martes, 30 de septiembre de 2014

San Jerónimo nos enseña

San Jerónimo nos enseña a vivir en la alabanza de Dios como preludio de lo que será el cielo.

"Aprendemos a hacer aquí en la tierra lo que un día haremos eternamente en el cielo" (Carta 53,10).


San Jerónimo nos enseña algo tan fundamental como que Jesucristo debe ser el centro de todo.

"Cristo es nuestro todo" (Carta 66,8).

San Jerónimo nos enseña qué importante es conocer y manejar las Escrituras.

"El desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo" (In Is., prol.).


domingo, 28 de septiembre de 2014

La liturgia educando: "Con dignidad" (I)


La oración sobre las ofrendas ofrece indicaciones muy sugerentes de cómo vivir la liturgia, es decir, la forma tanto interior como exterior de participar. Lo hace con una alusión breve, con un adverbio de modo o un adjetivo, pero son suficientes para ir forjando el espíritu en una educación litúrgica.

Basta, eso sí, que el sacerdote pronuncie bien, claro, con sentido, estas oraciones, para que todos, al oírla, se dispongan mejor a la Plegaria eucarística.


            1. “Dignamente”, “con dignidad”

            Hay oraciones sobre las ofrendas que resaltan cómo se requiere que todos celebren, participen, asistan, “dignamente” o también “con dignidad”.

            La liturgia, que es glorificación de Dios y santificación de los hombres, que es culto en Espíritu y Verdad, exige dignidad y no dejadez; dignidad y no precipitación; dignidad y no ridiculez; dignidad y no improvisación; dignidad y no espíritu secular, que todo lo convierte en fiesta, happening o distracción.

            Dignidad es, según el Diccionario de la RAE, “excelencia”, “realce”, “gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse”. Así pues, es un elemento apropiado para la santidad de la liturgia misma: ésta debe ser digna, de calidad, y todos vivirla con gravedad, con decoro, respeto y atención. Todo esto contradice la práctica, sumamente extendida, de una liturgia secularizada, distraída y “divertida”, muy antropocéntrica, donde no hay lugar para actitudes verdaderamente religiosas y espirituales.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Tareas de la Universidad

Para un católico, que sabe que el Logos se ha hecho carne, la Universidad debe ser algo querido e importante, porque es un templo para la sabiduría y para la razón donde la fe empuja a conocer más y mejor, saboreando la sabiduría.

Desde luego habrá que olvidar la imagen de tantas y tantas Facultades que se han convertido en una mera escuela casi de secundaria, con bajísimo nivel intelectual, académico e investigador, para ser un lugar de expender algunos títulos académicos, tras unos exámenes, y con una gran carga ideológico que impide que la razón busque y profundice. Habremos de alejar la imagen, y convertir transformando el hecho mismo, de que la Universidad es un lugar para todos durante bastante años, independientemente del deseo de crecer, de saber y de adquierir un saber universal, integrador. Todos los jóvenes se matriculan en la Universidad sin saber ni el porqué ni el para qué ni desear nada.

"Nuestro tiempo es un tiempo de grandes y rápidas transformaciones, que se reflejan también en la vida universitaria: la cultura humanista parece afectada por un progresivo deterioro, mientras que se pone el acento en las disciplinas llamadas “productivas”, de ámbito tecnológico y económico; hay una tendencia a reducir el horizonte humano al nivel de lo que es mensurable, a eliminar del saber sistemático y crítico, la cuestión fundamental del sentido. La cultura contemporánea, entonces, tiende a confinar a la religión fuera de los espacios de la racionalidad: en la medida en la que las ciencias empíricas monopolizan los territorios de la razón, no parece haber espacio para la razón del creer, por lo que la dimensión religiosa es relegada a la esfera de lo opinable y de lo privado. En este contexto, las motivaciones y las mismas características de la institución universitaria se ponen en cuestión radicalmente.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Los textos litúrgicos (I)

 Profundidad de las palabras de un maestro, Romano Guardini, ayudándonos a apreciar la forma de los textos litúrgicos, de las oraciones de la Misa:

