, aquello que hemos de cultivar con esmero.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Un nuevo inicio (Preces de Laudes de Navidad - II)



El nuevo inicio y la nueva creación comienzan con el signo del poder de Dios. Lo anunciado por Isaías desencadena una nueva acción de Dios: una virgen concebirá y dará a la luz. La maternidad virginal de Santa María señala el cielo nuevo, la tierra nueva: “Cristo, que ha nacido de María Virgen por obra del Espíritu Santo” (1 ene). Ocurre así el “admirable intercambio” que los Padres de la Iglesia explicaban y la liturgia gusta repetir.



            Ya el prefacio II de Navidad se admira de este intercambio; vale la pena recordar su contenido:

Porque en el misterio que hoy celebramos,
Cristo, el Señor, sin dejar la gloria del Padre,
se hace presente entre nosotros de un modo nuevo:
el que era invisible en su naturaleza
se hace visible al adoptar la nuestra;
el eterno, engendrado antes del tiempo,
comparte nuestra vida temporal
para asumir en sí todo lo creado,
para reconstruir lo que estaba caído
y restaurar de este modo el universo,
para llamar de nuevo al reino de los cielos
al hombre sumergido en el pecado.

            Y también el precioso prefacio III de Navidad:


domingo, 29 de diciembre de 2013

La respuesta de Dios es la salvación

Cuando en la santa Pascua, la vigilia pascual, cantamos que "de nada nos valdría haber nacido si no hubiésemos sido redimidos", estamos cantando la Gloria de Cristo y la obra de Dios. Ésta es la acción de Dios: salvarnos, y comienza por asumir la naturaleza humana (lo que no era) para redimir al hombre.

Ha comenzado la salvación por el nacimiento de Cristo, el Hijo de Dios, haciéndose hombre sin dejar de ser Dios.


Este es el centro de las fiestas litúrgicas de la Navidad, que no habremos de perder de vista para impedir que las distracciones de estos días aparten la atención del Misterio, entretenidos en reuniones familiares o de amigos. La salvación del hombre es la palabra clave de la Navidad.

Quien nos ha nacido es algo más que un tierno niño, alguien más que un hombre con ética elevada y palabra de fuego, alguien más que un personaje religioso de indudable trascendencia y alcance. Ha nacido el Hijo de Dios para salvar.

La respuesta de Dios al hombre no es abandonarlo al poder del pecado y de la muerte, ni dejarlo sumido en su perdición y la debilidad de sus fuerzas humanas, estrechas, debilitadas por el pecado original. La respuesta de Dios no es callar ante los interrogantes del hombre, guarecerse ante su indigencia en un halo de misteriosa intangibilidad, como si ser Dios fuera ser distante y altivo. La respuesta de Dios es la salvación para el hombre; la respuesta de Dios es revelarse, dando luz allí donde había tanta tiniebla, respondiendo a las cuestiones del corazón humano con balbuceos y lenguaje humanos.

La vivencia de la liturgia estos días, y el grito gozoso, lleno, henchido de esperanza que pronunciamos a todos, es que la salvación es posible para todo hombre, que la salvación ya está aquí, que siempre hay posibilidad para todo hombre porque el Amor de Dios es tan inmenso e inagotable que ha salido a nuestro encuentro por el nacimiento del Verbo.

sábado, 28 de diciembre de 2013

El tiempo santo de la Natividad del Señor

El tiempo de Navidad es relativamente breve: desde el 25 de diciembre hasta la fiesta del Bautismo del Señor. Su articulación está llena de fiestas y solemnidades porque es el gran ciclo de la Manifestación del Señor, de la Aparición del Señor.




En el tiempo de la Navidad, la revelación de Dios ha llegado a su plenitud, diciéndonos todo lo necesario en su Palabra, eterna y definitiva. 


En el tiempo de Navidad se realiza el admirable intercambio: Dios se hace hombre para que el hombre participe de la naturaleza divina; el Eterno entra en el tiempo para que el hombre caduco pueda participar de la eternidad de Dios y de la vida feliz y bienaventurada.

Se distribuye este tiempo de la siguiente manera:

"Después de la celebración anual del misterio pascual, la Iglesia tiene como más venerable el hacer memoria de la Natividad del Señor y de sus primeras manifestaciones: esto es lo que hace en el tiempo de Navidad.

El tiempo de Navidad va desde las primeras Vísperas de la Natividad del Señor hasta el domingo después de Epifanía, o después del día 6 de enero, inclusive.

La misa de la Vigilia de Navidad es la que se celebra en la tarde del día 24 de diciembre, ya sea antes o después de las primeras Vísperas.

El día de Navidad se pueden celebrar tres misas, según la antigua tradición romana, es decir, en la noche, a la aurora y en el día.


viernes, 27 de diciembre de 2013

Celebrando y confesando el Misterio (Preces de Laudes de Navidad - I)



Durante el tiempo de Navidad, inaugurado el día del Nacimiento del Señor y que concluye con el Bautismo de Cristo en el Jordán, los formularios de las preces de Laudes son muy numerosos y variados y, por tanto, nos introducen muy adecuadamente en la celebración del Misterio, enriqueciendo nuestra comprensión teológica y favoreciendo la vivencia espiritual. Se supera así el sentimentalismo edulcorado que este tiempo ofrece –social y culturalmente-  para penetrar, humildes y adorantes, en el misterio del Dios-con-nosotros.


1. Los encabezamientos


            Cuando se introducen las preces de Laudes, por parte de quien preside, en una frase breve se muestra algún aspecto del Misterio que se celebra para disponer a todos a la plegaria con una tonalidad específica.

            ¿Cuál es el Misterio? Que el Verbo de Dios ha asumido nuestra naturaleza humana haciéndose plenamente hombre para redimir al hombre: “Glorifiquemos a Cristo, Palabra eterna del Padre, engendrado antes de los siglos y nacido por nosotros en el tiempo” (25 dic). Su encarnación es plena: asume todo lo humano y entra en el mundo –virginalmente- mediante la estructura familiar: “Adoremos a Cristo, Hijo de Dios vivo, que quiso ser también hijo de una familia humana” (Sgda. Familia).

            Todas las promesas mesiánicas y lo anunciado por los profetas durante siglos, se ven cumplidos en Cristo: “Dios en su misericordia nos ha enviado a Cristo, príncipe de la paz” (29 dic). La tierra entera se goza por su venida, su Luz ilumina a todas las naciones, Dios ha hecho maravillas: “Cristo, Salvador enviado por Dios, a quien han contemplado los confines de la tierra” (7 ene), ya que “los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios” (Sal 97), como tantas veces se canta en la liturgia de este tiempo de Navidad.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

¡Venid, que Cristo ha venido a buscarnos naciendo!



