miércoles, 27 de noviembre de 2019

El discernimiento espiritual: bases



Para responder con generosidad y con fidelidad a la llamada de Dios es necesario "discernir" los caminos de Dios. La Escritura nos invita:

            No os acomodéis al mundo presente, antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto (Rm 12,2)

            Examinad qué es lo que agrada al Señor y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas (Ef 5,10-11).




           El cristiano se define por el "discernimiento" que hace de Cristo en la Iglesia, ha de seguir a Cristo según la luz y la inclinación que proceden del Espíritu Santo, en obediencia al Espíritu de Jesucristo. El juicio del hombre no acierta a descubrir la voluntad del Señor, los sentimientos de Cristo, el movimiento del Espíritu, sólo con el ejercicio de la reflexión puramente intelectual.

            Para este reconocimiento de la voz de Dios es necesario liberar nuestro juicio de la presión que sobre él ejercen nuestras propias pasiones. La dificultad que tenemos para conocernos a nosotros mismos es también dificultad para escuchar la llamada de Dios y para seguirla. No sospechamos hasta qué punto somos muchas veces víctimas de nuestro afán inconsciente de afirmar nuestra personalidad, del deseo de que los demás tengan de nosotros una determinada imagen... En el fondo de nuestras resistencias al discernimiento espiritual hay a veces un miedo a la verdadera libertad de los hijos de Dios y miedo a la cruz de Jesucristo. Es resistencia a la fecundidad del Evangelio.


            Se requieren unas condiciones para el discernimiento:

            1. La fe viva en Jesucristo, presente en la Iglesia

            El discernimiento ha de hacerse dentro de un clima de fe en la acción del Espíritu creador que renueva la Iglesia para renovarla, pero sin sustituirla sino valiéndose de la Iglesia misma y sin separarse de ella, porque el Espíritu continúa actuando en la Iglesia.

2. Buscar la verdad, buscar a Dios

            El descubrimiento pleno de la verdad suele ir precedido de una conducta que es realización anticipada de la verdad buscada. Una actitud cristiana de discernimiento exige buena voluntad, deseo sincero de saber exactamente lo que el prójimo piensa, lo que quiere decir. Para ello es necesario escuchar mucho, y escuchar con amor. Es preciso prestar atención a todo lo que hay de razonable y de positivo en el punto de vista del otro. Es preciso reflexionar y orar. Sólo entonces tenemos derecho a discrepar.

sábado, 23 de noviembre de 2019

El ideal que alienta (Palabras sobre la santidad - LXXIX)


Caminamos y vivimos si tenemos una meta y sabemos adónde ir; si no hay meta ni un ideal trazado, la desorientación genera cansancio y el cansancio provoca desesperanza. La vida cristiana, ¿adónde va, adónde se dirige? ¿Qué hacemos, si es que es caminamos? ¿O dejamos que pasen los días, matando el tiempo, haciendo de nuestro cristianismo algo mortecino, apagado, insípido, descolorido?




 Pero cuando brilla ante nosotros un ideal, cuando se señala una meta, el camino se recorre de otro modo y las dificultades inevitables se afrontan cabalmente. Valía la pena arriesgar con tal de conseguir; valía la pena recorrer un camino cuando el destino es tan feliz y reconfortante.

En el caso cristiano, el ideal de la vida cristiana es la santidad, la meta del camino cristiano, iniciado en el bautismo, es ser santos. A todos habrá que señalar la meta, a todos proponer este ideal obligatorio, y no rebajar el listón, ni acomodarnos a la pereza que no tiene ambiciones ni sueños ni deseos nobles, ni vulgarizar el Evangelio con sólo unos principios sueltos de ética y algo de buenismo moral para no incomodar a nadie ni elevar el nivel espiritual del pueblo cristiano.

La santidad es el ideal, en cierto modo, “obligatorio” y obligado:

            “Es el ideal que la fe presenta a la realidad y que debe realizarse en el desarrollo del programa de nuestra vida. El Concilio nos ha recordado que no se trata de un programa facultativo; todos, si somos cristianos, si somos fieles, debemos ser santos, en tensión continua hacia la santidad; y nos enseña también que no se trata de un programa utópico, exagerado, sino normal en el empleo de los dones que a tal fin la economía de la gracia, es decir, el plan de los deberes y de las ayudas, la providencia dispone para cada uno de nosotros.

Horizonte de la reparación: la comunión de los santos



Hemos contemplado y meditado los aspectos fundamentales en distintas catequesis o entradas: el verdadero contenido de la reparación obrada por Cristo, la colaboración personal en la redención con nuestra reparación, el modo y el significado de la reparación como participación en la redención del Señor en un perpetuo y constante estar crucificados con Cristo, expropiados de nosotros mismos, por la salvación del mundo. 