“En primer lugar, notamos, en estas oraciones, su forma austera. Ellas no se extralimitan, son concisas y secas, y mientras más antiguas más lo son. En ellas no se encuentra ningún pensamiento desarrollado profusamente, ni imágenes conmovedoras, ni un sentimiento efusivo. Lo único que hay son frases claras y breves, que expresan con precisión la fe común
 
Por ejemplo, la oración del primer lunes de Cuaresma afirma: “Conviértenos, Dios salvador nuestro. Y para que el ayuno de estos cuarenta días nos sea provechoso, instruye nuestras mentes con la enseñanza celestial”. La Oración sobre las ofrendas de la misa del mismo día implora: “Santifica, Señor, los dones que te hemos ofrecido, y purifícanos de las manchas de nuestros pecados”. Finalmente, la oración después de la comunión dice: “Saciados, Señor, con tu saludable don, te suplicamos que, así como nos ha deleitado con su aroma, también nos renueve con su poder”.

 

lunes, 22 de septiembre de 2014

Santidad de la Iglesia (Palabras sobre la santidad - VII)

Brilla el misterio de la Iglesia, y éste misterio está constituido por su santidad. Ella, Templo de la gloria de Dios, es santificada constantemente por el Espíritu Santo, que así la embellece para su Esposo y Señor.

Las categorías humanas se quedan pequeñas, simples balbuceos, para poder definir a la Iglesia: asamblea, grupo, organización, poder... y se quedan igualmente pequeñas para intentar enumerar sus características fundamentales. El Credo, compendio de la fe, señala las cuatro notas básicas y determinantes: una, santa, católica, apostólica.

La Iglesia es santa porque es un pueblo escogido por el Señor, propiedad suya, y el Señor mismo la eleva para para participar de su propia vida y santidad. Es una obra del Señor que embellece a su Esposa, la regenera, la lava por el Bautismo, la viste de gloria y gracia, la perfuma con el óleo de alegría y la presenta ante sí, santa e inmaculada, como señala el Apóstol (Ef 5).

"La Iglesia no es santa por sí misma, pues está compuesta por pecadores, como sabemos y vemos todos. Más bien, siempre es santificada de nuevo por el Santo de Dios, por el amor purificador de Cristo" (Benedicto XVI, Homilía, 29-junio-2005).

sábado, 20 de septiembre de 2014

El rito de la paz en la Misa romana (II)

La Carta de la Congregación, con fecha 8 de junio de 2014, tras recordar lo significativo de este rito en el contexto eucarístico, continúa citando la exhortación Sacramentum caritatis de Benedicto XVI:


3. En la Exhortación Apostólica post-sinodal Sacramentum caritatis el Papa Benedicto XVI había confiado a esta Congregación la tarea de considerar la problemática referente al signo de la paz [6], con el fin de salvaguardar el valor sagrado de la celebración eucarística y el sentido del misterio en el momento de la Comunión sacramental: «La Eucaristía es por su naturaleza sacramento de paz. Esta dimensión del Misterio eucarístico se expresa en la celebración litúrgica de manera específica con el rito de la paz. Se trata indudablemente de un signo de gran valor (cf. Jn 14,27). En nuestro tiempo, tan lleno de conflictos, este gesto adquiere, también desde el punto de vista de la sensibilidad común, un relieve especial, ya que la Iglesia siente cada vez más como tarea propia pedir a Dios el don de la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana. [...] Por ello se comprende la intensidad con que se vive frecuentemente el rito de la paz en la celebración litúrgica. A este propósito, sin embargo, durante el Sínodo de los Obispos se ha visto la conveniencia de moderar este gesto, que puede adquirir expresiones exageradas, provocando cierta confusión en la asamblea precisamente antes de la Comunión. Sería bueno recordar que el alto valor del gesto no queda mermado por la sobriedad necesaria para mantener un clima adecuado a la celebración, limitando por ejemplo el intercambio de la paz a los más cercanos» [7].



