jueves, 29 de noviembre de 2012

La fe: importancia, necesidad y eficacia

                "Tendremos que hablar con frecuencia de la fe, tendremos que exponer alguna noción de la fe y todos tenemos que conocer sus diversos significados, darnos cuenta de los problemas referentes a la fe, también las dificultades que de tantas partes se oponen a ella, luego experimentar, si el Señor nos ayuda, el gozo, la fuerza, la luz que nos vienen de la fe, y estudiar, finalmente, de qué modo podemos y debemos profesar nuestra fe.



                Hemos elegido este tema para honrar el centenario de esta memoria apostólica porque creemos que nos ofrece el camino más seguro y más directo para comunicar espiritualmente con esos grandes apóstoles; ellos mimos nos legaron una acuciante recomendación a este respecto, dice por ejemplo, san Pedro en su primera carta a los cristianos que ellos están “custodiados por la fe para la salvación” (1,5) y que deben ser “fuertes en la fe” (5,9); san Pablo, después de haber desarrollado amplia y repetidamente su doctrina sobre la fe, especialmente en las célebres epístolas a los gálatas y a los romanos, ansía garantizar la integridad (cf. Gal 1,8) y la conservación de la fe, especialmente en las cartas personales, llamadas pastorales, y repite sus recomendaciones para que se evite todo error (cf. Tit 1,10-16) y que sea guardado el “depositum” (1Tim 6,20) por medio del Espíritu Santo (2Tm 1, 12 y 14). Este término de “depósito”, que muchas veces repite san Pablo, se refiere, ciertamente, a las verdades de fe enseñadas por el apóstol, las cuales forman un cuerpo doctrinal que los pastores de la Iglesia deben conservar, defender y transmitir (cf. De Ambroggi, nel commento alle Tp. Past. Marietti, 1953, pág. 175). Nacen del “depósito” de san Pablo algunas enseñanzas muy importantes; indica que ya existía en tiempos apostólicos un conjunto de verdades reveladas bien determinado e inequívoco, una síntesis, una especie de catecismo para enseñarse y aprenderlo según formulación determinado por el magisterio apostólico, y que luego se debía transmitir con rigurosa fidelidad; se presupone de esta suerte la tradición, es decir, la enseñanza oral y autorizada de la Iglesia primitiva (cf. 2Tm 2,2; 1Co 11,2 y 33; 15,1-3, etc.); nace otra cosa, la transmisión del “depósito”, siempre con atención vigilante de que no se altere la enseñanza original, sino con el afán de meditarlo, explorarlo, convertirlo de implícito en explícito, de bíblico en teológico, de antiguo en actual (cf. S. Th., II-II, 1, 7).

                De suerte que, hijos carísimos, adhiriéndose a la fe que la Iglesia nos propone nos ponemos en comunicación directa con los apóstoles, a quienes queremos festejar, y mediante ellos, con Cristo, nuestro primer y único Maestro, seguimos su escuela, anulamos la distancia de los siglos que de ellos nos separan y hacemos del momento presente una historia viviente, la historia siempre igual a sí misma de la Iglesia mediante la actuación, idéntica y original al mismo tiempo, de la misma fe en una inmutable y siempre irradiante verdad revelada. Sólo la Iglesia puede escribir, leer, vivir su historia así, dejando que la fuga de los siglos mida su duración y que la estabilidad en lo eterno defina su perenne identidad.

martes, 27 de noviembre de 2012

Magisterio: sobre la evangelización (II)

A situaciones y problemas nuevas, a hombres de cada época, hay que responder con métodos y formas nuevas, salvaguardando la identidad del Mensaje; pero hay que lanzarse con sana y santa creatividad a evangelizar.

No se puede seguir haciendo cómodamente, anquilosadamente, "lo mismo de siempre" pensando que ya está todo hecho y que eso es lo que hay. Nuevas situaciones -nueva cultura en el fondo, con sus luces y sus sombras, como toda la postmodernidad- piden nuevas respuestas evangelizadoras.


Santa creatividad, santa audacia, que para eso la Iglesia está llevada por el Espíritu Santo. Si no fuera así, se caería en el inmovilismo, hablando un lenguaje extraño e incomprensible a los hombres de hoy. 

Juan Pablo II lanzó el reto:

domingo, 25 de noviembre de 2012

La fe: principio de renovación y fidelidad

La catequesis de hoy, en el marco del Año de la Fe, ofrece más bien un tema relacionado y con la fe, o una consecuencia de la fe, según se prefiera. Es la catequesis de Pablo VI sobre la renovación y la fidelidad en la Iglesia.