“Todo hombre tiene su participación en la redención. Cada uno está llamado a participar en ese sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la redención. Está llamado a participar en ese sufrimiento por medio del cual todo sufrimiento humano ha sido también redimido. Llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo” (Juan Pablo II; Salvifici doloris, nº 19).


“Nuestra colaboración aquí consiste en el estar crucificados con Cristo en el mutuo estar crucificados el yo y el mundo... Todo el amor de entrega de Cristo nace del punto en que contempla al Padre, haciendo siempre lo que agrada a Éste. El que algunos miembros de la Iglesia dediquen su vida entera a esa contemplación no quiere decir que los demás estén dispensados de ella: todos tienen que realizar constantemente en la fe, de manera espiritual, su haber muerto y resucitado y su “haber sido co-trasladados al cielo”, cualquiera que sea el estado de la Iglesia a que pertenezcan”[1]. Es el modo de colaborar (reparar) con Cristo.

Ahora bien, esto será posible por el maravilloso misterio de la Comunión de los santos. Aquí aparece la dimensión eclesial de la reparación que debe brillar y animar toda nuestra existencia. La Iglesia es un misterio de comunión, la Iglesia es la Comunión de los santos[2]

martes, 19 de noviembre de 2019

Relaciones fraternas en la Iglesia: ¡santidad!




“Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros” (Rm 12,10).

“Dios es Amor. Él nos amó primero. Nuestro deber ahora es amarnos los unos a los otros como Él nos amó. Por ello nos reconocerán como discípulos suyos. De aquí nace nuestra responsabilidad: ser testigos creíbles... los santos lo fueron. ¡Que ellos nos alcancen serlo nosotros también, para que este mundo que amamos sepa reconocer en Cristo al único Salvador verdadero!” (JUAN PABLO II, Homilía en la beatificación de 5 siervos de Dios, 4-mayo-1997).




                ¿Cómo son o cómo deberían ser las relaciones, el trato, entre los miembros de la Iglesia? La pregunta halla su respuesta, entre otros textos, en el capítulo 18 de San Mateo, que se suele llamar el discurso sobre la comunidad, sobre cómo debe ser la vida interna de la Iglesia. 

¿Cómo deben ser las relaciones entre los miembros de la Iglesia? La caridad fraterna es ejercicio de santidad; la santidad misma se expresa, se desarrolla, se plasma, en las relaciones fraternas, dóciles, sencillas, entre los miembros de la Iglesia, expulsando soberbia, arrogancia, altanería, afán de protagonismo.

Si queremos entrar a fondo en la vivencia del Evangelio, habrá que cuestionarse cómo nos tratamos unos a otros y cuál es el grado de exigencia evangélica. Hay una imagen clarísima en el evangelio, de que la Iglesia, para que sea la Iglesia de Dios, ha de ser muy humana, muy cercana, muy preocupada por las personas. En el evangelio hay toda una preocupación por el prójimo, por el hermano, comenzando, para no ser hipócritas, con los mismos miembros de la Iglesia, las relaciones entre nosotros, y no de cara a la galería, a la foto. Es necesario vivir la relación con el otro, que tiene nombre y apellidos, porque no somos seres anónimos en la Iglesia. 

Las relaciones no pueden estar basadas en una especie de contrato laboral, que es como a veces se funciona en la Iglesia, la diócesis por diócesis, la parroquia por parroquia, donde uno vale en tanto en cuanto ejerce una función, o ejerce en algo, y se busca agradar, complacer y hasta rendir pleitesía a quien nos confió algún encargo. La sinceridad de la entrega se estropea con la máscara de la hipocresía aduladora. Esto no es la Iglesia. 

miércoles, 13 de noviembre de 2019

"Señor, ten piedad" - II (Respuestas - VI)



Todo esto condujo a la expresión griega “Kyrie eleison”, que se introduce en la liturgia y que, en su lengua original griega, se ha mantenido hasta hoy. ¡Señor, ten piedad!

            En las liturgias orientales se introdujo el “Kyrie eleison” como respuesta a las letanías, gozando de aceptación popular.