"¡Venid, os esperamos!
¡…Venid, pues hay algo asombrosamente bueno preparado para vosotros! ¡Venid!


            Releamos el mensaje celestial del ángel en la noche profética de Belén: “Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). Por ello, tomando prestadas las notas del canto de los pastores en el pesebre, os repito: Adeste, fideles. Acercaos, fieles. Nuestra invitación se dirige muy especialmente a vosotros, queridos niños, a los jóvenes, pues con toda vuestra alma buscáis la alegría y deseáis la vida, venid. Cristo es el verdadero héroe con el que soñáis, el verdadero amigo que buscáis. Venid, preocupaos de conocerlo y luego amadlo y seguidlo.

               Pero nuestra invitación no se queda ahí; quiere llegar a todos los hombres, y en primer lugar a los que reflexionan y buscan. Escuchad la palabra del profeta: “Oíd, sedientos todos, acudid por agua; venid, también los que no tenéis dinero (entended: méritos ni fuerzas)” (Is 55,1). Luego, nuestra llamada se dirige a quienes no trabajan y sufren. ¿No es propio Cristo quien dijo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28)? Lamentablemente, sabemos bien a qué dificultades se debe enfrentar el hombre moderno, tanto dentro como fuera de sí, cuando debe cumplir un verdadero acto de fe, afirmar su creencia en Dios, aceptar a Jesucristo e injertarse en la Iglesia. Pero en este momento nos parece que nuestra invitación adquiere una fuerza de persuasión muy especial en virtud de la humildad afectuosa con la que se expresa, en virtud de la autoridad franca y sincera que la caracteriza y que no es la nuestra, sino la suya, la del Maestro, la del Cristo-Luz, del Cristo-Pan de vida; y también en virtud de la aprobación que le aportáis vosotros, hombres de hoy, probando mediante vuestras sabias y trágicas experiencias que “bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre –sino el de Cristo- por el que debamos salvarnos” (Hch 4,12). Venid, pues; Cristo ha venido por vosotros, ¡sobre todo por vosotros, hombres de nuestro tiempo!
  
              Pero quisiéramos que el eco de nuestra invitación repercutiese aún más lejos y fuese oído por todos los pueblos de la tierra…

  

viernes, 20 de diciembre de 2013

Conversión, evangelización y obras santas (Preces de Adviento de Laudes - y V)



            3.5. Preparar el camino al Señor


            La venida inminente del Señor requiere estar preparados, y esta preparación es muy concreta: la conversión, volver a Él, preparar el camino del Señor, primero con la conversión personal y después abriendo caminos a Cristo entre los hombres.

            El Adviento también nos educa en la conversión así como en el espíritu evangelizador, movidos por un mismo principio: como el Bautista grita, preparamos nosotros también el camino al Señor: “Prepara, Señor, en nuestros corazones, un camino para tu Palabra que ha de venir; así tu gloria se manifestará al mundo por medio de nosotros” (Mart I). Como una gracia, se suplica una conversión real del corazón para poder acoger y recibir al Salvador que viene: “concédenos, Señor, dar aquel fruto que pide la conversión, para que podamos recibir tu reino que se acerca” (Mart I).

            Al tiempo que se va viviendo la conversión personal, se abre camino a Cristo, el Señor, entre los hombres y en el mundo, anunciando al Señor que ya llega: “Que al anunciar tu venida, Señor, nuestro corazón se sienta libre de toda vanidad” (Lunes II); “concede a los que anunciamos al mundo tu salvación que la encontremos también en ti” (Vier II), ya que, como san Pablo escribe de sí mismo: “corro yo, pero no al azar, lucho, pero no contra el aire; sino que golpeo mi cuerpo y lo someto, no sea que, habiendo predicado a otros, quede yo descalificado” (1Co 9,26-27).

Es tiempo de proclamar el Evangelio, la gran noticia de la salvación y de la llegada del Redentor, con fuerza y pasión, con entrega siempre renovada: “Tú que viniste a anunciar la Buena Noticia a los hombres, danos fuerza para que también nosotros anunciemos el Evangelio a nuestros hermanos” (Sab II).


            3.6. Las obras de una vida santa


            Hay un estilo específicamente cristiano de vivir, un modo de existencia cristiana en santidad y justicia que poco tiene que ver con la mundanización o con esa contemporización cómoda y cobarde de tener principios cristianos pero comportamientos apagados, que ni son luz ni sal ni fermento, sino disimulo constante.

            La vida cristiana es una vida santa, a contracorriente, y con modos propios de ser, de relacionarse, de situarse ante la realidad. Ese estilo, mientras esperamos al señor, es definido por san Pablo en un texto que tiñe el Adviento de un color propio y que la liturgia se complace en repetir: “llevemos ya desde ahora una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo” (Tt 2,12-13). La liturgia transforma en petición ese texto paulino: “haz que durante este día caminemos en santidad y llevemos una vida sobria, honrada y religiosa” (Dom I); y también: “Tú que eres bendito por los siglos, concédenos por tu misericordia, que, llevando ya desde ahora una vida sobria y religiosa, esperemos con gozo tu gloriosa aparición” (Dom II); “concédenos, por tu misericordia, llevar ya desde ahora una vida sobria y religiosa, mientras aguardamos la dichosa esperanza, la aparición gloriosa de Jesucristo” (Juev II).

miércoles, 18 de diciembre de 2013

El deseo de Cristo (Preces de Laudes de Adviento - IV)




            3.3. El deseo del amor, la necesidad de la salvación


            El Adviento educa nuestro deseo, purificándolo, reorientándolo hacia Cristo y acrecentándolo, de forma que todo nuestro deseo sea Cristo y Cristo el único capaz de colmarlo.

            Ese deseo de Cristo alienta nuestros pasos, se expresa en oración, lleva el corazón a una esperanza renovada. ¡Cristo lo es todo!

            Durante el tiempo de Adviento, tiempo de preparación, expresamos ese deseo que está siempre sostenido por la esperanza y lleno de amor a Él.

            La necesidad de salvación la experimentan todos, aunque no todos la reconozcan o la identifiquen en ellos mismos: “con tu bondad y tu inmensa compasión, ven, Señor, en ayuda de todos y sal al encuentro de los que te desean aun sin saberlo” (Vier I). Si permanecemos en el amor, desearemos a Cristo y su venida con gozo y paz: “por tu Espíritu consérvanos en el amor, para que podamos recibir la misericordia de tu Hijo que se acerca” (Sab I).

