4. Liturgia, belleza, arte sacro
La Iglesia siempre, por amor
al Señor, se esmeró en el culto divino, buscando que estuviese lleno de belleza
y, por tanto, cuidó el arte sacro al servicio de la liturgia. Hoy el hombre, en
cierto sentido, se salvará por la belleza –en frase de Dostoievski citada por
el Magisterio-.
Ya
las mismas iglesias permiten el tránsito de la ciudad secular, del mundo y sus
actividades, hasta el ámbito del encuentro con Dios. La arquitectura del templo
dirige la mirada al ábside, al santuario, al lugar santo del altar, ya sea por
arcos, naves, una gran cruz o el inmenso retablo. Los cuadros, las imágenes,
etc., nos adentran en el mundo de lo invisible, en la Comunión de los santos y
en la presencia de Dios. Disponen el espíritu para la acción divina en la
liturgia. Es una belleza que fascina. Y esto se extiende, como antes
afirmábamos, a todos los elementos del culto litúrgico: los vasos sagrados, las
vestiduras litúrgicas, la disposición del presbiterio, la música litúrgica,
etc.
Pero,
¿el cuidado de la belleza, potenciar el arte sacro, no está pasado de moda? ¿Es
algo hoy innecesario?
El
mal gusto, el descuido del arte sacro, la dejadez, etc., son errores cometidos
muchas veces; ya Pablo VI lo reconocía hablando así a los artistas:
“Y
-hagamos el ‘confiteor’ completo, esta mañana, al menos aquí- os hemos tratado
aún peor, hemos recurrido a sucedáneos, a la “oleografía”, a la obra de arte de
escaso valor y de poco mérito, quizá porque, para descargo nuestro, no teníamos
los medios para realizar cosas grandes, bellas, nuevas, cosas dignas de ser
admiradas; y hemos ido también nosotros por callejuelas en las que el arte y la
belleza y -lo que es peor para nosotros- el culto de Dios han sido mal
servidos.
¿Hacemos
las paces? ¿Hoy? ¿Queremos ser amigos de nuevo? ¿Vuelve a ser de nuevo el Papa
amigo de los artistas? ¿Queréis sugerencias, medios prácticos? Pero hoy no se
trata de eso. Quedémonos en los sentimientos. Debemos volver a ser aliados.
Debemos pediros todas las posibilidades que el Señor os ha dado y, por tanto,
en el ámbito de la funcionalidad y de la finalidad, que hermanan el arte al
culto de Dios, debemos dejar cantar vuestras voces con el canto libre y
poderoso del que sois capaces. Y vosotros deberéis ser capaces de interpretar
lo que hayáis de expresar, de venir a recibir de nosotros el motivo, el tema, y
en ocasiones más que el tema, ese fluido secreto que se llama inspiración, que
se llama gracia, que se llama el carisma del arte” (Disc. a los artistas,
7-mayo-1964).
Es
un servicio grande para la glorificación de Dios, el cultivo de la belleza, la
creación de la obra de arte al servicio de la liturgia, la restauración que
devuelve el esplendor al arte después de siglos para que brille limpiamente:
¡así se sirve a Dios!, porque colabora en gran medida a que la liturgia sea
culto divino, glorificación de Dios, Amor y Belleza.
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