La pronuncia en 1967, con las primeras convulsiones fuertes del postconcilio, marcando pautas y ofreciendo puntos de reflexión que sólo lentamente pueden ser asimilados. Para nosotros, hoy, son igualmente principios que deben servirnos en nuestra vida eclesial para contrarrestar las claves de la secularización interna de la Iglesia que tan fuerte, como una tormenta, golpean la nave eclesial.

La fe es un principio de renovación y fidelidad, y la vida de la Iglesia -semper reformanda, siempre reformándose- se renueva por hombres profundamente creyentes, imbuidos de la vida sobrenatural. Los principios de renovación de la Iglesia no son la adaptación al mundo, ni el plagio de las estructuras sociales y democráticas de la sociedad trasvasadas al seno de la Iglesia. Muchos intentos de renovación no han sido realizados ni con fe ni por hombres creyentes, sino por ideólogos felices y encantados con la secularización que el mundo vivía y que quisieron introducir en la Iglesia para que ésta no fuese tan disonante ni distinta de la sociedad. Sin fe, hicieron una renovación para que la sal no salase tanto y la luz no iluminase deslumbrando los ojos secularizados.

La renovación de la Iglesia es necesaria, y mucho y bien se ha ido renovando; pero el criterio es la fe y no la concepción secular; el criterio es la fe y no la asimilación acrítica del mundo; el criterio es la fe y no las ideologías de diverso cuño. Tanto es así, que toda verdadera renovación se sostiene por la fidelidad a Cristo, a la Iglesia misma y a la Tradición, siempre renovada, siempre más profunda, cual corriente de vida.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Caridad intelectual también

El servicio a la Verdad, el apostolado de la inteligencia, el estudio que busca explorar, contemplar y profundizar es también un ejercicio de la caridad, en este caso, de lo que podría llamarse "caridad intelectual", que también es importante.


La Universidad es el ámbito de la razón que busca entender y adecuarse a la Verdad. Un pensamiento que es totalizante y no parcial o fragmentario: busca el todo, busca la Verdad. Y al buscarla, los jóvenes universitarios, los docentes, los investigadores, prestan un gran servicio y realizan una noble vocación. 

La fe impulsa a la razón a un ejercicio constante, lógico, serio; forja personas buscadoras de la Verdad y el estudio, tantas veces árido, es medio igualmente de santificación y de apostolado y de construcción. No, no es simplemente fotocopiar unos apuntes (¡de compañeros!) para salir del paso, estudiarlos y presentarse a una convocatoria. Es algo más: es la implicación personal en el área del conocimiento buscando sus conexiones con todo lo creado, con todas las áreas y parcelas del saber.

La Verdad debe ser ofrecida hoy por el pensamiento, el mundo de la cultura y de la Universidad. Esto también es un servicio, un ejercicio de la caridad, tanto más apremiante, cuanto que la Verdad se va aparcando por el relativismo, y el saber se va fragmentando tanto que nunca se ve la unidad de las cosas.

Queridos amigos de las universidades de Roma: el Verbo Encarnado os pide a vosotros, que recorréis el camino fascinante y comprometedor de la búsqueda y de la elaboración cultural, que compartáis con Él la paciencia para "construir".  Construir la existencia propia, construir la sociedad, no es una obra que puedan realizar mentes y corazones distraídos y superficiales. Se requiere una profunda acción educativa y un continuo discernimiento que deben involucrar a toda la comunidad académica, favoreciendo esa síntesis entre formación intelectual, disciplina moral y compromiso religioso que el beato John Henry Newman había propuesto en su "Idea de Universidad". En nuestros tiempos se siente la necesidad de una nueva clase de intelectuales capaces de interpretar las dinámicas sociales y culturales que no ofrezcan soluciones abstractas, sino concretas y realistas. La Universidad está llamada a desempeñar este papel insustituible y la Iglesia la sostiene con convicción de manera concreta.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Amor al prójimo (Exht. a un hijo espiritual - IV)

"Acerquémonos, pues a Él, y unámonos en nuestro apego a Él, para así amarnos a nosotros mismos y a nuestros prójimmos. Al que quiere a su prójimo, nos dice, se le llama "hijo de Dios", pero a quien, por el contrario, lo odia, le dan el nombre de "hijo del diablo". El que favorece a su hermano tiene su corazón sereno; pero al que lo odia lo cerca una grandísima tempestad. A un hombre bueno, aunque sufra injusticia, no le importa; pero el impío hasta los actos del prójimo los juzga como una ofensa.