            “Tú que por la Iglesia nos anuncias el gozo de tu venida, concédenos también el deseo de recibirte” (Lunes II); ese deseo de Cristo es ardiente, por lo que suplicamos constantemente su venida. Esperamos a quien amamos y el amor tiende a la unión, no sufre la separación ni la distancia: “Enciende nuestros corazones en tu amor, para que deseemos ardientemente tu venida y anhelemos vivir íntimamente unidos a ti” (Mart II).

            Gozo y deseo del corazón, se desea a Cristo: “Nuestra gloria, oh Cristo, es alabarte, visítanos, pues, con tu salvación” (Mierc II) porque así viviremos gozosos alabándole, si Él se digna visitarnos con su gracia, su misericordia y su salvación. Es la tierra entera la que experimenta tal deseo de la Presencia del Salvador: “Que la tierra entera, que se alegra por la venida de tu Hijo, experimente más aún el júbilo de poseerte plenamente” (Juev I).


martes, 17 de diciembre de 2013

La "aburrida" genealogía de Jesús el 17 de diciembre

Al iniciar las ferias mayores, esta semana intensa espiritual y litúrgicamente de preparación inmediata a la primera venida del Señor en nuestra carne, la Iglesia en el rito romano proclama la genealogía de Jesús. ¡Las caras de los fieles expresan un aburrimiento mortal de necesidad! ¡Tantos nombres raros uno tras otro! Y si hay homilía luego, pocas veces explica el sentido de lo escuchado sino una vaga exhortación navideña... a la solidaridad con la Campaña de alimentos (permítaseme la caricatura).

¿Por qué una genealogía?

 
Y además, ¿dos genealogías tan diversas entre sí, la de Mateo y la de Lucas?
  • Mateo asciende desde Abrahán a Jesús; Lucas baja desde Jesús hasta Adán;
  • Las generaciones no coinciden: Mateo pone 42 y Lucas 77, y ambas listas discrepan entre David y Cristo;
  • Mateo pone 14 generaciones en cada tramo, pero con 14 generaciones no se abarcan períodos de siglos enteros (por ejemplo, el primer período de unos 900 años);
  • se omiten reyes y personas, unos aparecen en Mateo, otros sólo en Lucas...

Habrá que situarse en la mentalidad semita: más que crear un árbol genealógico preciso, tan al gusto de historiadores o en la actualidad de algunos curiosos elaborando el árbol genealógico familiar, simplemente se subrayan períodos y algunos de los antecesores por su valor simbólico desde el punto de vista teológico del evangelista; es resaltar cómo en Jesucristo confluye toda una historia de salvación, y con esa misma intención se proclama en la liturgia (casi ante el asombro de propios y extraños que no entienden a qué viene ese evangelio tan raro).

lunes, 16 de diciembre de 2013

Ferias mayores, la mirada hacia la Natividad

El santo tiempo de Adviento, que es nuestro presente aguardando nuestro destino futuro, ha llegado a las ferias mayores, la semana previa del 17 al 24 de diciembre, ambos inclusive. Se acelera la preparación más inmediata a esta Natividad del Señor, litúrgicamente actualizada y hecha presente, en este año de gracia, en otro año de gracia.



Todo en la liturgia apunta a esta primera venida en carne del Verbo, a su venida que ya aconteció. La mirada, la celebración, la espiritualidad, acrecienta el deseo de Cristo que viene y aguardamos, si me permitís, con ternura infinita, a que el Verbo que ahora se está gestando en el seno bendito de la Virgen, salga como el esposo de su alcoba (cf. Sal 18A), nazca, brille, muestre el esplendor de su gloria.

La intensidad espiritual -y la belleza- de estas ferias mayores conforman nuestro espíritu a imagen de María, para aguardar al Señor con el mismo amor inefable de su Madre, con su silencio orante, pudoroso y recogido, con el deseo de recibir a Quien viene a salvarnos por puro amor. Este es otro tono espiritual, rebosante de esperanza, de alegría contenida, de deseos santos.

La liturgia, maestra de vida espiritual, escuela de cristianismo, forja nuestra alma en estos días en tonos distintos.


domingo, 15 de diciembre de 2013

Abandonarse, confiar, esperar (Péguy)

Un ejercicio interior grande en el Adviento es trabajar en la esperanza, es decir, crecer en la esperanza. Dios abre caminos, Dios cumple sus promesas. Sólo cabe abandonarse confiadamente en Él.

"Despiertos o dormidos vivamos con él", decía san Pablo en 1Ts. Dormir tranquila y confiadamente en Dios es un gran signo de abandono en Él, en vez de volver una y otra vez sobre nosotros mismos y nuestra conciencia, o la meticulosidad de prácticas religiosas -rezar, rezar y rezar, formularios, oraciones escritas, estampitas y novenas, etc-.



Más vale un acto de abandono, de paz en Dios, de esperanza serena.

Así escribía Péguy sobre la noche y, sobre todo, sobre el abandono esperanzado en Dios:




“Yo sé llevarle. Es mi oficio. Y esa libertad es mi creación.
Se le puede pedir mucho corazón, mucha caridad, mucho sacrificio.
Tiene mucha fe y mucha caridad.
Pero lo que no se le puede pedir, vaya por Dios, es un poco de esperanza.
Un poco de confianza, vaya, un poco de relajación,
Un poco de entrega, un poco de abandono en mis manos,
Un poco de renuncia. Está tenso todo el tiempo.

sábado, 14 de diciembre de 2013

¡Ven, Señor Jesús, nuestra esperanza! (Preces de Laudes de Adviento - III)



3. Las peticiones


            Diversos temas recurrentes, es decir, que vuelven a aparecer con distinta modulación, se presentan en las preces de Laudes ofreciendo una tonalidad espiritual muy concreta y determinada. Y como “lex orandi, lex credendi”, las preces de Laudes educan nuestra fe al darnos un contenido doctrinal amplio, bello, sobre la venida de Cristo. Estas preces, siempre, son manantial de espiritualidad, de espíritu cristiano, y de teología hecha oración.


            3.1. ¡Preparados!


            El tiempo de Adviento viene caracterizado por su vigilancia. “Estad en vela” (Mt 24,42), “estad preparados” (Mt 24,44). Toca aguardar en vela durante el tiempo presente, dispuestos para que, cuando menos lo esperemos, oigamos la voz avisadora: “Llega el esposo, salid a recibirlo” (Mt 25,6).

            A Dios suplicamos cada jornada que “venga su reino”, e igualmente suplicamos que Él nos prepare a la venida de su Hijo o rogamos estar preparados, siempre, desde ya. “Haz, Señor, que estemos preparados el día de la manifestación gloriosa de tu Hijo” (Dom I).