            Egeria, en el relato de su peregrinación, encuentra una letanía que los niños y todos responden: “Kyrie eleison”, y que ella matiza diciendo “entre nosotros se dice ‘miserere nobis’”. En el oficio vespertino, ante la Anástasis, se realiza esta oración dirigida por el diácono, orando por todos, y los presentes responden: “Kyrie eleison”:

“El obispo se levanta y se coloca ante el cancel, o sea, delante de la cueva, y alguno de los diáconos hace conmemoración de cada uno, como suele ser costumbre. Dichos por el diácono los nombres de cada uno, siempre hay allí muchos niños, respondiendo: “Κυριε, ελεισον”, como decimos nosotros “miserere nobis”. Contestan muchísimas voces” (XXIV,5).

lunes, 11 de noviembre de 2019

La alabanza del orante a Dios

                El cristiano que toma en serio su vida cristiana, su vida de oración centrado en Cristo y en la Eucaristía, tiene un estilo peculiar de vivir, de moverse en el mundo. Hoy necesitamos “cristianos fuertes. La Iglesia... necesita hijos valientes, formados en la escuela del Evangelio” (Pablo VI, Catequesis, 25-febrero-1970).


                1. La humildad

                Humildad viene del latín “humilitas”, de la raíz “humus”, suelo, de donde viene también “humanitas” y “humanum”. Es aquello que brota del suelo, de la tierra, que tiene una consistencia efímera y débil porque brota de la tierra. Conecta perfectamente con alguna de las mejores páginas de las Escrituras que nos revelan qué es el hombre, y por tanto, de dónde brota su humildad:

Entonces el Señor Dios modeló al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un hálito de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente (Gn 2,7: hombre –adam, tierra –adamá)... Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste formado. Ciertamente eres polvo y al polvo volverás (Gn 3,19).

Como un padre siente ternura por sus hijos, así siente el Señor ternura por sus fieles; porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro (Sal 102, 13-14).

                La humildad viene definida por santa Teresa de forma magistral: “La humildad es la Verdad” (5M, 8), y por san Juan de la Cruz: “humilde es el que sabe de su propia nada y deja hacer a Dios”.

                La humildad debe ser contemplada en dos direcciones:


sábado, 9 de noviembre de 2019

La Iglesia brilla en sus santos (Palabras sobre la santidad - LXXVIII)



Sin lugar a dudas, lo mejor que tiene la Iglesia son sus santos. En ellos se muestra la verdad de la Iglesia misma, en ellos se verifica qué significa ser hijo de Dios e hijo de la Iglesia. Durante XXI siglos de cristianismo, los santos -¡y cuántos son!, ¡incalculables!- han embellecido a la Iglesia, una y otra vez, constantemente, de mil maneras distintas, con tonalidades diferentes.



Cuando se quiere conocer qué es la Iglesia, cuando se pretende estudiar el misterio de la Iglesia –con el tratado de “eclesiología”-, resulta imprescindible detenerse en esta “eclesiología de los santos” o “ciencia de los santos”, ya que, si no es así, se corre el peligro de valorar a la Iglesia externamente y desde fuera, como institución humana o como bienhechora por sus acciones educativas, sociales o caritativas, como una ONG más de nuestro mundo. No llegarían al núcleo, no tocarían su centro, el Misterio de la Iglesia les quedaría velado, no alcanzarían a descubrirlo y maravillarse.

Los análisis simples no pueden percibir el misterio de la Iglesia. Las claves únicamente sociales, aplicadas a la Iglesia, sirven de poco. La Iglesia es más que todo ello. Su verdad última está en los santos, que son la mejor realización de la Iglesia, sus frutos reales, la confirmación del origen divino de la Iglesia.

La Iglesia es Madre porque engendra hijos para Dios en las aguas bautismales y los santifica. La Iglesia es Madre porque engendra santos. La Iglesia es el firmamento del mundo con la constelación de los santos, como estrellas, que señalan nuevas rutas para los hombres. La Iglesia, con los santos, es una lámpara en la ciudad secular, puesto en lo alto para iluminar a todos en las noches de la historia.


jueves, 7 de noviembre de 2019

Lo ofrecido es reparador



Aceptar no es que todo “nos guste”, le encontremos sabor agradable y coincida con nuestro deseo y voluntad. Aceptar es prestar nuestra colaboración en el plan que Él nos muestra y señala a cada uno y que incluye el sufrimiento y la cruz. 

No es que nos agrade, podemos pedir que pase de nosotros el cáliz[1], pero deseando hacer la voluntad de Dios en donde hallamos el sentido y la plenitud de la existencia (“Nuestra paz, Señor, es cumplir tu voluntad”, preces Laudes Viernes II Salterio).