jueves, 18 de septiembre de 2014

La oración sobre las ofrendas - II



Con esta oración breve sobre las ofrendas, se cierra todo el rito de preparación de los dones y, por su contenido orante, dispone a todos los fieles para la gran Plegaria eucarística:



           “Es esto lo que expresa la única oración del sacerdote que comporta dicho rito en la antigua tradición romana. Con el nombre de Super oblata [sobre las ofrendas], que le da el sacramentario gregoriano, constituye su conclusión. Este formulario breve, en un estilo todavía más simple que el de la colecta, utiliza profusamente el vocabulario forjado por las plegarias eucarísticas para traducir la ofrenda sacrificial; sin embargo, ésta se pone en relación con el simbolismo del gesto concreto que consiste en llevar las ofrendas al altar: los panes que se amontonan sobre la mesa (muneribus altaria cumulamus) hablan de la pobreza de aquellos que no sabrían aplacar al Señor ni con sus méritos ni con sus presentes (nihil in nobis quod placare te possit), pero también de su fidelidad en cumplir lo que él mismo ha prescrito (quae tuis sunt instituta praeceptis); es así como se reciben casi por adelantado los frutos del sacramento (ut divinis rebus et corpore famulemur et mente)”[1].

            Normalmente, una breve invocación, “Dios” o “Señor” sin adjetivos, una alusión a la ofrenda del pan y del vino ya depositada en el altar, y una súplica clara, sin oraciones de relativo. Por ejemplo:

“Que los ruegos y ofrendas de nuestra pobreza te conmuevan, Señor,
y al vernos desvalidos y sin méritos propios,
acude, compasivo, en nuestra ayuda”[2].

“Acoge, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo,
para que, bajo tu protección,
conserve los dones pascuales y alcance la felicidad eterna”[3].

“Al celebrar tus misterios con culto reverente,
te rogamos, Señor,
que los dones ofrecidos para glorificarte
nos obtengan de ti la salvación”[4].

martes, 16 de septiembre de 2014

Católicos en el mundo

Católicos en el mundo: no en la sacristía.

Católicos en el mundo: no encerrados en el despacho charlando, parloteando.

Católicos en el mundo: ajenos a "dimes y diretes", chismorreos parroquiales.

Católicos en el mundo: lugar de santificación, materia prima que modelar cristianamente.

Católicos en el mundo: ámbito de trabajo y santificación en lo público.


Ese es el lugar de los católicos. Les corresponde y es un derecho estar en la vida pública sin relegar la fe al sentimiento (unas devociones religiosas puntuales) y a la esfera privada. La fe nos sitúa como testigos y, por tanto, el lugar del testimonio es público, social, comunitario.

¿Para imponer algo? ¡No! Para ofrecer y buscar el Bien, construyendo la sociedad civil atentos al Bien y a la Verdad, a la defensa de la vida, a la protección de los necesitados, a la creación de leyes justas y equitativas... Ahí es donde debe estar el laico católico, particular o asociadamente. El reto es fascinante a pesar de que la secularización de la post-modernidad niega el derecho a estar y a hablar a los católicos.

"Abriéndose a su acción, María engendra al Hijo, presencia del Dios que viene a habitar la historia y la abre a un inicio nuevo y definitivo, que es posibilidad para cada hombre de renacer de lo alto, de vivir en la voluntad de Dios y por tanto de realizarse plenamente.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Escuchando se participa activamente en la liturgia


            Escuchar requiere un acto interior de la inteligencia y del corazón, para captar e integrar, asimilando. Es un acto consciente. Oír es algo reflejo, donde captamos muchos sonidos, pero no todos son pensados ni acogidos. Escuchar sí requiere una inteligencia amorosa, una capacidad de recepción, atención, disponibilidad, desterrando cuanto nos pueda distraer o apartar para no desperdiciar ninguna palabra.

            He aquí, entonces, un modo más de participación litúrgica, fructuosa e interior.