Quien está lleno de caridad, pasea con el rostro muy tranquilo, pero un hombre lleno de odio anda enfurecido. Pero tú, hijo mío, aspira a la bondad en tu vida y ten siempre a tu prójimo como uno de los miembros de tu cuerpo. A todos los hombres considéralos tus hermanos.

Recuerda que sólo uno y el verdadero es el artífice que nos creó. No provoques escándalo a nadie en la vida y lo que para ti no es útil, pero sí lo es para él, hazlo. Lo que no quieras que te ocurra a ti, no desees tampoco que le pase a él. Si lo ves comportándose bien, felicítalo y considera siempre tuyo su regocijo; y si está padeciendo algomalo, compadécelo y tenpor tuya su tristeza: arroja toda maldad de tu alma y las llamas del odio no abrasarán tu corazón.

Contra el débil o el que está sometido a ti no te lances con ira, sino tenlo a él, entre todos, como uno de los miembros de tu propio cuerpo. No fijas querer a tu hermano ni lo beses mientras por detrás le tiendes una emboscada. Pues el hombre que es falso pronuncia con su boca palabras de paz, pero en secreto está planeando zancadillear a su prójimo. Por tanto, obrando así se provoca la ira de Dios. Pues la pureza, que es grata a los ojos de Dios, aborrece todo lo que se hace fingidamente"

(S. Basilio Magno, Exh. a un hijo espiritual, n. 4)

martes, 20 de noviembre de 2012

El profeta, el profetismo

¿Quién es profeta?

Una moda de cierto tiempo para acá califica de profeta y de profetismo la actitud contestataria hacia la Iglesia, el disenso aireado y publicitado por cierta prensa. Un profeta sería el que ataca a la Iglesia en nombre de un evangelismo puro y duro y un supuesto "espíritu conciliar", amoldado y configurado a sus deseos.

¡Pues va a ser que no, que eso no es profeta sino falso profeta!

Tampoco el profeta es el adivino del futuro...

Es otra realidad más honda, real y razonable y recordemos que todos por el bautismo y la confirmación hemos recibido ese espíritu profético, la participación en el ser sacerdote, profeta y rey de Cristo.

"El don del Espíritu da un impulso nuevo a esta personalidad [cristiana] que otorga a su vida una capacidad comunicativa fecunda, comunicativa de la novedad que Cristo ha traído al mundo. De modo que tanto el individuo como la comunidad se sienten en condiciones de pronunciarse ante el mundo.

En el lenguaje religioso la palabra profecía expresa de la manera más adecuada lo que encierra esta capacidad de manifestación.

En los Hechos de los Apóstoles se recoge el discurso de Pedro tras el acontecimiento de Pentecostés: "Es lo que dijo el profeta Joel: Sucederá en los últimos días, dice Dios; derramará mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán sus hijos y sus hijas" (Hch 2,16-17).

Profeta es quien anuncia el sentido del mundo y el valor de la vida; y de aquí brota el significado ordinario de la profecía como anticipo de la trayectoria futura de las cosas: la vida humana está hecha de condiciones objetivas que, si no se reconocen, ello comporta determinadas consecuencias. La fuerza de la profecía es la fuerza de un conocimiento de lo real que no proviene del hombre sino que viene de lo alto, tal como se describe vigorosamente en el Antiguo Testamento cuando se narra la vocación profética de Jeremías:

domingo, 18 de noviembre de 2012

"Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo"




Así de contundente se mostraba S. Jerónimo: “ignorar las Escrituras, es ignorar a Cristo”, mostrando cómo a Cristo se le encuentra en las Escrituras santas, en la Palabra de Dios, en primer lugar, proclamada en asamblea litúrgica, pero en segundo lugar, en la lectura y oración personal. El cristiano acude diariamente a las Escrituras, las lee, las medita, las guarda en su corazón y las pone por obra.

    La Palabra es Cristo Jesús; es la Palabra, el Verbo, el que se hizo carne y acampó en medio de nosotros (cf. Jn 1,14), encarnándose por obra del Espíritu, en el corazón y en el seno virginal de Santa María (cf. Lc 1,26-39). Del mismo modo hoy, a cada cristiano, le acontece lo mismo: la Palabra, por obra del Espíritu se encarna en su corazón engendrando a Cristo en el alma del cristiano para que “lo dé a luz al mundo”, para que con su vida testifique la Palabra, la ponga por obra. ¡Por eso es tan necesaria al cristiano la Palabra! No desoigamos la voz del Señor: “Escrutad las Escrituras” (Jn 5,39), esto es, investigadlas, leedlas, penetrad en ella, haced una lectura con el corazón. El cristiano descubre el valor de la Palabra, comienza a amarla, es la perla escondida y, para encontrarla, se dedica a excavar y remover la tierra, la tierra que estorba y oculta, como son el pecado, las distracciones, la falta de tiempo, quedarse en la letra y no en el Espíritu de las Escrituras. ¡Ellas dan la vida!