            Despiertos, como hijos de la luz, abandonamos las obras de las tinieblas porque nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer (cf. Rm 13,11s); la fe se vuelve activa, diligente, vigilante: “Oh Luz indestructible que vienes a iluminar nuestras tinieblas, despierta nuestra fe aletargada” (Lunes I).

            “¿Quién podrá resistir en pie el día de su venida?”, preguntaba el profeta Malaquías (cf. 3,2); esta pregunta la liturgia la convierte en plegaria: “Cuando vengas en una nube con gran poder y gloria, haz que nos podamos mantener en pie delante de ti” (Mierc I). Preparados y vigilantes, despiertos y esperanzados, estamos de pie aguantando, firmes en la fe y en la esperanza, nunca vacilantes o dubitativos: “Haz que nos mantengamos firmes, Dios de clemencia, hasta el día de la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (Sab I).

viernes, 13 de diciembre de 2013

Salmo 84: Dios anuncia la paz...

El salmo 84 es un salmo de acción de gracias, un salmo de contemplación, que es empleado muchas veces en la liturgia; se ven las maravillas de Dios.

    La paz de la que habla el salmo la vemos más que cumplida en nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Dice el salmo: “Voy a escuchar lo que dice el Señor: Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón”. Es el anuncio que hace el mismo Señor cuando se aparece en el Cenáculo ante los apóstoles acobardados; su saludo es “la paz con vosotros”. Es la paz de estar en amistad con Dios, de no tenerle miedo a Dios, porque hemos ido venciendo nuestro pecado y no tenemos porqué escondernos, como Adán y Eva se escondieron al ver su realidad de desnudez, su realidad de pecado. 

“Dios anuncia la paz”. Cristo, dice también el apóstol san Pablo en la carta a los efesios, “es nuestra paz”, porque Él, en la cruz, unió dos cosas antagónicas, opuestas: Dios y el hombre. Estaban separados por el pecado y por la muerte, pero en la cruz el Señor los une: ¡estamos en paz! Reconcilió el cielo y la tierra, lo humano y lo divino. Y en la cruz, definitivamente, unió al pueblo judío y al pueblo gentil, la humanidad dividida. Cristo es nuestra paz. Y la fórmula de la absolución, cuando confesamos nuestros pecados y el sacerdote impone las manos en nuestra cabeza y recita la oración del perdón, se dice: “te conceda por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz”, el volver a la comunión con Dios, esa comunión que nosotros hemos roto por nuestros pecados. 

En la misma paz de Dios, el Evangelio resuena esta paz, es la que expresamos, que significamos, en el momento de la paz en la Misa: sin movernos de nuestro sitio, porque no hay porqué moverse, sin tenerle que dar la paz a todo el mundo, sólo a quien se tiene al lado, como signo de vivir en la comunión de la Iglesia, de ser miembro vivo de la Iglesia y estar unidos a los hermanos en la Iglesia. De hecho el saludo que se hace es “la paz contigo”.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Ante quien oramos cada mañana (Preces de Laudes de Adviento - II)



2. Los encabezamientos


            El formulario de las preces va precedido de una invitación de quien preside para orar juntos; estos encabezamientos, bien recitados, considerados por todos, encierran doctrina teológica y espiritual, y dispone el corazón de los orantes.

  
          El Adviento nos sitúa decisivamente ante la historia de la salvación, su cumplimiento en Cristo, las promesas y la esperanza ante el Señor que viene. Las profecías resuenan gozosamente en este tiempo como alegres y consoladores anuncios de la primera venida del Mesías y de su vuelta gloriosa: “trazó desde antiguo un plan de salvación para su pueblo” (Sab I), dice el encabezamiento de las preces. Toda la historia trazada por Dios es historia de amor y salvación y llega a su cumbre con Cristo: “Imploremos, hermanos, a Dios Padre, que ha enviado a su Hijo para salvar al mundo” (Juev II).

            Así, Dios rescata al “resto de Jacob”, a los pocos fieles que le desean, al pequeño rebaño: “El Señor, Padre todopoderoso, tenderá otra vez su mano, para rescatar al resto de su pueblo” (Mart I).

            La oración eclesial se dirige “al Señor Jesús, juez de vivos y muertos” (Dom II), es decir, un reconocimiento y confesión de Cristo como término y Señor de la historia, Aquel que vendrá con gloria a juzgar a vivos y muertos, que “pagará a cada uno según sus obras” (Rm 2,6) y ante quien vamos a comparecer ante su tribunal (cf. Rm 14,10). Así pues, oremos “con todo nuestro espíritu a Cristo redentor, que vendrá con gran poder y gloria” (Sab II).

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Un ejemplo hoy de interpretación del Leccionario de Adviento

Plácidamente, pero también esperanzadamente, con tensión espiritual, escuchamos las profecías de Isaías cada día de este primera parte de Adviento (hasta las ferias mayores, a partir del 17 de diciembre), y cómo se cumplen todas en Nuestro Señor Jesucristo, eligiendo el evangelio según la lectura de Isaías, en armónica relación -y no cada lectura en paralelo o lectura semi-continua-.

El peso fuerte -ya lo señalamos- recae en la lectura semicontinua de Isaías, y luego el Evangelio se une a la primera lectura como su cumplimiento. Sabiendo esto, oíamos hoy: "Él da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido... los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, les nacen alas como de águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse" (Is 40, 30-31).

¿Quién no experimenta cansancio, desolación, vacío? ¿Y dónde descansar el corazón, sentir la paz más íntima y honda? El profeta anuncia que Dios será el descanso, la fuerza, el alivio para el cansado.

Entonces el evangelio muestra la plenitud y el cumplimiento de la profecía: "Venid a mí... encontraréis vuestro descanso". El título de la lectura de Isaías (frase en rojo que resume el sentido de la lectura y el motivo de su elección) es: "El Señor todopoderoso da fuerza al cansado", y el título del evangelio, en relación con la lectura, es: "Venid a mí todos los que estáis cansados". Lo que el profeta señalaba se realiza en Jesucristo. ¡Ya sabemos dónde encontrar descanso verdadero, renovada vitalidad! ¿A qué da alegría oír estas palabras, saborear esta Palabra?

Y ya que estamos, tomemos otra lectura y así captaremos más claramente cómo se organiza el leccionario ferial.

El miércoles de la I semana de Adviento se proclamaba el evangelio de la multiplicación de los panes y peces según Mateo. 
 ¿Por qué? 

¿Para hablar de la solidaridad, de la distribución de la riqueza o de la Campaña de Navidad (donde todos nos sentimos tan solidarios por llevar unos kilos de alimentos no perecederos)? 