            La escucha, en primer lugar, se refiere a las lecturas de la Palabra de Dios en la liturgia, que merecen ser bien proclamadas, con lectores aptos para leer en público y en alta voz (y no por un falso concepto de participación, aceptar que cualquiera lea, aunque luego no sepa ni entonar): “pido que la liturgia de la Palabra se prepare y se viva siempre de manera adecuada. Por tanto, recomiendo vivamente que en la liturgia se ponga gran atención a la proclamación de la Palabra de Dios por parte de lectores bien instruido” (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, n. 45). Y también: “Es necesario que los lectores encargados de este servicio, aunque no hayan sido instituidos, sean realmente idóneos y estén seriamente preparados. Dicha preparación ha de ser tanto bíblica y litúrgica, como técnica” (Benedicto XVI, Verbum Domini, n. 58).

            Hay una mayor abundancia de lecturas bíblicas y un Leccionario muy completo, tal como pedía la Constitución Sacrosanctum Concilium: 

“A fin de que la mesa de la palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura” (SC 51). 

sábado, 13 de septiembre de 2014

¿Cómo se comulga en la mano?

La educación litúrgica requiere que, a veces, se recuerden cosas que se dan por sabidas.

La comunión en la mano está permitida para todo aquel que lo desee, a tenor de nuestra Conferencia episcopal, que lo solicitó a la Santa Sede.


¿Cómo se comulga en la mano? ¡Hemos de conocer las disposiciones de la Iglesia para quien desee comulgar así!, porque en muchísimas ocasiones se hace mal, de forma completamente irrespetuosa.

Debe cuidarse la dignidad de este gesto, sin que desdiga de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía como si fuese un mero trozo de pan que se recibe de cualquier forma: al aire, agarrando la Forma de cualquier manera,  o con una sola mano... Actitudes que desdicen de la adoración debida:


“Sobre todo en esta forma de recibir la sagrada Comunión, se han de tener bien presentes algunas cosas que la misma experiencia aconseja. Cuando la Sagrada Especie se deposita en las manos del comulgante, tanto el ministro como el fiel pongan sumo cuidado y atención a las partículas que pueden desprenderse de las manos de los fieles, debe ir acompañada, necesariamente, de la oportuna instrucción o catequesis sobre la doctrina católica acerca de la presencia real y permanente de Jesucristo bajo las especies eucarísticas y del respeto debido al Sacramento”[1].

viernes, 12 de septiembre de 2014

El Rito de la paz en la Misa romana (I)

Es característica esencial y propia del rito romano que la paz se intercambia después del Padrenuestro y -antes de la Fracción del Pan, según lo determinó en el siglo VI san Gregorio Magno: no es ningún modernismo litúrgico...


Desde entonces hasta hoy es uno de los rasgos propios del rito romano -como lo es también, por ejemplo, arrodillarse en la consagración y que las especies se muestren para la adoración después de la consagración-.

El Sínodo sobre la Eucaristía, en el pontificado de Benedicto XVI, sugirió desplazar el rito de la paz romano para anteponerlo al Ofertorio, en vistas, sobre todo, a no perturbar el ritmo de recogimiento antes de la comunión, dados los múltiples abusos de este rito que se ha visto desbordado por efusividad y movimientos.

Benedicto XVI recogió esta sugerencia en la exhortación Sacramentum Caritatis:

"La Eucaristía es por su naturaleza sacramento de paz. Esta dimensión del Misterio eucarístico se expresa en la celebración litúrgica de manera específica con el rito de la paz. Se trata indudablemente de un signo de gran valor (cf. Jn 14,27). En nuestro tiempo, tan lleno de conflictos, este gesto adquiere, también desde el punto de vista de la sensibilidad común, un relieve especial, ya que la Iglesia siente cada vez más como tarea propia pedir a Dios el don de la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana. La paz es ciertamente un anhelo indeleble en el corazón de cada uno. La Iglesia se hace portavoz de la petición de paz y reconciliación que surge del alma de toda persona de buena voluntad, dirigiéndola a Aquel que « es nuestra paz » (Ef 2,14), y que puede pacificar a los pueblos y personas aun cuando fracasen las iniciativas humanas. Por ello se comprende la intensidad con que se vive frecuentemente el rito de la paz en la celebración litúrgica. A este propósito, sin embargo, durante el Sínodo de los Obispos se ha visto la conveniencia de moderar este gesto, que puede adquirir expresiones exageradas, provocando cierta confusión en la asamblea precisamente antes de la Comunión. Sería bueno recordar que el alto valor del gesto no queda mermado por la sobriedad necesaria para mantener un clima adecuado a la celebración, limitando por ejemplo el intercambio de la paz a los más cercanos" (n. 49).