    El salmo 32 (33) canta la gloria y la potencia de esta Palabra que es creadora puesto que creó el universo, el orden, la belleza y la armonía y hoy sigue siendo creadora ante el creyente que humilde y silencioso oye la Palabra, y deja que en su interior, cree un orden nuevo, un corazón nuevo, renueve su mente, cambie sus sentimientos, sea una criatura nueva. 

¿Qué dice el salmo? “La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. La palabra del Señor hizo el cielo, el aliento de su boca, sus ejércitos...”. ¿No recuerda al prólogo de san Juan que dice que “por medio de la Palabra se hizo todo” (Jn 1,3)? ¡La Palabra es Jesucristo! Y al leer esta Palabra se oye la voz del mismo Cristo que habla a cada cristiano al corazón, le regala una Palabra de vida y salvación, porque esta Palabra es viva, eficaz, vuela desde el corazón de Dios a tu corazón, como canta otro salmo (147): “Él envía su mensaje a la tierra y su palabra corre veloz; manda la nieve como lana, esparce la escarcha como ceniza”

Reza -o canta- estos dos salmos, y descubre la fuerza, la santidad de las Escrituras. Ellas van a ser tu alimento en toda ocasión, en todo suceso, en todo tiempo, rechazando los ataques y embestidas del Maligno: 
“para rechazar al demonio recurre siempre Jesucristo a la Sagrada Escritura. Esta misma táctica nos llevará a nosotros a la victoria. De modo que si el enemigo te tienta, pongo un ejemplo, contra la fe, acuérdate del testimonio del Padre Eterno que llama a Jesucristo su Hijo muy amado... si te provoca a desconfianza, repítele las palabras de Jesucristo nadie es bueno sino sólo Dios... si trata de desalentarte con el recuerdo de tus culpas, de tus pecados, contéstale con la palabra del Salvador no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores; si te inspira pensamientos de orgullo o de ambición el que se ensalzare será humillado; si te incita a la venganza Bienaventurados los mansos... Ármate en cualquier circunstancia de la palabra del Verbo, que es un escudo contra el que vendrán a estrellarse y dar en el vacío todas las flechas del enemigo” (Dom Columba Marmión).

    

viernes, 16 de noviembre de 2012

Salmo 36: No sufras por los malvados

El salmo 36 es un salmo sapiencial ¿Esto qué significa? Un salmo que ofrece una reflexión, una consideración, sobre la vida, o sobre cómo comportarse, reflexiones. Un salmo que es precioso, que normalmente cuando se lee, se ora, se canta, toca el alma porque coincide dramáticamente con la experiencia vital de cada uno de nosotros en uno u otro momento de la existencia.

 Sólo unos versículos de este largo salmo nos pueden ayudar a saber interpretarlo.

    “La boca del justo expone la sabiduría”. ¿Quién es el Justo? Jesucristo. Jesucristo es el único justo, dice S. Pablo, todos los demás somos impíos y pecadores, y Él es el único Justo, el único Juez, “sólo Tú eres santo, sólo Tú altísimo, Jesucristo”. “La boca del justo”, Cristo, “expone la sabiduría”. Él es la Palabra que desde el principio estaba junto a Dios, se encarnó, que habló y nos sigue hablando, y lo que hace es exponer, desglosar, dar a conocer el Misterio de Dios. “La boca del justo”, Cristo, “expone la sabiduría”, es Palabra que dirá S. Juan de la Cruz “Palabra que ha de ser oída en silencio porque en silencio ha sido pronunciada”. Oír la Palabra de Cristo en el silencio, recibirle a Él.

    Y todo el salmo se cumple en Cristo. Cristo confía en el Señor, confía en su Padre, “no se haga mi voluntad sino la tuya”, Padre, “hágase tu voluntad”“Confía en el Señor y haz el bien”: Cristo sanando, Cristo predicando, Cristo confortando, Cristo haciendo descansar a sus discípulos y llevándolos de excursión. Hace el bien. “Habita tu tierra y practica la lealtad”. Habitó en nuestra tierra al hacerse hombre, y practicó la lealtad, se mantuvo fiel a Dios y fiel a los hombres  a los que amó hasta el extremo de dar su vida.

