5. La segunda virtud cardinal es la
virtud de la justicia; consiste en la voluntad constante, habitual y perpetua
de dar a cada uno lo que le corresponde, guardando el derecho, lo establecido,
y la palabra dada. Ser justo es rectitud de vida y hoy es bien difícil practicarla
por el materialismo que ha creado toda una cultura, los modos de vivir, y el
individualismo, donde sólo importa el “yo”.
La justicia es de absoluta
necesidad, tanto en el orden individual como social, pues sin justicia no hay
caridad, ni concordia, ni la paz puede existir. ¡Qué sabiduría tiene la Palabra: “Amad la justicia, los que regís la tierra”
(Sb 1,1)!
Los salmos cantan a menudo la justicia alabándola. Ante Dios en su
monte santo, sólo puede hospedarse “el
que procede honradamente y practica la justicia; el que tiene intenciones
leales y no calumnia con su lengua; el que no hace mal a su prójimo ni difama
al vecino, el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al
Señor; el que no retracta lo que juró aun en daño propio, el que no presta
dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente. El que así obra nunca
fallará” (Sal 14). Con mucha razón exclama S. Juan de la Cruz: “Bienaventurado el que
ha dejado aparte su gusto e inclinación mira las cosas en razón y justicia para
hacerlas” (A 1, 42).