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Magisterio: sobre la evangelización (XX)

La evangelización de Europa es un tema muy querido y repetido en el Magisterio. Tal vez porque Europa nació cristiana, fue una gran evangelizadora, y hoy se encuentra descristianizada y con una secularización galopante y agresiva.

Europa -el Occidente en sentido amplio- ha renegado de sus raíces siguiendo diversas ideologías, y se encuentra perdida, sin referentes. Las crisis económicas, aun siendo tan graves, no son lo peor, sino el reflejo de crisis mayores en el ámbito moral, social, cultural, espiritual. 
"¡Europa necesita a Cristo! !Necesita entrar en contacto con Él, apropiarse de su mensaje, de su amor, de su vida, de su perdón, de sus certezas eternas y exaltantes! Necesita comprender que la Iglesia querida por Él fue fundada con el único fin de transmitir y garantizar la Verdad revelada por Él, y mantener vivos y actuales los medios de salvación instituidos por Él mismo, es decir, los Sacramentos y la oración. Esto lo comprendieron espíritus elegidos y pensantes, como Pascal, Newman, Rosmini, Soloviev, Norwid.
Nos encontramos con una Europa en la que se hace cada vez más fuerte la tentación del ateísmo y del escepticismo; en la que prospera una penosa incertidumbre moral, con la disgregación de la familia y la degeneración de las costumbres; en la que domina un peligroso conflicto de ideas y de movimientos. La crisis de la civilización (Huizinga) y el ocaso de Occidente (Spengler) quieren significar solamente la extrema actualidad y necesidad de Cristo y del Evangelio. El sentido cristiano del hombre, imagen de Dios, según la teología griega tan querida por Cirilo y Metodio y profundizada por san Agustín, es la raíz de los pueblos de Europa y por ello hay que recordarlo con amor y buena voluntad para dar paz y serenidad a nuestra época: sólo así se descubre el sentido humano de la historia, que es en realidad "Historia de salvación"" (Juan Pablo II, Discurso sobre las comunes raíces de las Naciones de Europa, 6-noviembre-1981).

Constatamos, sin duda, la necesidad de emprender una nueva evangelización amplia, pensada a gran escala -siempre mayor que lo local, mayor que el propio campanario-. Se juega el bien de Europa:

lunes, 8 de septiembre de 2014

Cristo, camino de la Iglesia

Hay discursos que han marcado una etapa en la vida de la Iglesia, señalando un fundamento y orientando. Han sido una hoja de ruta para la vida de la Iglesia. No sólo hemos guardado una memoria agradecida de dichos discursos, sino que leídos con el paso del tiempo, siguen siendo programáticos; tienen vida; son eficaces, elocuentes.


Una de esas perlas del Magisterio pontificio la vamos a releer, con gratitud, pero también con inteligencia abierta, dejándonos interpelar, revisar, animar, estimular.

Es el discurso de apertura de la II Sesión del Concilio Vaticano II, pronunciado por el recién elegido Pablo VI apenas unos meses atrás. Un gran discurso, esperado por todos, para saber cómo iba a abordar el Concilio, qué esperaba, qué señalaba el Papa. Fue efectivamente grande ese discurso, memorable como varios otros que han resultado brillantísimos en el conjunto de su fecundo magisterio. Pablo VI era un maestro de la palabra, como igualmente lo ha sido Benedicto XVI.