¿Tal vez de la Eucaristía?


martes, 10 de diciembre de 2013

Ofrecimiento y catolicidad

Insertados en la Católica, como miembros de la Iglesia, vivimos la catolicidad, o mejor, aprendemos el sentido hondo de lo "católico" cuando lo unimos a la "Comunión de los santos". Lo católico marca, sella, conforma la existencia, sacando del estrecho egoísmo de uno mismo e introduciéndonos en un amor que se hace extensivo a todos, conocidos o desconocidos, en el Cuerpo místico.


Ser católico significa que ya ni estamos solos ni lo que somos, vivimos o sufrimos se reduce a nosotros mismos ni a nuestro bien particular, sino que se integra en el todo de la Católica. Sirve a los demás, bendice a los demás, llega y alcanza a los demás. 

Lo católico roza el misterio de lo invisible y nos ayuda a entender que formamos una partecita pequeña, pero real, vital, de la Comunión de los santos. Así, la santidad de uno redunda en la santidad de todos; la paciencia de uno sostiene al que es tentado de impaciencia; la esperanza de uno levanta las tristezas y angustias de otro.

El ofrecimiento de lo que somos y de lo que vivimos, grande o pequeño, enfermedad o pequeña contradicción, sufrimientos grandes o pequeña tarea insignificante, enriquece a la Comunión de los santos.

"Quien hace lo suyo con espíritu católico, contribuye a la catolicidad de la Iglesia" (VON BALTHASAR, H. U., Católico. Aspectos del Misterio, Encuentro, Madrid 1988, p. 45).

lunes, 9 de diciembre de 2013

Un día de Adviento (Preces de Laudes - I)



            Podría decirse, sin que sea un atrevimiento, que las preces de Laudes educan en la espiritualidad del Adviento, o lo que es lo mismo, forjan a una persona cristiana en la espera y en la esperanza, la ayudan a levantar la mirada del corazón aguardando a que Él venga en gloria y majestad. Orientan el deseo. Iluminan el futuro que nos aguarda.

            Cada mañana, las preces de Laudes iluminan con color de esperanza la jornada que empieza; prestar atención a ellas es asistir a una lección real en la mejor escuela de espíritu cristiano, que es la liturgia.


1. Las respuestas


            Cada formulario ofrece una posible respuesta a las distintas peticiones. Todas son expresión de un deseo, una súplica ardiente, que muy bien puede acompañar el día como jaculatoria sabrosa que renueve y prolongue durante todo el día el oficio divino matinal.


            * “Muéstranos, Señor, tu misericordia” (Dom I; Juev II), es la súplica tomada del salmo 84. Aguardamos su misericordia, vivimos de su misericordia y, en definitiva, lo que necesitamos y toda nuestra confianza radica sólo en su misericordia ante nuestra miseria, según el conocido binomio agustiniano. Pero esa misericordia no es algo, sino Alguien, tiene Rostro: es Jesucristo. “Muéstranos, Señor, tu misericordia”, es rogar al Padre que nos muestre a Cristo, que nos dé a Cristo ya, sin retrasarse.


            * La Iglesia desde el principio oró, con esperanza, suplicando: “Ven, Señor Jesús” (Lunes I; Dom, Lunes, Mar, Mierc, Viern y Sab de la II semana), es decir, “Maraná thá”, “Ven, Señor Jesús”, o también la confesión: “Maranathá”, “el Señor viene”. La aclamación primera a la consagración, al menos en el Misal castellano, canta: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús!” Es confesión y es esperanza. “Ven”, es el grito de la Iglesia Esposa que espera en la noche de la historia con las lámparas encendidas a que vuelva su Esposo. “Ven”, es el grito del amor en ausencia y espera del Amado. Y si bien viene realmente en la Eucaristía, ésta es una presencia sacramental, una mediación de Cristo, hasta su retorno glorioso y definitivo.


domingo, 8 de diciembre de 2013

Inmaculada en su Concepción, ¡Santa María!

Porque preservaste a la Virgen María
de toda mancha de pecado original,
para que en la plenitud de la gracia
fuese digna madre de tu Hijo
y comienzo e imagen de la Iglesia, Esposa de Cristo,
llena de juventud y de limpia hermosura.

Purísima había de ser, Señor,
la Virgen que nos diera al Cordero inocente
que quita el pecado del mundo.

Purísima la que, entre todos los hombres,
es abogada de gracia y ejemplo de santidad.
Por eso con los ángeles y los santos,
cantamos sin cesar...

“Porque preservaste a la Virgen María
de toda mancha de pecado original,
para que en la plenitud de la gracia
fuese digna madre de tu Hijo”.


    El Señor preparó el cuerpo y el alma de Santa María para la venida del Verbo, para que el Verbo entrase en el santuario y allí tomase la carne humana de la carne virginal de Santa María.  María, elegida, Señora, recibe gracia tras gracia, preservada del pecado original, de la concupiscencia y las tendencias heridas del corazón. ¡Toda Santa!


“Y comienzo e imagen de la Iglesia, Esposa de Cristo,
llena de juventud y de limpia hermosura”.


    María es el tipo teológico de la iglesia; lo que María es significa lo que la Iglesia está llamada a ser –y lo de María y lo de la Iglesia realizado en cada alma-.  Como María es la  más limpia hermosura, llena de juventud y alegría en la entrega, disponibilidad... así la Iglesia, siempre renovándose, dando la primacía a la Gracia, se rejuvenece y embellece para su Esposo Amado, Jesucristo.

Cita aquí el prefacio un bellísimo y hondo texto del Concilio Vaticano II:

"La santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María,unida con lazo indisoluble a la obra salvífica del su Hijo; en Ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser" (SC 103).

sábado, 7 de diciembre de 2013

El leccionario en Adviento

Cada año volvemos a profundizar y exponer las características litúrgicas y espirituales de cada tiempo litúrgico, incluso repitiendo catequesis. No se trata de un afán de novedades, como si cada año hubiera que estar inventando o la liturgia tuviera que ser nueva e innovadora cada año. Más bien repitiendo las mismas cosas, año atras año, celebrándolas del mismo modo año tras año con los libros litúrgicos vigentes, tendremos que vivirlas mejor, conocerlas mejor, interiorizarlas mejor.


La etapa que vivimos ahora no es la de la reforma de la liturgia, ya concluida, sino la de su profundización y asimilación. Cada año, pues, conviene recordar las realidades celebradas y desgranarlas hasta que formen parte ya de nosotros y de nuestro bagaje espiritual y litúrgico.

Un tiempo litúrgico ofrece una espiritualidad, y marca sus constantes vitales y teológicas mediante dos formas:

1) fundamental, las lecturas bíblicas escogidasy su distribución para ser leídas en los oficios litúrgicos de la Iglesia
2) el cuerpo de oraciones y prefacios.