    “Sea el Señor tu delicia y él te dará lo que pide tu corazón”. Fue el Padre su delicia: “Yo te alabo y te bendigo, Padre santo”. Es la plegaria constante del Corazón de Cristo descansando en el Padre. Y el Padre le dio lo que pedía su corazón: la vida, la resurrección. No lo abandonó a Cristo en la muerte, sino que lo resucitó.

    Por eso “encomienda tu camino al Señor”; en el camino de la pasión, Cristo encomienda su camino en el monte de los Olivos; poniendo su vida en las manos del Padre, encomendó el camino de la Pasión. “Confía en el Señor y él actuará”. Y dice la carta a los Hebreos que actuó al tercer día lo resucitó de entre los muertos a aquel “que a gritos y con lágrimas” pidió no ser abandonado a la muerte.

   

jueves, 15 de noviembre de 2012

Los dogmas son inalterables para la integridad de la fe

La fe se ha formulado con precisión mediante los dogmas: éstos no son fórmulas caprichosas, arbitrarias o al vaivén de las modas y los tiempos, sino definiciones precisas de la Verdad. A ellos ha llegado la Iglesia mediante la acción del Espíritu Santo que desvela la verdad completa, nos lleva a una comprensión mayor de lo que ya estaba contenido en lo revelado. Así pues, no son la suma de nuevas verdades que se añaden, sino la precisión de lo que ya estaba dicho, que se comprende mejor y que se fija como una verdad absoluta y no relativa.


Mediante los dogmas, la fe ha recibido una formulación precisa, exacta, que pone límites entre la verdad y el error. Nada que ver entonces con el dogmatismo que es un fanatismo irracional, ni con la arrogancia de quien arroja la verdad a la cara de los demás -facientes veritatem in caritate!-, sino con la Verdad misma, absoluta, eterna, revelada en Cristo y por Cristo.

El lenguaje del dogma nos preserva del error, de la confusión, de confundir la Verdad con opiniones o ideologías cambiantes. Son la Verdad, por tanto eterna e inmutable, formulada con las mejores palabras humanas, formuladas por la Iglesia a la luz del Espíritu Santo; en palabras de la Constitución Dei Verbum:

"Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios" (DV 9).

miércoles, 14 de noviembre de 2012

La conciencia, ¿instancia subjetiva?

Un artículo que he encontrado expone con meridiana claridad un problema muy actual, muy vivo: la conciencia. A ésta la estamos entendiendo cada vez más como una instancia subjetiva, es decir, una instancia moral que cada sujeto le da un contenido diferente y que, encima, se debe respetar al máximo. Con demasiada facilidad decimos: "allá cada cual con su conciencia".


Pero no es así. La conciencia es la interiorización de la Verdad y del Bien que orienta al sujeto; no es la persona la que crea sus propios contenidos a capricho; no es la libertad el criterio de la conciencia (libertad para el capricho, libertad del relativismo), sino la Verdad la que nos hace libres, y la conciencia, reconociendo la Verdad, nos lleva a vivir una libertad auténtica.

O sea, "allá cada cual con su conciencia", no. Mejor, mostremos la Verdad y eduquemos a que la conciencia reconozca la Verdad y ella sea su norma.

El pensamiento "liberal" (y aquí algunos amigos y lectores aplaudirán con las orejas) o el pensamiento relativista ha destruido el concepto de la Verdad por el de la opinión, el consenso, la tolerancia. Afirman que no hay Verdad, sino "tu verdad" y "mi verdad", y cada cual debe fabricarse esa "verdad" y actuar... mientras no alteren el consenso alcanzado por todos: que la democracia es ideal, que el aborto no es tan malo, que el amor son sentimientos y que si desaparecen se rompe todo, etc., etc., etc.

Vamos al artículo.

Entiendo que el artículo es denso, difícil, pero es tan lúcido que merece la pena un esfuerzo de comprensión, aunque haya que leerlo varias veces.

"Su esencia [la del liberalismo], en efecto, estaría en el vitalismo, sea éste visto como pulsión "naturalista" o sea considerado como "autenticidad", espontaneidad e inmediatez.