“Acoger el sufrimiento no es compadecerse en él. No es amar el sufrimiento por sí mismo. Es consentir ser humillado. Es abrirse al beneficio de lo inevitable, como la tierra que deja que el agua del cielo la penetre hasta el fondo de sus entrañas. Hay todo un arte de sufrir que no hay que confundir ni con el arte de cultivar el sufrimiento ni con el arte de evitarlo. El que se hace la víctima y se autoenternece por su dolor, pierde inmediatamente sus beneficios. Y lo mismo le pasa al que se repliega sobre su dolor y alcanza un gozo perverso saboreando su amargura. Cuando llega, no hay que rechazar el sufrimiento ni ceder ante él. No hay que luchar ni tratar de engañarle. Hay que acogerlo sin demasiada complacencia. Pero tal acogida nunca es definitiva. Por eso constituye el más alto ejercicio de libertad... El único medio de ser feliz es no ignorar el sufrimiento y no escapar de él, sino aceptar su transfiguración. Tristitia vestra vertetur in gaudium [vuestra tristeza se convertirá en alegría]”[2].


Hemos de ser conscientes que rechazar el sufrimiento, rebelarnos contra la cruz debilita nuestra vida teologal porque la fe duda de la bondad de Dios (¿cómo Dios, si es bueno y me ama, permite esta cruz en mi vida?); la esperanza, al no ver ni horizonte ni salida, desconfía en que las promesas de Dios se puedan cumplir; el amor se enfría al no sentir el Amor de Dios, sino el silencio y el abandono de Dios, e incluso la desolación del alma (como Jesús crucificado). 

martes, 5 de noviembre de 2019

La cruz, camino de santidad




“Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc 9,23).

“Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gal 6,14).

“Con la mirada puesta en Jesús crucificado, todo cristiano está llamado a tomar su cruz cada día y a seguirlo (cf. Mc 8,34), sin gloriarse más que en la cruz del Señor Jesús (cf. Gal 6,14), y sin saber nada más que a Jesucristo crucificado (cf. 1Co 2,2). La cruz de Cristo, por consiguiente, puede considerarse el libro de la vida, maestra de verdad y de santidad (JUAN PABLO II, Mensaje con motivo de la reconstrucción de la cruz en la cima del monte Amiata, 26-julio-1996).




               Como Cristo, el cristiano; y tal cual fue el camino de Nuestro Señor, así es el camino del discípulo. ¡La cruz! El misterio de la cruz como misterio de salvación, en la cual Cristo se entrega, pero también como misterio que sella, que marca, la propia vida.  

 "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz, y me siga”. No tenemos otro camino, sino aquel que nos ha trazado el Señor, el camino de la cruz.

                La cruz nos puede venir externamente, la enfermedad, las circunstancias, los problemas, o la cruz más interior de la oscuridad de la fe, la lucha, del combate contra la tentación; pero, quiérase o no, la cruz sella nuestra vida, porque en ella murió el Redentor por nosotros. 

Teniendo esta realidad en nuestra vida, podemos considerar el misterio que supone esa cruz, porque, en primer lugar, la cruz de Cristo es la fuente de nuestra santidad, y donde se muestra la santidad de Dios. Por tanto, si queremos desarrollar nuestra vocación a la santidad, fruto del bautismo, que se desarrolla, en cualquier circunstancia, modo y estado de vida, en el sacerdocio o en el matrimonio, el camino va a ser la cruz para la santidad. 

domingo, 3 de noviembre de 2019

Liturgia, belleza, arte (y IV)



4. Liturgia, belleza, arte sacro


            La Iglesia siempre, por amor al Señor, se esmeró en el culto divino, buscando que estuviese lleno de belleza y, por tanto, cuidó el arte sacro al servicio de la liturgia. Hoy el hombre, en cierto sentido, se salvará por la belleza –en frase de Dostoievski citada por el Magisterio-.

            Ya las mismas iglesias permiten el tránsito de la ciudad secular, del mundo y sus actividades, hasta el ámbito del encuentro con Dios. La arquitectura del templo dirige la mirada al ábside, al santuario, al lugar santo del altar, ya sea por arcos, naves, una gran cruz o el inmenso retablo. Los cuadros, las imágenes, etc., nos adentran en el mundo de lo invisible, en la Comunión de los santos y en la presencia de Dios. Disponen el espíritu para la acción divina en la liturgia. Es una belleza que fascina. Y esto se extiende, como antes afirmábamos, a todos los elementos del culto litúrgico: los vasos sagrados, las vestiduras litúrgicas, la disposición del presbiterio, la música litúrgica, etc.

            Pero, ¿el cuidado de la belleza, potenciar el arte sacro, no está pasado de moda? ¿Es algo hoy innecesario?