 En el tiempo de Adviento el leccionario es muy rico y variado, con una selección de lecturas que enriquece la comprensión del Misterio de Cristo y nos dispone a acoger al Señor. La voz de Dios sigue resonando en los profetas, y vemos cómo Dios cumple sus promesas realizándolas en Cristo, su Hijo, venido en la humildad y pobreza de nuestra carne.


¡Comienzan los tiempos nuevos, los tiempos mesiánicos!


viernes, 6 de diciembre de 2013

Pensamientos de San Agustín (XXII)

Los católicos tenemos maestros sabios en nuestra Tradición espiritual, con enseñanzas válidas e imperecederas. Entre ellos, san Agustín, por su trayectoria vital, su experiencia de Dios y su reflexión sobre el Misterio, merece ser escuchado y acogido.


Sus "Pensamientos", en este blog, pretenden ofrecer -gracias al trabajo recopilatorio de Miserere- ideas breves sobre temas diversos, en su forma de "máximas". Leerlas y reflexionarlas, y alguna que otra memorizarla, nos proveen el arsenal del corazón de verdades claras.

La verdadera amistad se ensancha y se hace más robusta y firme, más honda y enraizada, cuando Cristo está en medio. La amistad entonces orienta a Cristo y se vive como memoria de Cristo, compartiendo a Cristo y caminando hacia Él. Desaparece todo roce, o incomprensión, o límite humano que la pueda hacer frágil y convierte la amistad en algo verdaderamente bello.
Ama verdaderamente al amigo, quien ama a Dios en el amigo o porque ya está o para que esté en él (San Agustín, Sermón 336,2).
¿A qué se refiere Cristo cuando dice que Él es "manso y humilde corazón"? ¿A quiénes proclama Cristo bienaventurados sino a los "mansos de corazón"? ¿Qué mansedumbre es ésta?
Quienes no ofrecen resistencia a la voluntad de Dios, ésos son los mansos. ¿Quiénes son los mansos? Aquellos que cuando les va bien alaban a Dios y cuando les va mal no le blasfeman; glorifican a Dios por sus buenas obras y se acusan a sí mismos por sus pecados (San Agustín, Sermón 53A,7).
Lo contrario a esta mansedumbre del corazón, propia de los grandes, de los verdaderos humildes, es la soberbia. Éste provoca una ceguera horrible en el alma y sin embargo se creen que ven, por lo cual su pecado persiste. Sólo la humildad sincera es clarividente.
Tanta es la ceguera de los hombres, que hasta de su misma ceguera se glorían (San Agustín, Confesiones 3,3,6)
La vida de oración no está exenta de tropiezos y tentaciones; a veces sobre cómo orar correctamente, otras veces pensamos que es una oración defectuosa y mejor no hacerla; en ocasiones, la tentación de mirar nuestros pecados y pensar que somos indignos para orar y así nos vamos alejando de la Misericordia de Dios...
Temes que pueda causarte mayor perjuicio el orar como no conviene que el no orar. Puedo decirtelo todo en dos palabras: pide la vida bienaventurada (San Agustín, Carta 130,4.9).
La luz del conocer penetra en el alma si el corazón está dispuesto y abierto a la luz, a aquella Luz que es Cristo, Logos y Luz del mundo. Entonces su Luz nos hace ver la luz y llegamos a irradiar su misma Luz. Veamos:
... lo mismo acontece con nuestra mente, que es el ojo del alma: si no irradia en ella la luz de la verdad, si no es iluminada de manera maravillosa por aquel que esclarece y no es esclarecido, no le es posible el acceso ni a la sabiduría ni a la justicia (San Agustín,Trat. in Ioh. ev., 35,3).
Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, con la estructura ternaria de memoria-inteligencia-amor, con el amor mismo y la libertad orientada al Bien. Lo que el pecado deformó en nosotros, el Verbo lo recreó.
En tu alma se halla la imagen de Dios. La mente del hombre la contiene. La recibió, e inclinándose al pecado, la deterioró. El mismo que antes fue su formador, vino a ella reformador. Vino el mismo Verbo... (San Agustín, Enar. in Ps., 32,2).
Dios ejerce una continua acción pedagógica y educativa en nosotros, a la cual no nos hemos de resistir por nuestro propio bien. Lo que fue creado bueno en nosotros, fue reformado por Cristo y ahora somos educados para no perder todo aquello que Cristo nos dio.
No te separes de la disciplina, porque quien te corrige no puede errar. Quien te hizo, sabe lo que ha de hacer contigo. ¿O acaso juzgas tan inhábil a tu hacedor que supo hacerte a ti y olvidó lo que ha de hacer contigo? (San Agustín, Sermón 21,8).
Un tema omnipresente, y bellísimo, en san Agustín, es la figura del "mendigo" como la situación real del hombre ante Dios que puede pedir humildemente, y no exigir, y recibir como Don la Gracia y la bienaventuranza. ¡Somos mendigos de Dios! Y realmente, lo que pedimos en el fondo de nuestras peticiones, es a Cristo, el mayor Don.
Si sientes hambre y sed, eres mendigo de Dios. Estás como mendigo a la puerta de Dios. A tu puerta hay otro mendigo. Lo que tú hagas con tu mendigo, eso hará Dios con el suyo (San Agustín, Sermón 53A,10).
El pasaje de la barca de los apóstoles zozobrando en la tempestad nocturna, mientras Cristo duerme, es un reflejo realísimo de las situaciones por las que atravesamos en ocasiones. Despierte nuestra fe a Cristo.
Cristiano, en tu nave duerme Cristo; despiértalo; dará orden a las tempestades para que todo recobre la calma. En aquel tiempo, los discípulos, fluctuantes en la barca mientras Cristo dormía, fueron símbolo del fluctuar de los cristianos cuando su fe cristiana está adormecida (San Agustín, Sermón 361,7).

jueves, 5 de diciembre de 2013

El tiempo santo de Adviento: sus características litúrgicas

Un blog como éste pretende ofrecer constantemente, machaconamente, si queréis, una formación seria y sólida que debe retomar y volver sobre ciertos temas para que leídos con cierta distancia de tiempo, permitan recordar contenidos, tal vez entenderlos mejor, vivirlos más plenamente.


Hay catequesis que, sin dudarlo, deben ser anuales, es decir, repetidas cada año de manera que se puedan asimilar al compás de lo que se vive en el año litúrgico. Probablemente hay un déficit en la formación, pero de manera muy resaltada en la liturgia. ¡Todos creen saber de liturgia, todos pontifican sobre liturgia! Pero lo que nos toca es conocer la dinámica misma de la liturgia, acudir a los libros litúrgicos vigentes con sus prenotandos (Introducciones oficiales), sus textos y sus ritos. En esta tarea, sin duda alguna, hay que empeñarse.