El sujeto humano es reducido así a un haz de pulsiones momentáneas y contingentes. No es el ente que domina, valora, acoge, rechaza lo que en él surge impulsivamente. Es, al contrario, el fenómeno de actividades complejas de una vis incontrolada e incontrolable.

lunes, 12 de noviembre de 2012

El factor "humano" de la Iglesia

Desde que el Verbo se encarnó y su humanidad fue instrumento de salvación, la Iglesia consta de una dimensión humana innegable, tal vez, sorprendente.


Cristo cuenta y quiere esa humanidad de la Iglesia junto a su dimensión sobrenatural; Cristo cuenta y quiere esa humanidad de los miembros de su Iglesia y a través de esa humanidad, también débil, también pecadora, brilla su Gloria y se comunica su Gracia.

Me gusta esta reflexión de Don Giussani y la ofrezco aquí; los comentarios y las experiencias personales pueden iluminar el texto y aplicarlo.

"Recuerdo que hace algunos años me encargaron dar una lección a un grupo de sacerdotes, que eran profesores de religión en institutos de enseñanza media, acerca del método de la vida cristiana, y, de manera un tanto provocativa, comencé la lección diciendo: "Cristo no es la verdad". Se produjo una rebelión inmediata y clamorosa en toda la asamblea. Enseguida me expliqué mejor diciendo, con más precisión, que la verdad es el Verbo y que Cristo representa el método con el que la verdad se ha comunicado a los hombres; y por eso, es la verdad encarnada tal como Él dice de sí mismo -"soy la verdad y la vida"-, poniendo delante la expresión: "Yo soy el camino" (Jn 14,6). Él es, por consiguiente, la verdad en cuanto camino, vía, método, hombre y accesible a los hombres, Dios que les acompaña. Podía haber elegido otro método para comunicarse a los hombres: la opinión de la conciencia como afirma el racionalismo; o una experiencia interior dictada por el espíritu, como subrayan los protestantes. Pero ha elegido éste, ha sorprendido a la mente y la imaginación de la humanidad encarnándose, indicándose a sí mismo como camino, como método. Cristo es el método que Dios ha elegido para salvar al hombre.

La Iglesia es la prolongación de Cristo en la historia, en el tiempo y el espacio. Y, al ser dicha prolongación, en ella consiste el modo en que Cristo continúa estando particularmente presente en lahistoria, y, por consiguiente, ella es el método que tiene el Espíritu de Cristo para mover al mundo hacia la verdad, la justicia y la felicidad.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Para orar ante el Sagrario tranquilamente

1. Para orar ante el Sagrario hay que calmarse un poco: pasar de la calle y del ruido, a la soledad, al silencio y a la Presencia.

2. Entrar en la capilla del Sagrario, hacer una genuflexión pausada mirando al Sagrario, que nos haga conscientes de la Presencia. Ir al banco y arrodillarse.

3. Una vez de rodillas, antes de rezar ni de decir nada, mirar al Sagrario y percibir a Cristo: una lamparilla encendida, la puerta del Sagrario normalmente iluminada con un haz de luz potente. Mirar. La respiración debe estar ya calmada; seguimos de rodillas, sin cambiar de postura a cada instante...

4. Mirando al Sagrario, hacer primero un acto de presencia de Dios: "Señor, tú estás aquí... Tú me amas, me escuchas. Te adoro, Dios mío".

5. Luego, ya antes de iniciar la oración, invocar al Espíritu Santo que dirija la plegaria, ore en nosotros, ponga en nuestra boca lo que hayamos de pedir.

6. Entonces, tal vez, sentarse, despacio y sin movimientos bruscos, sino con recogimiento. Empezar a orar:

-unas veces, leer suavamente el Evangelio dos o tres veces, ver qué dice en sí mismo, imaginarlo, sentir la voz de Cristo y luego reflexionar para saber qué me dice a mí concretamente, ahora,

-otras veces, en lugar del Evangelio, las oraciones del Misal para la Misa de cada día, o un prefacio o la plegaria eucarística, imbuyéndonos de la oración de la Iglesia y haciéndola nuestra,

-otras, rezar despacio un salmo, dejando que cale en el alma, o emplear jaculatorias al ritmo sosegado de la respiración: "señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero", "¿A quién vamos a ir? tú tienes palabras de vida eterna", "Jesús, confío en ti", "Dios mío y mi todo"...

-otras, simplemente, hablar con Él, suavemente, en conversación amistosa, sobre lo que sentimos, vivimos, sufrimos y pedir gracia y luz.

Son los pasos normales. Pero, sobre todo, cuidar mucho la preparación y el inicio de la oración. A veces entramos en ella como elefantes en cacharrería, sin recogimiento ni haber pacificado el interior, nos ponemos nerviosos y tenemos que huir.

