La evangelización de Europa es un tema muy querido y repetido en el Magisterio. Tal vez porque Europa nació cristiana, fue una gran evangelizadora, y hoy se encuentra descristianizada y con una secularización galopante y agresiva.
Europa -el Occidente en sentido amplio- ha renegado de sus raíces siguiendo diversas ideologías, y se encuentra perdida, sin referentes. Las crisis económicas, aun siendo tan graves, no son lo peor, sino el reflejo de crisis mayores en el ámbito moral, social, cultural, espiritual.
"¡Europa necesita a Cristo! !Necesita entrar en contacto con Él, apropiarse de su mensaje, de su amor, de su vida, de su perdón, de sus certezas eternas y exaltantes! Necesita comprender que la Iglesia querida por Él fue fundada con el único fin de transmitir y garantizar la Verdad revelada por Él, y mantener vivos y actuales los medios de salvación instituidos por Él mismo, es decir, los Sacramentos y la oración. Esto lo comprendieron espíritus elegidos y pensantes, como Pascal, Newman, Rosmini, Soloviev, Norwid.
Nos encontramos con una Europa en la que se hace cada vez más fuerte la tentación del ateísmo y del escepticismo; en la que prospera una penosa incertidumbre moral, con la disgregación de la familia y la degeneración de las costumbres; en la que domina un peligroso conflicto de ideas y de movimientos. La crisis de la civilización (Huizinga) y el ocaso de Occidente (Spengler) quieren significar solamente la extrema actualidad y necesidad de Cristo y del Evangelio. El sentido cristiano del hombre, imagen de Dios, según la teología griega tan querida por Cirilo y Metodio y profundizada por san Agustín, es la raíz de los pueblos de Europa y por ello hay que recordarlo con amor y buena voluntad para dar paz y serenidad a nuestra época: sólo así se descubre el sentido humano de la historia, que es en realidad "Historia de salvación"" (Juan Pablo II, Discurso sobre las comunes raíces de las Naciones de Europa, 6-noviembre-1981).
Constatamos, sin duda, la necesidad de emprender una nueva evangelización amplia, pensada a gran escala -siempre mayor que lo local, mayor que el propio campanario-. Se juega el bien de Europa:
"Europa necesita de Cristo y del Evangelio porque aquí están las raíces de todos sus pueblos" (ibíd.).
La nueva evangelización en Europa le hará redescubrir su propio ser e identidad, lo mejor de sí misma. Iluminará su pasado cristiano, lo hará resurgir, y es lo que puede purificar el presente para construir el futuro de Europa.
"Como ya hizo el cristianismo en el primer milenio de Europa, integrando la herencia greco-romana, la cultura de los pueblos germánicos y la de las gentes eslavas, dando vida, de la variedad étnica y cultural, a un común espíritu europeo, así vosotros, sin nostalgias por el pasado, sino con plena convicción en la intrínseca fuerza unificante del cristianismo y en su papel histórico, comprometeos colegialmente a hacer nacer de la variedad de las experiencias locales y nacionales una nueva y común civilización europea. Debéis comunicar a la Europa de hoy esta esperanza que está en vosotros. Ciertamente, no queréis construir una Europa paralela a la existente, sino que lo que queréis hacer es revelar a Europa a sí misma. Mostrad a Europa su alma y su identidad, ofreced a Europa la clave de interpretación de su vocación" (Juan Pablo II, Discurso al Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales europeas, 5-octubre-1982).
Ésta, que es una tarea evangelizadora y espiritual, ¿no debería ir acompañada por la tarea también de historiadores católicos serios que muestren la verdad de Europa? ¿Por filósofos católicos que muestren las grandes líneas de pensamiento de Europa y su matriz?
La Iglesia y Europa han sido una realidad fecunda cuando han estado unidas.
"Son dos realidades íntimamente ligadas en su ser y en su destino. Juntas hicieron un recorrido de siglos y permanecen marcadas por la misma historia. Europa fue bautizada por el cristianismo; y las naciones europeas, en su diversidad, dieron cuerpo a la existencia cristiana. En su encuentro se enriquecieron mutuamente de valores que no sólo se convirtieron en el alma de la civilización europea, sino también en patrimonio de toda la humanidad. Si en el transcurso de las crisis sucesivas la cultura europea intentó marcar sus distancias de la fe y de la Iglesia, esto que entonces se proclamó como una voluntad de emancipación y de autonomía, en realidad era una crisis interior en la misma conciencia europea, llevada a la prueba y tentada en su identidad profunda, en sus elecciones fundamentales y en su destino histórico.