Por ejemplo, vivir el Adviento es conocer la amplitud de su liturgia, sus directrices espirituales, las líneas de fuerza de su leccionario, la contemplación de sus oraciones y prefacios y no creer, ingenuamente, que todo el Adviento se reduce a colocar la corona de Adviento y encender un cirio semanalmente. El Adviento es mucho más.

Veamos la perspectiva general del Adviento, sus normas litúrgicas: entonces lo entenderemos y lo viviremos mejor.

El Adviento presenta una doble dimensión que hemos de tener en cuenta para vivirlo:


miércoles, 4 de diciembre de 2013

Lo que no es participar en la liturgia


La participación consciente, plena, activa e interior en la liturgia, se interpreta con el simple “intervenir”, desarrollar algún servicio en la liturgia, y la proliferación –verbalismo- de moniciones y exhortaciones, convirtiendo la liturgia de la Eucaristía en una pedagogía catequética falseada. Se entiende la participación entonces como una didáctica de catequesis donde todo son palabras, es decir, moniciones a todo, superfluas, demasiado largas. 


Desgraciadamente damos por hecho -¡craso error!- que “participar” es sinónimo de “intervenir” y por tanto se procura que intervengan muchas personas para que parezca más “participativa”. Es un fruto desgraciadísimo de la secularización interna, que se ha filtrado en las mentes de una manera pavorosa, y si no se interviene haciendo algo, entonces parece que no se ha participado. Todos tienen que hacer algo, leer algo, subir y bajar, ser encargado de algo, porque si no, se sienten excluidos, ya que viven con la clave de participar = intervenir, participar = ‘hacer algo”.

Evidentemente ese principio, elevado hoy día a axioma, es falso. Este error desemboca al final en el precipicio y, claro, nos caemos a lo hondo del barranco y matamos la liturgia.

            Hay frases muy reveladoras, que se dicen con mucha facilidad, y reflejan hasta qué punto se está secularizando la liturgia desde dentro.

martes, 3 de diciembre de 2013

La experiencia de amor de los santos

Todos y cada uno de los santos, en su diversidad complementaria, en su armonía distinta, fruto de la gracia, tienen algo en común, lo fundamental: la experiencia de un amor mayor.

¿Amor humano, sentimiento de afecto?

Sí, pero no solo, ni mucho menos.


Es la experiencia de un Amor mayor, el de caridad, que proviene de Dios, por el cual se supieron amados por Dios de manera incondicional, fiel, intensa, perseverante.

El Amor de Dios -Ágape, Caridad- llenó y colmó sus vidas y con ese Amor de Dios se amaron a sí mismos humildemente, y pudieron amar dándose, donándose al otro, sin reservarse nada, sin egoísmo ni egocentrismo de ningún género.

Son los santos los que supieron amar porque antes percibieron ese Amor fundamental y fontal.

Son los santos los testigos del Amor de Dios.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Velamos porque estamos esperando

Las dos últimas semanas del tiempo Ordinario y la primera semana de Adviento repiten insistentemente, en las lecturas bíblicas, las oraciones, prefacio y preces de Laudes y Vísperas, "velad", "vigilad".

Este es un concepto muy cristiano: vigilamos, velamos, porque estamos atentos a que Cristo venga, a que Cristo vuelva en su gloria, a que Cristo se manifieste día a día en la historia de nuestra vida.


Se vigila, se está velando despierto, se mira por la ventana con inquietud si se aguarda a que llegue alguien que nos importa, a quien queremos; si no es así, nos da igual sialguien viene o no, no nos provoca ningún deseo, permanecer apaciblemente sentados.

La vigilancia, el velar por la noche aguardando, tiene que ver con el deseo y la esperanza: el deseo de Cristo, la esperanza en Él sabiendo que cumple sus promesas y que es Fiel.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Cáritas es eclesial

De la secularización interna de la Iglesia, pocas cosas se libran: un espíritu de postmodernidad exige desacralizarlo todo, olvidar la propia identidad, relegar lo católico al silencio y ofrecer una propuesta filantrópica, de un genérico "amor", de un servicio social, de una ayuda, sin que se vea su conexión real ni con el Don de la Caridad ni con la Iglesia misma. En la liturgia esta expresión de la secularización está clarísima, y muchísimas veces la hemos abordado, pero también hay otras dimensiones de la vida católica que están afectadas; entre ellas, también Cáritas.

Cáritas, nada más hay que ver bien su nombre, es la prolongación de la Cáritas sobrenatural, del Amor de Dios entregado, que la Iglesia recibe y luego comunica a todos santificando en la liturgia, evangelizando en la predicación y catequesis, acompañando a los enfermos, sirviendo a los necesitados. Son todas áreas de la vida de la Iglesia irrenunciables, y prestamos un mal servicio a la verdad, cuando, con mentalidad secularizada, olvidamos todo y centramos el para qué sirve en la Iglesia en un simple "ayudar a los pobres"; mal servicio prestamos cuando, olvidando la originalidad del cristianismo, la reducimos a las prestaciones sociales y servicios asistenciales que la Iglesia realiza. ¿Acaso la Iglesia es simplemente una ONG más?

Ya Benedicto XVI, en su primera encíclica, puntualizaba estos aspectos que es bueno recordarlos. Ninguna ideología (y sabemos que hay "teologías" que son "ideologías") puede guiar la acción caritativa de la Iglesia:

"Por lo que se refiere a los colaboradores que desempeñan en la práctica el servicio de la caridad en la Iglesia, ya se ha dicho lo esencial: no han de inspirarse en los esquemas que pretenden mejorar el mundo siguiendo una ideología, sino dejarse guiar por la fe que actúa por el amor (cf. Ga 5, 6). Han de ser, pues, personas movidas ante todo por el amor de Cristo, personas cuyo corazón ha sido conquistado por Cristo con su amor, despertando en ellos el amor al prójimo" (n. 33).

Nace del amor de Cristo, buen samaritano, y forma parte de la naturaleza de la Iglesia misma:

domingo, 24 de noviembre de 2013

Renovar el propio sacerdocio

Es tarea de cada día y es un fruto de una oración ferviente: el sacerdote, cada día, da gracias a Cristo por su sacerdocio.

Muchas cosas y circunstancias, muchos avatares y situaciones de oscuridad, pueden debilitar el entusiasmo, apagar el ardor; pero, siguiendo las palabras del Papa, la oración y una profunda y sincera unión con Cristo renueva el alma sacerdotal.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Controlar la lengua (Exht. a un hijo espiritual - XVI)

"Muéstrate así, hijo mío, cuando quieras practicar el ayuno; y a la hora de la abstinencia, abstén también tu lengua de palabras ilícitas. 