Además, cuando se está ante Él, se hace luz en el interior, y todo lo que hay en la conciencia sale a flote con claridad incomodando. Encararnos entonces lo mejor posible con la verdad de nuestra vida, dejando que el Señor hable o nos dé sentimientos o luces en el corazón.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Pensamientos de San Agustín (XV)

Una variedad de frases y máximas, de diversos contenidos, nos pueden ayudar a crecer y formarnos, sabiendo la precisión de san Agustín y la variedad de temas que aborda.
Esta escuela, en la que solamente Dios es el maestro, busca alumnos buenos, asiduos y aplicados. En esta escuela aprendemos cada día: una cosa en los preceptos, otra en el ejemplo y otra en los sacramentos. Todo esto es la medicación de nuestras heridas y el estímulo de nuestro celo (San Agustín. Sermón 16A,1).
Dios quiere siempre educarnos y Él mismo es un Maestro. Ahora bien, hemos de ser alumnos buenos, asiduos y aplicados, que sepamos recibir las lecciones de Dios, las interioricemos y las pongamos en práctica. Hemos siempre de aprender porque siempre hemos de avanzar.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

El himno de la caridad explicado

Si superamos el lenguaje psicologista sobre el amor, será muy iluminador, revelador, el himno de la caridad que san Pablo escribe -¡canta!- en 1Co 13.

El amor-caridad no está en el nivel del sentimiento, sino en el de la voluntad guiada por la inteligencia: querer bien, querer el bien, incluso cuando los sentimientos puedan ser contradictorios o confusos en lo interior.

La caridad es más hermosa, más inteligente, más clarividente, que la emotividad reinante por tanto vitalismo como se nos introduce por todos los poros de la cultura. Va unida a virtudes que difícilmente se acompañan sin más de sentimientos gratos: paciencia ante la adversidad, afabilidad ante el mal, sufrimiento por el daño del prójimo que fue nuestro enemigo...

¡Grande y sobrenatural es esta caridad! Sólo los maduros en la fe logran irla alcanzando por Gracia. Pero tengamos los conceptos claros.

Lo que mejor define la ley de Cristo es la caridad, y esta caridad la practicamos de verdad cuando toleramos por amor las cargas de los hermanos.
Pero esta ley abarca muchos aspectos, porque la caridad celosa y solícita incluye los actos de todas las virtudes. Lo que empieza por sólo dos preceptos se extiende a innumerables facetas.

Esta multiplicidad de aspectos de la ley es enumerada adecuadamente por Pablo, cuando dice: El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es ambicioso ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.

El amor es paciente, porque tolera con ecuanimidad los males que se le infligen. Es afable porque devuelve generosamente bien por mal. No tiene envidia, porque, al no desear nada de este mundo, ignora lo que es la envidia por los éxitos terrenos. No presume, porque desea ansiosamente el premio de la retribución espiritual, y por esto no se vanagloría de los bienes exteriores. No se engríe, porque tiene por único objetivo el amor de Dios y del prójimo, y por esto ignora todo lo que se aparta del recto camino.

No es ambicioso, porque, dedicado con ardor a su provecho interior, no siente deseo alguno de las cosas ajenas y exteriores. No es egoísta, porque considera como ajenas todas las cosas que posee aquí de modo transitorio, ya quesólo reconoce como propio aquello que ha de perdurar junto con él. No se irrita, porque, aunque sufra injurias, no se incita a sí mismo a la venganza, pues espera un premio muy superior a sus sufrimientos. No lleva cuentas del mal, porque, afincada su mente en el amor de la pureza, arrancando de raíz toda clase de odio, su alma está libre de toda maquinación malsana.

No se alegra de la injusticia, porque, anheloso únicamente del amor para con todos, no se alegra ni de la perdición de sus mismos contrarios. Goza con la verdad, porque, amando a los demás como a sí mismo, al observar en los otros la rectitud, se alegra como si se tratara de su propio provecho. Vemos, pues, cómo esta ley de Dios abarca muchos aspectos.

(S. Gregorio Magno, Moralia in Iob, 10,7-8. 10).

lunes, 5 de noviembre de 2012

La fe también se alimenta con el estudio

El estudio de la religión alimenta la fe; ésta si no es cultivada, y pone la razón-inteligencia también a su servicio, se verá debilitada, reducida a una experiencia afectiva sin argumentos ni razones, simplemente por el "me gusta" o "me hace bien" como una guía.