El camino del Concilio Vaticano II y por tanto el camino de la Iglesia es Cristo, recuperar la centralidad de Cristo, adorar a Cristo. ¡Qué fuerza tienen sus palabras, qué vigor, qué ímpetu!


                "Volvemos, pues, hermanos, a emprender el camino. Este sencillo propósito trae a nuestro ánimo otro pensamiento tan importante y tan luminoso que nos obliga a comunicarlo a esta asamblea aun cuando ya está informada e ilustrada sobre él.

   

sábado, 6 de septiembre de 2014

Los tipos de silencio en la Misa

El cultivo del silencio en la acción litúrgica favorece la sacralidad del rito, su profundidad y su verdadera participación plena, consciente, activa, interior y fructuosa.


“Pastoral” será también el trabajo educador en torno al silencio ya que muestra la Presencia de Cristo propiciando la respuesta de fe; en palabras de Juan Pablo II:
“Puesto que la Liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo, es necesario mantener constantemente viva la afirmación del discípulo ante la presencia misteriosa de Cristo: «Es el Señor» (Jn 21, 7). Nada de lo que hacemos en la Liturgia puede aparecer como más importante de lo que invisible, pero realmente, Cristo hace por obra de su Espíritu. La fe vivificada por la caridad, la adoración, la alabanza al Padre y el silencio de la contemplación, serán siempre los primeros objetivos a alcanzar para una pastoral litúrgica y sacramental” (Juan Pablo II, Carta Vicesimus Quintus Annus, n. 10).

jueves, 4 de septiembre de 2014

La oración sobre las ofrendas - I

Una de las oraciones sobre la Misa, que a lo mejor pasa desapercibida, es la oración sobre las ofrendas. De ella bien podemos entresacar teología, espiritualidad... y un poco de liturgia, de lógica litúrgica, es decir, de sentido común sobre las ofrendas, su valor y alcance.





1. Descripción


            Es una característica del rito romano que en cada Misa se recen (o se canten) tres oraciones menores: la oración colecta, la oración sobre las ofrendas y la oración después de la comunión. Cada una de ellas, breve, concisa en su estilo orante, cierra un rito con una procesión incluida. La oración colecta concluye los ritos iniciales con la procesión de entrada; la oración sobre las ofrendas cierra el rito de preparación de los dones con la procesión de ofrendas y, por último, la oración final concluye el rito de comunión con la procesión de los comulgantes hasta el altar.

            Las tres oraciones, aun en la concisión y brevedad, sin frases largas ni muy adjetivadas, ilustran el momento de la Misa en que se rezan, y son, como todo texto litúrgico, un manantial de piedad, de espiritualidad y también de teología. Cuando los fieles las oyen recitar con sentido y unción, sin apresuramiento, les parecen hermosas y comprensibles; más aún cuando se acostumbra a todos a meditar personalmente con los textos de la liturgia y no exclusivamente con “el Evangelio del día”.

            Acudiendo a la Introducción General del Misal Romano hallamos la descripción y realce de estas tres oraciones:


            “Estas oraciones las dirige a Dios el sacerdote que preside la asamblea actuando en la persona de Cristo, en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes. Con razón, pues, se denominan ‘oraciones presidenciales’” (IGMR 30).


martes, 2 de septiembre de 2014

Resurrección, nueva creación

La resurrección de Jesucristo, centro del cristianismo, es el factor último que inicia la nueva creación que esperamos. Con Él todo empieza, todo es nuevo, todo es renovado.


La creación del cielo y de la tierra, de todo cuanto existe, de los seres vivientes, es leída, interpretada y recreada por la Pascua del Señor. Pensemos, por ejemplo, en la primera lectura de la Vigilia pascual: el relato de la creación inaugura la larga liturgia de la Palabra que culmina en el evangelio de la Resurrección y es interpretada por la bellísima oración de san León Magno, "oh Dios, que de manera admirable creaste al hombre y de manera más admirable aún lo redimiste...". Pensemos, también, como en las Laudes dominicales entonamos el canto de las criaturas de Daniel, alabando la creación al Señor por su santa resurrección.