Aleja de ti toda blasfemia y que no salgan de tu boca habladurías superfluas, porque en el día del juicio también por tus palabras ociosas deberás rendirle cuentas a Dios.

No habitúes tu lengua a maldecir a nadie, proque fue creada para bendecir y alabar al Señor.

De las cosas que ignoras no hables en una reunión, sino que las palabras oportunas salgan de tu boca cuando llegue el momento oportuno, para que todos los que te oigan te den las gracias.

De toda charlatanería modera tu lengua, para que quienes te oigan nunca se espanten y se tapen los oídos y quedes tú avergonzado delante de todos.

De lo que no te veas molestamente afectado, no discutas con acritud, ni te habitúes a esta pésima costumbre, porque lo que, de tanta rutina, se encallece, no es poco el trabajo que cuesta evitarlo"

(S. Basilio Magno, Exh. a un hijo espiritual, n. 16)

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Participar de verdad en la liturgia


            Durante el Año de la Fe, se plantearon una serie de objetivos e iniciativas, entre ellas, según señalaba la Congregación para la Doctrina de la Fe, “el Año de la fe «será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía». En la Eucaristía, misterio de la fe y fuente de la nueva evangelización, la fe de la Iglesia es proclamada, celebrada y fortalecida. Todos los fieles están invitados a participar de ella en forma consciente, activa y fructuosa, para ser auténticos testigos del Señor”[1].





            Sigue siendo un objetivo necesario: tenemos por delante que intensificar en la medida de nuestras posibilidades, la participación verdadera en la liturgia, el cultivo de la liturgia, de su solemnidad y sacralidad al celebrarla, renovando la participación plena, consciente, activa, interior, fructuosa, ya que la fe se nutre y se expresa en la liturgia. 


               En esto cada cual, según su ministerio y vocación, como sacerdote, religioso o seglar, habrá de ver qué puede hacer (o en algunos casos, dejar de hacer porque se hace mal) y mejorar.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Magisterio: sobre la evangelización (XII)

Una vez más, e intentando ser exhaustivo con el Magisterio, un Mensaje de Benedicto XVI afronta el reto de la nueva evangelización, esta vez con un clarísimo tono personal.

La preocupación por vincular fe y razón en diálogo, sin oposición ni enfrentamiento ni rivalidad, induce a Benedicto XVI a tratar los nuevos areópagos de cara a la evangelización.


Para esto hace falta amplitud de miras. Reducida nuestra mirada al ámbito del campanario, poco entenderíamos. Pensaríamos que evangelizar es hacer lo que siempre se ha hecho aquí y que lo demás o es absurdo o es una pérdida de tiempo. Sin embargo, esos nuevos areópagos que han surgido son los que fraguan una cultura y una mentalidad, un estilo de vivir, que llega de forma poderosa a todas partes, incluso al "campanario" más perdido y remoto. De la pastoral (y mentalidad) de "campanario" hemos de pasar a tener una visión más global y amplia de la acción evangelizadora. A lo mejor en una pequeña aldea la evangelización de una parroquia será más limitada, pero eso no justificaría que se desprecie o minusvalore otros campos de evangelización (cultura, universidad, internet).

sábado, 16 de noviembre de 2013

Pensamientos de San Agustín (XXI)

La vida del hombre está envuelta de muchas realidades, y le añadimos, además, muchas necesidades, unas más básicas e imprescindibles, pero otras no tan necesarias, sino caprichosas. Sin embargo, ¿qué constituye nuestra vida y orienta a nuestro fin? ¡Sólo Dios! Entonces descubrimos que todo lo demás no es ni tan importante, ni tan urgente, ni tan imprescindible. ¡Qué libertad dará esto al hombre! Ya lo proclamó el Señor al pronunciar las bienaventuranzas.

"Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios". Este ese fin de nuestro amor: fin con que llegamos a la perfección, no fin con el que nos acabamos. Se acaba el alimento, se acaba el vestido; el alimento porque se consume al ser comido; el vestido porque se concluye tejiéndolo (San Agustín, Sermón 53,6).

viernes, 15 de noviembre de 2013

Crisis de fe y respuesta creyente

Ante la crisis generalizada de fe, con múltiples causas que influyen, no una sola, la respuesta sólo puede ser, en primer lugar, una fe más firme, más ardiente, más valiente, más clara, más decidida. La respuesta ha de ser creyente, la de católicos con una fe fuerte, vital. Y, en segundo lugar, una fe que lejos de arrinconarse, sale a la plaza pública, proclama, llama, anuncia, testimonia: es la evangelización, el apostolado.

Una crisis de fe azota a las sociedades modernas desde hace ya varios decenios, la indiferencia cunde.


"Somos conscientes de la inquietud que agita en relación con la fe ciertos ambientes modernos, los cuales no se sustraen a la influencia de un mundo en profunda mutación en el que tantas cosas ciertas se impugnan o discuten. Nos vemos que aún algunos católicos se dejan llevar de una especie de pasión por el cambio y la novedad. La Iglesia, ciertamente, tiene siempre el deber de continuar su esfuerzo para profundizar y presentar, de una manera cada vez más adaptada a las generaciones que se suceden, los insondables misterios de Dios, ricos para todos de frutos de salvación. Pero es preciso al mismo tiempo tener el mayor cuidado, al cumplir el deber indispensable de búsqueda, de no atentar a las enseñanzas de la doctrina cristiana. Porque esto sería entonces originar, como se ve desgraciadamente hoy en día, turbación y perplejidad en muchas almas fieles.

Conviene a este propósito recordar que, por encima de lo observable, científicamente comprobado, la inteligencia que Dios nos ha dado alcanza "lo que es", y no solamente la expresión subjetiva de las estructuras y de la evolución de la conciencia; y por otra parte, que la incumbencia de la interpretación -de la hermenéutica- es tratar de comprender y desentrañar, con respecto a la palabra pronunciada, el sentido propio de un texto, y en ningún modo crear este sentido de nuevo a merced de hipótesis arbitrarias.

Pero, por encima de todo, Nos ponemos nuestra inquebrantable confianza en el Espíritu Santo, alma de la Iglesia, y en la fe teologal, sobre la que descansa la vida del Cuerpo Místico. Sabemos que las almas esperan la palabra del Vicario de Cristo y Nos respondemos a esta expectativa con las instrucciones que normalmente damos"

(Pablo VI, Disc. en la clausura del Año de la Fe, 30-junio-1968).