jueves, 2 de diciembre de 2021

La nube en Ex 40 (análisis - II)



                        "Moisés no podía entrar en la tienda del encuentro, porque la nube estaba encima de ella, y la gloria del Señor llenaba su morada." La gloria del Señor es infinita, terrible y majestuosa y nadie puede entrar en la tienda porque sería, en definitiva, entrar en la presencia directa del Señor. Asimismo, tenemos que hacer notar que la nube es entendida como algo que tiene consistencia, ocupa un lugar, un volumen; no es simplemente aire. La nube es algo tangible que ocupa el arca; por estas dos razones -presencia del Señor, "volumen" de la nube- no es posible el acceso al interior de la tienda. Se destaca con esto la presencia del Misterio, inaccesible por parte del hombre, ya que éste nunca lo podrá abarcar ni conocer su Nombre.



         De pronto toma un giro el relato sobre la gloria del Señor: recuerda cómo la gloria del Señor que ahora llena la morada, haciéndose así presente y solidario con su pueblo, es la misma que guiaba al pueblo de Israel en su largo éxodo por el desierto tras la Pascua. Dice así: "Durante el tiempo que duró su caminar, los israelitas se ponían en marcha cuando la nube se levantaba de la morada. Si la nube no se levantaba, no partían hasta el día en que se levantaba, porque la nube del Señor se posaba de día sobre la morada, y de noche brillaba como fuego a la vista de todo Israel, durante todas las etapas de su camino." 

La nube es identificada ciertamente, con la gloria del Señor, según el pasaje que estamos analizando (Ex 40,38). Una gloria que se manifiesta en forma de luz que va guiando. Es la presencia consoladora del Señor, que es providente con su pueblo y lo dirige en su caminar hacia la tierra prometida. Esta nube del Señor los acompañaba "durante el tiempo que duró su caminar", poniendo de relieve que el Señor nunca los abandonó, sino que siempre estuvo con ellos. Esto cobra fuerza y vigor si, situando esta redacción del sacerdotal en el destierro, nos damos cuenta del valor teológico que esta afirmación reviste: el Señor, a los desterrados, no los abandona nunca, como no abandonó a sus padres en su salida de Egipto. 



Conecta este pensamiento perfectamente con el libro de Isaías: "El Señor te guiará siempre, te saciará en el desierto y te fortalecerá. Serás como un huerto regado, como un manantial inagotable; reconstruirás viejas ruinas, edificarás sobre los antiguos cimientos" (Is 58,11-12a), ya que Dios nunca se olvida de su pueblo, como una madre no olvida a su hijo: "Sión decía: 'Me ha abandonado Dios, el Señor me ha olvidado'. ¿Acaso olvida una mujer a su hijo y no se apiada del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré" (Is 49,14-15). Es el sentido tan profundo que tiene el pueblo de Israel de ser propiedad personal del Señor por la alianza del Sinaí, sabiendo que el Señor nunca los podrá abandonar. Es lo que se afirma en Ex 19,5s: "Ahora bien, si me obedecéis y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos, porque toda la tierra es mía; seréis para mí un reino de sacerdotes, una nación santa." Así, todo el tiempo que Israel tenga que caminar, sea durante el éxodo, sea en el destierro y la vuelta a Jerusalén, el Señor estará con ellos "durante el tiempo que dure su caminar."


         Afirma el libro de Isaías: "el espíritu del Señor los condujo al reposo" (Is 63,14b), leído esto en la clave de aliento y esperanza que el profeta suscite en los desterrados que volverán a su patria. Este espíritu hace alusión a la gloria de Yahvé, aunque directamente no lo mencione, mas sigue presentando la gloria de Yahvé como presencia que guía, es providente, enlazando perfectamente con la temática que estamos analizando del libro del Éxodo. Este espíritu del Señor que leemos en el tercer Isaías parece que incluye la idea del anan, proyectando su sombra sobre el pueblo. En definitiva el Señor que guiaba a su pueblo[1].