Sin pretender que el cristianismo sea una ciencia racionalista, capaz de entrar en la inteligencia y que ésta lo abarque, sí es cierto que el cristianismo emplea los recursos del pensar, y del "pensar bien", para intentar comprender mejor la fe y que la fe se vea reforzada. Se deduce, fácilmente, que la fe necesita el estudio y la profundización en la doctrina cristiana.

Este estudio bien puede ser personal, con la meditación de las Escrituras, con el Catecismo, con la lectura de libros buenos y sólidos, así como comunitario, mediante la catequesis, la formación de adultos, la escuelas de teología, etc. La fe hoy, a la que la secularización priva de toda inteligibilidad y la encierra en los confines del afecto, requiere la seriedad del estudio para dar razón de nuestra fe y esperanza.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Magisterio: sobre la evangelización (I)

El Magisterio de la Iglesia ha sido prolífico a la hora de presentar qué es la evangelización, qué es evangelizar, a qué retos nos enfrentamos, cuáles son sus necesidades y características, el ímpetu de la nueva evangelización, el convencimiento  de que la Iglesia existe para evangelizar y concretar los diversos campos, tareas, métodos a la hora de evangelizar.

Tan prolífico magisterio eclesial no puede pasar desapercibido.


Más aún, hemos de convencernos de la necesidad de una nueva evangelización, ya puesta en marcha, sin pensar ingenuamente que todo va bien y que basta hacer cuatro "cositas" (las de siempre) y seguir como se pueda. Lo nuestro, lo específico, es evangelizar en sentido amplísimo. Tal ha de ser el enfoque de toda pastoral eclesial y parroquial, éste el principio motor de todo apostolado y compromiso, la guía de toda acción. 

Comencemos una serie inagotable, la de textos del Magisterio sobre la evangelización, a fin de crear una conciencia evangelizadora, cuestionarnos y enriquecernos entre todos.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Realidades escatológicas

Tal vez, por la época de buenismo reinante, se afirma con una candidez pasmosa al morir alguien que "ya está en el cielo".  Es una afirmación de personas piadosas, buenas, que no calculan el alcance de lo que dicen. ¿Es inmediato para todos el cielo y la salvación eterna? ¿El proceso final es muerte-glorificación o muerte-cielo? ¿Todos? ¿Tan simple? ¿Cualquier difunto es ya, por el mero hecho de morir, un canonizado que "ya está en el cielo"?

Evidentemente no.

La liturgia, que es la regla de la fe, ora y pide por los difuntos en sufragio por sus pecados; cotidianamente en la santa Misa y en las preces de Vísperas oramos por los fieles difuntos para que perdonados sus pecados lleguen al "lugar del consuelo, de la luz y de la paz" (Canon romano), "admítelos a contemplar la luz de tu rostro" (Plegaria euc. II), etc. 

El mismo rito de exequias, aunque muy suavizado en sus textos litúrgicos, es una oración constante en sufragio por el difunto, suplicando el perdón de sus pecados y debilidades; luego el acceso "al cielo" no es tan inmediato para todo difunto.

Lo primero es orar, ofrecer sufragios, oraciones y limosnas por el eterno descanso de los difuntos que han de ser juzgados con un juicio particular sobre su propia vida simplemente porque Dios es justo y se toma muy en serio la libertad que nos otorgó y la responsabilidad del hombre en su vida y su destino.

Recordemos lo que, sobre el juicio particular, enseña el Catecismo de la Iglesia:

jueves, 1 de noviembre de 2012

Valor estimulante de la Solemnidad de Todos los Santos

¡Día de gozo!
¡Día de fiesta!
¡Día de alabanza!
¡Día de exultación!

La Iglesia, que es Madre, se alegra de sus "mejores hijos" (cf. Prefacio de la Misa), aquellos que vivieron con Cristo, padecieron con Cristo y ahora son glorificados con Cristo.


Es una inmensa multitud, incontable, de personas de toda edad y época de la historia, conocidos o anónimos, sacerdotes, consagrados o seglares, mayores y pequeños. Y son santos porque reflejaron a Cristo en un aspecto u otro, porque en ellos se verificó el Evangelio como una regla de vida absoluta y vivieron según el Evangelio; porque en ellos las Bienaventuranzas fueron una forma y estilo de vida.

Ellos ahora nos estimulan y ayudan con su ejemplo e intercesión -decía también el Prefacio-. Nos recuerdan que nos toca ahora a nosotros correr en la carrera, como decía san Pablo. 
¿Qué carrera? -La del cielo. 
¿Qué meta? -La de la santidad.