Europa no podría abandonar el cristianismo como un compañero de viaje que se le convierte en un extraño, así como un hombre no puede abandonar sus razones para vivir y esperar sin caer en una crisis dramática. Y es por esto que las transformaciones de la conciencia europea empujadas hasta las más radicales negaciones de la herencia cristiana permanecen plenamente comprensibles sólo en referencia esencial al cristianismo. Las crisis del hombre europeo son las crisis del hombre cristiano. Las crisis de la cultura europea son las crisis de la cultura cristiana" (ibíd.).
Este discurso no tiene desperdicio. Lo que le pasa a Europa, sus crisis, le pasan también al Cristianismo y a la misma Iglesia, son sus propias crisis.
Pero, ¿qué crisis son éstas? ¿Cuáles los desafíos?
"Aún más profundamente, podemos afirmar que estas pruebas, estas tentaciones y este éxito del drama europeo no sólo interpelan al Cristianismo y a la Iglesia desde fuera como una dificultad o un obstáculo externo que superar en la tarea de la evangelización, sino en un sentido verdadero son interiores al Cristianismo y a la Iglesia. El ateísmo europeo es un desafío que se comprende en el horizonte de una conciencia cristiana; es más una rebelión contra Dios y una infidelidad a Dios que una simple negación de Dios. El secularismo que Europa ha difundido en el mundo con el peligro de marchitar fecundas culturas de pueblos de otros continentes, se ha alimentado y se alimenta de la concepción bíblica de la creación y de la relación hombre-cosmos.
La empresa científico-técnica de someter el mundo, ¿no está tal vez en la línea bíblica de la tarea que Dios confió al hombre? ¿Y la voluntad de poder y de poseer no es la tentación del hombre y del pueblo bajo el signo de la alianza con Dios?
Podríamos continuar con nuestro análisis. Y descubriremos, quizás no sin maravillarnos, que la crisis y la tentación del hombre europeo y de Europa son crisis y tentaciones del Cristianismo y de la Iglesia en Europa. Pero si es verdad que las dificultades y los obstáculos a la evangelización en Europa encuentran un punto de apoyo en la misma Iglesia y en el Cristianismo, los remedios y la soluciones habrá que buscarlas en el interior de la Iglesia y del Cristianismo, es decir en la verdad y en la gracia de Cristo, Redentor del hombre, Centro del cosmos y de la historia" (ibíd.).
Prosigue Juan Pablo II. Todas las crisis, las preguntas y tentaciones, son puntos recibidos de la cultura cristiana, que han evolucionado solos y aislados del conjunto, convirtiéndose en una "idea loca", girando sobre sí misma. Es lo que decía Chesterton: la herejía era una verdad cristiana que se había vuelto loca.
Esas ideas deben volver a tomar su medida y proporción dentro del conjunto. La Iglesia, evangelizando, deberá responder y situar las cosas en el conjunto.
"La Iglesia misma debe entonces auto-evangelizarse para responder a los desafíos del hombre de hoy.
Si el ateísmo es una tentación de la fe, será con la profundización y la purificación de la fe como será vencido.
Si el secularismo pone en duda la concepción del hombre en el mundo y la utilización del universo, la evangelización deberá proponer de nuevo la teología y espiritualidad cósmica que, fundada bíblicamente y presente en la liturgia, ha recibido perspectivas luminosas con el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes, 37).
Si la revolución industrial, nacida en Europa, dio origen a un tipo de economía, de relaciones sociales y de movimientos que parecen oponerse a la Iglesia y obstaculizar la evangelización, será viviendo, anunciando y encarnando el Evangelio de la justicia, de la fraternidad y del trabajo, como restituiremos el mundo del trabajo a un mundo humano y cristiano.
Podríamos continuar aplicando estos conceptos a realidades tan importantes como la familia, la juventud, las zonas de pobreza y los "nuevos pobres" en Europa, las minorías étnicas y religiosas, las relaciones entre Europa y el Tercer Mundo.