                        "Los israelitas se ponían en marcha cuando la nube se levantaba de la morada..." Se destaca la idea de guía del Señor, juntamente con la obediencia del pueblo de Israel que solamente se pone en camino cuando el Señor, por medio de la nube, se lo va indicando. Israel por siempre guardará recuerdo de la protección del Señor cantando en sus salmos: "De día los guiaba con la nube y cada noche con resplandor de fuego" (Sal 77,14) y relatarán su historia recordando que "para cubrirlos desplegó una nube, un fuego para alumbrarlos por la noche" (Sal 104,39). La nube que les indica el camino es para el pueblo escogido un prodigio del Señor que nunca podrán olvidar, ya que sintieron cómo el Señor nunca los abandonó. Y de ahí, toda una teología en la que Israel va viendo cómo el Señor "es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?" (Sal 26,1), indicando cómo el Señor, que manifiesta su poder por medio de la luz es, ciertamente, salvación. Es la columna de fuego que los salva.


         "De una lectura atenta... surgen tres ideas: 1) la nube es la señal de la venida o de la presencia de Yahvé; 2) la nube desempeña la función de guía para el pueblo de Israel en marcha; 3ª) es nube y fuego, tinieblas y luz"[2]. Es el balance que hace Auzou de este pasaje que hemos ido analizando, y con el que pretendemos sintetizar los datos que han ido surgiendo. La nube es un elemento clave y configurante de la historia del pueblo de Israel, errante durante cuarenta años por el desierto. La nube para ellos[3] encierra una serie de valores y de contenidos dignos de tener en cuenta para la teología del A.T. Son en resumidas cuentas, un preludio teológico magnífico, para comprender cómo Jesús es el Dios-con-nosotros, la gloria del Señor en medio de su pueblo, la Luz que ilumina. La nube en el Éxodo es el signo primordial de la gloria del Señor que cubre la tienda del encuentro, la morada, revelando su poder y majestad. Es el Señor que se manifiesta en medio de su pueblo. También la nube para el sacerdotal es luz, una columna de nube durante el día, convertida en fuego por la noche, que ilumina el camino de Israel y, finalmente, como hemos visto brevemente, es la guía providente y fiel que les va mostrando el camino en su duro caminar.


         La nube era el signo evidente de la presencia de Dios en medio de su pueblo, que veía como la gloria del Señor, en forma de nube, cubría la tienda. En una lectura cristiana tiene un sentido profundo. La nube culmina todo el ritual litúrgico que, desde la perspectiva del sacerdotal en el destierro, manda el Señor construir a Moisés. Mediante la liturgia, el pueblo de Israel sabe que el Señor está presente.


         Diremos finalmente, con Auzou, que "la nube [es] manifestación de la intervención y presencia de Dios entre los suyos, a la vez que velo de su misterio. En efecto, con la evocación de esta manifestación termina el libro del Éxodo: 40,34-48. La Nube será la morada de Dios en medio de sus fieles mientras duren sus marchas. Este misterio del 'Dios-con-nosotros', el Emanuel, la Biblia nos está invitando sin cesar a meditarlo: Am 5,14; Is 7,14; Dt 2,7; Nm 23,21"[4]. Ésta será la meta de nuestro trabajo: descubrir la presencia de Dios en Jesús de Nazaret, según las categorías que estamos manejando: la nube, la luz, la tienda.







    [1] V. AUZOU, De la servidumbre..., p.208.
    [2] Íd., pág.206.
    [3] Ciertamente hay que recordar que nos movemos, primordialmente, en el campo del sacerdotal, no de todo el pueblo de Israel. Sí es verdad, no obstante, que todos los documentos la mencionan como un elemento clave y, como veremos en un posterior análisis, llega incluso al N.T.
    [4] AUZOU, Georges, De la servidumbre... pág. 210.

No hay comentarios:

Publicar un comentario