Apelar a la fe y a la santidad de la Iglesia para responder a estos problemas y a estos desafíos no es una voluntad de conquista o de restauración, sino que es el camino obligado que va hasta el fondo de los retos y de los problemas.La Iglesia para responder a su misión hoy en Europa debe tomar conciencia de que, lejos de ser extraña al hombre europeo o por lo menos de sentirse inútil e impotente para resolver las crisis y los problemas de Europa, lleva en cambio en sí misma los remedios a las dificultades y a las esperanzas del mañana.
Y será con el ser fiel hasta el final a Cristo y siéndolo cada vez más, con la santidad de vida y con las virtudes evangélicas, transparencia de Cristo, como la Iglesia entrará en el ánimo y en el corazón de Europa" (ibíd.).
Es un discurso largo y así de largo ha salido esta catequesis. Una síntesis de algunas ideas principales:
1) Europa necesita de Cristo para ser fiel a sí misma
2) Evangelizar responderá a los retos y desafíos de la crisis cultural europea
3) Muchos de los principios del ateísmo y de la secularización (trabajo, antropología, etc.) partieron de principios cristianos que evolucionaron fuera del conjunto y se convirtieron en principios aislados, perdiendo su verdad.
4) Las crisis de Europa son, pues, crisis del Cristianismo y de la propia Iglesia.
¿Nos damos cuenta entonces de dónde estamos y a dónde vamos? ¿Nos damos cuenta de la solidez formativa que necesitamos todos para responder a estos retos; nos damos cuenta de la necesidad de evangelizar Europa? ¿Nos damos cuenta de cómo nuestra mirada debe ser más amplia, más integradora, para abarcar estas situaciones y no contentarnos con mínimas respuestas caseras en nuestro campanario?
Europa necesita a Cristo y lo rechaza; la crisis es profunda, abarca todo el ámbito individual y social y los peligros que señala la entrada son ciertos, los estamos viviendo ya (y todos los que se avecinan). Nos estamos jugando mucho más de lo que la mayor parte de la gente se cree. Nos estamos jugando la libertad de hablar como cristianos, de expresarnos con libertad sin ser multados o enviados a la cárcel por “delitos contra la ideología de género” u otros que se inventen y, si perdemos esa libertad ¿cómo evangelizaremos?
ResponderEliminarDon Javier, no quiero volver a actuar de abogado del diablo, pero la entrada dice que la Iglesia y Europa han sido una realidad fecunda cuando han estado unidas. Vamos a ver. Europa como continente puede considerarse como suma de individuos, como suma de sociedades o como suma de estados. Con todas las ventajas de independencia que proporciona a la Iglesia la separación Iglesia-Estado, no podemos dejar de lado los inconvenientes que también presenta. La unidad de la Iglesia y Europa se fundamentó durante mucho tiempo en la monarquía cristiana (con todos sus defectos e inconvenientes), muerta esta institución y consagrados estados laicos liberales (el liberalismo se divide en capitalismo, socialismo y comunismo) ¿cómo conseguir esa unidad si el estado es liberal (con lo que conlleva de secularización el liberalismo), y no existe en cada estado una sociedad solidamente estructurada con la que la Iglesia pueda unirse pues esa sociedad está totalmente secularizada?
No podemos unirnos ni con los estados, ni con la sociedad, sólo queda cada individuo con la poca fuerza que tiene en su individualidad. Nos habla el Papa de la fuerza unificante del cristianismo para construir una nueva y común civilización europea.” Dios mío, ¿no es uno de nuestros grandes problemas la desunión a escala pequeña, mediana y grande? Es necesario potenciar la creación de una sociedad católica (no grupitos) sólidamente estructurada y para ello tienen que estar detrás de ella los Pastores. Si no es así, Europa se perderá. Sí, las crisis de Europa son crisis del Cristianismo y de la propia Iglesia
El entusiasta y entusiasmante Papa Juan Pablo II al afirmar que la Iglesia debe tomar conciencia de que lleva en sí misma los remedios a las dificultades y a las esperanzas del mañana manifiesta su extraordinaria personalidad pero, ante esta afirmación yo le preguntaría: Santo Padre ¿No le parece que, cuando hablamos a los europeos, lo hacemos a los ricos del Evangelio que sólo se interesan por su bienestar terrenal?
Nos hace la entrada varias preguntas ¿no debería ir acompañada (la tarea evangelizadora y espiritual) por la tarea también de historiadores, filósofos católicos…? SI. Doy por repetidas aquí sus preguntas finales.
Envía, Señor, tu Espíritu. Que renueve la faz de la Tierra.